martes, 18 de junio de 2024

Buscando el "tapado" de los sueños

Buscando el “tapado” de los sueños
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Faltan veinte minutos para las once de la noche, hora en que las diestras manos del tío Mario Gamarra, bajarán el interruptor que carga energía desde Plantawasi, iluminando calles y casas del pueblo. El viento serrano, frío y constante, silba con fuerza sacudiendo las ramas del viejo layan que custodia el gran patio de la casa de Tomacucho. 
Al costado, dentro de la huerta familiar, eucaliptos y nogales participan del baile impulsado por la naturaleza, en un vaivén rítmico interminable de sus frondosas copas. El cielo encrespado amenaza con soltar sus lágrimas, convertidas en chaparrón de lluvia, mientras la correntada cristalina de las aguas del río Lambrama, entona huainos y jarawis, con fondo del “tarán tarán” de las piedras y rocas que son arrastradas desde siempre. Al frente, desde su majestuosidad, el Apu Chipito, enchalinado con nubes oscuras, vigila a su pueblo.
Ukuiri, roquedal milenario en Lambrama que esconde tapados.

En el Llantawasi, cuarto grande que guarda los leños de la vida y custodia gallinas y patos enjaulados, las ponedoras cacarean alborotadas advirtiendo que en breve les cubrirá la oscuridad.
Entre tanto, aprovechando la visibilidad que les permite los focos amarillentos de la Despensa, habitación grande donde se guardan herramientas y cahuitos de papa, maíz y cereales, los hermanitos Alfredo, Rafael y Efraín, con ayuda de Agapito ultiman, en secreto, detalles para una aventura que los convertirá en “millonarios”.
Dos picos, una pala, y una barreta, porsiacaso, están a la mano, al igual que una alforja con velas, incienso, hojas de coca, cañazo y cigarrillos Inca. Un chakuallqo, desarraigado de sus propietarios, vecinos de Chacapata, se solaza comiendo pedazos de pan, sin imaginar lo que se viene, lo que se le viene.
Rafael, de doce años, es el más entusiasta. Asegura haber visto, noches atrás, una flama ardiente en un lugar específico del camino cerca al roquedal de Ukuiri, en donde dejó un par de piedras, como señal que permitirá llegar sin tropiezos a la carga de oro y plata, que arde de color rojiamarillo, en las noches de luna llena.
Casa de Los Altos, en Tomacucho 

La jornada nocturna de los hermanos está programada a buscar un gran tapado, esa alegoría a la riqueza que los paisanos sueñan encontrar para cambiar el nivel de sus vidas, para volverse millonarios, “como muchos del pueblo ya lo han hecho”.
Enfundados en ponchos nogal de vistoso tejido, los hermanos salen de la casa de Tomacucho en silencio, evitando pisar guijarros o piedras pequeñas que los delataría ante su padre, don Laureano, que ya duerme en su cuarto de los Altos.
Agapito, joven servicial y amical con los menores, también contagiado por el entusiasmo de los “futuros millonarios”, carga los picos y se pone la alforja sobre los hombros. Se dirigen río abajo por un camino de herradura que les evitará cruzar las calles y la plaza del pueblo, que aún se ilumina con las últimas luces de Plantawasi.
En menos de quince minutos ya están sobre la vera del camino cerca de Ukuiri, que esconde la riqueza milenaria, enterrada por los gentiles, por los Incas, hace muchísimos años, en cofres de barro, también milenarios.
En silencio, conversando con miradas y señas, alumbrados por una pequeña linterna de luz blanquecina, buscan las piedras y apenas las encuentran, activan picos y pala, horadando la base de una enorme piedra que esconde el oro y la plata de los sueños. Antes, Agapito ensaya, ceremonioso, algunos rezos en quechua y encendiendo las velas quema el incienso y hojas de coca, y lanza una bocanada de cañazo sobre las piedras, como ofrenda o pago a la tierra.
Los pikis, se envalentonan y para darse fuerza y valor, engullen de un trago, sorbos de cañazo curado, extraído de las reservas de Laureano. Los cigarrillos se encienden, pero son arrojados a la primera pitada, ganados por una tos seca que amenaza con asfixiarlos.
El hueco ya supera el medio metro de profundidad y es hora de entregar un cuerpo vivo a la Pachamama que custodia el oro de los sueños. El chakuallqo, es enterrado vivo y tapiado con piedras y tierra. Curiosamente ni un solo ladrido, pareciera que sabe no tener alternativa.
Los picos van y vienen sobre la tierra. El hoyo sigue creciendo. No hay llamaradas, no hay visos de la riqueza. No hay vasijas. No hay oro ni plata. Solo sudor y ansiedad en los menores. El tapado soñado sigue siendo un sueño. Derrotados en sus afanes de riqueza, se rinden luego de casi dos horas y regresan al pueblo, sin pena ni gloria. Se animan con ir otra noche a Qaraqara, a Utawi, donde hay restos preincas y “seguro habrá tapados”.
Llegan a casa y cada uno a su cama, siempre en silencio. Derrotados, pero extasiados por la aventura, proyectan averiguar cuál es el mecanismo que permita llegar hasta un tapado. Un tapado de riquezas que los convertirá en millonarios. 
En la mañana, sorprendidos se cruzan con el chakuallqo, en la misma puerta de la Despensa. Había escapado sano y salvo del hueco donde fue enterrado. Siempre leal, el perrito miró a sus verdugos sacudiendo la cola, en señal de amistad perruna.

