martes, 26 de diciembre de 2023

"Cachicurpa", la delicia lambramina

“Cachicurpa”, la delicia lambramina

Escribe, Efraín Gómez Pereira

El envidiable verdor de las praderas que rodean el estrecho valle de Lambrama, alberga cantidades relativamente importantes de vacas, ovejas y cabras, criadas de manera artesanal, doméstica y que representa la base de una economía familiar básica, incipiente. Las chozas, cabañas o jatus diseminadas en los predios de las cercanías al pueblo, son habitadas por comuneros y campesinos que dedican gran parte de su existencia a la crianza de ganado criollo, crianza de subsistencia, que es alternada con la agricultura familiar, también de subsistencia.

La belleza natural que hace contraste artístico entre las nubes oscuras, vientos silbantes, lluvias de temporada, arcoíris caprichosos, espejos en las rocas de los cerros, cielo azul intenso y sol siempre ardiente y brilloso; es la prodigiosa riqueza de los campesinos que gozan de estos privilegios, y que son la envidia de muchos citadinos.

El campo lambramino ofrece, además, ríos y lagunas, puquiales y facchas o cataratas, que riegan de frescor y vida la crianza y producción de los waqrapukus, con aguas cristalinas que son compartidas por hombres y animales, sin discreción ni miramientos; sin tarifas ni limitaciones. La crianza de truchas es, en la actualidad, una oportunidad valiosa de emprendimientos familiares y comunales. 

Cachicurpa, queso artesanal que se mantiene en el tiempo.

En este ambiente donde la naturaleza se ha detenido para ofrecer belleza y riqueza, abundan flora y fauna que también forman parte de la “propiedad” de los lambraminos, que sin codicia ni ambiciones, comparten los sabores y valores de plantas nativas que nutren de frutos y aromas. Uncas y tastas, lambras y queuñas; sihuares y tayancos; chachacomos y chilkas, regalan leños surtidos que alimentan las brasas de la vida en los jatus y en las qonchas del mismo pueblo. 

Los pajonales eternos, siempre brillantes, sedosos y buscados para ocasiones especiales, son la cuna madre de una vida silvestre variada, respetada, virgen, que merece ser estudiada. Los jakaqllos, yutus, tuyas, piscalas, guayanacos, pichinkos compiten en ofrecer melodías que acompañan la vida rural. Las melodías más dulces que se pueden escuchar desde las madrugadas, salen de sus alborotadas existencias. La convivencia entre humanos, flora y fauna es natural, sin leyes ni ordenanzas. El respeto mutuo es la única y primigenia regla, impuesta sabe Dios desde cuándo. Paymakis, es una muestra de esa convivencia armoniosa, que ofrece vida y producción orgánica en las comunidades lambraminas de Payancca, Marjuni y Kusuará, reconocidas oficialmente como  microcuenca de agrobiodiversidad.

Lambrama, escenario de una riqueza natural que destaca y debe aprovecharse.

Recuerdo, en los años sesenta y setenta del Siglo pasado, todavía un adolescente inquisidor, deambular solitario o acompañado de mis hermanos o patotas de Tomacucho, en las afueras del pueblo buscando cazar tortolitas o cuculíes, con hondas de “jebe con su pampám” y piedras redondas recogidas en los ríos; para saborearlas en ricos, apetecibles e incomparables kankachus. 

En esas andanzas, que no tenían tiempo ni horarios, llegábamos hasta Yucubamba, Buenavista, Motoypata, Qaraqara, Qahuapata, hasta Queuñapunku, donde los jatus humeantes, llenos de vida, regalaban pinturas de arte natural de incalculable valor. Chozas rodeadas de cercos o pircas de piedra, generalmente cerca a un arroyo y de vegetación eterna, nos abrían sus puertas.  El premio mayor era gozar de la bondad de los paisanos o familiares, como la tía Victoria o el tío Goyo, de Chucchumpi, que libre de mezquindades, salían a nuestro encuentro para convidarnos mote con queso o leche fresca recién ordeñada salpicada de cancha de maíz.

En algunas oportunidades, nuestro privilegio tocaba el cielo, porque el mote, papa huaico, o la cancha de chulpi, tenía de acompañante un generoso pedazo de cachicurpa, la delicia láctea lambramina por excelencia.

La cachicurpa, es un queso seco y bien salado, elaborado artesanalmente, en las mismas cabañas altoandinas. No es exclusivo de Lambrama y sus comunidades, pero para mi gusto y paladar es el mejor que jamás haya existido y probado. Se produce en otras comarcas de Abancay y de toda la región. Compite en la preferencia de los comensales de Abancay, con las cachicurpas provenientes de Huancarama (Andahuaylas), Huanipaca (Abancay) y Palpacachi (Grau).

Alguna vez, hemos intentado ordeñar una vaca, imitando la habilidad innata de las pasñas o maktas, en la idea de participar en el proceso de elaboración de este queso lambramino. Para hacer la cachicurpa, se junta la leche en porongos o fuentes limpias, desde la tarde anterior, ordeñando las vacas en el mismo corral. Los lugareños saben que deben dejar una buena parte del producto en las ubres de la vaca para el alimento del becerro, que permanece muy cerca.

La leche acopiada se somete al cuajado, para lo que se utiliza el cuajo animal que fue extraído de una parte del estómago de la vaca, oveja o cabra. “Panza, libro, bonete y cuajar” recordamos en los libros de primaria al estudiar a los rumiantes. El cuajar sometido a salmuera, produce las bacterias necesarias para la coagulación de la leche y cortarla, generando la cuajada.

La cuajada o leche cortada se separa con las manos, estrujándola lentamente hasta lograr el quesillo compacto que se libera del suero, con la ayuda de un mantel o suisuna limpia, utilizada exclusivamente para este fin. El quesillo o cuajada se amolda con la manos, agregando abundante sal, que garantizará un secado compacto, firme y sin cuartearse.




Variedad de queso artesanal donde el cachicurpa y el mote destacan en sabor.

El queso redondo del tamaño del puño de un adulto, es reservado en lugar seguro, fuera del alcance de los niños o animales domésticos. Las viviendas lambraminas tienen colgando de la cumbrera que da a la cocina, al fogón o la tullpa, una parrilla o canastilla hecha de listones finos de murmuskuy o carrizo -le llaman “lamparines”-, donde se colocan los quesos frescos para que en un tiempo determinado alcancen su madurez y ahumado, con sabores que son influenciados por el tipo de leño que calienta la fragua de la cocina. Ese es el cachicurpa, que saborea paladares, genera envidias sanas, y nos traslada a los inolvidables recuerdos de una infancia dulce, inocente y sabia, en una Lambrama que para bien o para mal, ha cambiado, y sigue cambiando, no solo de fisonomía, sino de saberes y costumbres.

En la actualidad el queso cachicurpa se elabora ya en procesos semiindustriales, utilizando cuajos químicos que permiten aligerar los costos, pero que lamentablemente alteran el sabor y valor original del queso artesanal que no conocía de pasteurizaciones ni temía a la lactosa. Aun así, quienes tenemos la dicha o privilegio de acceder a una cachicurpa, de manera eventual, gracias a las encomiendas que nos llegan también esporádicamente, podemos dar fe, con inocultable orgullo lambramino, que no hay mejor queso que nuestro cachicurpa.

lunes, 18 de diciembre de 2023

Virgen de Caype, Patrimonio Nacional

Virgen de Caype, Patrimonio Nacional
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Es oficial. La Festividad de la Santísima Virgen de Caype, es Patrimonio Cultural de la Nación. Si bien la declaratoria fue plasmada en agosto pasado en el diario oficial; hace apenas unos días, el 13 de diciembre, el caypeño Manuel Navío Sánchez, promotor, impulsor y gestor de este reconocimiento oficial, recibió la Resolución Viceministerial 185-2023-VMPCIC/MC, nada más y nada menos que de manos de la presidenta de la República, Dina Boluarte.
La fiesta de la Virgen Santa Isabel de Caype, que es atracción ancestral de nuestro pueblo y que se celebra en el mes de julio, tiene una tradición que se remonta a más de 400 años y está íntimamente ligada a la vigencia y prestigio cultural de la Iglesia colonial de ese centro poblado. 
Manuel Navío Sánchez, recibe resolución oficial de manos de la presidenta de la República, Dina Boluarte.

