miércoles, 31 de julio de 2024

Emblemático "Miguel Grau" en la avenida Brasil, de Lima

Emblemático “Miguel Grau” en la avenida Brasil, de Lima
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Seis corazones rojos. Seis jóvenes apurimeños desfilaron triunfantes por el principal escenario de las festividades patrias, en la ciudad capital. La extensa avenida Brasil, que año a año convoca a la Gran Parada Militar con ocasión del aniversario de la independencia del Perú, acogió por interminables minutos la gallarda emoción de los alumnos Alexander Borda, Carlos Castillo, Jean Piero Durand, Gino Gutiérrez, Dary Retamoso y Gabriel Camero, que llevaban el estandarte de la IE Emblemática Miguel Grau, de Abancay.
Junto con escoltas de otros colegios emblemáticos de diferentes regiones del país e invitados por los ministerios de Educación y Defensa, por primera vez en la historia de esas actividades oficiales que, en esta ocasión, coronaron las celebraciones por el ducentésimo tercero -203- aniversario patrio; la Escolta del Miguel Grau, llevó la representación de la región Apurímac, en reconocimiento a su desempeño en la formación educativa de varias generaciones de estudiantes.

El profesor Henry Rodas Benites, director de la IE Miguel Grau, que acompañó a los estudiantes desde los ensayos en Abancay, el viaje por varias horas y los ajustes previos al desfile y en la misma jornada, expresó su emoción y satisfacción compartida con los alumnos que tuvieron el orgullo y privilegio de llevar los colores del colegio a un escenario nacional de especial connotación.
“Es muy emocionante haber sido partícipe de un hecho trascendental para la historia del colegio Miguel Grau, pues sentimos orgullo y alegría como exalumno, como docente y como director”, señala Rodas Benites. Agrega que esta trascendental jornada confluye con las actividades que el colegio desarrolla en el marco del Plan Bicentenario que impulsa el gobierno. Acompañaron a los alumnos, además de Henry Rodas, el subdirector Luis Contreras y el profesor César Altamirano. 

Los abanderados de la Escolta miguelgrauina fueron aplaudidos por entusiastas y emocionados paisanos que se apostaron en diferentes tramos de la avenida Brasil. ¡Viva Grau! ¡Arriba Abancay! ¡Viva Apurímac!, se escuchó en los videos difundidos en las redes sociales.
La participación del colegio obedece a una invitación hecha por el ministerio de Educación, el pasado 19 de julio, mediante oficio enviado al gobernador regional Percy Godoy, en el que señala que “se ha considerado la participación de su región a través de la I.E. Miguel Grau; dada su trayectoria y trascendencia histórica”. 

Al igual que la delegación del Miguel Grau, por Apurímac, desfilaron por primera vez en ese escenario tradicional de Fiestas Patrias, las escoltas de colegios emblemáticos procedentes de Amazonas, Ayacucho, Junín, Puno, Lambayeque, Tumbes, Ucayali, Lima y Callao, así como el colegio mayor Presidente del Perú, de la Red de Colegios de Alto Rendimiento (COAR).
La dinámica gestión del director del colegio permitió que los alumnos hayan aprovechado su breve estancia en Lima, para compartir con familiares, visitar lugares de atracción y asistir a reuniones de interés, como la visita guiada a la sede del Congreso de la República, y compartir un almuerzo ofrecido por amigos de las promociones 1979 y 1980, representados por Rubén Quinto y el comandante PNP Jaime Urtecho, destacado oficial abanquino que lideró en actividad, al reconocido Grupo Terna de la Policía Nacional, en la lucha contra la delincuencia.

Alexander, Carlos, Jean Piero, Gino, Dary y Gabriel, llevarán como un orgullo personal haber representado al centenario y emblemático colegio Miguel Grau, en una cita nacional de enorme trascendencia y serán el espejo para otras generaciones de estudiantes apurimeños, en buscar gestas que eleven la moral y enriquezcan el orgullo de ser apurimeños hijos de nuestra gran Micaela Bastidas.


