miércoles, 30 de diciembre de 2020

El drama de los abandonados en Lambrama

El drama de los abandonados en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Fernando y Sayla, son adultos del distrito de Lambrama, en Abancay, que forman parte de las nefastas estadísticas de personas con discapacidad que viven marginadas, olvidadas, abandonadas o amarradas para que “no (se) hagan daño”, sin que los programas sociales o las autoridades reparen en este drama, que está ahí, con ellos.

Son dos casos, que por causa de la ignorancia de sus padres o el desinterés de su entorno, quizás ni estén inscritos en el Registro Nacional de Personas con Discapacidad, del Instituto Nacional de Estadística e Informática – INEI, que para el caso de este distrito tiene, a noviembre del 2020, registrados a un total de 59 personas en esa condición, 37 varones y 22 mujeres. Apurímac registra 6925 casos. Por provincias: Abancay 1807, Andahuaylas 2733, Chincheros 942, Aymaraes 649, Grau 363, Cotabambas 242, Antabamba 189. Obviamente hay más casos no registrados, desconocidos, anónimos, escondidos. 
Fernando y Sayla, requieren atención. Un reto para las autoridades y profesionales lambraminos. 

En Lambrama, este drama, esta dura realidad, va de la mano con los elevados niveles de pobreza y pobreza extrema enraizados en el distrito y 19 sus comunidades, donde el Gobierno da la cara de manera relativa y marginal, a través de programas sociales destinados a mitigar en algo las falencias de la presencia estatal, y de las apremiantes necesidades de miles de comuneros que arrastran la pobreza desde siempre. ¿Para siempre?

La regidora provincial Rufina Sarmiento, natural de Lambrama, reveló los casos de Fernando Mota Kari, 52 años, y de Sayla Huallpa Gamarra, 32 años, a quienes ubicó a través de la subprefecta distrital, Ignacia Villegas. Los familiares de ambos recibieron apoyo con víveres y el ofrecimiento de coordinaciones con el personal del Centro de Salud del distrito para hacer el seguimiento correspondiente. Más aun en esta época de emergencia sanitaria.

Fernando vive con sus padres ancianos, la madre sorda, en el sector de Paccaypata. Permanece fuera de casa en el día, amarrado a un arbusto, en una situación deplorable, como un animalito herido, descuidado. Ni siquiera intenta escapar. Las dificultades que los padres deben afrontar para atenderse a ellos mismos, se hacen más penosos con el caso de su hijo. En su ignorancia y sus limitaciones, se ven precisados a “asegurar” a Fernando “para que no se haga daño”.

Fernando vive su propio mundo. Ajeno a su entorno. Sabe, sin embargo, que tiene que estar amarrado, porque sus padres así lo decidieron. Sabe que debe comer en algún momento del día y espera el plato de comida. Sabe que debe hacer sus necesidades y avisa con gestos. Muchas veces el aviso se hace cuando ya no hay remedio, sumando dolor al drama diario. 

La madre, recuerda entre lágrimas que hace dos años pidió apoyo, sin respuesta, a las autoridades del distrito. Hoy vive resignada, “hasta que nuestro Señor Dios decida”.

En tanto, Sayla Huallpa Gamarra, lambramina de 32 años, vive encerrada en un cuarto, “porque se puede ir a cualquier parte”. Para sus padres es una gran preocupación, porque si tiene ocasión, al menor descuido, da un paso, dos y se encamina sin rumbo, buscando algo en la plaza del pueblo, sometida a los riesgos. Deambula por las calles, por las carreteras, exponiendo al peligro su propia integridad, su situación de discapacidad, su condición de mujer joven e indefensa. 

En su ignorancia y pobreza, los padres sin apoyo ni orientación, entienden que un candado es más seguro y confiable. Esa “confianza” hace que Sayla, en su aislamiento, haga sus necesidades en su mismo cuarto, recibiendo las reprimendas paternas. No entiende lo que pasa. Solo ríe. Mira lejos, hacia los cerros, concentrada, ensimismada, la mirada perdida. Es una muestra de miles de Sayla que viven esta realidad en el Perú.

La regidora Rufina Sarmiento expuso estos casos ante la sesión del Concejo Distrital de Lambrama, y solicitó atención para las personas vulnerables del distrito y sus comunidades, diseñando estrategias humanitarias o creando un área específica para tal fin. “Solo encontré como respuesta la indiferencia, la inoperancia, la insensibilidad de las autoridades”, revela con real y evidente molestia.

Es necesario generar un programa distrital que destine recursos y atención a personas con discapacidad, adultos mayores, personas en abandono, huérfanos, con problemas de alcoholismo. Para ello, es urgente levantar una base de datos sobre este sector abandonado de nuestra población. 

Si los programas sociales no lo pueden hacer, o lo hacen a medias, si las autoridades locales son indiferentes; entonces los centros sociales, las organizaciones de residentes lambraminos en Lima, Cusco, Abancay y otras ciudades, deben asumir este reto. Ya lo vienen haciendo con Patita, con muchos lambraminos en pandemia. 

Hay una rica y enorme veta social que requiere de una mirada humanitaria, comprometida. Reto para los profesionales lambraminos e hijos de lambraminos, que son muchos y aun no ponen su cuota de apoyo por el pueblo que los vio nacer; para los empresarios de esta tierra que han progresado en otros lares. Por lo menos hagamos el intento. Nos sentiremos bien.

martes, 29 de diciembre de 2020

"Atentado cultural" contra la Iglesia Colonial de Caype

“Atentado cultural” contra la Iglesia Colonial de Caype
Escribe, Efraín Gómez Pereira

¿Puede el ministerio de Cultura, responsable de “realizar acciones de conservación y protección del patrimonio cultural”, romper techos y paredes, borrar legados, distorsionar patrimonios culturales de la Nación? ¿Quién o quiénes deben responder por lo que la Dirección Regional de Cultura de Cusco ha hecho con la torre de la Iglesia Colonial Santa Isabel de Caype, en Lambrama?

La natural originalidad de la cuatricentenaria e histórica torre, de vistosas paredes de cal y piedra, ha sido desnaturalizada por el proyecto de “Restauración y puesta en valor del Monumento Histórico Artístico Iglesia de Caype”, a cargo de la Dirección Regional de Cultura de Cusco. Las paredes de la torre han sido cubiertas de pintura blanca y la cúpula, también histórica, tirada al suelo y cambiada por un falso techo de tejas. Las imágenes que acompañan esta nota son la evidencia. ¿Abuso y prepotencia?
Antes y hoy se la torre de la Iglesia Colonial de Caype. 
Se trata de un atentado sin nombre, contra un patrimonio cultural de la Nación, y lamentablemente cometido por el ente oficial que debe custodiar, respetar, valorar y preservar nuestra riqueza cultural y arquitectónica, como es la Iglesia Colonial Santa Isabel de Caype.

Preocupado por este lamentable hecho, el alcalde del distrito de Lambrama, Hilario Saldívar Taipe, ha convocado a sus paisanos de Caype y Lambrama, residentes en Abancay, a una reunión de urgencia para el próximo domingo, 3 de enero, a fin de  acordar las medidas necesarias que la situación amerita.

La “restauración” de la iglesia ha desnaturalizado la arquitectura histórica de la torre que data del siglo XVII, y debe detenerse de inmediato para que se realice una evaluación e investigación exhaustiva a fin de señalar responsables y disponer la recuperación de su original característica. Sugerimos a la Municipalidad de Lambrama, plantee una Acción de Amparo, que sería un buen paso.

Precisamente por su valor histórico, su tradición y su capacidad de masiva y tradicional convocatoria a las festividades de la Virgen de Santa Isabel de Caype, el Templo fue declarado como Patrimonio Cultural de la Nación, el 15 de octubre de 1974, mediante Resolución Suprema Nº 505-74-ED, que le reconoce como Monumento Histórico Artístico.

El templo fue construido por una legación de curas Jesuitas, en los años 1600. En la edificación de una sola nave, se usó la roca basáltica y su fachada presenta una capilla abierta con balcón entablado y es considerada joya arquitectónica, arqueológica, religiosa e histórica. La torre tiene cinco campanas, y el templo en sus interiores alberga lienzos de la pintura cusqueña.

La Iglesia Colonial de Caype, recibe todos los años, en los primeros días de julio, una peregrinación importante de feligreses y creyentes de todo el país, que asisten a las celebraciones de la Fiesta de la Virgen Santa Isabel de Caype, convertida en una jornada tradicional que ha cumplido 403 años, una de las fiestas religiosas más longevas del país y del mundo.

La versión histórica que explica la razón de su construcción en ese alejado centro poblado, nos acerca al diplomático e historiador boliviano Marcelo Arduz Ruiz: “A pocos años de que erigiera el famoso Santuario de Cocharcas, surge en el corazón de otro nativo de la comarca vecina, el deseo de llevar una imagen de la Virgen de Copacabana hasta su pueblo natal. El indio Clemente, una vez reunido el dinero requerido, en 1617 partió hacia la población de orillas del Titicaca, encargando a uno de los discípulos del Inca Yupanqui, don Sebastián Acosta Túpac Inca, la realización de una talla menor que la original, para cargarla en sus hombros durante la larga travesía que le esperaba. 