En sentido, es bueno destacar el tenor de la resolución que dice: “Declarar Patrimonio Cultural de la Nación a la fiesta en homenaje a la Santísima Virgen de Caype, del centro poblado de Santa Isabel de Caype, distrito de Lambrama, provincia de Abancay, departamento de Apurímac, como expresión original y de gran significado, que une una intensa devoción religiosa a la virgen con una serie de rituales y tradiciones propiamente andinos, en las que destaca el pago a la tierra y los Apus y sobre todo la danza de tijeras, que alcanza en esta fiesta una importancia poco usual; erigiéndose, además, en un símbolo de identidad local de Caype y por extensión de la provincia de Abancay”.
Es de entender que el sentir del pueblo que cobija a la Virgen, es de entusiasmo y compromiso que se debe orientar a recuperar, valorar y fortalecer la tradición cultural de Caype, y hacer que el Santuario que alberga a la Mamacha sea cada vez más, un lugar obligado para las visitas de los locales y del turismo regional y nacional.
Es de esperarse que las festividades del próximo año 2024, serán diferentes, pues este reconocimiento hará que los altareros redoblen esfuerzos para convocar feligreses y paisanos radicados en diferentes confines dentro y fuera del país, en la ilusión de asistir a unas celebraciones que llevarán, por primera vez, la marca de “Patrimonio Cultural de la Nación”.
La iglesia Santa Isabel de Caype, recientemente remodelada, será entonces centro de una celebración de especial connotación donde las tradiciones, costumbres y la majestuosidad de nuestras arpas, violines y los famosos Danzantes de Tijeras, renovarán a su vez, su fe inquebrantable en la Mamacha, en la Virgen.
Quienes asistan a estas celebraciones tienen asegurado que serán testigos activos de la misa de bienvenida con matrimonios para toda la vida, la jashua cantarina, la procesión callejera al compás del “Rompecha corralchallay”, las competencias entre danzantes y grupos de músicos locales.
Se vivirá como todos los años el tradicional tapunakuy, la subida a la torre de la Iglesia a través de un lazo colgante, avivados y animados con chicha de jora y cañazo que son infaltables. El Altar brillará de espejos, imágenes santas y la contagiosa alegría de su pueblo.
El compartir del almuerzo comunal con el tradicional caldo de cabeza dará paso al Umatinka, en plena Plaza de Armas, y la despedida de visitantes, artistas y músicos en el incomparable cacharpari, que saldrá entre cantos y danzas hasta las afueras del pueblo, en espera del año siguiente.
Nuestra emoción lambramina por este logro que trasciende generaciones, en el saludo de felicitación al esfuerzo desplegado por don Manuel Navío Sánchez, su familia y un entorno muy cercano y reducido de paisanos que creyeron en su “locura” de buscar la declaratoria, desde el año 2016, empujado por la trascendencia que alcanzó el documental sobre los Danzantes de Tijeras de Apurímac, lanzado al mundo unos cuatro años antes.
Manuel Navío, se emociona al recordar las innumerables peripecias que tuvo que sortear para alcanzar este logro. Pocos creyeron en su osadía, otros le dieron la espalda; pero su decidida terquedad y su amor a la tierra que lo vio nacer y crecer lo impulsaron a no detenerse y mirar hoy, que Caype, Lambrama, Abancay y Apurímac, sienten orgullo compartido de tener entre sus valores, una riqueza cultural, un patrimonio nacional.
Reclama para que, a partir de este valor, el pueblo de Caype y las 19 comunidades de Lambrama trabajen en el calor de la unidad, para recuperar la prestancia de nuestro arte local y proyectarlo hacia al futuro, sobre la base del compromiso y aprendizaje de las nuevas generaciones de caypeños, lambraminos, abanquinos y apurimeños. Las fiestas del próximo año, deben promover la participación exclusiva de los artistas apurimeños -danzantes, violinistas, arpistas y cantantes-, que es la única forma de recuperar la importancia suprema de la riqueza regional que tenemos, sugiere Manuel.
Haber alcanzado la declaratoria de Patrimonio Cultural de a Nación, a una fiesta comunal ancestral, es una cara lección para que muchas autoridades locales que ofrecen el oro y el moro y no hacen nada o poco, se miren en el espejo del hermano de Caype, y sientan que cuando hay voluntad, dedicación y decisión, sí se puede.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Chicha lambramina, de jora o guiñapo

Chicha lambramina, de jora o guiñapo
Escribe, Efraín Gómez Pereira


Las celebraciones familiares, costumbristas o tradicionales que se realizan en Lambrama, en cualquier época del año, bajo cualquier motivo o pretexto, tienen un ingrediente ineludible. Un cumpleaños, bautismo, tapukuy, matrimonio, bienvenida, despedida, sepelio, chakrakuska, siembra, cosecha; cualquier actividad productiva, tiene que estar rociada de su presencia. Es la compañera ideal para todo hecho familiar o comunal.
Hogar pudiente o pobre, casa grande o pequeña, familia numerosa o de a dos, acuden a ella como signo de identidad local, comunal, tradicional, histórica. Y es que su presencia data de épocas añejas, tan añejas como la vida misma de este pueblo austero, esperanzado y de grandes expectativas. 
Su preparación es de una responsabilidad extrema para quien se atreva a enfrentarse a ella. Hombre o mujer, viejo o joven, debe asumir los pasos del proceso de manera disciplinada, responsable, seria: La elaboración de la tradicional “Chicha de Jora o Guiñapo”.
Chicha lambramina, ancestral como el pueblo mismo, que acaba de celebrar 184 años de creación. (Foto Smith Benites Ferro)

Cuando se viene una importante jornada que compromete a la familia hay que tener todo listo de manera anticipada. Peroles, ollas grandes o makas, manos amigas y comprometidas. Abundante leña seca que fue almacenada con meses de anticipación, en los ricos y generosos bosques arbóreos de Tanccama, Llakisway, Unca, Ccaraccara y otros.
Con mucha antelación se debe preparar este insumo básico para la tradicional chicha: la jora o guiñapo, en cantidades necesarias que la ocasión exija.
El maíz amarillo o ñutusara es el ideal para hacer la jora. Las familias lambraminas acopian esta variedad, que es muy escasa y, por lo mismo, muy buscada, y la guardan en mazorcas secas, en las markas o almacenes domésticos, encaramados bajo los techos de teja, calamina a ichu. Todos saben, incluido los menores, que estas reservas de maíz no se tocan, son sagradas.
El maíz seleccionado se remoja por dos o tres noches, en abundante agua, en un perol espacioso. Luego se retira y se cuela en una canasta de carrizo que permita drenar todo el líquido.
El maíz remojado, que ya va presentando un aroma característico de acidez, se distribuye sobre una cama de hojas verdes de chamana, paucar, chilca, lambras, eucalipto, asnakjora y otras. Debe estar bien acomodado y libre de agua y humedad, para evitar que se pudra durante el proceso. El lote de maíz húmedo se cubre con ramas de las mismas especies de la cama. Piedras limpias y planas recogidas en el río aplastan la maraña de ramas, sometiendo a una presión permanente al maíz.
Jora o guiñapo, base para la elaboración de la apetecible chicha.

El cuarto o habitación donde se prepara la jora o guiñapo, es inundado por un olor agrio que brota de la cama de ramas y hierbas. De cuando en cuando, se abre un resquicio en la cama para hacer que el guiñapo “respire”. La humedad y el calor de la mezcla de maíz y ramas expulsa vapores que se impregnan en el ambiente.
Tras dos semanas de “encamada” se retira la cobertura descubriendo que el maíz en su totalidad ha germinado con brotes que se avivan al contacto con las manos. Al probarlo muestra una acidez dulzona que pronostica una buena chicha. 
Las mamachas que dominan este proceso recomiendan que en el transcurso de las dos semanas de entierro, se debe hurgar con detenimiento en diferentes partes de la cama, a fin de airear el producto y evitar que se pudra, lo que sería fatal.
El maíz germinado, ya convertido en jora o guiñapo, que ya tiene un natural valor agregado, es secado al sol por dos semanas, tendido sobre mantas o calamina, cuidando que esté alejado de los animales domésticos. Si un chanchito o “jalajuchi” encuentra el producto será inevitable que este se dé un festín, aguando la fiesta preparada. 
La jora seca y limpia de impurezas o rastros de las hierbas de la cama, se muele sobre un batán estratégicamente ubicado en la cocina. Mientras se muele en pequeñas cantidades de manera homogénea, el fogón de la cocina alimentada con troncos y ramas secas de leña, soporta el peso de un par de ollas grandes, que también pueden ser peroles, que hierven abundante agua y son utilizadas solo para estos menesteres.
Belleza lambramina compartiendo el néctar andino. (Foto Smith Benites Ferro)

Con disciplina campesina la encargada de hervir la jora se mantiene atenta a que este no rebalse, para lo cual va moviendo con suavidad un palo de carrizo que llega hasta la base de la olla, removiendo la jora.
Una vez hervida por dos o tres horas, se retira de la olla para trasladarla a las makas, que son vasijas de barro grandes con boca pequeña. Un colador o suisuna de yute limpio amarrada en la boca del makas, filtra la jora sancochada, convirtiéndola en chicha fresca y tibia, conocida como “upi”. En la suisuna queda la “mashca”, una harina húmeda que endulzada con azúcar o chancaca y se convierte en un apetecible manjar para niños y adultos.
La chicha es cuidadosamente tratada en su proceso de maduración. La vasija es asegurada con una tela limpia que es removida de vez en cuando para liberar los gases generados por la chicha en fermentación. Hay que remover la espuma que se genera en abundancia. Los secretos para lograr una rica chicha, tienen que ver con el uso adecuado y oportuno de un poco de chicha madura o “pocco” que se añade a la chicha en proceso. También se emplea chancaca, cerveza negra, almendras, quinua, cebada, hojas de hinojo, frutos de molle.
La madurez de la chicha se alcanza en dos o tres días y, según los saberes locales, luego de ese plazo, se convierte en un trago espirituoso capaz de emborrachar hasta al mas fiero de los bebedores.
El autor de la nota, saboreando un caporal de chicha, hace muchos años. 

