jueves, 26 de septiembre de 2024

"Taca, taca, taca" lambramino

“Taca, taca, taca” lambramino
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Luego del desayuno familiar, pasadas las ocho de la mañana, cuando el sol serrano reverbera sobre el pequeño valle andino, quemando con calor tibio las curtidas espaldas de los tres trabajadores que aporcan maíz que empieza a crecer en los interiores de la huerta casera, doña Julia, la encargada de los quehaceres de la cocina en la residencia de Tomacucho, sale al patio con una canasta tejida con listones de carrizo, llena de maíz desgranado.

Se sube sobre una piedra ubicada en el medio del patio que separa la casa de la huerta, y haciendo una corneta con las dos manos sobre la boca grita de manera determinante y repetida con voz aguda, casi chillona: “Taca, taca, taca, taca...”, mientras en el interior de la gran cocina, que humea con leños secos de unca y queuña, Dora, mi señora madre, se esmera en anudar las últimas pancas que cubren unas deliciosas humitas.
Tomacucho y el recuerdo de las gallinas. 

De pronto, en respuesta natural al llamado de Julia dos, tres, cuatro, más de una docena de gallinas, gallos y chiuchis de todos los colores y tamaños, al igual que una pequeña bandada de patos blancos y negros, se arremolinan a su alrededor, cacareando sin parar en un ritmo bullanguero que opaca los tonos musicales que emanan de una enorme radio Nordmende ubicada en los Altos e, inclusive, silencia el pausado rumor que brota de los caudales del río Lambrama, que atraviesa el pueblo a escasos metros de la residencia.

Las aves salen de la misma huerta, de bajo las sombras de lambras, eucaliptos, nogales y layanes que rodean las cercanías, de la inmensa chacra vecina de doña Casiana, de los recovecos que esconden el estrecho camino que acerca la residencia a la casa de doña Casimira, ya casi llegando a Yarqapata, donde permanecen diseminadas, en una rutina que se repite todos los días.

El “taca taca taca”, es la clarinada, el toque de diana para llamar a las proveedoras de huevos y carne para caldos, guisos y estofados. Al escuchar el llamado de Julia, las gallinas dejan por un breve tiempo, sus afanes de empiojarse en las sombras, rebuscar grillos y lombrices entre las charamuscas, de perseguirse entre ellas, cacareando.

Puñado tras puñado, Julia lanza el maíz en varias direcciones, esparciéndolo al boleo y las plumíferas corren tras los granos en una alocada competencia por picotear lo más rápido posible el alimento de la mañana. Algunas se picotean entre ellas. Otras se pegan a los patos que, de alguna manera, generan respeto entre las picudas. 

Al costado, en un silencio ceremonioso, cinco ponedoras están empollando una docena de huevos cada una en el Huallpawasi, que es una habitación habilitada como galpón, con salida directa a la huerta. Estas tienen atención privilegiada, pues Julia ya les llevó, en platillos de madera, cebada y maíz desgranado antes de hacerlo con la bandada que alborota el patio. Las ponedoras también tienen la ventaja de consumir restos de cocina, que son muy apreciados por ellas.
El lenguaje entre Julia y las aves de corral no es exclusividad de Tomacucho; es de uso común y cotidiano en todas las familias lambraminas que, entre sus riquezas o pobrezas, tienen a mano una o más gallinas que las acompañan desde siempre y para siempre, surtiéndoles de huevos diarios y de carne para ocasiones muy especiales.

Es una costumbre arraigada que enriquece la cultura comunal y para los locales no es algo que llame la atención. Cada familia tiene una reserva de maíz, cebada o trigo destinado al alimento de las aves, y se convierten en elemento vital para el crecimiento y desarrollo de las aves. Entre los waqrapukus hay mucho respeto por las plumíferas, a las que los menores hijos tienen el encargo obligatorio de atenderlos a diario, no solo alimentándolas con granos y restos de cocina, sino con la custodia y seguridad hasta terminar el día.