Luego de recorrer diversas poblaciones del altiplano pidiendo limosnas para edificarle un templo, partió a pie desde Copacabana con la imagen en sus hombros, pensando llegar hasta Huancayo. Sin embargo, tras agobiantes meses de peregrinación, en las proximidades de Lambrama, entre el camino que va del Cusco a Ayacucho, mucho antes de llegar a su destino, y justamente en momentos en que se le había agotado todas sus fuerzas, cuenta la tradición que la Virgen le habló y en quechua -que era el único que el indio conocía- le dijo: «Caype» (aquí) pidiéndole que le edificara su templo en aquel lugar, desde entonces fue bautizado con este nombre”.

martes, 22 de diciembre de 2020

"Niño Velacuy", en Lambrama

“Niño velacuy”, en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Recuerdo la casa de Tomacucho en Lambrama. En la habitación de mis padres había un baúl gigante de madera, ajustado con flejes y correas de cuero repujado. Estaba asegurado con un candado dorado. Era una reliquia infranqueable.

Guardaba libros y cuadernos con apuntes, medallas, monedas de plata 9 décimos, cubiertos de alpaca, peines, tijeras, hilos, agujas, recuerdos. Detalles que no eran de uso diario estaban ahí, a la espera de su momento para salir y lucirse en “ocasiones especiales”.
Plaza de Lambrama, pueblo donde se celebra el Niño Velacuy

Alguna vez hurgando sus interiores me topé con un manojo de sobres y tarjetas de invitación, finamente diseñados. El sobre era blanco y la tarjeta color humo. Decía: “Laureano Gómez Chuima, Dora Pereira Tello e Hijos, invitan a usted y familia a la celebración de la Navidad del Niño, en esta su casa…”

Este recuerdo me lleva a la Navidad de hace cincuenta años en Lambrama. El principal acontecimiento del mundo cristiano, la llegada del Niño Jesús, era celebrado en una jornada denominada “Niño Velacuy” y convocaba a las familias que venían de otras ciudades, a los vecinos, en un recogimiento de reencuentro y perdones.

En un pueblo campesino, donde las actividades religiosas estaban marcadas en el calendario anual, no había Misa semanal en la iglesia. Solo en fechas especiales se rezaban Rosarios, con asistencia masiva de pobladores de todas condiciones. Todos convocados por la misma fe; arrodillados ante la misma imagen del Patrón Santiago en la iglesia San Blas, hasta donde llegaban llamados por las campanas del “chincapum” de Patita.

Para la Navidad, al igual que para otras festividades populares y religiosas, había un responsable de organizar las celebraciones: el Carguyoc. Este se encargaba de la Misa del 24, de la procesión del Niño hacia su domicilio, del recibimiento del 25 “Niño Velacuy”, hasta la Bajada de Reyes, en ambiente de música tradicional, cánticos en quechua y baile. Arpa y violín. La comida típica, abundante y variada; chicha, ponche y té macho, eran parte importante.

En el patio de la casa lambramina, se levantaba una ramada de retamas, carrizos e ichu, para dar cobijo a la imagen del Niño Jesús, de tez rosada y mirada celeste, pulcramente ataviado con ropa blanca, cintas de colores, un huairuro en la muñeca, y encamado en una cuna de madera, el tradicional “kirau”; así como para favorecer de sombra a los visitantes, que eran muchos.

La Misa del 24, la oficiaba un párroco de Abancay, que llegaba especialmente para ese acto. La iglesia lucía atiborrada de feligreses. Pobre de aquel que se atreviera ir con ropa sucia o desordenada. Las señoras de los mistis, los regresaban a casa a ponerse limpios y estar presentables para El Niño.

El cura se explayaba en un sermón que superaba las razones de la Navidad, y llamaba a la disciplina, al orden, a la limpieza, a evadir el pecado y vivir para el Señor. Rostros campesinos enjutos, casi auto flagelados por las culpas, escuchaban en silencio, cabizbajos, con el sombrero sujetado entre manos, mirando sus ojotas que apretaban sus pies recios, con callos y cicatrices de mil batallas.

Los cánticos en quechua rememoraban el nacimiento del Niño. Bajo el Altar, cirios y velas de diferentes tamaños y colores competían en dar brillo. Floreros de arcilla, abrazaban ramos de rosas, claveles, margaritas, cumayos de hermosas tonalidades. Las bancas talladas artesanalmente, ocupaban la mitad del salón y daban descanso a las mujeres. Los hombres y jóvenes se apostaban parados y pegados en las paredes.

Tras el sermón, El Niño envuelto en prendas nuevas y bien acabadas, era llevado en procesión dentro de su “kirau”, hacia su nueva y temporal morada, en manos del Carguyoc, que mostraba una expresión compungida. ¡Tenía al Niño Jesús entre manos. Los padrenuestros se confundían con los cantos de las mujeres, que no cesaban de invocar al “Apu Yaya Jesuscristo”, al “Wuaillas, wuaillas, ichu patachapi”.

La casa del Carguyoc, estaba reluciente. El patio recién baldeado, brillaba. Mesas, sillas y bancas bien dispuestas. Los compadres tenían cierta preferencia. Toda la familia con ropa nueva o bien lavada, algunos con zapatos nuevos.

El Niño recibía ofrendas. Flores silvestres, choclos secos entrelazados, papas de mil colores, quesos en molde. Tejidos de colores, chumpis y llicllas. Vinos envueltos en celofán amarillo. El oferente se desvivía por atender a todos.

La comida pasaba de mano en mano. Todos satisfechos. La noche del 24 es larga y el clima de diciembre, que a veces castiga con lluvias torrenciales, se confabula con la fiesta y posterga su llegada. El Niño impone respeto.

El “Niño Velacuy” se desarrolla en una mezcla de recogimiento cristiano y una algarabía social. Las familias superan algunas desavenencias, los amigos fortalecen lazos. Los compadres proyectan actividades comunes. El Carguyoc del próximo año, se lanza al ruedo. La vida continúa.

Para el 25 El Niño sigue en casa del Carguyoc, algunos vecinos se mantienen y otros recién llegan. El desayuno es solo una pausa para que la algarabía prosiga. El almuerzo también es otra pausa. Después de esa hora muchos se han retirado. Quedan El Niño y los familiares más cercanos.

La ramada del patio que simula el pesebre de Belén, se mantiene con El Niño en su “kirau”. Las visitas continúan hasta el día 26, cuando en ceremonia llena de solemnidad El Niño es entregado en custodia a la Iglesia. La Misa ya es ofrecida por el nuevo Carguyoc.

Ya está bendecido por el párroco de Abancay. Tendrá lugar preferente en los interiores de la iglesia San Blas, y habrá sido parte importante en la historia de un grupo de lambraminos, que además de reforzar su fe en el cristianismo, habrá sacudido algunas taras ajenas a su naturaleza.
El “Niño Velacuy” también se realizaba en otras comunidades de Lambrama, con la misma vistosidad y compromiso. Con Carguyoc y celebraciones. Destacan las de Atancama y Siusay; pero la que se realizaba en Caype, era de las más coloridas, atractivas y visitadas por mayor número de feligreses. En esas fiestas navideñas no había arbolitos, papá Noel, chocolate, ni panetón. Ojala se pudiera volver en el tiempo y recuperar estas hermosas costumbres.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Chucchumpi: la escalera al cielo de Lambrama

Chucchumpi: la escalera al cielo de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Le llaman con orgullo “la escalera al cielo” que se mantiene en el tiempo. Sus interminables escalinatas, pareciera que nunca se acaban, ni de subida ni de bajada. Sus graderías innumerables, que eran de piedra sobre piedra, colocadas hace más de siglo y medio, con dominios de arquitectura campesina, en las que había que adivinar dónde poner los pies para no tropezar y caer; lucen ahora modernas y desafiantes, de concreto invasor.

A pesar de ese cambio brusco en su apariencia, que fue de la mano con el cambio de denominación del tradicional barrio de Chucchumpi, por el del burocrático “Los Libertadores”, sigue siendo orgullo de los wakrapukus. 
La escaler al cielo. Fotografía DE Daniel Beams 

Las escaleras perfectamente elaboradas, ya con trazos de arquitectura moderna, que empiezan en Pampacalle y trepan, con dirección al sol, cruzando Yarccapata, donde hay una bifurcación hacia Occopata y otra hacia la acequia de agua de regadío que nace en Tomacucho; no se detienen hasta que el viento azota el rostro, cuando apenas uno se está reponiendo de la agitación, al llegar a la cúspide en el denominado Cruz Ccasa, el mirador natural del pueblo.

Cuando las piedras lizas colocadas de manera caprichosa en el singular camino dominaban la ruta, había que ser un diestro no solo para pisar firme y seguro, sino para guiar, sin problemas, los caballos cargados de sacos de papa, maíz, oca, olluco o leña, en cualquier momento del año, procedentes de Ccaraccara, Ccahuapata, Yucubamba y otros parajes de producción y cosecha.

En épocas de lluvia, la travesía era de extremo riesgo. Los alazanes, los bayos y los tordillos chuscos de los lambraminos, conocían de memoria dónde debían poner los cascos, de subida o viceversa. Eran pocos los accidentes registrados, más por el ímpetu de los cholos entonados después de las jornadas de campo, que por la prisa de los caballos. 

Cuántos lambraminos que superan los 50 años, deben rememorar esas caminatas, saltando de piedra en piedra, esquivando pozos de agua y lodo acumulado por las incesantes lluvias. Cuántos descuidados habrán perdido sus ojotas que le fueran arrebatadas por los riachuelos que se generaban con las lluvias torrenciales. Cuántos enamorados habrán golpeado la testa después de una visita amatoria de media noche, cuando ya no había luz en las calles. Si esas escaleras hablaran, se llenarían tomos de anécdotas. 

En la actualidad, las gradas son de cemento y tienen canaletas laterales que aseguran el curso del agua de lluvias sin invadir el camino. En el primer descanso, donde empieza Chucchumpi, algún desubicado alcalde hizo de las suyas y levantó un arco de cemento que no solo corta la mirada hacia los innumerables pasos, sino afea con crueldad, la belleza natural de ese encanto lambramino. Ese arco debe caer, tiene que caer.
 