En Lambrama como en todos los pueblos de la sierra y costa norte del país, la chicha de jora o de guiñapo, es parte de la cultura viva, de la tradición ancestral que nos enriquece como nación mestiza, heterogénea. 
Cuando tengas la ocasión de beber un sorbo o un kero o caporal de chicha de jora o guiñapo, en tu casa, donde la vecina, o en una tradicional picantería, recuerda que es parte de nuestra rica historia, de la identidad de nuestros pueblos, y que en su elaboración se predica dedicación, cuidado y secretos que vienen desde tiempos remotos. Salud!!

domingo, 5 de noviembre de 2023

Abanquinos en Lima, entre wawas y Micaela

Abanquinos en Lima, entre wawas y Micaela
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Micaela, nuestra Micaela, nos convoca todos los noviembre para recordarnos que el amor a nuestra tierra es eterno. Por segundo año consecutivo tuve el gran placer de compartir el calor abanquino en Lima, a la sombra y mirada vigilante del monumento a Micaela Bastidas, que se erige en el parque que lleva su nombre, en la urbanización Santa Beatriz, en la ciudad capital.
Invitado por el Club Provincial Abancay, participé, junto a una veintena de paisanos, en el homenaje a nuestra heroína, conmemorando el 149 aniversario de la elevación de Villa a Ciudad de Abancay, la ciudad de la eterna primavera, la ciudad del orgullo perenne. 
Margoth Saavedra, diligente y dinámica presidenta de los asociados en el Club Provincial, se esmeró con los abanquinos que la acompañan en la gestión dirigencial, a convocar, organizar y festejar el aniversario de la santa tierra, con el protocolar reconocimiento a Micaela y con el tradicional bautizo de la wawatanta, que convocó a muchos paisanos, en el local del Club Departamental Apurímac.
En Santa Beatriz, en un mediodía caluroso que nos trasladó a nuestro valle, Paco Sotelo compartió un texto de Hugo Viladegut, en el que se recordó el discurrir histórico de nuestra tierra de quechuas, chankas, aimaras y mestizos, que hacen de la hospitalidad y generosidad; los ejes característicos de un pueblo querendón y orgulloso de su pasado, su presente y sus retos del mañana.

Baltazar Lantarón, ex gobernador de Apurímac, invocó la unidad de los Pikis que residimos en Lima y otras latitudes, con el afán de apoyar y hacer realidad grandes propuestas y proyectos de desarrollo que harán de Abancay, una gran ciudad, más de lo que es en la actualidad. Hacer realidad el corredor cultural Arguedas, es un reto para los abanquinos.
Margoth Saavedra, al rendir homenaje a Micaela, señaló que el reto de las abanquinas es que sean todas, Micaelas multiplicadas con valor, templanza y cariño por nuestra hermosa tierra. Enrique Gutiérrez, hizo el brindis por Micaela, por Abancay, por los abanquinos.
Mi saludo lambramino fue para expresar el orgullo que sentimos por nuestra cuna, por la tierra de los tradicionales taparacos, maicillos, cuyes, cachicurpas, y tallarines de casa.
En el Club Apurímac, los abanquinos convocados pudieron rememorar el tradicional Bautizo de la wawatanta “Munay Tika”, “procreada” por la pareja conformada por Enrique Gutiérrez y Nilda Miranda, y apadrinada por Elías Sosa y Nelly López. El “sacerdote” Eddy Vidal, tuvo una colosal participación que trasladó las sonrisas y aplausos a las calles y viviendas de Abancay de nuestros recuerdos. Y es que recordar es volver a vivir.
De otro lado, el Club Distrital de Abancay, también celebró su bautizo tradicional, que antecedió a un compartir con chicharrones, tallarines y wawas llegadas desde la tierra primaveral. Ambas reuniones permitieron a los abanquinos residentes en Lima, retroceder en el tiempo y zapatear y cantar huainos y carnavales de nuestra tierra.
Los abanquinos organizados en el club provincial o distrital, o alejados de las instituciones, sabemos que la tierra que nos vio nacer es sagrada; hay que recordarla, venerarla, quererla y sentir con ella, por ella, lo que todo ser racional siente: nuestro amor por Abancay eterna.

viernes, 3 de noviembre de 2023

Orgulloso de ser abanquino

Orgulloso de ser abanquino
Escribe, Efraín Gómez Pereira

“Aquisito, nomás” debe ser la expresión netamente abanquina más popular, que ha traspasado fronteras y nadie se beneficia de sus regalías. Era, o sigue siendo, la respuesta natural a una consulta sobre la ubicación o distancia de un determinado lugar, no importa si está cerca o lejos el destino fijado. Esta misma tarde, cuando abordé un taxi en Lima, el conductor correspondió a un servicio de Chorrillos a Jesús María, con un “Ah, aquisito, nomás”. Abancay y su abanquinismo reflejado en el habla común de un limeño.

En Abancay, ciudad de la eterna primavera, que celebra 149 años de creación política o de su elevación de Villa a Ciudad, se habla un español enraizado en el sentir del poblador Piki, que emplea diminutivos y palabras en quechua castellanizadas, que se entienden con suma facilidad.
Bella y acogedora,  Abancay.

En el colegio, en los juegos, en las calles, en el mercado escuchamos con naturalidad expresiones que seguramente en otras latitudes, necesitarían de un traductor. En ese sentido, somos orgullosos de nuestro habla, del habla Piki.

Pero, somos orgullosos de mucho más. Cómo no sentir orgullo si celebramos en democráticas comparsas que no ponen fronteras a la unión barrial, al festejar el carnaval más alegre del Perú. De disfrutar en camaradería o en familia, la natural chicha de jora, la trepadora frutillada, la delicada chicha blanca o el ponche de habas “piteadito” con cañazo, que se convierten en elementos de unión familiar.

Cuántos inflamos el pecho al mencionar la calidad y variedad de nuestros panes, de los taparacos, común, latachuta. De los maicillos que son delicia registrada así estén quebraditos. Nuestras wawatantas, que forman parte de la tradición familiar y de la búsqueda de compadres y bautizos. Abanquina coincidencia que la fiesta de las wawas se enlaza con la fiesta de nuestra ciudad.

Un paseo por los mercados nos permite saborear el tradicional caldo de gallina, con arrocito y chuñito “rico nomasyá”. Buscando y rebuscando podemos gozar del sabor especial de la gelatina de patita, un manjar que es muy codiciado. Si de buscar queso se trata, en el mercado central hay una bien montada batería de queseras, que ofrecen moldes de parias, andinos, wataquesos y las insuperables cachicurpas. En las juguerías es inevitable no pedir la yapita de un surtido o un especial, y celebrar con un “gracias, mamita”, como solo lo hace un orgulloso Piki.

Pasear por las picanterías, hoy restaurantes campestres, nos lleva a disfrutar de la gastronomía popular y tradicional, en la que el plato bandera es el tallarín de casa con estofado de gallina, rocoto relleno y kapchi de chuño. Añañausito como el chicharrón y su zarza de yerbabuena; el cuy relleno y otras delicias que se complementan con el mote de maíz blanco o paraccay. Chicha de jora, uchucuta y queso, fieles acompañantes.

La música abanquina tiene el rasgo particular de ser alegre y bullanguera. La mayor expresión de esta riqueza cultural se vive en los carnavales, en pandillas y comparsas, bajo las yunzas y donde los zapateos característicos levantan polvareda y amenazan con romper pistas. No habrá casa abanquina en la que uno de sus integrantes es oficioso de las guitarras, charangos, mandolinas o quenas. Y todos cantamos, aunque sea desafinados, pero cantamos y somos orgullosos.

