miércoles, 27 de marzo de 2024

Mi primera "borrachera" con Machamacha

Mi primera “borrachera” con Machamacha
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Tenía doce años de edad. Estudiaba en el colegio Miguel Grau, de Abancay. En vacaciones de verano, en Lambrama a tomar leche y comer quesillo con papa qonpis. Era un ccorito dinámico, chato, engreido por ser el menor de los hijos varones de Laureano y Dora. 
Poco afecto a los trabajos de hogar; especialmente a las labores de chacra en todas sus manifestaciones. El juego sí que era mi afición, al que le dedicaba tiempo sin tregua ni horarios. Cazar pichinkos con una honda de jebe, para hacerlos kankachus, era mi pasatiempo favorito.
Calzaba botines a mediazuela, marca “Grauino”, muy castigados por el uso o reuso, pues tranquilamente pude haberlos “heredado” de uno de mis hermanos mayores. Esos zokros, me limitaban en algunas acciones, como correr al mismo nivel de mis hermanos o vecinos coétaneos.
Machamacha, frutillo que "emborracha". (Foto captura de Internet)

Lo que también me gustaba era pastar los toros que Laureano acopiaba para llevarlos a los mataderos de Lima, una o dos camionadas, según como haya ido la compra en estancias lambraminas o en poblados vecinos.
Con Rafo, Alfredo y otros qoros del barrio de Tomacucho, como Cholocha y Acchiruntu, compartíamos la responsabilidad de tener a buen recaudo los vacunos, desde sacarlos de los corrales de Occopata y trasladarlos muy de mañanita, a los pastizales de Jukuiri, Weqe, Itunez y otros cercanos. 
En el prodigioso valle de Tanccama, frente a Itunez ,un ambiente natural rico en bosques, donde abundaban la unca, chuillur, tasta, qeuña y otras especies arbóreas, y donde Antuco hacía fiesta con las hachas para acarrear abundante leño fresco; los toros pacían a su antojo.
Una tarde de febrero, después de dar cuenta del almuerzo que Lorenza, la “Chicacha” nos llevó en un portaviandas de fierro enlozado, rebusqué, con Alfredo, entre matorrales y arbustos aferrados a las rocas, el agridulce fruto de la Machamacha. Rojizo y morado, semejante a los hoy populares “arándanos”, es un frutillo que con su dulzor peculiar, provoca seguir comiéndolo. Es un seductor que crece en una planta pequeña, casi rastrera.
Ya casi a la hora de juntar los toros para regresarlos al corral, llené mis bolsillos de pantalón y casaca, de una gran cantidad de machamacha, las que iba saboreando en el camino. Como excedí el límite tolerable, a pocos minutos de la caminata, sentí que la tierra daba vueltas a mi alrededor. Me vi obligado a sentarme y esperar en varias ocasiones. Los toros bien empanzados iban a paso firme, con Alfredo tras ellos. 
No recuerdo cuántas veces tuve que hincarme sobre las piedras para no caer, pues la tierra literalmente me tragaba. El piso era dorado, el cielo rojizo. El “Niño Paín” estaba borracho. Casi a rastras caminaba como zombie, “yanqallaña”.
Recuerdo que llegué tambaleando hasta las inmediaciones de Plantahuasi, a pocos minutos de la casa, y frente a la plaza de Armas del pueblo, donde me dio alcance el buen Angelo “Haya” Huallpa. “Tatau niñucha, macharapunki” y me cargó sobre sus espaldas, pálido, asustado y temeroso de los latigazos de Laureano.
Victoria, preocupada y aguantando la risa, hizo que me subieran a la “marca” de la despensa con una toalla y una bacinica que se llenó en un dos por tres, de la cantidad de masa colorada que había vomitado.
Laureano preocupado por su engreido, hizo llamar al sanitario del pueblo, don Leoncio Yupanqui, quien tras una breve mirada y entre risas, me dio un par de pastillas de “Yastá”, un antiácido efervescente que apaciguó la borracera, calmó el susto y dejó una lección en el “Niñucha”.
La machamacha, crece en las partes altas de los andes, hasta los 4000 metros. Debido a sus componentes, provoca alucinaciones que pueden causar transtornos en la salud, sobre todo de los niños. Caballos, toros o llamas, inclusive cabras, que consumen este fruto, corren el riesgo de caer en los barrancos “borrachos” y morir.
También tiene uso en la medicina natural y en prácticas de curanderismo. Muchas universidades del país, concentran estudios de tesis sobre sus propiedades.

