martes, 16 de enero de 2024

"Waca Markay", fiesta lambramina

“Waka Markay”, fiesta lambramina
Escribe, Efraín Gómez Pereira

El verdor del prado de Lambrama, en los meses de abril, mayo y junio es único. Pasto fresco y abundante, forestas renovadas, chala por doquier, se convierten en elemento básico para una actividad que los lambraminos desarrollan desde siempre, con religiosa puntualidad y disciplina campesina. 
Los maizales del pequeño y acogedor valle, que dibujan sombras y claroscuros, pinceladas por el viento y las nubes, desde Itunez, en la parte baja, hasta Uriapo, en el desvío norteño; han llenado los cahuitos y markas de los waqrapukos, con mazorcas de color diamante, oro, plata y arcoiris, con el brillo que el taita Inti prodiga desde los miradores de Chipito, Kaukara, Chaknaya y Llakisway. 
Lambrama, pueblo que custodia variedades especiales de maiz.

Hay maíz para todos, para todo el año, inclusive para usarlo como medio de pago en los tradicionales y memorables trueques. Maíz por charki, maíz por lana, maíz por frutas. La cosecha ha hermanado diferentes variedades del grano que se produce en los predios casi atomizados desde tiempos ancestrales: Paraccay, chullpi, kulli, okesara, qellosara, surfu, ccasayhuasa, amahuaccaychu, luntuya, michikiru, yana y otras que deben superar la treintena de especies en el valle y sus anexos, forman parte de la diversidad en riqueza natural que conservan los lambraminos.
Pueblo maicero y arraigado a la tradición del waca markay. 

Estos prados que encierran historias transmitidas de generación en generación, a través de cantos, jarawis, huancas, carnavales y wacatakis, son escenario de una tradición campesina que se vive también en muchos lares de nuestra serranía. El waka markay o la señalización de los becerros de las crianzas familiares, a fin de identificarlos con el sello particular de cada uno de sus propietarios. 
Si bien la costumbre mayor es que el waka markay se realice en los mismos campos de crianza; es decir, en las cabañas de las punas; los lambraminos aprovechan la conjunción de sus animales en la quebrada, para dar curso al marcakuy.
Los hatos de ganado vacuno criollo, que se crían en las altas punas, custodiados desde los tradicionales jatus, viviendas hechizas en cono, con techo de paja que soportan fríos gélidos, con un microclima interior que el campesino ha generado para su propio bienestar; son trasladados en caravanas intermitentes hasta el acogedor y prodigioso valle, en una travesía que se sucede una vez al año. 
Yanas, misitus, barrojos, alccas, moros, callejones, occes, soccos. Toros, toretes, vacas, vaquillonas, becerros y machorras, copan los pastizales a su libre albedrío. Las chacras separadas por pircas de piedra sobre piedra, se democratizan y acogen a los animales de las punas que en dos o tres meses habrán gozado del pasto variado, que supera en cantidad y calidad a las gramas e ichu, al que están acostumbrados durante todo el año. 
Las chacras del valle se pintan de colores. En los bordes o al medio de la chacra, los lambraminos acostumbran levantar plataformas elevadas con listones de eucalipto, lambras y otras especies arbóreas, a los que denominan “chakllas”, donde acumulan chala fresca en abundancia, a la que se le dará uso, solo cuando los pastizales del campo se agoten.
Las familias también gozan de leche fresca, quesillo y cachicurpas, que se aprovechan durante esta época de fiesta. Hay quienes levantan chozas en sus mismas chacras, desde donde vigilan no solo la cosecha de maíz, sino la integridad de sus animales. 
Al final de la cosecha, como despidiendo a los animales, los lambraminos juntan sus vacas en los corrales improvisados entre las chacras. Familiares, compadres, ahijados y vecinos se dan cita al llamado del dueño de los animales que serán “marcados”.
Los hombres más decididos y los más jóvenes, se lanzan de voluntarios para acorralar los vacunos; mientras los más veteranos, entre los que destaca un aprendiz de sacerdote nativo, ensaya rezos y juramentos implorando la buena voluntad de los Apus, a punta de sahumerios de incienso y palo santo, sobre un kallmi o pedazo de teja. Todos tienen una bola en la boca, señal del chacchado milenario de la hoja de coca, que nunca falta en ocasiones como esta.
En un lugar estratégico fuera del alcance de los curiosos y warmas, se levanta un caldero artesanal avivado con troncos secos de unca y tasta, donde se calentará hasta el rojo vivo, el fierro candente que lleva las iniciales del nombre y apellido del marcakuska.
Un lazo diestramente lanzado por un experto, atrapa de los cachos al primer becerro que es inmediatamente sometido por la fuerza de tres o cuatro maktas, que lo tumban. El dueño del animal hace la primera marcación, presionando el fierro candente sobre el anca del becerro. Un relámpago causado por el humo y pellejo chamuscado, sacude al animal, mientras el dueño y el compadre brindan con cañazo y chicha de jora, haciendo la tinka en honor a Apu Chipito.
El hijo mayor o el ahijado más cercano al propietario es colocado sobre la panza de una vaca preñada recién marcada, donde es zarandeado con fuerza y recibe latigazos con un lazo o “Sanmartín” de tres puntas, señal que el castigado será dueño del becerro que viene en camino. Es una norma no escrita pero que se cumple a pie juntillas, en respeto a la palabra dada en una ocasión muy especial.
Los animales “marcados” por el fierro también reciben señales en los cachos y aretes de cintas de colores cosidos en las orejas, con un yauri de metal que está al alcance. Las heridas causadas por la “marca” son aliviadas por espolvoreadas de harina de maíz cancha y toques de kreso.
La fiesta del waka markay prosigue con la tinka, rindiendo culto a las orejas y rabos cortados, lazos, marcas, tijeras y cuchillos utilizados en la jornada. Se toma abundante chicha de jora en keros de madera, y cañazo curado en copitas hechas con los cachos de un toro; y se comparte el pito, que es un amasijo de maíz chullpi tostado y mezclado con chicha de jora y un toque de cañazo.
El convite es de abundancia. Picante con varios potajes pasan de mano en mano en platillos hechizos de madera o puqus. La fiesta es de alegría y la alegría es fiesta lambramina.
Al final de la jornada los vacunos son liberados en fragor de fiesta y música campesina, música lambramina. “Wacallay waca… torollay toro…” cantan las mamachas en el coro del huanca y wacataki tradicional, arremolinadas en medio del coso improvisado y cubriéndose la boca con una mano. 
Mantones pallay de colores chillones y sombreros adornados con flores nativas de estación, pintan al grupo de lambraminas, mientras muy cerca, dos o tres quenas o lahuitos, elevan la música campesina a los cielos, al son de una tinya típica que no deja de sonar. Tar, tar, tar, tar…