Somos orgullosos cuando hablamos del Ampay y sus lagunas de aguas cristalinas, de los bosques naturales de intimpas, nuestro recurso natural protegido. De Saywite y su gran magnitud histórica. Del valle de calor y flores, como la Bella Abanquina y el Amancae; del río Mariño, sus piscinas y pozas en las que aprendimos a chapotear en todos los estilos; de sus siracas, moreras, pisonayes y jacarandás, que dan cobijo a las orquestas de emplumados, tuyas y pichincos, que nos deleitan con sus cánticos mañaneros y de los conciertos con los jesjentos en las tardecitas, despidiendo al radiante sol que quema hasta en las sombras. 

Sentimos orgullo y añoramos repetir los paseos por las zonas turísticas en el entorno de la ciudad, uniendo el Ampay con el Quisapata, las túneles de Karateka, los vestigios de Illanya y Patibamba; el colonial y descuidado puente de Pachachaca, las aguas termales de Santo Tomás, el mirador de Taraccasa; el corredor de Condebamba, la Plaza de Armas y su Catedral, el Parque Ocampo, Micaela Bastidas, la calle Miscabamba, último bastión de los ojoteros tradicionales, que aún perduran a pesar de la intromisión comercial de las baratijas chinas.

¿Orgulloso abanquino?, claro que sí, de su música, su comida, del calor y afecto sin igual de sus gentes, de sus nueve distritos, de las fiestas de sus galleros, del fútbol macho, de los coches locos, de sus colegios emblemáticos Santa Rosa y Miguel Grau, que paralizan la ciudad en los meses de agosto y octubre; de la Prevo, Bonifaz, Industrial, La Salle, Mercedes, Aurora, Majesa. De la Virgen del Rosario, nuestra patrona. De los entierros en el cementerio de Condebamba, hasta donde se llevan a los muertos al son de guitarras y bombos, despedidas en alegría, sólo en Abancay.

Orgulloso de su pasado y sus grandes personajes, de Micaela, nuestra Micaela. Orgulloso de nuestro himno “Si vienes a mi Abancay”, con la marca eterna de Pepe Garay. Orgulloso de tararear con emoción, añoranza y con ese “no sé que”: “Abancay de mis amores, si yo volviera a nacer, al cielo le pediría, que seas mi cuna otra vez”.
¿Y tú? ¿De qué te sientes orgulloso de ser abanquino? Yo, de ser un lambramino - abanquino.

jueves, 19 de octubre de 2023

Abrazo "Miguelgrauino" en Lima

Abrazo “Miguelgrauino” en Lima
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Había más de un abrazo pendiente entre los Miguelgrauinos que residen en Lima. Las escasas ocasiones en las que los amigos se pueden juntar para recordar y celebrar fechas especiales, afrontaron vallas difíciles de franquear. 
Una costumbre arraigada en el corazón rojo y la agenda de los abanquinos-Miguelgraunios, que todos los años se abrazan a los sones del emocionante y vibrante “Gloria a Grau”, no pudo seguir la rutina anual, a causa de la pandemia que cerró no solo muchas vidas, sino esperanzas y encuentros esperados y postergados.
Percy, Efraín, Iván, Paco  Raúl, Marco y José Luis, Promoción 75.

Después de tres años de espera, finalmente, el pasado domingo 15, una semana después de la fecha jubilar del glorioso colegio Miguel Grau de Abancay, que celebró 134 años de existencia institucional, los exalumnos del Miguel Grau, pudimos mirarnos cara a cara, brindar con emoción y festejar el abrazo esperado, al compás de música del recuerdo, que nos trasladó a las calles de Abancay y a los vericuetos del Chinchichaca. 
Los recordados “Cherris” con Pepín y Rolando, arrancaron aplausos de nostalgia y recuerdos. Margoth Gutiérrez hizo loas a Grau y Apurímac. La voz juvenil y contagiante de Gabriela Pass, sobrina de Paco Sotelo, nos llevó a las pistas de baile. Los más de un centenar de pikis convocados charlaban en sus respectivas mesas, oteando el ayer de las aulas del Grau y festejando la vida, con amigos de décadas y más. Un salud, con pisco, vino o cerveza, se repetía apagando las ansias de los sedientos. No hubo chicha de jora, por lo que El Carrizal y el Arpachayoc, se hicieron extrañar doblemente.
Javier Ramírez Infantas, gestor de la convocatoria, resumió en breves minutos, el calor del reencuentro, recordando su paso por las aulas en el viejo local de la avenida Arequipa y, en su momento, de las recién estrenadas del local de Chinchichaca, destacando emocionado la “marcha de las carpetas”, en 1962, que debió ser memorable.
Nos invitó a cantar “Gloria a Grau, quien triunfante pasea, por los mares el patrio pendón bicolor… Que cual llama sagrada flamea, entre el humo y el tronar del cañón…”
Hugo Viladegut, la voz del Perú, ensayó una apretada semblanza sobre el valor histórico del colegio, su importancia regional y el por qué sus exalumnos sentimos orgullo aquí o allá. La valía de los maestros que dejaron huella, fue destacada con agradecimiento.
La tarea de rescatar y continuar con el reencuentro miguelgrauino en Lima, se encargó a la Promoción 75, con la responsabilidad personalizada en el dinámico, Percy Salcedo.
La Promoción 75, que está ad portas de celebrar sus Bodas de Oro, asume este encargo con una responsabilidad que debe hermanar la actividad limeña del 2024, con el recibimiento del Estandarte -de manos de la Promoción 74- que simboliza la tarea de organizar las celebraciones del 2025, en Abancay. 
Precisamente en esa lógica, se dieron los primeros pasos para la implementación de ambas tareas. La noche del reencuentro en el Club Cusco, nos permitió a Percy, Iván Miranda, Francisco Sotelo, Raúl Castillo, Marco Samanéz, José Luis Miranda y Efraín Gómez, fortalecer la agenda y proyectar reuniones de trabajo permanentes, en Lima y Abancay, buscando diseñar un derrotero con actividades culturales, académicas, deportivas y de confraternidad.
Lima y Abancay, serán centro de operaciones de los sesentones de la Promoción 75 A, B y C, que trabajan por hacer una jornada para el recuerdo. “Salgan muchachas a sus balcones, que los Grauinos han de pasar…”

(Fotografías del Fanpage de Hugo Viladegut)

viernes, 13 de octubre de 2023

Estela, lambramina universal

ESTELA, LAMBRAMINA UNIVERSAL
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Ha estado en el ojo de la tormenta y en la atención mundial. En Israel ha vivido un real peregrinaje, su propio peregrinaje. Como muchas personas que, fuera de su casa, de su país; enfrentan la soledad y el temor de ser víctima inocente, un dato estadístico más, del horror de la guerra, de la violencia del terrorismo internacional. 
Dos días declarada desaparecida. Incertidumbre en la familia, que pensaba lo peor. Las noticias mundiales anunciaban muertes y muertes. Los titulares de medios peruanos daban cuenta de la muerte de dos connacionales. 
En Tel Aviv, con los amigos de la dramática experiencia. 

En ese ambiente, de llamadas telefónicas infructuosas, de indagaciones sin resultados, de consultas sin respuestas, una mujer lambramina, abanquina, peruana, miró la sonrisa de la muerte muy de cerca, casi quemándole con el aliento.
Rufina Estela Pereyra Peralta, vive para contar una experiencia cinematográfica. Ha estado en medio de las llamaradas provocadas por bombazos y cohetes; metrallas y misiles que van y vienen, sin saber por qué le tocó vivir esta “aventura” dramática.
De viaje en Tel Aviv, como parte de un programa turístico que la animó salir de Oslo, en Noruega, en compañía de cuatro amigos y colegas de trabajo, se topó con las calles sedientas de sangre, como epicentro de proyectiles de ataque y defensa. Una turista metida en la guerra de la que por convicción es contraria, hacía su propio peregrinaje.
La última comunicación, antes que le den por desaparecida fue con su hermano, Dino, desde Abancay. En medio de la charla telefónica, se escucharon los traqueteos de metrallas cercanas y luego una explosión que sacudió el piso doce del hotel en el que se alojaba. Dino sintió un frío en los huesos cuando tras la explosión se cortó la llamada. Dos, tres, cuatro intentos de timbrazos sin resultados. El drama familiar, de no saber nada de nada, se extendió hasta Bolivia, Lima, Arequipa, Abancay y Lambrama, donde viven los hermanos. Cada uno en su propia preocupación, se mantenían pegados a los noticieros de televisión.
Con sus padres e hijos, en Oslo, hace varios años.