El periodista lambramino, Dino Pereyra, recuerda que por esas gradas bajaban antaño, cuadrúpedos trasladando oro y plata del lavadero de Ccaraccara hacia el centro de acopio ubicado en el subterráneo del templo de Lambrama.

“En la Biblioteca Nacional del Perú vi un mural gigante con la leyenda ¡Qué locura!, sin identificar el lugar. Eran las graderías de Chucchumpi, de nuestro Lambrama”, recuerda Dino con emoción.

“Era la pesadilla de mi niñez, caminar hasta llegar a Cruz Ccasa, con muchas resbaladas y volantines”, recuerda Irene Gómez. Con la misma nostalgia, Jaime Chipana señala que era una odisea llegar al último peldaño y voltear la mirada para gozar el verdor de la belleza del pueblo en su integridad. 

Genaro Aquino, por su parte se remonta a su niñez y evoca las cargas de papa bamboleándose sobre la grupa de los caballos en una bajada interminable. “Arre mata, arre mata”. Pobres caballos, caballos machos.

Juvenal Quintana, se imagina regresando de bajada con una sarta de truchas pescadas en la prodigiosa Yucubamba. “Me daba tiempo para saludar a la familias Cruz, Huallpa, Flores, a mi promo Bernaco Gómez, que vivían a lo largo de la gradería”.

Damy Salazar, a su vez recuerda a sus amigas Evarista Villegas y María Flores, a quienes veía al trepar las escaleras, camino a Ccaraccara, desde su barrio de Surupata, que está al extremo opuesto de Chucchumpi, que hoy evocamos.

Eugenio Damián Quispe, atancamino con esposa lambramina, es testigo fiel de los avatares de un enamorado en busca de su flor en Chucchumpi. “Las graderías eran bien accidentadas sobre todo después de las 11 de la noche, cuando la luz eléctrica era apagada por don Cirilo Ayala. Una caída y me iba hasta Atancama cojeando, “siquiyta aysayukuspa”, recuerda.

La escalera al cielo de Chucchumpi es patrimonio de los lambraminos, que por capricho de autoridades de paso, ha sufrido cambios que deben corregirse. Así como se hizo con las graderías, hay riquezas testimoniales, como la propia iglesia San Blas, la mítica calle Michihuarkuna, que merecen ser recordadas, recuperadas y valoradas, como bien plantea Policarpo Ccanre Salazar, autor de una tesis de maestría, que pone en debate el valioso patrimonio cultural y natural del distrito de Lambrama.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Asociatividad hacia el desarrollo

Asociativad hacia el desarrollo
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Mucho se habla de asociatividad como una estrategia hacia el desarrollo de la actividad agropecuaria, que compromete a pequeños productores. El gobierno la promueve, a través de programas del ministerio de Agricultura y Desarrollo Agrario y Riego -MIDAGRI, con subsidios o apoyo económico determinado, en la idea de hacer que la “economía de escala”, sea el motor que dinamice los emprendimientos de pequeños productores, de la agricultura familiar.

En las últimas semanas hemos conocido tres casos o experiencias exitosas de asociatividad en la región Apurímac y que nos permiten mirar un norte esperanzador, de expectativa, para un vasto sector de peruanos que viven de la producción alimentaria, muchas veces en condiciones de lastimosa orfandad, sin apoyo del gobierno, sin ser visibilizados por los programas públicos y privados ONG, que hacen estudios y maravillas de libros sobre la pobreza rural.

En la comunidad campesina de Santa Isabel de Caype, en Lambrama, hace dos años se juntaron cinco mujeres “emprendedoras” con la finalidad de sacarle el mayor provecho al dulce de sus diez colmenas de abejas que tenían entre todas. 

Se denominaron “Las obreritas de Caype” y capitaneadas por Brigida Benites Medina, empujaron sueños y ambiciones, incluso enfrentándose al secular machismo de la zona, y con apoyo de un premio ganado en concurso convocado por Haku Wiñay, de Foncodes, avanzaron de manera sostenida.

Hoy tienen 100 colmenas y 35 socias y se han puesto como meta, mejorar los procesos de crianza, manejo, cosecha y comercialización. Este año fueron finalistas del Desafío Kunan 2020, lo que las motivó a mirar como siguiente paso, la obtención del registro sanitario y mejora de las etiquetas y envases, para llegar a mercados  nacionales y extranjeros. Están convencidas que lo harán.
Planta de procesamiento de chuño en Kishuara

Las otras dos experiencias exitosas se desarrollan en el distrito andahuaylino de Kishuara. Allá, un grupo de 72 productores de papa asociados en la Cooperativa Agraria Tesoro Chanka COOPAGROS, viene produciendo chuño “El tesoro de los Andes”, en el marco de un plan de negocios apoyado por el programa Agroideas, del MIDAGRI.

La papa de descarte que antes lo vendían a Puno, de donde regresaba como chuño o tunta, es ahora la materia básica para la planta de transformación instalada en la zona de Millu Millu, en la antigua carretera Andahuaylas-Abancay. 
Eusebio Quito Carire, productor y gerente de la cooperativa señala que de una tonelada de papa obtienen 250 kilos de chuño, que lo venden a 6 soles el kilo.

Integrado por hombres y mujeres, la cooperativa utiliza papa huayro, peruanita y chaska, de descarte, para el procesamiento del chuño, que se apunta como una gran alternativa para el sostenimiento empresarial. La papa descarte de las 86 hectáreas del tubérculo que tienen instaladas, será destinada a la producción de chuño “Tesoro de los Andes”. La meta es procesar en el 2021, unas 10 toneladas del novedoso chuño andahuaylino.
En el mismo distrito de Kishuara, en el centro poblado de Quillabamba, un grupo de 16 pequeños agricultores de los valles de Soccomayo, Vincos, Palmira, Ccoripacha, Ingenio y Colpa, ha creado la primera cooperativa agraria de productores de palta denominada “Apurímac Avocados”, que mira con expectativa llevar sus paltas Hass y Fuerte, a mercados europeos. 

Oswaldo Zico Ccorahua Lara, gerente de la flamante empresa asociativa, define sus metas con la necesidad de imponer calidad a su producción, para lo cual requieren apoyo técnico y convertir a la cooperativa en productora, acopiadora, comercializadora y exportadora de paltas de calidad con sabor apurimeño.

En los tres casos de asociatividad, destaca el mismo interés: crecer de manera amigable con el medio ambiente. Impulsar la actividad productiva y económica con la participación activa y equitativa de hombres y mujeres. Generar puestos de trabajo en condiciones favorables para las partes. Sumar esfuerzos para el desarrollo de la región Apurímac. Bien valen aplausos.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Los "Piteros" de Lambrama

Los “Piteros” de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

En todos los pueblos existen de manera organizada, voluntaria, generalmente por iniciativa propia. El común denominador de sus integrantes es la música; la música campesina, música originaria que se identifica con su pueblo, con sus raíces, sus costumbres, sus festividades, sus tradiciones.

No son más que cuatro o cinco “músicos” autodidactas sus integrantes, que valen, en sonido, emoción, compromiso y entrega, lo que una orquesta bien montada, equipada y profesional. 

En el distrito de Lambrama, como en sus 19 comunidades existen, unos con más dinamismo que otros; y están presentes en todos los actos comunales, públicos y protocolares. 

Los programas municipales de inauguración de obras, las visitas de autoridades regionales o nacionales, los desfiles de aniversario, las procesiones, las faenas comunales para limpieza de canales de regadío, de caminos rurales, las corridas de toros; siempre tienen la presencia colorida y alegre de este grupo de entusiastas comuneros. 

Son tradicionales, míticos, originales. Su denominación no es uniforme. En Lambrama se les llama “Banda de Guerra” o “Piteros”. En otras jurisdicciones del Altiplano y Cusco, se les identifica como “Kaperos”.

Jesús, Feliciano, Tiburcio y Santos, hace poco más de un año en Lambrama. 

Un pito, instrumento de viento elaborado con el hueso fémur de vicuña o venado; ahora último emplean un tubo de plástico adaptado, que se asemeja a una flauta o una quena; una corneta tradicional, revestida con hilos de colores rojo y blanco, y una pequeña bandera peruana que cuelga ondeante; una tarola, generalmente artesanal copiada de las tradicionales y un bombo, igualmente hechizo con material de la zona, son los instrumentos de los “Piteros” de Lambrama.

La tarola y el bombo no se detienen marcando un ritmo acompasado del huayno, jarawi, wakataki o marcha militar que el pito y la corneta, harán sonar con vibrante emoción. El pito se esfuerza por amalgamar una sinfonía y, tras una pausa, que da solo para el respiro, le sigue la corneta con otro acorde. Parece una competencia, pero es la suma de fuerzas de ambos músicos que llaman la atención de propios y extraños. Los aplausos caen a raudales. 

Los “Piteros” de Lambrama siguen siendo los mismos que conocí hace más de 50 años. Han envejecido y con ellos, ha madurado la capacidad musical y el valor de esta tradición lambramina; pero, al mismo tiempo, advierten un grave riesgo de que esta rica esencia cultural desaparezca del pueblo, si sus integrantes se van al descanso eterno.

Lamentablemente no hay continuación generacional. Los jóvenes actuales, en mayoría, esconden cierta “vergüenza” adoptando para ellos, no solo el idioma castellano, sino la música foránea impuesta por la invasión del reggaetón, salsa, cumbia y otros ritmos que tienen libre acceso a sus hogares a través de equipos modernos, de los teléfonos celulares. 