Fotografías facilitadas por el profesor Henry Rodas Benites, director de la IE Miguel Grau.

miércoles, 24 de julio de 2024

Lambramino "Wakrapuku"

Lambramino “wakrapuku”
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Lambrama en la primera mitad del siglo pasado, tenía una ganadería criolla de primer nivel. Las crianzas que se desarrollaban en los valles interandinos o quebradas eran dignas de admiración. Nada que ver con las actuales especies de vacunos que, en altura, sobre los tres mil o cuatro mil metros, languidecen en una situación de subsistencia, con producción de carne y leche en niveles muy pobres.

Las quebradas y pastizales naturales de los valles del río Lambrama, desde Matará, Suncho, Soqospampa, Huaycaqa, Urpipampa, Sima, Itunez, Weqe, Unca por un frente, y por otro, Taribamba, Allinchuy, Uriapo, Qaraqara, Qahuapata, Uncapata, Motoypata, hasta Yucubamba y Qeuñapunku, donde se instalaban cabañas artesanales o jatus, eran propicias para una crianza limpia, doméstica, vecinal. 
Waqrapuku lambramino (Foto Smith Benites Ferro)

Todas las familias o gran parte de ellas, aún las más pobres, tenían uno o dos ejemplares, con las que garantizaban la provisión de leche para el consumo o para la elaboración del queso, en especial del tradicional e insuperable cachicurpa. Los abanquinos eran privilegiados consumidores de leche, queso y derivados que se producían en las haciendas lambraminas de Matará, de los Samanez y de Soqospampa, de Bernaco Sierra.

En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, la fiebre aftosa causó severos daños en la ganadería lambramina, a punto de casi desaparecerla de las quebradas. Algunas familias, las más pudientes e informadas, lograron acceder a las vacunas que salvaron parte de sus crianzas. Otras se resignaron a ver cómo se les iba sus pocas fuentes de ingreso y alimentación.

Se dice que, en esa época, las vacunas aplicadas para salvar de la fiebre aftosa tuvieron efecto negativo en las vacas, haciendo que estas disminuyan notablemente la producción de leche y carne. Las pocas crías que salvaron de la tragedia endémica tuvieron que ser trasladadas a las punas, donde se desarrolla una ganadería criolla de subsistencia.
Al margen de este paréntesis que marca un antes y un después; para los antiguos lambraminos la crianza de ganado vacuno formaba parte de la agenda comunal de fiestas y celebraciones tradicionales que se repetían año tras año. El aún vigente wakamarkay era una de las actividades más llamativas, alegres, participativas y festivas de Lambrama. 

Los meses de cosecha de maíz en el valle, desde Urpipampa hasta Uriapo, donde se producía diferentes variedades del cereal en chacras pequeñas, atomizadas, convocaba a los pobladores que se concentraban en los predios de Weqe, Taribamba, Huaranpata, Sima, Itunez, Atancama, Unca, Qahuapata donde en corrales preparados para la ocasión, se desarrollaba el wakamarkay o fiesta de la herranza, a ritmo de quenas, lahuitos, tinyas y, los infaltables weqochos, ejecutados por los wakrapukus.
El lambramino, ya sea de la comunidad madre o de los anexos, en especial el de Atancama y Marjuni, era altamente competitivo en la fabricación e interpretación del weqocho, una especie de trompeta en espiral sin orificios ni claves, hecha de trozos de cuerno o wakra de vacuno y sellados al calor que no dejaban escapar aire, adaptado de los instrumentos musicales de cuerno de Europa. La influencia de familias de la provincia de Grau que se asentaron en Lambrama fue un estímulo determinante para esta afición. 

Se dice que, para el lambramino, el weqocho era su elemento indispensable en las fiestas. Se paseaba de chacra en chacra interpretando como solista o en dúo, wakatakis y jarawis, y participando en competencias improvisadas que se repetían durante las reuniones familiares o vecinales. 