Estela cuenta, con palabras que aun aprietan el temor por lo vivido, que permaneció junto a otros turistas en los sótanos del hotel, y de allí se movilizó por varios otros lugares y tramos en busca de una salida hacia la tranquilidad, hacia la paz. 
Con los allegados de la congregación cristiana a la que pertenece, lograron contactar un vuelo charter que los evacuaría de Tel Aviv, hacia Oslo. Guiados por los locales se dieron con la ingrata sorpresa que el avión no podía ingresar al aeropuerto de Tel Aviv, blanco de las miras terroristas y vigilada en sus cuatro extremos. El camino era entonces, buscar al avión donde este haya podido aterrizar. En un desierto alejado en la frontera Sirio-Libanesa. 
Para llegar a la nave de salvación, tuvieron que viajar durante siete horas en la noche, sorteando temores propios de la situación; viendo cómo el cielo se teñía de colores y destellos producto de las armas de fuego que iban y venían.
Abrazados y hermanados en oraciones y cánticos, sobrevolaron el territorio ajeno, acompañados por los fogonazos y llamaradas que iluminaban la noche también ajena. Oslo y sus brazos abiertos los esperaba con el calor familiar. Aturdida aún por la pesadilla experimentada, Rufina Estela pudo abrazar como nunca, o como siempre, aunque esta vez con una especial dosis de emoción, a sus hijos Sumac Sonqo y Josué; y sentir el esperado calor de su esposo hindú, Antonny Santhyapillhay.

Mujer sencilla, luchadora 

Estela es lambramina de 67 años. Una mujer, valiente, luchadora, severa y directa en sus decisiones. Sencilla a extremos, cuando se trata de compartir la bondad, el amor y el cariño hacia su entorno familiar y amical.
Vive en Noruega desde hace cuatro décadas, donde hizo familia, hogar y trabajo.  Es Bioingeniera, y como tal docente en la universidad de Oslo y funcionaria en el hospital de la misma ciudad. Habla además del quechua y español, sus lenguas maternas; inglés, noruego e hindú. Es una lambramina universal.
Estudió medicina en Argentina, Laboratorio Clínico en Bolivia, cuyos conocimientos le sirvieron de base para alcanzar una posición importante en la Bioingeniería, en Noruega.
Querendona a mas no poder, se lleva de paseo a sus padres -ya ausentes- y a sus hermanos a recorrer el viejo continente. Y ella misma se da un salto al Perú, cada cierto tiempo para respirar aires serranos y saborear cancha con cachicurpa en Lambrama, donde canta y baila huainos y las tararea en el quechua de su niñez feliz, con Jesús y Washington, sus inolvidables padres.
Como anécdota, se puede decir que esta lambramina universal es también una mujer aferrada a la vida, a pesar de todos los percances que tuvo que sortear; como la dictadura argentina, el terrorismo de Sendero Luminoso en Perú, la crisis del Covid que la entubó casi hasta el milagro; o el bloqueo de carreteras que la sorprendió en su último viaje a Perú en enero de este año.
Estela, mujer de estatura baja, pero de corazón y templanza grandes, se muestra como una gran mujer, grande en todo su esplendor. Viva la vida, querida prima.

martes, 19 de septiembre de 2023

Julián, el "Opa" de Lambrama

Julián, el “Opa” de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Un pueblo pequeño esconde grandes historias ligadas, en muchos casos, a personajes pequeños, inadvertidos. Son hechos que, a pesar del paso de los años, trascienden generaciones. 
En Lambrama, década de los sesenta y setenta, del Siglo pasado, cuando era un niño, conocí a tres personas que formaban parte de una legión de llactamasis que destacaban más allá de la “normalidad” de un poblador común.
Julián, Zacarías y María, eran personas con diferentes grados de discapacidad intelectual. Los recuerdo adultos, grandes y distintos entre sí, y entre los de la comunidad. Eran los “opas” del pueblo. Zacarías era lento. Se paraba en la puerta de las bodegas o panadería, hasta que le alcancen algo a mano. María, era laboriosa, lavaba ropas en cantidades industriales en el río. A quienes la fastidiaba, los perseguía a pedradas. Tuvo dos hijos, quienes son profesionales y personas de bien. 
En ese entonces, el trato hacia las personas “diferentes”, más en un pueblo de mayoría analfabeta, era de discriminación absoluta, producto de la ignorancia y desconocimiento. Eran consideradas “castigos” a la familia por causa de algún pecado mayor. No había -y creo que en la actualidad, tampoco - un ente especializado en atender esta necesidad real.
Las propias familias se hacían cargo de esa “carga”. En algunos casos, otra familia las acogía, para bien o para mal.
Callecita en Tomacucho, donde vivió el personaje de la nota: Julián. 

Julián era vecino en Tomacucho. Nieto de la tía Ceferina, una mujer que dominaba la medicina tradicional y los rezos para tratar males diversos. Era la comadrona que asistía a las parturientas. Los hermanos Gómez y muchos lambraminos vimos la luz del sol con la ayuda de sus diestras manos.
El “Opa” Julián, un hombre robusto, de fuerza poderosa, era casi un ermitaño, que se aislaba de la casa para atender sus propias responsabilidades. Tenía su propia ganadería imaginaria con tropas de vicuñas y venados en las cumbres y laderas de Chipito, donde se adentraba por días enteros.  
La leña que Ceferina requería para calentar la tullpa y preparar las lawas de cada día; los forrajes de murmuskuy, pisonay o suncho, que los cuyes y cabras esperaban para alimentarse a diario, eran facilitados por las diestras, aunque lentas, manos de Julián. 
Casi siempre enfundado en un poncho occe y sombrero loccosto, raído. En su mundo aislado, personalizado, parsimonioso, era dueño de una habilidad insuperable para el aporque o cultivo de los maizales de las chacritas de la abuela. Los surcos de maíz chullpi o paraccay, en Espitira o Accomocco, eran trabajados con envidiable pausa y dedicación artesanal. Producto de ese esmero, sus cosechas de choclos y huiros eran ejemplares.
Lo vi en las tardes de Rosario o Misa en la iglesia colonial, enfundado en una camisa limpia, peinado y afeitado de sus ralas barbas. Parado en la enorme puerta de acceso al aposento religioso, parecía dar la bienvenida a los feligreses, con una amplia sonrisa que descubría una hilera de dientes compactos. 
En muchas oportunidades era partícipe de nuestros juegos infantiles. Hacíamos bromas de todo calibre, imitándolo, burlándonos de su condición, de los que él mismo se reía a mandíbula batiente. Le bajábamos de un tirón su viejo pantalón y se descubría un miembro prominente. "Alamerda". Sus carcajadas eran estruendosas, que nos contagiaban risas incontenibles. Éramos niños inconsecuentes, también desinformados y discriminadores. Otras épocas, sin duda.
Visitaba la casa buscando una taza de café que le ofrecía mamá Dora. Sentado muy cerca a la puerta, tomaba el café en dos o tres sorbos sonoros. “Grasmamá” y retrocedía hasta la puerta, no sin antes mirar de reojo y con lujuria, a la empleada de hogar que se esmeraba en mantener caliente el enorme fogón. “Sumac warmicha, pukauyacha”, murmuraba.
En ocasiones, enamoraba a la pukauya, con gestos sexuales que le causaban gracia a la “chola”.  Con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda hacía un aro al que introducía de manera repetida el índice derecho, desvistiendo con la mirada a la pashña. La pukauya se ponía más colorada aún. “Opay merdas”, y soltaba una carcajada.
Una noche avanzada, Julián respondió con inusual reacción a un “susto” que le había preparado el tío Andrés, cansado de la bulla estridente que el Opa hacía a medianoche o de madrugada soplando la fukuna, a la que le sacaba una sonido terrorífico que no dejaba dormir y paralizaba a la vecindad. 
Andrés enfundado en una sábana blanca como manta encapuchada, se cuadró ante el Opa, gritando ¡¡Ahhh!!, cuando Julián volteaba la esquina común de la casa, con la finalidad de asustarlo y sacarle los diablos. Lejos de inmutarse o correr asustado, el Opa se abalanzó sobre el tío, y lo corrió a pedradas. “Kukuchi caraju… Kukuchi caraju”.
En las yunzas de carnavales los muchachos del pueblo se esmeraban en buscar a Julián, para que ayude a cargar al árbol de Lambras o Chuyllur, desde Tanccama o Taribamba y preparar el hoyo en la esquina de la plaza para ser plantado un día antes de las celebraciones festivas. 
Julián vivía su propio carnaval y era feliz con el cuarto de cañazo que le daban a mano. Entonado y chispa, se iba tarareando huainos de su propia creación, zigzagueando hasta su casa en Tomacucho.
En las muy raras ocasiones en que el sanitario del pueblo o la justicia local requerían hacer una exhumación de cadáver en el cementero local, Julián era convocado y, a punta de picos y palas, cumplía con el encargo, recibiendo a cambio, un cuarto de cañazo, que era su “debilidad”.
Tras la muerte de Ceferina, que era su ángel guardián, cayó en abandono. Deambulaba fuera del pueblo por días y noches enteras. Los vecinos le facilitaban algo de comer y de vestir. Se pegó al alcohol y murió, ya viejo, en abandono y pobreza, sin que haya habido una mano cercana para socorrerlo. 
Recuerdo a Julián como un ser marginal, incomprendido, fuera de época; pero, al mismo tiempo, un ser humano servicial, atento y querendón con quienes compartía de cerca o eventualmente. Un ser extraordinario.