Los “Piteros” han sido, o vienen siendo relegados a algunas actividades puntuales, más por obligación con los viejitos, que por necesidad o compromiso. Es necesario que las autoridades, el colegio, apuesten por su recuperación y promuevan tanto la permanencia de la música generada por esta “banda” así como el cambio generacional de sus integrantes, buscando jóvenes con talento o inclinaciones musicales, brindándoles apoyo y facilidades.

Está muy cerca el ejemplo del distrito vecino de Circa, donde un profesional entusiasta natural de ese lugar, ha relanzado su “Banda de Guerra” distrital, que manteniendo su originalidad, cumple una agenda que va más allá de sus límites distritales.

Los “Piteros” de Lambrama se van quedando solos. Al aislamiento de Bautista Tello Teves, Patita, y su original bombo de Pampacalle, por razones de edad y salud, se suma el reciente fallecimiento de don Feliciano Espinoza Carbajal, integrante del grupo que deja un acongojado vacío. 

Quedan para el reto de su continuación, los veteranos: Jesús Sequeiros, 92 años, Tiburcio Sánchez, 91 años y Santos Aimara, 66 años. Aquí una muestra del arte de los “Piteros” de Lambrama: https://youtu.be/CYxLnBdojkI
 
A través de esta nota, nuestro pedido a las autoridades de Lambrama para que tomen nota del encargo. La cultura tiene que ser recuperada, valorada y preservada. Nuestro homenaje a Patita, que vive en Abancay con 90 años; y a Feliciano, que descansa en paz, en Lambrama.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Wakalli, huaracazos y lluvias en Lambrama

Wakalli, huaracazos y lluvia en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Lambrama, años 60 - 90 del Siglo pasado. La matraca –caja de resonancia con aldabas de metal- manipulada con destreza por las manos encallecidas de Bautista Tello Teves, Patita, pasea su sonoro y monótono “traca-traca”, por las estrechas calles del pueblo. 

Seguido por un grupo de niños que apenas salieron de la escuela fiscal ubicada en la misma plaza, el matraquero cruza el riachuelo de Ccotomayu, sube las escaleras que lo llevan al cielo de Chucchumpi. De regreso, siempre con los niños de cola, cruza Chacapata y Tomacucho y llega a Chimpacalle. La curiosidad por el “traca-traca” abre las puertas de las modestas casas de Uraycalle, Pampacalle, Llactapata. 

El encargo es convocar a todos los lambraminos, a la iglesia colonial San Blas, a un Rosario para las seis de la tarde, que estará a cargo las señoras Eva y Pancha. Todas las familias se preparan con unción. Ropa limpia, cabello bien peinado.

Las señoras, expertas voluntariosas en estos menesteres, están vestidas de riguroso negro; un mantón, también negro, cubre sus espaldas y un velo que puede ser de seda, o tela corriente, cuelga de sus cabezas, escondiendo los rostros que reflejan rictus de preocupación. En sus manos penden sendas cuentas de Rosarios de color oscuro, que llevan en los extremos una cruz de plata o la imagen de la Virgen venerada.

La urgencia tiene una explicación. Los mayores del pueblo, que fungen de chamanes, jampis o jitu-jitus, en coordinación con el alcalde, autoridades comunales, policías, profesores, y lambraminos más representativos, han coincidido que es necesario invocar a los Apus, a los Dioses, para salvar las siembras de maíz que se están muriendo de sed. Es noviembre y no hay lluvias en Lambrama. Los maizales sembrados en parcelas atomizadas desde Uriapo hasta Itunez, no pueden, no deben caer.

Una vez cumplido el Rosario, con lleno total de la iglesia, y con cánticos en quechua, evocando el “Apu Yaya Jesucristo, Kespechekney Diosnillay”, el pueblo confundido en fe, acompaña en procesión al Patrón Santiago, al Cristo Yacente, y otras imágenes custodiadas en la Iglesia, para pedir al Señor de los Cielos, que deje caer lluvia y salve los cultivos de su pueblo pecador. Las campanas del San Blas repican sus melodías del “chincapun” para esa ocasión.

Detrás de las imágenes santas, cargadas por jóvenes recios, va una corte de mujeres mayores, rezando padrenuestros y avemarías, y entonando cánticos en quechua, seguido por hombres, mujeres y niños que repiten casi en murmullos los rezos y cantos. Las calles tienen otra dimensión.  

Cerrando la procesión, los niños y adolescentes, acompañan el petitorio sacro, con canciones que evocan el encuentro de los Apus con el Dios occidental: “Jeu jeu Wakalli/ parusaracha wakalli/ Señor, paraikita kachayamuy/ Miseriordia Señor. (Señor, el maíz pardo se seca/Suelta tu lluvia/Misericordia). Todas las canciones suenan en coro disciplinado. Las miradas infantiles se dirigen hacia arriba, hacia los Apus, hacia el Señor de los Cielos. En esta ocasión llueven caramelos perita, arrojados por los bodegueros de las esquinas.
Laguna Loritoyoc en Lambrama. Fotografía de Policarpo Ccanre Salazar

De manera paralela o en los días subsiguientes, y en el mismo interés de pedir lluvia a los Dioses, tres de los hombres más hábiles y diestros del pueblo, asumen la tarea de cumplir un encargo muy especial: hacer peregrinaje a la laguna Loritoyoc, en una tradición que se remonta a muchas generaciones, inclusive a épocas incas.

No hay referencia del por qué se escogió la laguna Loritoyoc, para cumplir una tarea pagana, mística y religiosa a su vez, en el único y sacrosanto fin: pedir a los Apus, a la laguna, que llueva en el pueblo. La laguna está ubicada en una encañada profunda de la cordillera, a 5000 msnm. Es de color verde loro, de ahí su nombre, y su acceso es muy difícil.

Para cumplir con el encargo, los voluntarios van a lomo de tres alzados criollos, pequeños pero fuertes, con herrajes nuevos, enjalmados de monturas y reatas con amarres de plata. Se van premunidos de bendiciones, cañazo, cigarrillos Inca. Deben desafiar y enfurecer a la laguna a punta de huaracazos de rocotos, incienso, maíz choclo, coca, que serán lanzados desde una distancia prudente que impida les salpique el agua, que sería fatal.

Los huaracazos, arrojados desde tres lugares diferentes, van acompañados de rezos e invocaciones confundidos, entre paganos y cristianos. Previamente hacen el ritual del pago a la tierra, dejando ofrendas especiales. Los Apus y los Santos, son mencionados por igual en la imploración por las lluvias.

Una vez terminada la tarea de incomodar al Loritoyoc, los mozos contagiados de la adrenalina del momento, deben volver al pueblo a la máxima velocidad que les permita la geografía agreste de la zona. Deben ponerse a buen recaudo de la furia de la naturaleza que podría soltar lluvia con rayos y truenos. Cuentan los que vivieron estas experiencias, hace más de 40 años, que el pedido coincidía con la llegada de las lluvias. Algunas veces el mismo día; otras al día siguiente o en la misma semana.

Los maizales de Lambrama volvían a cargar vitalidad, el verdor del valle se recuperaba. La alegría en el pueblo sumaba a reforzar la fe, tanto en el Señor de los Cielos, como en los Apus, en Loritoyoc.

El Wakalli y los huaracazos son parte de la historia de Lambrama, son tradiciones ancestrales, que han pasado al olvido. Son muy pocos los lambraminos que conocen Loritoyoc y sus ricas historias. Tradiciones que se deben recuperar.

Hace apenas una semana, empujados por la necesidad de agua para aliviar el dolor de las chacras por la falta de lluvias, y después de muchos años, los lambraminos se han organizado para recordar el Wakalli y durante tres noches seguidas, niños y jóvenes salieron a las calles para cantar en procesión, el “jeu jeu Wakalli”. En Caipe, los comuneros rememoraron también el huaracazo ancestral, fustigando con rocotos y rezos, la tranquilidad de la laguna Charca. 

En curiosa y misteriosa coincidencia, las lluvias aunque con timidez, se han asomado en el distrito. Los maicitos han recuperado sus ganas de seguir creciendo. Los lambraminos han renovado su fe en los Apus y en el Dios de los Cielos.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Se debe declarar en emergencia el agro apurimeño

Se debe declarar en emergencia el agro apurimeño
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Información técnica sobre una inminente sequía en países de América Latina, advierte que esta sería la segunda más intensa del continente desde 2002. Es decir, desgracia en los campos de cultivo y en las crianzas con graves consecuencias en escasez de alimentos y mayor crisis entre los productores, sobre todo los pequeños.

Todos los años, en época de verano, nuestro país afronta los efectos de lluvias e inundaciones, con la destrucción de la infraestructura productiva en el sector agropecuario. Se crean programas de emergencia, presupuestos y burocracia para la reconstrucción, que ya forman parte de la agenda nacional. Los programas de prevención no funcionan o lo hacen a medias.

Para el caso de la sequía, que se pronostica para este año, los llamados de advertencia provienen de los propios productores, que constatan cómo, en el día a día, sus campos de cultivo se vienen secando a consecuencia de la ausencia de lluvias, la falta de agua o estrés hídrico.

En nuestra región, Nemesio Quispe Romero, dirigente agrario de Andahuaylas, señala que “los  campos se encuentran secos y las siembras de maíz, papa y otros, están a punto perderse por la falta de agua. Los agricultores temen la pérdida total de la presente campaña y piden a las autoridades medidas de previsión para enfrentar la sequía”.

El diario Pregón, en su portada del martes, 25 noviembre, recoge el clamor regional y señala “Agricultura apurimeña en crisis” e invoca atención de las autoridades para que se declare en emergencia la agricultura regional. “La sequía ha puesto en peligro los sembríos de cientos de agricultores, muchos ya perdieron sus cultivos”, afirma.