“Warmintapis qonqaranmi, mana weqochuta chinkachinampaq” (Hasta a su mujer podía olvidar, pero jamás perder su weqocho), dice el dicho popular. De ahí, de esa aprehensión particular por un instrumento artesanal viene el apelativo que acompaña al poblador de Lambrama de ayer, de hoy y seguramente de mañana: “Lambramino wakrapuku”.
El musico estudioso Dino Pereyra, destaca la capacidad ejecutante del lambramino Santos Aymara y del atancamino Ciro Sarmiento, como los grandes eslabones de una cadena cultural que merece ser continuada a pesar de la necesidad de una destreza mayor. El weqocho lambramino es de dos o tres vueltas, y los de Aymaraes, Andahuaylas y Ayacucho, son de una a dos. Mientras más vueltas tenga el weqocho, más difícil su ejecución, precisa. Se puede conseguir, a pedido, en la cárcel de Abancay, donde aún persiste la afición por la artesanía de cuerno. 
El weqocho, llamado wakrapuku, que se traduciría “soplador de cuerno” como instrumento artesanal, tiene presencia en la sierra peruana con mayor notoriedad en Apurímac, Ayacucho, Huancavelica y Cusco. También en Junín, Pasco, Arequipa, Huánuco y la sierra de Lima. Está ligado a las fiestas de wakamarkay o herranzas y con su gran arraigo popular acompaña fiestas patronales, de siembra y cosecha, fiestas religiosas, carnavales y corridas de toros. Por su presencia y aporte a la cultura popular, ha merecido que fuera declarado en 2013, como Patrimonio Cultural de la Nación.

Fotografías extraídas del Facebook. 

lunes, 15 de julio de 2024

Adiós, Leo Casas

Adiós, Leo Casas
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Ha partido, a los 82 años, Leo Casas - Leonidas Salvador Casas Ballón. De raíz y sangre lambramina, con enorme amor a lo nuestro. Era un hombre culto, bien informado, consecuente con sus ideales. Promotor nato de las tradiciones y costumbres andinas que nos hacen orgullosos, ricos, privilegiados y aunque poco reconocidos o valorados. 

Hijo de la lambramina Augusta Ballón, una dama respetable de la antigua tierra de los waqrapukus, conoció Lambrama, escribió y habló de nuestro pueblo con sensibilidad arguediana. Quechua hablante e integrante de un selecto grupo de intelectuales eruditos en nuestra lengua materna.
Músico, charanguista, cantante, investigador, amigo entrañable de quien sabía conocer su valía personal. Lo conocí en Lima, en el local de CEPES, en Jesús María, donde a través de Tierra Fecunda, un programa radial mañanero, difundía el valor del arte y cultura andina, de los huainos que nos llenan de alegría o embargan de nostalgia y tristeza.

De hecho, su principal flanco de batalla por difundir sus sueños fue la radio. En radio Nacional, tuvo por más de una década la responsabilidad de llevar a los peruanos, arte y cultura, música y cantos de costa, sierra y selva desde el programa Sumaq Takiy. Cuánta historia, cuánto legado quedan en los archivos, como material para estudio de nuevas y futuras generaciones, para que a través de ellas se conozca más al Perú y se quiera más a nuestra tierra.

Leo Casas fue reconocido por el ministerio de Cultura, como Personalidad Meritoria de la Cultura, en mérito a su aporte de la difusión de saberes y tradiciones de la cultura andina.

A raíz de la publicación de mi libro “Lambrama, miradas de nostalgia” tuvimos un par de encuentros epistolares. Leo se interesó por Lambrama y su actualidad, de sus recuerdos de cuando niño. 

Hablamos de visitar juntos la tierra y respirar sus aires, en olor a chicha de jora. De reconocer sus raíces, a sus familiares que aún quedan en nuestro pueblo. De cantar huainos, wakatakis y jarawis en la explanada de la iglesia colonial San Blas, o bajo la sombra de los lambras. De arrear juntos, una cabalgata cultural que rescate nuestras costumbres y tradiciones.