viernes, 25 de agosto de 2023

Supersticiones lambraminas

Supersticiones lambraminas
Escribe, Efraín Gómez Pereira

“Alamerda caraju, qencha paya” grita visiblemente contrariado mi padre, don Laureano, y repentinamente suspende el viaje de negocios que tenía programado. ¿Qué sucedió?. Montado en su mula Roma, un bayo criollo grande de buen porte con su inseparable ichur, que hacía sonar musicalmente los herrajes de sus cuatro patas, el caballero lambramino regresa a casa, después de apenas un minuto de haber salido.
En la esquina que da la calle Sucre, con la que conecta al puente de Chacapata, se cruzó doña Emilia, una mujer de la vecindad, que a las 4.30 de la madrugada no tenía que haber estado allí. Era hora de que debía estar durmiendo. Ni los pichinkos, tuyas y piscalas habían despertado para iniciar el concierto musical de madrugada. Pero los presagios son así y Laureano, se dejaba llevar por estos detalles.
Una mujer que se cruza en tu camino al inicio de un viaje trae, definitivamente, mala suerte y había que dejar el periplo para otro día. En cambio, si era un varón o un muchachón el del encuentro, entonces todo pintaba a que sería de buen augurio y Laureano, se daba maña inclusive para dar una propina al de la “buena suerte”.
¿Cuántas veces habrá sorteado estos causes mi padre?. Para asegurar el buen viaje, coordinaba con Alejandro, “Acchiruntu”, un ccorito de Chacapata, para que a cambio de una moneda que alcanzaba para una gaseosa Ñusta, lo espere en la primera esquina y ¡oh, maravilla!
Como esta superstición y creencia lambramina, hay muchas otras de las que tengo claro y nostálgico recuerdo y trataré de encasillarlos en breves líneas, en la idea de sacudir la memoria de mis paisanos, quienes al leer este texto, no solo puedan sonreír, sino rememorar y compartir sus recuerdos.
En los desayunos de Tomacucho, siempre había un plato grande de canchita de maíz chulpi. Genaro, se hacía de un manojo y las soltaba al plato de dos en dos. Si en la palma quedaban tres, sería un buen día. Si quedaban pares, ayayay.. a repetir el juego.
Antonio o Antuco, el eterno secretario de la casa de Tomacucho, se frotaba las manos con una amplia sonrisa, cuando al ajustar el cinchón del “yana mula” cargado de leños de unca en el prodigioso valle de Tanccama, el cuadrúpedo dejaba escapar un sonoro pedo. “Ay taitacha Dios, buena suerte, caraju”.
La tía Ceferina  se persignaba hasta tres veces seguidas de manera acelerada y sincronizada, al escuchar en la copa del gigantesco nogal de la huerta junto al río, el gorjeo lastimero de una pakpaka o búho. “Cacallau, picha huañurunka”. “Pobre, alguien va a morir“. Al día siguiente, Patita anunciaba con el doloroso tañer del Chincapum de la Iglesia San Blas, la partida de un llactaruna. 
Con desesperación la tía Santusa, pide a su hija Evangelina, matar a la fea, grande y negra chiririnka, que se asoma por la puerta de la casa. Una mosca grande con un zumbido inconfundible, que se da de porrazos contra las paredes de la habitación, venía a anunciar el viaje sin retorno de algún familiar. La mosca fue aplastada con una ojota y la muerte postergada, hasta nuevo aviso.
La tía Jesus, advertía a sus traviesos hijos, en cada oportunidad posible, sobre los riesgos de ver, escuchar o hacer algo que pudiera tener consecuencias dolorosas. Los pikis escuchaban los consejos y, muchas veces, se evitaban situaciones enojosas. Coincidencias o no, son hechos que perduran en el imaginario, en la mente y en el quehacer de los lambraminos y seguramente de otras latitudes andinas.
La sorpresiva presencia en las puertas de la casa de una libélula o kachikachi, es presagio de la visita de alguien muy querido y esperado. Entonces había que preparar detalles y agregar un plato en la mesa.
Si un pedazo de carbón se pegaba en la base de la olla de barro, se anunciaba la muerte de algún familiar o allegado. Si el leño del fogón estallaba con chispas o botaba espuma (leño húmedo sobre todo) se advertía violencia en la casa, producto de la borrachera del esposo.
Las abuelas eran generalmente, quienes transmitían los mensajes y advertencias de buen o mal augurio, sobre todo a los menores de la casa. Muchas de estas, coincidentemente se hacían realidad o se hacía algo para que se cumplan y el suelo esté parejo.
No tomar agua en los puquiales, porque te pueden quitar el alma. No mirar el arcoíris o kuichi, porque trae enfermedades muy peligrosas. No mirar de frente a un sapo, pues al respirar se llena de aire llevándose la sangre del menor.
“Aman punkuwan pukllaychu”. No juegues con las puertas batiéndolas de un lado a otro, porque puedes terminar en la cárcel. “Ama layanpi chihuacuta jibeichu” No hondees a un chihuaco, puedes perder la puntería.
“Aman calabazata urmachinkichu; churiyki opan kanman” No hagas caer la calabaza, tus hijos pueden nacer opas. “Aman konchata ichinkichu” No saltes encima del fogón, trae mala suerte. Aunque en este tema, también se dice que trae fortuna por todo un año.
“Aman qoyllurta yapaychu, casinan churiykikunan aska kanman” No cuentes las estrellas, porque tendrás muchos hijos.
Seguiremos buscando más datos con la ayuda de mis paisanos, como mi primo Dino Pereyra, que anda rebuscando en su memoria.

miércoles, 23 de agosto de 2023

S.O.S. BOMBEROS 68 DE ABANCAY

S.O.S. Bomberos 68 de Abancay
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Más de una veintena de intervenciones para atender emergencias causadas por incendios forestales han movilizado, en lo que va del año, a los voluntarios de la Compañía de Bomberos Nº 68 de Abancay. En el año anterior, la presencia voluntaria de hombres y mujeres de rojo, superó ochenta atenciones, muchas de ellas dramáticas.
Premunidos de la voluntad, confianza, solidaridad y fe en Dios, los más de 150 voluntarios abanquinos -de ellos 40 permanentes- han sabido afrontar los riesgos naturales del “oficio” la mayoría de veces, sin los equipos mínimos necesarios que la tarea exige. El riesgo de la vida, en manos del destino.
Aun así, son persistentes. Siguen sumando horas de sudor, ahogamientos, lágrimas, dolor y sufrimiento, condiciones de las que sus familiares son solidarios silenciosos y dolidos.
Hace unas semanas, lamentamos el enésimo incendio forestal registrado en la comunidad de Caype, en Lambrama, con pérdidas económicas importantes en crianzas y cultivos; ante la indolencia de autoridades locales, distritales, provinciales y regionales. Solo los voluntarios de rojo, con el respaldo comprometido de los propios campesinos de la zona, policía nacional, pudieron hacer frente a las oleadas de fuego y calor que arrasaron hectáreas de pastos y bosques.
Hace un día apenas, nuevamente los bomberos voluntarios participaron, apoyando a sus colegas de la Compañía 167 de Chalhuanca, en la sofocación de un brutal incendio forestal registrado en el distrito de Ihuayllo, en Aymaraes, que ha causado la muerte de una persona y otras desaparecidas. El común denominador de esta participación: la orfandad de equipos especializados para incendios forestales.
El caso dramático de la Compañía 68 de Abancay, a tenor de las expresiones anónimas de alguno de sus integrantes, es resultado de la burocracia inoperante e indolente de las entidades oficiales, caso particular del Gobierno Regional, que tendría entrampados o encarpetados procesos de adquisición de equipos.
Implementos esenciales, entre los que destacan equipos de aire comprimido para atender siniestros forestales, que fueron comprados en la gestión de Baltazar Lantarón, estarían almacenados en un largo proceso de inventariado que no tiene cuándo acabar. Mientras tanto, los voluntarios siguen saliendo con lo que tienen a mano; es decir, su propia voluntad y la esperanza de encontrar apoyo entre los pobladores afectados.
Está pendiente la adquisición de dos vehículos destinados a las tareas de atención en zonas rurales, pues las unidades que tiene Abancay son para emergencias citadinas, que no tienen capacidad para traslados alejados. 
Las emergencias registradas en el ámbito provincial o departamental evidencian, además, la ausencia de una autoridad central responsable de coordinar las atenciones. Los Centros de Operaciones de Emergencia, son superados por las demandas. No hay una autoridad local, distrital, provincial o regional que asuma la batuta de las responsabilidades en estos casos. “Todo es peloteo en las decisiones”, dice un hombre de rojo, cansado de las improvisaciones que no llevan a nada positivo.
Los incendios forestales que son recurrentes en nuestra región, merecen ser atendidos de manera organizada y articulada. Para ello el Instituto Nacional de Defensa Civil, los Centros de Operaciones de Emergencdia, los municipios distritales y provinciales, deben reforzar las coordinaciones permanentes con el gobierno Regional para que tanto los bomberos voluntarios como los ciudadanos, estemos preparados y capacitados para afrontar estas emergencias.
Es urgente se liberen los equipos comprados por la gestión anterior en el Gobierno Regional. Es apremiante agilizar la licitación para la adquisición de los vehículos especializados, en procesos abiertos y transparentes. 
Entre tanto, a los paisanos que sin medir las consecuencias dramáticas de sus actos, siguen practicando una costumbre ancestral de quemar pastos para “llamar las lluvias”, escuchen las recomendaciones los bomberos: NO QUEMEN.
Nuestra solidaridad con los bomberos voluntarios de Abancay. Ah, y cuando los vean en las calles o plazas, vendiendo llaveros, pines o solaperos para sufragar sus requerimientos y necesidades operativas, no los ignoren. Démosle una mano y las GRACIAS.