“La campaña agrícola 2020-2021 está en grave riesgo por la escasez de agua en manantiales y lagunas, así como por las altas temperaturas que se registran en toda la región”, agrega.

Se sabe que el gobierno Regional de Apurímac, evalúa daños y calcula los riesgos que serán el soporte del informe técnico que sustente el necesario pedido de la declaratoria de emergencia por el gobierno Central. La emergencia supone un plazo no menor de sesenta días, para tomar medidas y acciones de excepción necesarias para reducir los riesgos, con cargo al presupuesto institucional de los pliegos involucrados.

De acuerdo a la programación de cultivos priorizados en el Marco Orientador 2020-2021 del ministerio de Agricultura y Riego, en Apurímac se deben haber sembrado 22799 has de papa, 24650 de maíz amiláceo, 2381 de maíz choclo y 4269 de quinua; la mayor parte en manos de pequeños y medianos productores, los que están en grave riesgo por la sequía. 
Los productores que vean afectados sus cultivos, deberán acogerse asimismo, a los beneficios del Seguro Agrícola Catastrófico, del ministerio de Agricultura y Riego, que indemniza parte de los costos de producción, y que para este año tiene previsto cubrir los 24 departamentos del país.

Con una inversión de 57 millones de soles, se asegurará más de 2.3 millones de hectáreas, para atender a un estimado de 950,000 pequeños productores de la agricultura familiar, principalmente, en todo el país. 

Es necesario que el gobierno Regional gestione, de una vez, la declaratoria de emergencia del agro apurimeño. Será una medida que lleve alguna esperanza a miles de productores y criadores familiares de nuestra región, que ya atraviesan penurias, como otros sectores, a causa de la pandemia.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Lambrama cumple hoy, 181 años

Distrito de Lambrama cumple hoy, 181 años
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Con serias y permanentes dificultades, como cualquier otro pueblo andino que se abraza a diario con la pobreza y pobreza extrema, el distrito de Lambrama cumple hoy, 181 años de creación política. 

Sus tradiciones comunales, su riqueza ancestral en cultura autóctona, como el carnaval campesino, su potencial agropecuario, su capacidad generadora de posibilidades productivas en sus ríos y lagunas, sus jarawis y wakatakis, miran a través de los aires frescos y nevados esporádicos del Apu Chipito, que esta situación cambiará en algún momento, debe cambiar, tarde o temprano.
Tradicional barrio de Chucchumpi. 
Al igual que cientos de pueblos andinos, alejados de las decisiones políticas para presupuestos y recursos frescos, Lambrama y sus 19 comunidades afrontan con estoicismo, la dura presencia del coronavirus, que ha trastocado su calma diaria, para hacerla de preocupación constante entre sus pobladores y autoridades.

En estos días, los lambraminos vienen participando de una serie de actividades comunales, restringidas por cierto, por el tema de la emergencia sanitaria. Algunas inauguraciones de obras municipales como trochas carrozables, criaderos de truchas, canchas sintéticas, coordinaciones entre los residentes en otras ciudades, concursos de canto y música, concurso de doma de caballos, que le ponen color y calor a las celebraciones.

Es aspiración general que después que pase el temporal de la pandemia, que afectó a 114 lambraminos con casos positivos registrados hasta esta semana, Lambrama siga encaminándose; con el apoyo de todos, con la inclusión de los jóvenes retornantes, también a causa de la pandemia, para que recuperando su estatus de comunero originario, sume en fuerza y sueños al anhelo de ver a este pueblo con crecimiento y desarrollo sostenidos.

Este año, el presupuesto del Fondo de Compensación Municipal (Foncomun), destinado al distrito fue recortado en un 50%, lo que ha limitado de manera severa, la implementación de actividades o la ejecución de proyectos programados con antelación por el municipio. 

Un pueblo con presupuesto limitado está destinado al padecimiento permanente. Es un reto para las autoridades que deben ingeniárselas para suplir esta carencia con iniciativas de participación comunal, de jornadas populares que pueden y deben aligerar la carga de “falta de recursos”, que en muchos casos, son pretextos y justificaciones para la inacción o el conformismo.

Los lambraminos están dedicados, en estos meses, a la siembra de papa nativa en los “laimes” de Llakisway; al cultivo de maíz en los valles y predios colindantes al pueblo y sus comunidades, como Uriapo, Allinchuy, Surupata, Occopata, Ccosccopata, Luntiapo, Huaranpata, Suchuna, Huecce, Itunis, con la seguridad que habrá buena cosecha de paraccay, chullpi, moro, kulli y otras variedades nativas de maíz, que junto con la papa, garantizarán la alimentación del pueblo. 

En estas celebraciones no habrá jolgorio masivo, ni corrida de toros, ni carrera de caballos. Estará ausente la alegría chispeante generada la chicha de jora y el cañazo compuesto, curado con yerbas aromáticas, con ramas de sotoma, con raíces de peperme y cáscara de naranja. No habrá desfile escolar, ni presencia colorida de las delegaciones de sus 19 comunidades y sus canciones originarias.

Será una fiesta austera, obligada por las circunstancias. A pesar de ello, los abrazos virtuales unirán a los “wakrapukus” lambraminos que viven en sus barrios de Chucchumpi, Uraycalle, Pampacalle, Chimpacalle, Chacapata, Tomacucho, Llactapata, Michihuarkuna, Ccotomayu, que por decisión de alguna burocracia incongruente con la historia y las costumbres, las giró hacia los barrios de San Blas, Santa Rosa de Itunis, La Florida, Los Libertadores y 19 de Noviembre.

“Festejarán” con igual calor las Comunidades y anexos de Caype, Cruzpata, Siusay, Huayrapampa, Seccebamba, Matara, Suncho, Atacama, Urpipampa, Pichiuca, Kera, Marjuni, Payancca, Chua, Lahuañi, Kalla, Santa Cruz de Paccaypata, Soccospampa y Kisuara. Feliz aniversario, Lambrama.

lunes, 16 de noviembre de 2020

“Chocce Tikray”: una tradición lambramina

 “Chocce Tikray”: una tradición lambramina

Escribe, Efraín Gómez Pereira

La producción agropecuaria en el distrito de Lambrama y sus comunidades, es de crucial importancia. De sus resultados positivos; es decir, una buena cosecha y una buena crianza, dependen la garantía de bienestar para las familias, aunque sumidas mayoritariamente en pobreza y pobreza extrema, no les debe faltar comida en sus “barbacos”, “cahuitos” y “markas” (almacenes).

Setiembre, octubre y noviembre son meses decisivos para la siembra de papa o “papa tarpuy”; que además de estar proyectada para la seguridad alimentaria, es motivo cuasi festivo-religioso de una tradición comunal que pervive a pesar de la intromisión de elementos extraños.

El “papa tarpuy”, basado en el “Chocce Tikray” (volteo de tierra); es una tradición campesina que data de tiempos muy lejanos. Ha permitido que la hermandad campesina, la familiaridad pueblerina, el compartir de costumbres como el ayni; se fortalezcan y se resistan a desaparecer como otras expresiones culturales, que lamentablemente están en decadencia u olvido.

El “Chocce Tikray”, es una programación organizada por la comunidad y los saberes acumulados de su gente, que utiliza tierras descansadas para el cultivo de papa en los “laimes”, que son parajes de predios comunales fértiles, ubicados en zonas altoandinas. Lambrama tiene diez “laimes”, que se utilizan de manera rotatoria, dos años por cada uno, intercambiando siembras de papa, olluco, oca y añu o mashua. En los “laimes” no hay cercos ni paredes que cierren los predios; señal del respeto mutuo entre los comuneros sobre sus “propiedades”.

 

Laime de Llakisway. Fotografía de Hernán Chipana.

Con mucha anticipación se prepara lo necesario para el “papa tarpuy”, como el “llantakuska”, que es acarreo de leña en los montes cercanos y quede lista para hervir peroles de chicha de jora; se junta “wiñapo”, “charki”, papa y otros insumos para la preparación del “chacra picante”.

El “chacrakuk”, patrón o dueño de la chacra, alista sus herramientas básicas, en este caso, la tradicional “chakitaklla, que se convierte en el principal elemento de la jornada agrícola.

Con fecha programada, que no se debe cruzar con la de otro vecino, se recurre a los jóvenes fuertes, unos días antes, de preferencia en las noches, a fin de solicitar que lo acompañe en el “ayni”, sellando el compromiso con un “chotillo” de cañazo, que es una copa o una botellita pequeña de cristal. “Chotillo” aceptado es “ayni” asumido, sin posibilidad de dar marcha atrás. Es palabra de honor que será respondido con la misma reciprocidad.

El día señalado, la casa del “chacrakuk” está alborotada desde la madrugada. Al “wallpawaccay” o canto del gallo, los “aynis” toman una suculenta y energizante “lawa” o sopa de trigo y pellejo de cerdo, sabrosamente aderezada con “asnapas” hierbas aromáticas de la huerta. Las mujeres jóvenes que serán las “rapak” o roturadoras, hacen lo propio; mientras otro grupo de mujeres, las más maduras, se encargan de la cocina en casa.

El camino es largo hasta el “laime” y hay que apurar el paso. El patrón encabeza al grupo. Avanzan frescos, alegres, sabiendo que arriba habrá una sana y dura competencia de maña y fuerza. Las “chakitakllas” inseparables van bailando, colgadas al hombro, en fila india. Antes, el tramo se hacía a pie o a caballo; en la actualidad, a pesar de las limitaciones, las trochas carrozables intercomunales han acortado el viaje que se hace a caballo o vehículos motorizados.