lunes, 10 de junio de 2024

Hablando sobre nuestra Micaela

Hablando sobre nuestra Micaela
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Una conversa amena, aderezada por un decantador con vino tinto que acompañó un sabroso tallarín abanquino con albóndigas, sazonado con cachicurpa rallado, nos atrapó por más de tres horas, el jueves pasado. En esa reunión nos conocimos personalmente, con Luis Echegaray Vivanco, agotando una etapa de saludos e intercambio de información y opiniones, a través de las redes sociales, el WhatsApp en especial.
El encuentro, con el pretexto del cumpleaños del anfitrión, fue muy amical, abierto y sincero permitiendo conocer en qué anda cada uno de los participantes: Luis Echegaray, César Navío y Efraín Gómez, y Noelia, esposa de Luis. 
Luis Echegaray, Efraín Gómez y César Navío

Abancay y sus riquezas, sus gentes, su historia y las desventuras de sus autoridades; Lambrama y sus costumbres y tradiciones, también sus desventuras, acapararon parte de la jornada hasta que el centro de las idas y vueltas fue dominado por Micaela, nuestra Micaela, de la que los apurimeños, en especial los abanquinos, sentimos orgullo.
Y es que escuchar a Luis Echegaray, el santuyoc, hablando sobre Micaela Bastidas Puyucahua, no solo entusiasma y contagia, sino permite conocer las razones del por qué es, o debe ser, considerada una peruana universal, por encima de las disputas localistas sobre el lugar de su nacimiento, que apurimeños y cusqueños se arrogan.

Luis Echegaray, quizás el abanquino o peruano más informado sobre nuestra heroína, es enfático en afirmar el origen abanquino, nacida en Tamburco, de nuestra Micaela. Por eso, por el entusiasmo que le pone al hablar sobre la tamburquina, es tarea de todo peruano, en particular de todo apurimeño, entender sus propuestas, rebuscar sus escritos y leer su libro “Micaela” (Julio, 2019). Así conoceremos a Micaela.
Entusiasta como en sus textos que solemos leer en las redes, plantea trabajar desde un Patronato, la valoración histórica de la esposa de Túpac Amaru II. Reconocerla como estratega y lideresa de la gesta independentista, culta y decidida, en todas sus responsabilidades.
Un gran parque en la ciudad capital donde se erija su busto y una leyenda que pondere su peso histórico, podría ser un homenaje popular, para que los peruanos entendamos su valía. En Buenos Aires, Argentina, se encuentra el Parque Micaela Bastidas, en una extensión de 7 hectáreas, y es un centro de atracción turística y ambiental de primer nivel. 
Una Ley que eleve la personalidad de Micaela, a nivel de Primera Generala del Ejército Peruano, en reconocimiento precisamente a su rol de estratega en la gesta tupacamarista, sería la merecida distinción institucional a una mujer de la que se habla mucho, pero de la que se dice muy poco.
Hay un compromiso inicial para sumar fuerza, tiempo y dedicación a fin de convertir en realidad los sueños sobre Micaela. Esperamos que la propuesta se formalice y sea asumida como tarea de todos.