Las gallinas se ubican preferentemente encima de las rumas de leña que se guardan en los patios interiores, o en habitaciones rústicas que las guarecen de los halcones y ancas en el día y de las qarachupas en las noches. Los gallos son los naturales despertadores de la familia pues, antes del alba, se encargan de avivar la dinámica vecinal con sus cantos, los inconfundibles huallpawaqay. Son parte importante de la familia y por ello mismo muy apreciados.

Cuando una familia lambramina por necesidad y costumbre tenía que trasladarse hacia las punas, a los jatus en las cercanías y lejanías del pueblo, y sin la certeza de con quién dejar sus crianzas menores, se llevaban a las gallinas con ella y convivían en las alturas, donde se hacen más recias, pues tienen que vérselas con unchuchucas, águilas y zorros huallpasuas.

Recuerdo en algún momento de mi niñez a Dora y Laureano preocupados porque una rara infección estaba afectando la población de aves en el pueblo. Una gripe inusual, un moquillo, a la que nadie sabía cómo enfrentar, se había apoderado de vastos sectores del valle, causando temor entre los pobladores.

Laureano, muy activo para estos menesteres y con el recuerdo de su paso por el Ejército, coordinó con un veterinario en Abancay y antes de sacrificar a sus gallinas que ya mostraban signos del moquillo, dispuso la limpieza detallada del huallpawasi, de todos los rincones donde deambulaban las aves, y modificó la dieta diaria de las aves, con cortes de cebolla y ajo machacado, además de colgarles un limón en el cuello de cada ejemplar.

La práctica fue trasladada a todos quienes criaban aves en sus viviendas y la crisis fue superada. En varias residencias se dice que se celebró el hecho con suculentos caldos de gallina y estofados de gallo. Las salvadas salvando a sus salvadores, sólo en Lambrama de mis recuerdos y añoranzas.

lunes, 9 de septiembre de 2024

María y Margarita, niñas emprendedoras

María y Margarita, niñas emprendedoras
Escribe, Efraín Gómez Pereira

En el área rural del Perú, según la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) realizada por el Instituto Nacional de Estadística e Informática, al IV trimestre del año 2023, la población adolescente de 14 a 17 años que estudia y trabaja llegó a 30.3%, mientras que en la zona urbana esta cifra fue de 7,2%. Datos que corresponden a hogares en pobreza y que pintan una realidad que requiere atención. 

Los menores, además de asistir a clases, dedican parte de su tiempo en ayudar a sus padres o familiares en un negocio, labores domésticas, ventas callejeras, pastoreo o actividades en las chacras. También lavando carros, lustrando calzados y otras. Tareas que no tienen compensación económica. Son para “ayudar en casa”.

En nuestros pueblos andinos, caso específico en Lambrama, hemos visto desde siempre que la transformación del niño en adolescente va de la mano con la “responsabilidad” del menor, en ser parte de la fuerza laboral de la familia. Es una necesidad natural “obligada” por la propia realidad del hogar, generalmente en pobreza o pobreza extrema.
Emprendedoras lambraminas, estudian y trabajan.

 Isabel Ccanri Castro y Flor Margarita Huallpa Chipana, son escolares lambraminas de 12 años, que forman parte de estas estadísticas y que llaman la atención, porque han dado un paso atrevido al apostar por un emprendimiento en sociedad, en un pueblo donde el mercado de consumidores es relativamente bajo.

Amigas de colegio y vecinas del barrio Libertadores, estas niñas emprendedoras, empezaron su “experiencia empresarial” ofreciendo mazamorra y gelatina en bolsitas o vasos descartables a los transeúntes, pasajeros en ruta, y a sus propios compañeros de colegio.
 
Como las otras niñas y niños de la escuela y colegio, María y Margarita también son parte laboral de las actividades productivas de sus padres en las crianzas familiares, en las chacras de maíz, en los laimes donde se desviven por pasar los vasos de chicha entre los jornaleros; claro, además de jalar las champas de grama en los choqe tikray de papa o tirar las semillas en las siembras.