Una vez en el predio, el patrón brinda con cañazo, pidiendo sea una buena jornada. La “t’inka” o brindis, invoca a los Apus Chipito, Kullunhuani, K’aukara, Chaknaya; a la laguna Taccata y otros Apus o cerros mágicos, con quienes hay una relación mítica de reconocimiento y respeto. Este año corresponde al “laime” de “Llakisway”, que se encuentra en las inmediaciones de la paradisiaca laguna del mismo nombre.

En los próximos años serán Unca, Yucubamba, Itunis, Suruccasa y otros. La misma tradición tienen todas las comunidades del distrito que manejan sus propios “laimes” con similares actividades, destacando como el más colorido y festivo, el de Marjuni.

Después de la “t’inka”, viene el trabajo competitivo. El más osado, ágil o atrevido de los “aynis” se apunta como líder del grupo –capitán- conformado por parejas de dos “chaquitakllas” y una “rapak”.

De tranco en tranco, con el calor animado por el cañazo y una bola de coca en la boca, las parejas van tejiendo los surcos con las champas volteadas y ajustadas por la “rapak”. El ajetreo debe ser coordinado para asegurar una buena cobertura al brote de papa que emerge. El ritmo lo pone el capitán y pobre de aquel que se quede en el camino o no se alinee con la velocidad del grupo, entrará a la tropa de los “suyus” o rezagados, con surcos pendientes, que deberán terminar a como dé lugar; sino serán el hazmerreír del pueblo.



Los compadres, familiares del patrón, animan la jornada, desde una orilla de la chacra. Suenan quenas o “lawitos” elaborados con tallos secos de “Toccorhuay”, y tinyas, con piel interior de borregos; a ritmo acompasado que ponen color y alegría al “Chocce Tikray”. También se afanan en ofrecer keros de chicha, hechos en dura madera de unca o guarango, mientras el sol quema, los vientos silban y las miradas sedientas otean la explanada, por donde llegarán las mamachas, en fila ordenada, con sus ollas de comida a la espalda, con el “chacra picante”.

La pausa para el convite o “samay”, obliga a los “aynis” a sentarse en dos filas con las piernas entreabiertas, a los costados de una mesa de costales y llicllas, tendida sobre el pasto, en el que humean papas, mote y habas sancochadas, junto a pocillos de “uchucuta” o crema de ají verde. Manos diestras sirven generosas porciones de arroz amarillo, tallarines, guiso de carne, tortillas de “jachucebolla” o cebolla china, “puspu” o mote de habas. Todo en un solo plato, en un “chacra picante”. El comensal precavido lleva su propio tenedor; los que no, deben buscar en las ramas de “tankar” o “murmuskuy”, arbustos nativos; palillos en forma de trinche que les ayudará a dar curso al convite.

La chicha de jora, los “chotillos” de cañazo, los sones del “lawito” y la tinya, acompañan este picnic popular, en el que no faltan las bromas de doble sentido, las lisonjas a las damas, los enamoramientos, las chanzas y risas. Es fiesta, fiesta del abrazo del hombre con la Pachamama. Fiesta del pueblo.

Luego del opíparo almuerzo, tras una breve pausa para apurar algunos keros adicionales de chicha, la jornada continua, al mismo ritmo de la mañana. Los cuerpos sudorosos de hombres y mujeres piden chicha. Ahí van los keros, con urgencia. Los niños, que asisten en patota, juegan sus propios “chocces”, se encargan de los animales. Recogen piedras de los surcos. Con sus hondas artesanales de jebe cazan “pichinkos” para un soñado “kankachu” o asado.

Termina la jornada. La chacra queda como un cuaderno cuadriculado de fondo negro tierra, con las trenzas de surcos relucientes, que darán vida a las papas nativas, al amparo del microclima de las alturas y las lluvias de temporada. El patrón agradecido con los “aynis”, “rapak” y los “Apus” descorcha el odre de chicha curado con cañazo y ofrece, ahora ya sin pausa, su cariño.

Como por arte de magia salen más “lawitos”, más tinyas y las mujeres, cocineras y “rapak”, se confunden en un coro de armonías celestiales para celebrar la siembra de papas, cantando el “wanka” o canción festiva, cubriéndose la boca con una mano. Sus sombreros llevan coloridas flores nativas. Alrededor de las “wankas” y de las “chakitakllas” que descansan clavadas en la tierra, aun con sus fierros lustrosos; el más joven de los “aynis”, cumple con una tradición popular lambramina, que alienta la productividad tanto del sembrío como de las familias.

Con un listón de huarango o murmuskuy va rosando las afueras de las partes íntimas de la mujer y lo lleva a las narices del hombre haciendo piruetas, quien intenta evadir sin mucho esfuerzo. Festeja con gritos que se confunden con las “wankas”; y cierra con un sonoro “¡Chijooo!”, que representa la virilidad del hombre, la fertilidad de la tierra y la confianza en una buena producción. Habrá buena cosecha y probablemente un nuevo matrimonio, cuyas proles asegurarán las tradiciones y costumbres de Lambrama y sus comunidades.

Ya en la oscuridad de la noche la alegría del “Chocce Tikray” se traslada al pueblo, hasta donde han regresado cantando “jarawis”. En la casa del “chacrakuk”, habrá más chicha, cerveza, cañazo, caldo de gallina o de cordero. El “ayni”, la amistad, el compromiso, se sellan en alegría y fiesta. Fiesta del “Chocce Tikray” lambramino.

Lambrama cumple, el 19 de noviembre, 182 años de creación. Feliz aniversario, tierra hermosa, “llactallay”.


lunes, 9 de noviembre de 2020

Lambrama: territorio agroecológico

Lambrama: territorio agroecológico
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Doña Felícitas Taype Márquez, productora de la comunidad campesina de Urpipampa, en Lambrama, es asidua visitante de la ciudad de Abancay. Todos los sábados, llega hasta el mercado agroecológico itinerante de Miguel Grau, para ofertar sus hortalizas producidas libre de agroquímicos. El abono que usa es guano de cuy, ovejas y vacas. Ya tiene una agenda de caseras que la esperan con expectativa, y a quienes debe atender con amable puntualidad.

Los mercados de Miguel Grau, Av. El Sol y estadio de Condebamba, habilitados para el comercio de alimentos, entre los que destacan los productos agroecológicos procedentes de Lambrama, Circa, Mariscal Gamarra y la propia Abancay, se han convertido en el termómetro de un naciente universo de productores que, en los últimos años, han sabido ganar un importante nicho comercial, que va de la mano con el cuidado del medio ambiente en la región.
Hoy, en épocas de pandemia, forman parte de un escenario que acerca al pequeño productor con el comprador, en una lógica articulada por entidades públicas y privadas: Dirección Regional Agraria, Municipalidad Provincial, SENASA, DIRESA, IDMA; que han dispuesto lo necesario para que el comercio de alimentos que requieren los abanquinos, se realice bajo los protocolos de bioseguridad adecuados.

Así como doña Felícitas, un centenar de mujeres lambraminas, que han logrado la certificación del Sistema de Garantía Participativo SGP, otorgada por el Instituto de Desarrollo y Medio Ambiente IDMA, comparten los ambientes de los mercados y la feria ChakraManta, que cumplen un rol comercial de especial importancia.

Los productos de Lambrama, tienen un singular atractivo entre los compradores, que literalmente “barren” en pocas horas con las reservas sabatinas de paltas, frutas, flores, quesos, truchas, papa nativa, maíz, hortalizas; como nabos, betarragas, cebollas, calabazas, arvejas, col, coliflor, tomate, espinaca, zanahoria, habas, asnapas, y otros que se han ganado un espacio en el gusto del consumidor abanquino.

Este importante logro no es fruto del azar ni de la improvisación. Las mujeres lambraminas, particularmente de las comunidades de Lambrama, Siusay, Caipe, Urpipampa y Atancama, participan desde hace seis años en programas de producción sana, con apoyo del IDMA, en el entendido de que el camino debe llevar a este distrito a ser reconocido como zona de producción agroecológica.

Según Yeisser Caballero, responsable de IDMA en Abancay; en Lambrama han certificado con SGP, a 150 productores, quienes tienen la enorme ventaja de acceder a un nicho comercial en franco crecimiento. “Las lambraminas que asisten a las ferias y mercados en Abancay, son la evidencia de que la producción ecológica es sostenible y con una enorme proyección. Ellas son las que producen, trasladan sus cosechas al mercado, comercian y manejan sus cuentas. Son autosuficientes. Nosotros no financiamos, sino la adecuación de los puestos de venta en los mercados, bajo los rigores del control de bioseguridad”, sostiene Caballero.

Otro rubro que tiene atracción en Abancay es la trucha procedente de una veintena de criaderos instalados en la cuenca del río Lambrama, que por su frescura, color y sabor, se ha convertido en la preferida de los consumidores. “La demanda a veces rebasa nuestra capacidad de cosecha, que es aprovechada por comerciantes inescrupulosos que traen trucha de otros lugares y la venden como lambramina”, denuncia Juan Carlos Gamarra, impulsor de la crianza de truchas.

Recuerda que en los tres últimos años, el distrito ha sabido sumar esfuerzos para lograr un interesante avance en la producción y crianza ecológicas. “Hemos desterrado los agroquímicos, para darle el peso que le corresponde al abono natural, al guano de corral, que es un poderoso nutriente”, señala Gamarra. En algunas zonas del bajo valle, donde se alquila las tierras de cultivo, todavía se usan agroquímicos, y deben ser erradicados. 