martes, 19 de marzo de 2024

Fumadores de "Qoto campanilla"

Fumadores de “Qoto campanilla”
Escribe, Efraín Gómez Pereira 

En Lambrama, al floripondio se le conoce como “Qoto campanilla”, expresión achacada por la inflamación de la tiroides, hinchazón de la garganta o aparición de paperas en los menores. Es una planta que los niños, sobre todo las mujercitas, la tienen entre sus preferidas para los juegos, pues sus flores grandes, aromáticas, vistosas y de diferentes colores las atraen, claro sin que adviertan de las consecuencias negativas que pueden generar en la salud.
El floripondio es una planta antigua de origen sudamericano, y diseminada por todo el mundo. Debido a sus características alucinógenas es utilizada para diferentes fines, en muchos casos seriamente peligrosos. 
Cuando niño, en Lambrama, travieso como todos los infantes, en patota juguetona con Juvenal, Mario, el Chino y Maco, coetáneos y llactamasis, recogíamos sus flores blancas y rojas, en las inmediaciones de Ccotomayo y en las afueras de la huerta de don Manuel Milla, las dejábamos secar a la intemperie sobre rocas calientes y, una vez “crocantes”, las envolvíamos en papel despacho, esas que se usaban para envolver el azúcar a granel en las tiendas, o en hojas de cuadernos Minerva, convirtiéndolos en “puros” mágicos.
A escondidas, sabiendo que hacíamos algo imprudente que nos merecería un latigazo de San Martín tres puntas en el siqui, encendíamos el “puro” para darle una pitada a la “ganagana”. Una sola aspirada y caíamos golpeados por el fuerte olor del humo que brotaba de las hojas de la flor de Qoto campanilla. No recuerdo haber sucumbido a sus efectos, pues la travesura terminaba al primer contacto con el envuelto y a seguir con otras actividades infantiles.
En Abancay, durante los paseos de fin de semana por los arrabales de la ciudad, bajo la sombra de los frescos bosques del río Mariño, con amigos y ocasionales acompañantes del barrio El Olivo o La Capilla, en las aventuras adolescentes en busca de siracas, paltas o moras, incluíamos las flores secas de floripondio, que estaban tiradas en el suelo; una sacudida y a envolverlas en papel hasta convertirlas en artesanales cigarros naturales que asemejaban a los antiguos Inca con filtro, de tabaco negro en su cajetilla roja. 
Los ánimos fumaderos de los pikis, no se limitaban al floripondio, también hacíamos de nuestras apetencias traviesas, los tallos secos de arhuinchos, una especie de enredaderas que se secaban abrazadas a los molles viejos, pisonayes, jacarandáes, eucaliptos o a las cabuyas de las cercas.
Tras encenderlos cuidando que el palillo del fósforo Inti no se apague con el viento del valle, dábamos rienda suelta a nuestras apetencias y antojos. A la primera jalada del “cigarro” natural, un concierto de toses roncas nos llenaba de carcajadas y con ojos lacrimosos, reíamos hasta el cansancio.
El recuerdo al novel fumador adolescente me traslada al colegio Miguel Grau, donde en los recreos, tanto de la mañana como de la tarde, en complicidad con Víctor y Guido, trepados sobre un eucalipto en las inmediaciones de la piscina que nunca tenía agua, fumábamos cigarrillos Dexter Junior, extraídos subrepticiamente de la bodega de don Lucho. Competíamos en hacer “secas”, a “golpear”, a hablar sin que se escape el humo, a botar el humo por las narices o a hacer argollas. Antes de retornar a clases, se debía mascar hojas de pino o ciprés, que actuaban como repelentes del olor a tabaco. Nadie sospechaba de nada. Se fumaba a escondidas. 
Hoy, no. Fumar es un vicio universal, alimentado por millonarias campañas de publicidad, del que no escapa ni hombre ni mujer, ni joven ni viejo. Se fuma en público, a pesar de las leyes de prohibición y de las advertencias gráficas como: “Fumar es dañino para la salud” o “Fumar causa cáncer de pulmón”.

jueves, 14 de marzo de 2024

Niños y jóvenes lambraminos a clases

Niños y jóvenes lambraminos a clases

Escribe Efraín Gómez Pereira 

Como en todo el país, con grandes expectativas y ambiciones, pero afrontando una realidad de limitaciones y carencias; niños y jóvenes de primaria y secundaria de Lambrama, iniciaron actividades educativas 2024, en ceremonias austeras pero llenas de esperanzas.