martes, 4 de junio de 2024

Las viejas Queuñas que tocan el cielo

Las viejas Queuñas que tocan el cielo

Escribe, Efraín Gómez Pereira

Un paseo por las alturas cercanas a Lambrama, camino a nuestra legendaria laguna de Taccata, permite solazarse con la riqueza natural que ofrece el bosque de Queuñas de Queuñapunku. Se podría decir que es el último bastión forestal del pueblo, de una especie considerada gran aliada para afrontar el cambio climático.
Árboles viejos, atrapados entre enormes rocas, musgos, tankar, marjus, keras, chuillur también añejos, que se dan las manos, en abrazo eterno, sabe Dios desde cuando, tocando el cielo de nubes y lluvias; perviven ante la atenta mirada de los comuneros lambraminos, que han sabido dominar sus apetitos depredadores para cuidarlas y protegerlas de la misma sinrazón humana.
Mirar y tocar o treparse sobre un tronco escamado color canela, de una vieja Queuña, sino te lleva al paraíso, te llena de energía y calor que difícilmente se puede explicar. Sus hojas pequeñitas, brillosas y sedosas, frías hasta heladas, a pesar del calor serrano, son caricias al pasado, frescura al presente y esperanza al mañana.
Frotar entre los dedos sus hojas sueltas, dejan un aroma amargor que se impregna en los sentidos, en la mirada y las caricias, que durarán y acompañarán todo el día. El olor de la vieja y añorada Queuña, se sube a tus alas y vuela contigo, en la caminata sobre pastos, pajonales y waraccos, que le dan un cariz especial a esta parte de nuestra bella y querida tierra.

Los charcos superpuestos sobre la grama que rodea la arboleda, las caídas de agua y los chorrillos puros que se escapan de las entrañas de los cerros cercanos, de entre las rocas, de los ojos de agua naturales, que sumando crecidas forman el río Lambrama, son aliados vitalicios del crecimiento, desarrollo y permanencia de estas viejas especies que tienen valor humano, valor natural, riqueza poco aprovechada.
Los vientos que silban entre sus ramas, hacen que las hojas caigan y formen capas orgánicas de alimento natural para el propio árbol. Allí mismo, sobre esa riqueza convertida en guano, crecen especies forestales únicas y que en alianza con las sombras y frescor de la Queuña, prodigan helechos, machamachas, jisas, tikas, huaytas y, sobre todo, limanchus que endulzan lawas y picantes de pobres y ricos que los disfrutan sin disputarse nada.
Este viejo bosque también guarece, bajo sus sombras y sobre las copas de sus frondosidades, especies raras de fauna silvestre como yutus, jakaqllos, siwar qentes, así como escurridizos gatos monteses, zorros, pumas y apetitosas vizcachas.
En sus rededores pastan vacas criollas, caballos y ovejas de los lambraminos que levantan sus jatus en las inmediaciones, haciendo uso racional de sus troncos y ramas para armar cumbreras y techar las chozas que les permiten afrontar los fríos gélidos de la zona, en ambientes amigables.
Caminando entre las rocas y los bosques de Queuña, se puede hacer una cosecha generosa de las aromáticas y medicinales hojas de muña de altura y de la rebuscada salvia, que se entregan con una amabilidad bondadosa.
Ir de paseo a Taccata, nuestra laguna de mil historias y muchas leyendas, pasando por Queuñapunku nos permite recrear el pasado y mirar el futuro con esperanza, pues en sus laderas se pueden observar plantones de esta especie de suma importancia que forman parte de los programas regionales y municipales de forestación y reforestación. Es decir, si todo enmarca con los cuidados necesarios, nuestro viejo bosque de Queuña, podría convertirse en el espejo de la reciprocidad humana a una belleza natural que todos estamos obligados a cuidar y querer.