“Chama”, el amigo abanquino
Escribe, Efraín Gómez Pereira
En la década de los cuarenta del siglo pasado, la zona donde hoy se encuentra la piscina Chama, en el Mariño, era un bofedal infestado de zancudos y abrazado por bosques de pisonayes y moreras. Entonces, Abancay era un valle castigado, además del piki de los cañaverales, por el paludismo o chucchu, que dejaba secuelas de muerte por la incapacidad del sistema de salud de atender la gravedad del problema sanitario.
Como en la actualidad, las decisiones del gobierno central distaban mucho de afrontar temas de real dimensión. Los presupuestos eran reducidos y había que inventar estrategias locales que permitan sino acabar con las muertes, por lo menos, evitar el incremento de casos.
Retornado de Paris, como egresado de la prestigiosa universidad La Sorbona, el médico Guillermo Díaz De la Vega, ya laborando en el hospital de Apurímac, en Abancay, compró el terreno del bofedal, y tras drenar y canalizar las aguas, ganó espacio adecuado para instalar una piscina familiar. Desde allí, trabajó con pasión por atender a los pacientes del hospital.
Médico dedicado y entregado a su apostolado afincó familia en Abancay, con base en la piscina Cristal, llamada así por la increíble transparencia de las aguas que alimentan la poza. Guillermo Díaz logró reconocimiento y prestigio por su sensibilidad humana, como médico tratante y desde la dirección del hospital que hoy lleva su nombre. Inclusive, las coplas de un carnaval de Abancay rinden homenaje a su renombre: “Doctorcito Díaz, deme una receta, que sería bueno para mal de amores. Y si la receta no sería buena, a los nueve meses lavando pañales…”
Cristal antes, hoy Chama, la piscina tiene en los abanquinos, una parte de su pasado, de su actualidad y de su devenir. ¿Quién no se ha dado una escapada para zambullirse en sus cristalinas aguas?.
Desde 1972, la piscina está a cargo de un personaje que, en Abancay, es leyenda viva. Pocos lo llaman por su nombre, Armando Díaz Calderón. Chama, Chamaco, hijo el médico, es el miguelgrauino que anima a sus visitantes con un carisma incomparable. Sonrisa a flor de piel, bromas y seriedad cuando la situación amerita, el Chama, es parte sustantiva del centro de esparcimiento, donde no solo se goza del solaz y frescura, sino de jornadas especiales de abanquinidad, además de la rica gastronomía local.
Desfiles de modas, concursos de belleza, festivales musicales, encuentros promocionales, cacharparis carnavaleros, competencias de natación, academias de formación, peleas de gallos, se realizan en este escenario que hoy cuenta con cuatro piscinas que abastecen la demanda de los visitantes que buscan sus sombras y frescor en cualquier época del año. “Si llegaste a Abancay y no visitaste el Chama, entonces a qué mierda viniste”, es la frase vendedora del Chama.
Armando, el Chamaco, hoy con evidente y saludable estado físico distante al del peso mayor de antes, recuerda con orgullo que a este lugar han llegado personajes como Fernando Belaúnde y Haya De la Torre, además de grandes profesionales abanquinos que prestigian nuestra tierra en otros confines.
“Me siento orgulloso de ser abanquino por tres condiciones muy particulares, que no se registran en otros lugares: el clima envidiable de todo el año, la belleza natural de sus mujeres y la afición colectiva por los gallos de pelea”, afirma categórico.
Abancay tuvo en los años 50 y 60, su propia raza de gallo de pelea, el Farruco, logrado por un cocinero de ese apellido que trabajaba en la antigua hacienda Matará, en Lambrama. Hoy es solo recuerdo, a pesar de los galleros pikis.
Armando, el Chama, es feliz en su dominio. Orgulloso de su abanquinidad, de su familia, sus cuatro hijos. Entre aguas, toboganes, carpas, juegos, ambientes de relax, gritos de niños y jóvenes, parlantes huayneros y carnavaleros, variada comida, aun regala a sus admiradores su tradicional trampolín de espaldas, que rebalsa las aguas de la poza principal. El Chama, un gran abanquino, un gran Piki.