Una mañana se toparon con el rostro de la solidaridad, cuando ofrecieron una bolsita con gelatina a don Amadeo Vera Milla, exitoso empresario lambramino radicado en Cusco y que se encontraba de visita en su tierra natal. Mirando en retrospectiva su infancia en Qotomayo, con el recuerdo de altas y bajas, penurias y alegrías, Amadeo vio en el rostro de las niñas su propio pasado, con sus ansias de ayudar a sus padres y abuelos.

Sin pensarlo dos veces ofreció ayudarlas a cambio de una promesa: “No deben dejar el estudio y obtener buenos promedios”. Las niñas se miraron sonrojadas y asintieron con seguridad. “Sí padrino, gracias” expresaron en coro. La perspectiva del apoyo es de cinco años, hasta que las socias culminen la secundaria –en la actualidad están en primero de media- y se conviertan en prospectos de estudiantes universitarias y tengan en el negocio propio una visión de ingreso alternativo.

María y Margarita, ya recibieron los elementos necesarios para impulsar su negocio, ya no solo de gelatinas y mazamorras, sino de implementar un cafetín en un local alquilado en la misma plaza del pueblo. Cocinas, teteras, termos, tazas, jarras, vasos, cochecito, mesas donados por Amadeo. “Atenderemos en las mañanas, pues en las tardes estudiamos”, señala María con firmeza y segura que les irá bien.
 
Ángel y Paulina, padres de María Isabel; y, Vicente y Doris, de Flor Margarita, confían en sus menores hijas y les han dado todo el respaldo y confianza. Amadeo, que las visitará eventualmente, es un convencido que cualquier apoyo, por poco que sea, es un motor que impulsa iniciativas y sueños.

María y Margarita viven una realidad, viven un sueño y, en su aún niñez, asumen una responsabilidad que esperan sea contagiosa y motivadora para su generación. “Estudiar es un privilegio y trabajar para ayudar a la familia, un premio” afirma María Isabel, quien se ve de aquí a un lustro, paseando por aulas universitarias haciendo su propia carrera, logrando una profesión y, sobre todo, ayudando a otros, como lo hacen con ella.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

"Fabricarumi" piedra ceremonial lambramina

“Fabricarumi” piedra ceremonial lambramina
Escribe, Efraín Gómez Pereira
 
Cuatro de la madrugada. El alba ilumina con timidez el hermoso y estrecho valle de Lambrama que se muestra matizado de colores. Los maizales verdes ondean con el viento y compiten en prestancia con el brillo de los eucaliptos, tastas, layanes y lambras que ocultan con sus ramas, una variedad de flores nativas. El rocío de la mañana, la fresca shulla, dibuja diamantes de colores brillosos sobre hojas y ramas de la vegetación.
 
Los bordes de los caminos que llevan hacia el panteón, sea por Chucchumpi, Yarqapata o la plaza de Armas, han sido liberados de malezas y jisas que afeaban la vista y eran cobijo de juchis y cabras escaperas. Un concierto variopinto de trinos ejecutado por tuyas, piscalas, pichinkos, cheqollos y chihuacos alegra el amanecer lambramino.
 
El tío Goyo, joven y atlético, de estatura que sobresalía del promedio de los lambraminos se alista, como todos los waqrapukus, para ir al cementerio en busca de algún vecino que lo rete a “quién es el más fuerte”. A su habitual vestimenta de diario, le agrega un cincho de colores, un chumpi tejido de lana de oveja, que ajusta a su cintura.  
Lambraminos y atancaminos en fraternal competencia. (Imágenes captadas de Internet)

Después de asearse con agua naturalmente tibia que cae de una pequeña faccha ubicada en un rincón del patio casero, sacia su apetito con dos tazones de ulpada de habas y trigo, cancha y queso fresco. Mira al frente, hacia arriba y con piadoso respeto se persigna enceguecido por el brillo de las laderas del Apu Chipito. Murmura algunas palabras, evocando el recuerdo de sus padres, a quienes visitará en el panteón, levantado por sobre la plaza, que se yergue como un mirador natural. “Apu Chipi, apu Kaukara, apu Kullunhuani, allinta apahuay”

Los lambraminos han estado preparándose para el día central de las celebraciones de Todos los Santos, especial ocasión signada en el calendario comunal para visitar a quienes adelantaron el viaje. La fiesta es pueblerina. Todos celebran. Todos festejan y comparten sus alegrías y recuerdos. Las wawatantas con rostro de mujer para las niñas y con la imagen de la cabeza de un caballo para los niños son la atracción infantil. Las ollas calientes con sopa de paico se destapan y dejan escapar aromas sin par; los ponches de haba, los cuartillos de cañazo y algunas makas con chicha de jora aparecen y los keros desfilan de mano en mano.