Las autoridades de la IE 54028 “Virgen de Fátima” de Lambrama, dieron bienvenida a un grupo de 68 alumnos, entre niños y niñas, en un local casi destartalado, con más de cuarenta años de uso, que muestra el sello burocrático del desinterés del centralismo.

Los seis docentes y el personal administrativo liderados por el director, Juan Luis Salazar, compartieron con autoridades distritales y padres de familia, el compromiso anual de llevar a buen puerto a los niños. El interés de los docentes, la mayoría lambraminos, de inculcar valores, formación y conocimiento colisiona, lamentablemente, con la precariedad de las instalaciones de la infraestructura, muy limitada a lo mínimo indispensable. Aun así, el reto de Juan Luis y su equipo es cumplir con los objetivos planteados; la formación integral de los niños escolares lambraminos.


IE Virgen de Fátima, de Lambrama. 68 alumnos para este año.

En el mismo interés de promover formación educativa con valores y competitividad que los prepare para enfrentarse a la realidad exterior, el colegio secundario IES “Guillermo Viladegut Ferrufino,” dirigido por el profesor Miguel Zela, inició el año escolar con un grupo de 85 alumnos.

La notoria baja de la población escolar de secundaria es muy preocupante y evidencia una realidad del ámbito rural donde el ausentismo debe ser elevado. Recordar que en el 2020, el colegio Guillermo Viladegut, tuvo 143 alumnos; lo que muestra una disminución alarmante de la población estudiantil, en apenas tres años.

     


IES "Guillermo Viladegut Ferrufino" de Lambrama, con 85 alumnos para este año.

Víctor Raúl Villegas, coordinador Pedagógico del colegio, explicó la distribución de alumnos por secciones, que muestran una población realmente escasa. Primer grado, 22 alumnos; segundo grado, doce; tercer grado, veinte; cuarto grado, trece y quinto grado, dieciocho.

Una docena de docentes, entre especialistas, administrativos y auxiliares, se encargarán de acompañar a este grupo de adolescentes y jóvenes, en sus proyecciones de formación secundaria. El colegio “Guillermo Viladegut Ferrufino”, cumplirá en el 2024, cuarentaicinco  años de existencia. Éxitos, queridos paisanos, Lambrama requiere de hijos profesionales, bien preparados, con buena base moral y de principios.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Sargento lambramino en el recuerdo

Sargento lambramino, en el recuerdo
Escribe, Efraín Gómez Pereira 

Década de los cuarenta del siglo pasado. Dos años en el Ejército, cumpliendo el servicio militar obligatorio, marcaron su personalidad de por vida. Recio, severo, disciplinado, respetuoso, estricto con los horarios. Mandón y querendón al mismo tiempo. Supo hacer amigos en todos lados. Expresaba su orgullo de haber servido a la Patria vistiendo el uniforme del Ejército Peruano, en el antiguo Fuerte Rímac, hoy Fuerte Hoyos Rubio, en Lima.
El ejército le enseñó, decía mi padre, don Laureano Gómez Chuima, a pelear, a boxear, a agarrarse a trompadas ante el abuso o la prepotencia. Tenía voz de mando característico, a cuyo eco, que resonaba en las paredes de la casa de Tomacucho y los Altos, expresábamos temor cuando niños. Hasta las calaminas de los Altos rechinaban y Chilingano, su fiel caballo de monta, paraba las orejas y resoplaba, sacudiendo su aparejo, riendas y enjalmes de cuero y plata.
Laureano Gómez Chuima, años cuarenta en el Fuerte Rímac. 