lunes, 14 de agosto de 2023

Cuando los amigos se encuentran

Cuando los amigos se encuentran

Escribe, Efraín Gómez Pereira

Un abrazo después de 48 años, es un abrazo que no tiene explicaciones. Es un pleno de emociones y sentimientos, de llantos contenidos y de miradas cálidas que nos hacen retroceder, de manera inevitable, en el tiempo. Un lejano tiempo que llega con mucho más que palabras y preguntas. 

Un abrazo que nos envolvió en una tarde sabatina llena de anécdotas, recuerdos y actualización de agendas personales. 
Seis amigos de adolescencia abanquina, miguelgrauina, nos encontramos en Lima, después de lustros y décadas, todos con el semblante cambiado por el paso y peso de los años, con abundancia de canas, algunas arrugas, unos ya abuelos; pero todos con el común denominador de la alegría por el encuentro, gestado a raíz de la visita de uno del grupo, que radica desde hace mucho en Europa.

José Luis Miranda, Raúl Castillo, José Luis Saavedra, Mauricio Echegaray y Efraín Gómez, abanquinos pikis, sesentones de la promoción 75, de la GUE Miguel Grau, armamos una collera de patas para darle la bienvenida a Percy Flores, ilustre palpacachino, que horas después volaba a España, a reanudar su vida familiar y laboral.

Cada uno en su momento puso en conocimiento de todos, en qué estaba. Todos profesionales bien logrados, con proyectos vigentes, alguno con la pausa de la condición de pensionista, otro todavía con la preocupación del día a día.

 Todos, sin embargo, orgullosos de su familia, de sus padres aún vivos, de sus hijos, de sus nietos, de su propia vida.

La mesa que se explayada con el ceviche, mariscos y pescados chorrillanos, rociada de cusqueñas de Trigo, bien heladas, nos soportó por más de cuatro horas de charlas que nos trasladaron a las aulas de Chinchichaca, a recordar a los amigos, a los maestros, a las santarrosinas, a las calles de la bella ciudad de Abancay.
A rememorar los trabajos en grupo, de las visitas de la biblioteca comunal, a los paseos de fines de semana, a los primeros avatares en las cosas del amor, a las escapadas chicheras en Tamburco hasta “bajar banderas”, a los sueños y deseos no cumplidos “porque éramos muy inocentes”.

Una botella de Chivas, compartida por la generosidad de Percy, acarameló aún más la tarde limeña, y nos liberó de prejuicios para ensayar desde nuestra propia realidad, experiencias personales en materia de salud. 

Surgieron, entonces, las recomendaciones de medicina natural para afrontar el sobrepeso, la diabetes, los cálculos, las hemorroides, los preinfartos, y todos los “itis” imaginables, “porque a esta edad ya no se debe jugar con la salud”.

El encuentro de amigos tuvo la libertad de liberarnos de taras y vacíos de adolescencia y juventud, y nos permitió desatar cabos que en su momento eran infranqueables. Así confirmamos muchas “sospechas” y ratificamos que nuestra amistad de hace más de cuarentiocho años, perdura y perdurará en el tiempo.

Confiamos que en octubre próximo o en las Bodas de Plata de la Promoción 75, el abrazo se repita con el mismo entusiasmo y sentimiento en Abancay, punto de encuentro programado. Así sea. Así será.

lunes, 3 de julio de 2023

Lambraminos se unen por su iglesia

Lambraminos se unen por su iglesia
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Finalmente, una iniciativa ciudadana que reclamaba, desde hace varios años, la intervención del ministerio de Cultura en la remodelación y restauración de la Iglesia San Blas de Lambrama, parece que será realidad. O, al menos esa es la impresión que tenemos.

La Dirección Desconcentrada de Cultura de Apurímac, ha dado el primer gran paso hacia ese propósito, otorgando luz verde al proyecto “Conservación y Restauración de Portón del Templo San Blas de Lambrama”, demandado por los propios lambraminos.
La mencionada Dirección de Cultura ha evacuado el Informe 021-2023, que concluye y recomienda “traslade el informe y su anexo al administrado para su conocimiento y atención a lo solicitado”, lo que significa que el viejo portón de nuestra iglesia, será sometida a un tratamiento especializado para su restauración.

El informe señala que el trabajo al que será sometido la reliquia lambramina debe cumplir el objetivo de “conservar el máximo posible de las piezas originales”. Es decir, se debe respetar las características del portón, el color, la estructura y partes. De ser necesario se hará el cambio de las partes dañadas, y piezas necesarias como los balaustres o columnas superiores de madera y las bulas metálicas que adornan la puerta.
La reacción positiva del sector Cultura, obedece a gestiones particulares realizadas desde hace varios años, ante diferentes alcaldes de Lambrama y autoridades regionales que no dieron respuesta, sino evasivas, desinterés y ofrecer compromisos y agendas que jamás se cumplieron. El lambramino Eliseo Villegas Ccorahua, impulsor de esta iniciativa, es testigo de las nulas respuestas de los alcaldes de Lambrama.

Eliseo, además advierte que la comunidad de Lambrama debe dar el permiso o autorización para que el restaurador retire la pesada y añeja estructura de madera, para trasladarla a Abancay, donde sería sometido a los procesos técnicos.
El presidente de la comunidad de Lambrama, Cirilo Huallpa, ofreció a Eliseo Villegas, gestionar en asamblea, la autorización comunal correspondiente para que se pueda retirar la puerta. Este trámite está pendiente y podría cumplirse esta misma semana, según Mario Paniagua, otro de los impulsores del proyecto.

Confiamos en que la sensatez y el interés común primen en los dirigentes comunales para que esta iniciativa largamente acariciada llegue a buen puerto y abra las puertas del ministerio de Cultura y del Gobierno Regional para que los perfiles técnicos de la ansiada restauración total de la iglesia San Blas, se hagan realidad.

Un primer paso con la puerta añeja, por donde habrán transitado miles de lambraminos, luego con el edificio, que es nuestra reliquia colonial de más de 400 años de historia. Bien vale la pena, escuchar, atender y apoyar iniciativas particulares, si es que las autoridades hacen de la vista gorda.
El alcalde de Lambrama, Ignacio Chipana, debe responder como corresponde. Ha sido abordado por el párroco de Abancay, Santos Isidoro Borda, para que intervenga en el tema.

Es necesario que los lambraminos de dentro y fuera pongamos interés, no solo con los “me gusta” en las redes sociales, sino con los aportes económicos que son imprescindibles. Se estima que la restauración del portón requiere una demanda mínima de diez mil soles. Estaremos atentos a la campaña de captación de fondos que los promotores anuncien.

domingo, 2 de julio de 2023

Exitoso chaku de Vicuñas en Atancama, Lambrama

Exitoso chaku de Vicuñas en Atancama, Lambrama

Escribe, Efraín Gómez Pereira

Por tercer año consecutivo la comunidad campesina de Atancama, en el distrito de Lambrama realizó con éxito, el tradicional ckaku de vicuñas, en el marco de un proceso sostenido de repoblamiento y mejoramiento de la población de los bellos auquénidos en la zona protegida de Lliullita.