Resultado de este trabajo mancomunado, se debe destacar que, a través de la Ordenanza Municipal 005-2020, la municipalidad de Lambrama ha declarado, hace unos días, el territorio distrital como agroecológico para la producción sana, el fomento de ferias agroecológicas con certificación SGP; y control del uso de fertilizantes y pesticidas sintéticos.

La municipalidad de Lambrama y SENASA, en el ámbito de sus responsabilidades y coordinaciones necesarias, deberán velar por el cumplimiento de las normas correspondientes, como las Resoluciones Directorales Nº 0057-2020 y Nº 022-2020, de SENASA, que prohíben el uso de plaguicidas químicos de uso agrícola que contengan ingredientes activos como Paraquat y Methamidophos, que son herbicidas e insecticidas con alto poder residual.

Sin duda, es un buen avance logrado por el distrito de Lambrama, por la municipalidad, los productores individuales y organizados, y el apoyo de IDMA, que debe apuntar más lejos, a fin de ratificar que Lambrama es un baluarte de la biodiversidad regional y Zona de Agro Biodiversidad - ZABD.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Hugo y Pepe: abanquinos y abanquinidad

Hugo y Pepe: abanquinos y abanquinidad

Escribe, Efraín Gómez Pereira

La radio es su pasión. La vive desde su infancia. Es un maestro respetado y de respeto. Es la primera voz de la primera radio del Perú. Sus palabras, como su prosa, nutren de abanquinidad, diariamente, a sus seguidores en las redes sociales. Sueña con una Vía Expresa en Abancay, desde el Pachachaca hasta San Antonio.

No es difícil emocionarse al escuchar en cualquier momento, los alegres sones de “Si vienes a mi Abancay…”, el himno de los Pikis; o lagrimear con “Abancay de mis amores, si yo volviera a nacer…”. 


Hugo Viladegut Bush y José “Pepe” Garay Vallenas, que enaltecen la abanquinidad más allá de nuestras fronteras, son la muestra viva de que el ser abanquino, es la suma de la ligazón terrenal con el suelo que nos vio nacer y lo especial que es sentirse Piki: es un orgullo inigualable, inconmensurable.

A propósito del aniversario de nuestra hermosa ciudad, 146 años, conversamos, vía WhatsApp, con Hugo y Pepe, para sacarles un poco de calor, de intimidad, que muchas veces las guardamos bajo siete llaves. Sus respuestas nos llevan, a hechos que los hemos vivido o los olvidamos, por “sabe Dios qué”.

¿Cuáles serían los tres hechos que marcaron tu abanquinidad? 

Hugo: Primero la radio. Escuchaba radio Municipal desde que empezaba la transmisión hasta que terminaba. 2) El Pisonay de la esquina Av. Arenas y Núñez, tenía la idea que era un personaje de mi tierra. 3) El río Ñaqchero. Me gustaba ir hasta ahí siguiendo el camino de la acequia de agua. En la quebrada me gustaba jugar con el eco. ¡Qué cosa más magnífica!

Pepe: Los recuerdos que marcaron mi infancia los sello en la expresión: “Siete oficios y 14 necesidades”. Fui acólito/sacristán en los oficios religiosos de la Iglesia; auxiliar del gran maestro Mariano Ochoa, Mayordomo en el Complejo Parroquial, le asistíamos en el campanario y en la fabricación de velas. Recogedor de pelotas en el tenis y marcador de bull en los tiros al blanco de corto y largo alcance. Vendedor del diario “La Patria”, del Papi Vila y eventual cargador de maletas en el recordado paradero del Pisonay. En suma, fui un piki inquieto, travieso y palomilla.

¿Por qué sentirse orgulloso de ser abanquino? 

Hugo: Cómo no sentirse orgulloso si todo lo hemos conseguido por trabajo comunal o por reclamos en la calle. Así paso con el mercado de abastos, que las abaceras salieron a las calles para arrancar un presupuesto para construirlo. Recuerdo las jornadas sincronizadas de abanquinos en diferentes ciudades para lograr el funcionamiento de la Universidad Particular de Apurímac. Nos organizamos para salir cuatro sábados a las 10 de la mañana para, con carteles y gritos, reclamar por la autorización de funcionamiento que el Senado de la República había impedido. Esa vez yo vivía en Cusco. Nada nos regalaron. Nosotros hicimos el progreso.

Pepe: Entre mis versos y dichos, hay uno que resume mi orgullo de ser abanquino: “Abancay de mis amores/si yo volviera a nacer/al cielo le pediría/que seas mi cuna otra vez”. Por su alegría, por la simpatía que inspira su gente, por su clima primaveral, por su colorido carnaval y por ser una sociedad de trato horizontal igualitario.

Cinco abanquinos, hombres y mujeres, que todo abanquino debe conocer.

Hugo: 1 Micaela Bastidas: No tenemos su partida de nacimiento, pero ella vive en nuestros pensamientos desde hace cientos de generaciones. 2) José María Arguedas: Nos hace sentir orgullosos de nuestra estirpe quechua. 3) Guillermo Viladegut Ferrufino, el Papi Vila: En el "Extraño Indio Clemente Kespe" proclama nuestra abanquinidad, una ciudadanía mestiza. Mitad quichua, mitad española.

4) Antonio de Ocampo: Trabajó intensamente por fundar el primer colegio secundario de Abancay, que luego tomó el nombre de Miguel Grau. Le debemos la memoria permanente. 5) Monseñor Enrique Pelach: Nos enseñó la solidaridad, trabajando por controlar la Leismaniasis o Lepra de cuya responsabilidad se había olvidado el estado, cerrando el leprosorio de Wambo. Se preocupó por los ancianos, les hizo un asilo y por los niños, haciendo un orfelinato.

Pepe: 1) Micaela Bastidas. 2) Antonio de Ocampo. 3) Enrique Martinelli Tizón, gestor de la expropiación de la hacienda Patibamba, que permitió el desarrollo urbano y rural de Abancay. 4) Rubén Chauca Arriarán, profesor, defensor implacable del origen abanquino de la gran Micaela Bastidas. 5) El Médico que en la década de 1950, descubrió el “Suero Piki” que contribuyó en la cura de la hepatitis fulminante -moscarina- que produjo muchas muertes de niños abanquinos.

Tres hechos que caracterizan/diferencian Abancay de otras ciudades 

Hugo: 1) Nuestro carnaval: Ninguna ciudad de la Sierra del Perú tiene tan pocos espectadores en las tribunas porque todos están bailando y cantando. Me moriré feliz cuando haya 300 músicos en escena cantando ‘Chayraqmi Chayraqmi...’ Y mil bailarines danzando la entrada de carnaval.

2) Ningún abanquino que se precie de serlo puede decir "no sé nadar". Todos sabemos hacerlo, porque no hay placer más grande que amanecer en las pozas o las piscinas todos los octubres y noviembres.

3) Ningún amanecer en ninguna parte del Perú es tan colorido y alegre. Haya sol, lluvia o el cielo esté encapotado; nos  despiertan los gallos, las tuyas y los pichincos. En todas partes se quejan de los gallos, en Abancay nos alegramos que existan, son parte de nuestras vidas.

Pepe: 1) Su clima tropical templado y primaveral. 2) La manera de ser sencilla y jovial de su gente, con sentimiento hospitalario por excelencia. 3) El trato igualitario, soberano y democrático de la sociedad.

Qué hacer para que Abancay logre un desarrollo equilibrado después del Bicentenario.

Hugo: Abancay necesita un plan integral urbano de mediano y largo aliento. Es urgente levantar un plano catastral, que involucre la participación de todas las generaciones y proyectar un corredor que una el río Pachachaca y San Antonio, con una ancha vía, sea para un tren o una vía expresa. Ese sería el sello de un cambio hacia el desarrollo sostenido que nos merecemos.

Ese plano catastral debe garantizar la intangibilidad de los ríos que atraviesan la ciudad y la del río Mariño, que es el río colector de las aguas.

Nuestra rica y envidiada culinaria regional debe ser registrada para darle valor y asegurar que esta rica tradición se pierda. No podemos cruzarnos de brazos.

Finalmente debemos regresar a la elaboración tradicional de wawas y caballos de pan, como siempre lo fue, con sus caretas que es una singularidad de nuestra cultura. Debería dictarse normas de salubridad para evitar contratiempos.

Pepe: Abancay por su configuración geográfica tiene un atractivo singular, similar a las ciudades griegas, italianas y españolas, donde predominan las colinas, que le dan un peculiar paisaje y una urbe en desniveles. Lo más importante e impostergable que debemos promover es un plan técnico en el área de saneamiento, agua y desagüe, con características especiales acordes a la geografía y topografía.

Gracias, Hugo. Gracias, Pepe. Esta pincelada de emociones y recuerdos nos hace valorar, querer más a nuestra tierra. Feliz aniversario, Abancay, tierra linda.

viernes, 30 de octubre de 2020

Todos los Santos en Lambrama

Todos los Santos, en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

La fiesta de Todos los Santos, es una de las celebraciones tradicionales mágicas, religiosas y paganas más populares que caracteriza al distrito de Lambrama. El calendario cristiano señala al 1 de noviembre como la fiesta de los vivos, cuando la familia se encuentra en devoción, asiste a misa, bautiza las wawatantas, come dulces de pan, toma chicha blanca, hace compadres; y prepara lo necesario para el 2 de noviembre, día de los muertos.

Sin duda, el “día de los muertos” era la gran y anhelada oportunidad para que quienes adelantaron el viaje sin retorno, sean recordados con recogimiento, sean homenajeados y participen de las fiestas. Estar presentes con quienes harán romería familiar hasta el panteón del pueblo.