Leo Casas, muy conocedor de la riqueza cultural de nuestra Lambrama me recomendó un artículo suyo “Saqra Tusuy de Lambrama”, cuya lectura permite acercarnos a las intimidades de las fiestas de Corpus Christie y sus legendarios danzaq de los años cincuenta del Siglo pasado.
https://hawansuyo.wordpress.com/2013/11/08/saqra-tusuy-de-lambrama-testimonio-de-leo-casas-ballon/ Buen viaje, Leo. Dejas huella y un largo camino por andar.

lunes, 8 de julio de 2024

Los "Camayoc" de la antigua Lambrama

Los “Camayoc” de la antigua Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Lambrama años sesenta, setenta del siglo pasado. La organización comunal, como en otros pueblos y comarcas de la Sierra, era un distintivo que destacaba y ponía en posición elevada a sus pobladores y autoridades. El respeto entre los propios y ajenos primaba como rictus de especial marca. Cada uno sabía de sus deberes y obligaciones.

Un pueblo predominantemente agrícola y ganadero -ambas actividades de subsistencia- sabía que la propiedad personal o familiar era sagrada, intocable. Del resultado de su trabajo en las chacras y los jatus, dependía en gran medida el sostenimiento de la familia. Había que ser muy celoso de lo que la familia tenía.
Lambrama y el recuerdo de una costumbre que garantizaba los sombríos. 

En ese entender, las autoridades comunales con el Gobernador a la cabeza -que muchas veces excedía su posición personal en abusos contra los lugareños – y el presidente de la Comunidad, en atención a los acuerdos de la Asamblea Comunal, se preocupaban por la buena marcha de las siembras de maíz y cereales en los valles, como en los laymes dedicados al cultivo de tubérculos como papa, oca y ollucos.

La seguridad e integridad de las sementeras diseminadas en las inmediaciones del pueblo, que podrían ser invadidas por vacas, caballos y cabras de crianzas de los propios vecinos, haciendo daño en los cultivos, debían ser custodiadas o vigiladas por los propios lambraminos.

Para ello designaban hombres jóvenes y adultos de reconocida cualidad de respeto, seriedad y transparencia, para que cumplan el delicado papel de Camayoc o vigilante; nominación que los acercaba a los milenarios Camayoc de la época Inca, como los Quipucamayoc (Contadores), Taripacamayoc (Jueces), Hampicamayoc (curanderos), etc.

El animal que era ubicado infraganti haciendo daño en una chacra de maíz, trigo, cebada, papa u otro cultivo, era llevado por el Camayoc hasta el coso municipal, un corralón con puertas y llave que se encontraba en lo que hoy se levanta el complejo del municipio distrital. 

El dueño del animal debía pagar una multa por el valor del daño estimado para liberar al dañino, acatando una tarifa que era determinada por los propios Camayoc y el tasador municipal. Generalmente se acordaba con el propietario afectado para que en la cosecha reciba el justiprecio en el mismo producto. El municipio, la autoridad comunal y el Gobernador, con auxilio de la Guardia Civil, hoy Policía Nacional, se encargaban de hacer los registros correspondientes.

Recuerdo que don Laureano, mi señor padre, tenía una mula de ensillar tremendamente caprichosa y terca, además de fuerte, dócil y servicial, que estando en los botaderos de los pastizales de Uriapo, Cuncahuacho, Tanccama, Taribamba, hasta donde la llevábamos junto a su fiel acompañante, un ichur o burro gris de mediana estatura, se daba la maña de regresar hasta Luntiapo y saltando la verja de paqpas y chilcas, ingresaba a la chacra de la tía Viviana, para comer a su antojo maíz tierno.

La astuta cuadrúpeda después de darse un festín durante la noche regresaba por sus propios pasos hasta los botaderos donde la encontrábamos en la madrugada. El daño estaba hecho y las huellas delataban a Tragaleguas, como se llamaba la mula, por lo que Viviana, llegaba a casa para quejarse con Laureano. En retribución, en la cosecha de la chacra contigua que era de mi padre, la tía Viviana cosechaba los surcos de maíz chulpi acordados.