Pasado el mediodía, Tomás Sancho, el “turco”, sazonado por el fuerte cañazo curado con hojas de sotoma, salvia y cáscara de naranja, levanta de un solo envión la piedra liza que descansa sobre la cabecera de un reciente nicho empotrado casi en el medio del panteón. Se trata de la tradicional “fabricarumi” una piedra de 53 kilos de forma caprichosa que se hace resbaladiza y difícil de atenazar y que simboliza una tradición lambramina que nadie sabe desde dónde y desde cuándo está ahí, formando parte de la riqueza cultural del pueblo.

Antaño eran dos piedras, de 53 y 72 kilos, y permanecían en los interiores de la iglesia San Blas, desde donde eran llevadas en huantuna, cada una por cuatro hombres, hasta el cementerio, en un paseo ceremonial que asemejaba una procesión cristiana; con rezos, cánticos, velas y desfile de banderas negras. De niño vi solo una piedra, la que hoy permanece en el cementerio. Se dice que la más grande estaría en una vieja casona ubicada en la plaza. 

Volviendo a Tomás, luego de arrojar la piedra desde sus hombros, lanza un grito retador: “Maipin qarikuna, caraju” (Dónde hay un hombre). Para hacer lo mismo con la piedra, que en ese día de fiesta se dice dobla su peso. Las miradas entre los cercanos se hacen esquivas. Nadie quiere asumir el reto y evitar hacer un papelón. 

El atancamino Laurencio, espigado y de largos brazos, también sazonado, se lanza al ruedo. Mira la piedra desde varios ángulos y con serenidad campesina alza la “fabricarumi” en dos tiempos y cargado sobre sus hombros rodea el perímetro del cementerio a trote ganándose la admiración de propios y extraños. Le llueven halagos, vasos de cerveza y jarrones de chicha que calman su agitado cansancio.

El tío Goyo, observa resoplando el logro del atancamino. Está “picón”. Avanza a trancos hacia la piedra, que descansa tirada, fría y solemne. La mide con la mirada y hace cálculos. Se frota las manos con un escupitajo. La endereza sobre el pasto y con las dos manos encallecidas, la levanta de un tirón hasta la cabeza. La mano derecha agarra con firmeza la roca brillosa y con esta sobre el cuello, corre a saltos por encima de los nichos y en dos minutos recorre la ruta hecha por el atancamino. En lugar de lanzarlo al suelo, se detiene y juguetea con la piedra cual fuera un peluche y le da varias vueltas sobre la cabeza y recién la lanza al pasto. 

Nadie más se atrevió entrar al reto y pasarían muchos años para que esta marca sea igualada o superada. Lambraminos y atancaminos tenían en la “fabricarumi” un pretexto para armar competencias al fragor de los responsos, tragos, ayatakis y sangregorios.
  
Entre los lambraminos que destacaron en hacer de las suyas con la “fabricarumi” recuerdo a Vidal Zanabria, Aquilino Gómez, Luis Gamarra, Alfredo Gómez y los atancaminos Santiago Ccanre, Laurencio Serrano y Mariano Quispe. Alfredo Gómez, cuando tenía 30 años, logró lo que hasta hoy nadie lo ha hecho. Con la piedra sobre los hombros, salió a trote en un ida y vuelta sin parar hasta la plaza de Armas. Quienes lo han intentado han llegado a la plaza, pero sin regreso.

“Fabricarumi”, es un elemento integrador de los lambraminos, que sienten orgullo de tocarla, cargarla y celebrarla porque es quien custodia a las almas lambraminas que reposan en el panteón. Es una piedra que irradia respeto y admiración, como en ningún otro pueblo.