El ejército, donde alcanzó el grado de Sargento II, con estudios de apenas primaria incompleta, le enseñó además, oficios útiles de los cuales se serviría para proyectar y desarrollar su propia existencia familiar en Lambrama.
Como cabo furriel, redactaba en una máquina de escribir los listados -filiación- de soldados, requerimientos, alimentos, armas, pertrechos, disposiciones. Como efecto, en casa tenía una Remington de metal, verde y pesada, en la que tecleaba documentos, solicitudes, cartas con un inicial característico: “Previo un cordial saludo”. Redactaba oficios en papel bond y sello sexto, así como el listado de los toros que traía a Lima. “Toro negro albos dos traseros”, por ejemplo. 
Dominó al arte de la castración de animales. Toretes, bueyes, potros, hasta gorrinos pasaban por sus afilados cuchillos de uso exclusivo. El patio de la casa de Tomacucho se convertía en un quirófano veterinario que llamaba, al final de la jornada, keros de chicha de jora, cañazo o Maltas cusqueñas, que se compraban en la tienda de  la “gringa” Trini, en Chimpacalle.
Sus caballos y mulas de ensillar, siempre estaban protegidos de herrajes de metal, que el herrero de Lambrama alistaba en una fragua rústica utilizando varillas de construcción. Laureano tenía una batería completa del arte: tenazas, escofina, martillo, lima, clavos y cuchillas especiales. Verlo “herrar” sus caballos era un espectáculo, al que le imprimía pasión. Como complemento sabía colocar inyectables a sus crianzas mayores, para lo cual manejaba una jeringa de tamaño descomunal y un dispensador de acero con el que suministraba pastillas orales a sus animales. Todo un aficionado y dedicado “veterinario” autodidacta.
Contaba orgulloso que se hizo “cocinero ranchero” y como tal participaba de la preparación de alimentos para la tropa y oficiales, donde aprendió a elaborar bistecs a la chorrillana y lomos al jugo, así como a seleccionar por nombres, usos y tipos, la carne para el rancho. Aprendió a sembrar hortalizas como cebolla, betarragas, zanahorias, coliflores, rabanitos con los que preparaba ensaladas que acompañaban sus frituras de carne e hígado. Su huerta familiar de Tomacucho era un cuasi centro experimental, siempre verde, siempre florido.
Era puntal en las caminatas que los soldados hacían desde Rímac hasta Comas, donde “cosechaban” naranjas en los huertos que abundaban en lo que hoy es Naranjal. También iban a Chorrillos, ruta en la que aprendió a cantar “De Lima a Chorrillos, de un salto llegué, ay que bonitas son, las que están en el balcón”.
Contaba casi extasiado que cuando aun era soldado raso, cholito apenas llegado al cuartel, era blanco de abusos violentos por parte de sus superiores -cabos y sargentos- que sometían a los rasos “serranos”, “cholos”, y les quitaban parte de su rancho, sobre todo las presas de carne que eran ocasionales.
Una tarde de viernes, un cabo alto, fornido y blancón, de mirada siempre agresiva, sin mediar palabra, se hizo del churrasco que adornaba su plato de segundo. “Esto es mío, cholo de mierda” y sin calcular la reacción del raso lambramino volteó sobre sus pasos. Laureano, respondió con un “Abusivo conchatumadre, a solas quiero verte”, y quedaron para las seis, en el borde de la cancha de fútbol.
Contaba Laureano, que el abusivo cayó al tercer derechazo, noqueado y sangrando de boca y nariz. El lambramino lo agarró de la poca cabellera que tenía el cabo y casi respirando sobre su cara, le advirtió con firmeza, que nunca más, a nadie le quite nada, sino se las vería con él. Mudo, asustado y avergonzado, el cabo asintió. El cholo se había ganado el respeto en la cuadra.
Aprendió a manejar, lo que le motivó, una vez fuera del servicio, comprarse un automóvil con el que afrontó una mala experiencia. Siempre que hablaba de ejército, Laureano se emocionaba y nos inculcaba a sus hijos, a seguir la carrera militar. Ninguno optó por ese camino, solo uno se enlistó por dos años como voluntario. “Sin dudas ni murmuraciones”, refería cuando disponía de sus trabajadores o hijos de algún mandado urgente. Sí, mi Sargento.