Feliz día, Mamá Victoria
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Hoy cumple 85 años. A pesar de los naturales contratiempos de la edad, se mantiene vital, dinámica, siempre atenta y conversadora. Victoria, Mamá Victoria, es la imagen de la mujer madre, amiga, compañera íntegra y bondadosa, que tiene proscrito la palabra “no” de su léxico diario. Es una mujer lambramina, de la vida real.
Hace algún tiempo le pregunté entre curioso y bromista: “¿Mamita, cuántos hijos tienes?” Sin titubear afirmó: “casi una decena, papá”. Y es que Victoria, que llegó a mi vida –como esposa de Laureano, mi señor padre- hace más de cinco décadas, cuando yo era un niño apenas, se encargó de cumplir el noble papel de madre de cinco menores hijos: Genaro, Alfredo, Rafael, Efraín y Mery, los hijos de Laureano, viudo de mi madre, Dora.
Victoria tenía dos hijos, que se suman mis dos hermanas –Gladys y Martha- procreadas como mi padre. En efecto, son casi una decena de hijos, que convivieron en la residencia de Tomacucho. Años felices, entre alegrías y tristezas, entre esperanzas y preocupaciones. Sus “casi diez hijos” bien logrados, hombres y mujeres de bien.
Lloró la temprana partida de su hija mayor, aun joven. Un tema que a pesar de esconderlo, la mantiene en nostalgia insuperable. En Lambrama y en Abancay, Victoria y Laureano, criaron a los hermanos Gómez Pereira, Gómez Gamboa y a Lino. Hoy vive con sus hijas y sus nietos en Abancay, entre Patibamba y Quitasol.
Es un tren que nada la detiene. Lleva con puntualidad inglesa, flores y velas a Laureano, en su descanso eterno, en Lambrama. De vez en cuando tengo la dicha de saborear sus cuyes rellenos, canchita chullpi, chicharrones muy a su estilo, que llegan a Lima, como encomiendas.
¿Qué decir de una mujer que forma gran parte de mi existencia, que reemplazó con creces la ausencia de mi madre? La dulzura de su forma de hablar, la ternura de sus expresiones, el esmero de sus atenciones, la envidiable sazón de sus comidas, las lágrimas soltadas en cada conversación telefónica, encargando la bendición y salud de mis hijos, sus “nietos”, de su hijo Lino; la grafican como a un ser formado para personalizar a la Madre, con mayúsculas.
Victoria Gamboa Zúñiga, que dejó su natal Paccaypata, para recalar en Tomacucho, es la madrastra que superó, a pesar de su ignorancia académica, sino con su natural conocimiento de vida; los naturales temores y riesgos del rechazo de los hijos, de la familia, del entorno que rodea al esposo con hijos, gracias a su personalidad afable, íntegra, humana.
Si algunos escritores de novelas y cuentos han estigmatizado a la madrastra como una mujer mala, sin escrúpulos, calculadora; debían conocer a Victoria, que es la otra cara de la medalla; la bondad hecha mujer-madre.
Con esta pequeña semblanza, mi afecto, mi amor a Mamá Victoria, en este día especial, pidiendo que el Señor nos permita tener su compañía, sus bendiciones, su calor de Madre, por muchos años más. Allinta munaiki, Mamá Victoria.