El pasado 25 de junio, en una jornada emotiva y comprometida, la población, autoridades, dirigentes y residentes en Abancay y otras ciudades, asistieron a una celebración que busca fortalecer la identidad de los comuneros con la belleza natural que es símbolo patrio, reconocer el valor ancestral de la vicuña, incentivar el turismo vivencial en una zona rica y potencia natural, así como impulsar otros proyectos de promoción y valoración comunal.
Fueron más de un centenar de ejemplares esquilados de la fina fibra, con la activa participación de hombres y mujeres, jóvenes y adultos mayores que festejaron en algarabía la tradicional actividad comunal. La propia comunidad organizada es la encargada de administrar los recursos que se obtienen de esta actividad anual.

En Lliullita se desarrolla un centro de crianza de vicuñas con el esfuerzo compartido entre la comunidad, las autoridades locales y regionales, que entienden que una riqueza natural de tanto valor, debe ser custodiada en armonía con la naturaleza y el esmero de la propia comunidad.

Para el efecto, desde hace unos tres años la misma comunidad ha desplegado esfuerzos para repoblar, custodiar y lograr el crecimiento de la población de vicuñas en Lliullita, hecho que se viene logrando de manera progresiva.
Rufina Sarmiento, activa promotora del programa de repoblamiento, recuerda que, en el año 2008, la población del auquénido prácticamente había desaparecido de Lliullita, a causa de la caza furtiva y la presencia cada vez más penetrante de la minería ilegal en la zona.

Tras varios años de gestiones ante las autoridades sectoriales se logró, en agosto del 2019, trasladar a Lliullita, un lote de 100 ejemplares procedentes de la comunidad campesina de San Miguel de Mestizas en el distrito de Cotaruse, provincia de Aymaraes, en el marco del proyecto Pro-Fibra y Repoblamiento de Vicuñas, de la Dirección Regional Agraria del Gobierno Regional de Apurímac.
Ese mismo año se realizaron los trabajos de mejoramiento del cerco de protección y la construcción de la casa comunal del guarda parques, con ambientes necesarios para albergar a los comuneros de custodia, así como a visitantes y turistas. Es decir, se trata de un complejo que trata de integrar necesidades y facilidades para comuneros y visitas.

La dedicación y celo puestas por la comunidad, y la asociación de criadores de vicuña, han permitido el incremento sostenido de la población de vicuñas en Lliullita. Al 2021 se habían contabilizado 160 ejemplares; al 2022, 240 y en la última jornada, correspondiente al 2023, hay registradas 300 vicuñas, y la proyección es de crecimiento permanente.

Lliullita en Atancama, y Taccata, en Lambrama, son los únicos centros de crianza de vicuñas en el ámbito de la provincia de Abancay, por lo que el esfuerzo que realizan los pobladores de estas comunidades tiene una trascendencia significativa para el mejoramiento de la crianza y el manejo de este importante recurso comunal.
Por eso es importante que el gobierno regional, atienda de manera preferencial los planes que sobre el tema existen en la carpeta regional de proyectos, orientados al repoblamiento, mejora y mantenimiento de cercos permanentes y la ampliación de los territorios de crianza hacia otras comunidades. Estaremos atentos y expectantes y alistando mochilas para los próximos chakus en Lliullita y Taccata, emporios lambraminos de la hermosa vicuña.

jueves, 15 de junio de 2023

LA LÚCUMA CENTENARIA DE LAMBRAMA

LA LÚCUMA CENTENARIA DE LAMBRAMA

Escribe: Efraín Gómez Pereira

Hay hechos, casos, imágenes que jamás se borrarán de la memoria. Tienen ese “algo” que queda impregnado en uno y lo mantenemos desde nuestra niñez, desde siempre. Retrocedo a los años 60 del Siglo pasado y veo en imágenes, que pasan una tras otra, como una película inacabable, la prodigiosa huerta de Itunez, a un par de kilómetros al sur de Lambrama, donde Laureano y Dora, mis inolvidables padres, supieron hacer armoniosa vida sabática durante las vacaciones escolares de enero a marzo.

Claro, nosotros, sus hijos, gozando de la naturaleza y riqueza forestal de la zona que ofrecía desde choclos sin discreción, hasta una codiciada variedad de frutos nativos y comerciales. El río Atancama que baña el huerto y ensalza la vida silvestre con sus aguas cristalinas, también nos engreía con truchas, ricas truchas a las que dábamos cuenta en los desayunos con choclo tierno, mote paraccay o papa huayco, que acompañaban tazones de loza con café, leche fresca o ulpada. Una vaca Holstein “Princesa” nos aseguraba la leche diaria.

Allí, en Itunez, que fuera adquirido por mis padres al legendario Sanchico, un talabartero experto en curtir cueros de vaca en su propia poza artesanal a fuerza de baños con agua fermentada de tara, había una envidiable presencia de árboles frutales. Un duraznero que nos entregaba frutos gigantes, aunque poco desabridos, dos o tres árboles de níspero, par árboles de naranja agria, manzanos criollos, granadillas, capulíes, tunas y, sobre todo, un enorme ejemplar de anteporoto o pajuro, una especie leguminosa que nos regalaba vainas gigantes de un suculento néctar que son una maravilla comerlos sancochados, como si se tratase de un plato de habas o mote.

Lúcumo centenario, orgullo de los lambraminos. 

Fuimos muy felices en Itunez. Y quién no, si el aire puro, las lluvias de verano, los remansos y piedras resbaladizas del río, las sombras y aromas de los eucaliptos que rodeaban parte de la chacra, el amarillo de las retamas, las rosas silvestres, la diaria sinfonía musical de los tiutis, piscalas, tuyas, pichincos y loros que sobrevolaban los maizales en busca del choclo más tierno, a pesar de los trapos viejos colgados sobre el naranjal como espantapájaros, eran solo para nosotros, para los hermanos Gómez.

En esa zona, muy cercana a la pallca donde se encuentran los ríos Atancama y Lambrama, en una delta que encierra la hacienda Sima, había un atractivo natural que mirábamos con infantil expectativa y admiración. A vista y paciencia de los caminantes, que eran esporádicos, un enorme árbol de lúcumo nos atraía como un imán, como una flor a las abejas.

A unos metros de la carretera, a poca distancia del puente Sima, en una chacra rústica casi abandonada, frente a las viviendas de don Rosalío Espinoza y de doña Filomena Peralta, se erguía solitario y firme, lo que hoy podemos afirmar, el lúcumo centenario de Lambrama.

Es un árbol que según el saber de los lugareños está ahí desde siempre. Debe tener más de 150 años y, a pesar de esa longevidad, sigue maravillando a sus ocasionales visitantes, con frutos sabrosos del denominado “oro de los Incas”, la lúcuma lambramina.

Estando en Itunez, o de visita a la tía Clara en la hacienda Sima, en busca de duraznos blanquillo, lima dulce, o leche y queso que siempre tenía a mano, era inevitable saltar la pirca y subir con esfuerzo tarzanesco, al legendario lúcumo, no solo para buscar su ansiado y exquisito fruto, sino para gozar del solaz que nos regalaba, al mirar desde sus alturas, el valle lambramino, el bosquecillo de Tanccama, y la cuesta de Pichiuca, con la permanente vigía de la ciudadela inca Chaqnaya.

Mario Paniagua, celoso custodio de la legendaria lúcuma lambramina. 

Las lúcumas caían solas y las recogíamos casi en competencia, para esconderlas bajo las cenizas que había al pie del árbol, que eran residuos de hornos artesanales que los lugareños levantaban para preparar apetitosos y jugosos dulces de calabaza. La ceniza era un complemento natural que abrazaba los frutos acelerando su madurez, que llevábamos a dos o tres días después de la “cosecha”.

Cuántos lambraminos, urpipampinos recordarán sus ajetreos aventureros por hacerse de una lúcuma y gozar de su sabor cremoso, pegajoso e incomparable. Cuántos habrán caído en el mito del “lucmarusaiqui” si es que con la pepa del fruto te daban un hondazo en la cabeza, donde supuestamente crecía una bola, un tumor del tamaño de la pepa de lúcuma.

Ese árbol legendario sigue de pie. Hace poco gocé de su verdor que se evidencia en la fotografía que acompaña la nota. Hoy es un ejemplar celosamente custodiado por su propietario, el lambramino Mario Paniagua, quien se siente orgulloso de tener a mano, esa belleza que es parte de la historia de los lambraminos, de los rumichanqas y los waqrapucus.