Cuando algunas veces, la mula caía en el coso municipal, con amigos de la escuela fiscal, le alcanzábamos hojas de cuaderno, chala seca o pasto encontrados en la calle. Tragaleguas, estiraba su largo pescuezo y recibía el fiambre con una mueca que semejaba una sonrisa. Grande, Tragaleguas que acompañó a la familia Gómez por varios años, nos visita en esta nota de recuerdo.

miércoles, 3 de julio de 2024

Tradicional "Challpunqa" para ricos y pobres

Tradicional “challpunqa” para ricos y pobres
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Alguna vez, cuando niño, acompañando a mi señor padre, visitamos en Abancay la vivienda de un paisano lambramino que destacaba por su condición de opulencia económica. Era una casa amplia de material noble, espacios bien distribuidos, con jardín o huerto interior.

En Lambrama, donde la gran mayoría de su población rayaba el umbral de pobreza y pobreza extrema, este paisano, negociante exitoso era, al mismo tiempo, conocido por ser un misti angurriento, ambicioso, tacaño; raro para un pueblo donde la solidaridad era característica natural entre sus gentes.

En una pausa de la charla desarrollada entre los mayores, pedí permiso para ir al baño, que estaba cruzando el patio interior; y, en el laberinto de puertas me topé con la cocina. Una mesa hechiza, grande y empotrada en el centro del ambiente, dominaba el espacio. La cocina o tradicional tullpa, bien diseñada y distribuida, estaba esquinada y cobijaba ollas grandes y medianas de barro enlozado y de fierro.

Leños acumulados casi pegados a la qoncha de adobes y piedra, que disputaban espacios con dos makas grandes de barro, esas que se usan para almacenar chicha de qora; le daban aire lambramino al rincón de cenizas y brasas. Su parecido me trasladó a la gran cocina familiar de Tomacucho.

Sorprendido y admirado descubrí sobre la tullpa una pequeña estaca clavada en la pared de la que colgaba una bola de hueso ahumado amarrada con un cordel tejido con fibra de paqpa; un challpunqa, el hueso manzana de res que se utilizaba en casa de los pobres, como saborizante de caldos y sopas. El challpunqa en casa de un rico, evidenciaba su templanza democrática.

El challpunqa, hueso que destila además de sabores, proteínas, grasas y colágeno, es un acompañante milenario de las cocinas populares, de las mesas de lambraminos con limitaciones económicas. La abuela tenía uno en su pequeña cocina y lo usaba dos a tres veces para “sazonar” caldos de olluco, chochoca o lawas; de cuyos sabores disfrutamos sus nietos.

Un caldo saborizado con challpunqa hermanaba clases sociales ¿Desde cuándo tenían uso corriente entre las familias lambraminas? En casa, fruto del giro de negocio que manejaba don Laureano, mi padre, había en abudancia, carne y huesos. Huachalomos, lenguas, vísceras, ubres, patas, colas de cuyos preparados en sopas, caldos, estofados, bistecs, kankachus, gelatinas, éramos privilegiados frecuentes.

No recuerdo que haya habido challpunqa colgado sobre la pared de la cocina, pero sí el hueso manzana era utilizado para las sopas de almuerzo y cena. Los hermanos competíamos en saborear, el ñuctu o seso de las reses, de la chilina o médula de los huesos largos, que iban de la mano con canchita chulpi. Los cartílagos y nervios blancos, que sobresalían en los platos eran masticados con afán competitivo, como si se tratase de gomas de mascar.
 
¿Cómo es que los antiguos waqrapukus, conocían de las bondades del hueso manzana, o de cualquier otro hueso? No solo era asegurar el sabor de los potajes, sino también proveer a la familia, a los niños, de un insumo rico en contenidos de proteínas, minerales y otras ventajas confirmadas para el desarrollo y crecimiento corporal, para la salud.

El colágeno, que se ha puesto en moda comercial en la actualidad, proviene de estos insumos añejos, como la misma necesidad de alimentarse del humano ¿Será por eso que los antiguos lograron alcanzar un promedio de vida superior a los actuales? En Lambrama se están acabando los longevos, y se van llevándose con ellos una amalgama de secretos, usos y costumbres como el tradicional challpunqa que está siendo dominado por el facilismo de saborizantes artificiales. 
"Si tu marido es celoso, dale un pedazo de hueso; mientras vaya cascando, vamos cholita conmigo"
Y tú, ¿recuerdas algún caldo “endulzado” con el challpunqa?

Imágenes extraídas de Internet.