Ese día, las mesas visten de blanco mantel, pobres o no pobres; con la certeza de que sus muertos regresan a casa para saborear los platillos que le gustaba en vida. Chicharrones, cuyes, picantes, lawas, kankachus, choclos, mote, cancha, humitas, pugnan por ganar un espacio visible en la mesa; de la que desaparecerán conforme vayan degustando la propia la familia y visitantes.


El panteón del pueblo, levantado sobre una explanada con dirección a la plaza de Armas, como si se tratase de un mirador, abre sus puertas muy temprano. 

De madrugada, cuando las tuyas, checcollos, piscalas y pichinkos compiten en sus dulces y andinos trinos; y los vientos hacen silbar las hojas de eucaliptos y lambras; las mamachas llevan sus ollas de Paico, bien envueltas en mantas para que no se escape el calor. Es una sopa preparada para esa ocasión, con yerbas aromáticas o asnapas de sus propios huertos, en la que destaca el oloroso paico, y con un ligero toque de ají colorado, que es ofrendada, en primer lugar a sus difuntos, a quienes les sirve en un platillo especial que es colocado en la cabecera del nicho o la tumba.

Los familiares y visitantes que comparten con los deudos las plegarias en honor al difunto, son agasajados con una porción caliente de ese manjar tradicional. Las señoras que llegaron más temprano al panteón tendrán la seguridad de que sus ollas regresarán limpias a casa; señal de que el difundo fue bien atendido.

Pasan las horas. El panteón viste de colores. Flores nativas cumayo, chihuanhuay, campanilla, retama, amancae, algunas orquídeas y rosas, compiten en prestancia junto a guirnaldas elaboradas con verdes ramas de arrayán. El aroma de las flores se sobrepone al humo de las velas o al fuerte sabor del cañazo.

Luego vienen los “wajtillos”, que son porciones generosas de té piteado o ponche de haba, sazonados con toques de cañazo bien curado con cáscara de naranja, hojas de salvia y flores de “sotoma”. Es fiesta y hay que alegrarse.

La mañana con envidiable sol serrano se pone caliente. Los presentes han elevado la temperatura, con repetidas dosis de los licores que pasan de mano en mano. También corren porciones de “sanju”, una harina tosca hecha de maíz “chullpi” y habas, aromatizada con anís y salvia, y un ligero toque del infaltable compuesto de cañazo.

Las niñas cargan sus wawas con máscaras de colores vistosos, en mantitas tejidas de lana y teñidas con nogal, ocre o tintes naturales; los varones, altaneros y desafiantes pasean sus caballo tantas, con el perfil del equino en la cabeza. Las roscas de harina bañadas con huevo batido, deleitan a los niños. 

Es la hora del responso. En la actualidad, algún vecino voluntarioso lee pasajes de la biblia y entona cánticos alusivos. Antes, esta parte de las celebraciones era la más vistosa. El cantor de San Gregorios, atraía la atención de todos. No debía quedar una sola alma sin ser visitada. El tío Augusto Pereyra, en botas y casaca de cuero, tocaba violín y cantaba rezos en latín y quechua ganándose el aprecio de todos. “Tiarimuy aicha cuerpo, sayarimuy rumi soncco”.

La tradición lambramina nos remonta a una costumbre única. Se trata de cargar la “fabricarumi”, piedra liza y plana de 53 kilos y otra de 72 kilos, que eran centro de una competencia de virilidad varonil entre lambraminos y atancaminos. Al fragor de los tragos que van y vienen, los cholos más encrespados, se desafían entre ellos, para cargar de un solo envión la piedra de 53 kilos, que por sus características se hace muy difícil de levantarla siquiera hasta las rodillas.

Muchos intentan y pocos logran levantar hasta la cabeza, dar vueltas en el perímetro del panteón y ganarse aplausos y respeto comunal. Se dice que para esas fechas la piedra duplica su peso lo que imposibilita cumplir los retos.

Destacan en mi memoria, los lambraminos Vidal Zanabria, Aquilino Gómez, Luis Gamarra, Alfredo Gómez y los atancaminos Santiago Ccanre, Laurencio Serrano y Mariano Quispe, que con facilidad hercúlea lograban el propósito. Alfredo Gómez, mi hermano, cuando frisaba los 30 años, logró lo que según se sabe hasta hoy nadie lo que equiparado. Levantó la piedra sobre la espalda, salió a trote hasta la plaza de Armas y sin más regresó hasta el panteón. Nadie emuló ese registro.

Después de la faena la piedra era trasladada a la iglesia para su custodia, hasta el próximo año, cuando es llevada al panteón cargada por dos hombres en una “huantuna” hecha de guarango y reatas de pellejo de buey. Todos los Santos: los del pasado.

lunes, 26 de octubre de 2020

Comunidad de Atancama y sus posibilidades

Comunidad de Atancama y sus posibilidades
Escribe, Efraín Gómez Pereira

La historia de la Comunidad de Atancama, en el distrito de Lambrama, Abancay, es la de miles de comunidades del país, que en plena época de modernidad y dinamismo industrial, aún consume agua entubada, carece de servicios básicos, vive de una agricultura de subsistencia, con la pobreza extrema que es la amiga cercana; sus niños, la mayoría de sus pocos niños, padecen desnutrición y anemia crónicas.

Es un pueblo que, estando a un paso del centro del poder político y administrativo de la región Apurímac, no es visible para las decisiones. Sus carencias y limitaciones hacen que sus pocos pobladores, en especial sus jóvenes, opten por la migración hacia ciudades cercanas o lejanas, en busca del bienestar que en su propia tierra les es esquivo.
De acuerdo al estudio Plan de Desarrollo de la Comunidad al 2021, elaborado por la dirigencia comunal entre los años 2016 y 2017, Atancama tiene una población quechua hablante de 313 habitantes y los comuneros empadronados suman 185, que viven en la misma comunidad y en Abancay.

El centro educativo inicial tiene seis alumnos y un docente; el de primaria, diecisiete alumnos y tres docentes. A pesar de las limitaciones, los estudiantes de primaria alcanzan rendimiento exitoso según la Evaluación Censal (ECE), lo que los alienta a seguir superando los escaños. La infraestructura física es de mediana condición.

El puesto de salud carece de equipos y personal adecuado. El Seguro Integral de Salud (SIS), cubre la necesidad de salud de la mayoría de pobladores, que se atienden en el centro de salud de Lambrama y en el hospital de Abancay.

Según el estudio, la mayoría de viviendas son construidas en adobe, teja y calamina, muchas de estas deshabitadas, a causa de la migración. Solo seis viviendas son de material noble. Cuentan con energía eléctrica, agua entubada. Solo veinte familias tienen letrinas. La mayoría hace sus necesidades a campo libre. No hay tratamiento de la basura, que es dispuesta en chacras, quebradas, riachuelos y acequias.

Cuenta con servicios de telefonía fija y móvil privados y señal de televisión estatal, aunque con serias limitaciones de accesibilidad.

Este diagnóstico que describe un cuadro de pesadumbre, alienta a los atancaminos a mirar con expectativa el mañana, sabiendo que la comunidad cuenta con recursos naturales y culturales que están por explotar o darle uso racional y sostenido.

A esta comunidad, creada el 29 de octubre de 1999, se llega desde Lambrama por una trocha de 3 km. Allí se divisa un panorama paisajístico de colores festivos, atractivos y en perfecta armonía, al amparo de su guardián eterno el Willkamarca, su río rico en truchas, sus cabañas de leche fresca y quesillo; sus chacras de papas nativas, ocas, maíz choclo; su añorado paraje de Unca, con la ausencia de sus bosques de eterno verde, que eran una invitación a la ensoñación.

En la dureza de su caprichosa geografía, Atancama cuenta con una serpenteante cadena de 12 riachuelos, 21 manantiales, y 32 lagunas, de las que destacan por su riqueza y atracción, las de Lliullita y Azulccocha.

Este potencial es aprovechado parcialmente, como el sistema de riego tecnificado a través del canal de Allumani, que cubre áreas de producción agrícola en Atancama y Urpipampa.

Hay necesidad de que programas estatales realicen trabajos de forestación y reforestación para propender a la conservación de especies nativas, que son un sello diferencial.

Fortalecer la producción agrícola y pecuaria, extender la comercialización hacia la ciudad de Abancay, pues ahora está limitada a las ferias esporádicas, que no sirven para dinamizar la economía comunal, que es básicamente agropecuaria.

Los recursos mineros existentes en los cerros Minaspata, Moroccocha, Bombo Orcco, Lliullita, Chuilluni y otros, están concesionados y su eventual explotación debe pasar por el aval de la Comunidad, y así evitar lo que pasa en otras comunidades, plagadas de conflictos.

Hay actividades productivas que podrían generar ingresos a la comunidad siempre y cuando estas se manejen de manera coordinada, concertada, viendo que los ingresos permitan el deseado desarrollo integral de la Comunidad.

Para ello es necesario el fortalecimiento de la Comunidad, empezando por sus propios actores: los atancaminos, que deben mirar el espejo de sus vidas y señalar qué es lo que han hecho cada uno de ellos por su pueblo y no esperen que Atancama se vaya despoblando poco a poco y quede a expensas de algunos pocos.

jueves, 22 de octubre de 2020

Propuestas para la Agricultura Familiar

 Propuestas para la Agricultura Familiar

Escribe, Efraín Gómez Pereira

El Banco de Desarrollo del Perú (COFIDE), subastó un segundo paquete de S/20.9 millones, del Fondo de Apoyo Empresarial al sector Agro (FAE-Agro), destinado a financiar la campaña agrícola 2020-21, a productores de la agricultura familiar afectados por la emergencia sanitaria, con lo que llega a S/40.9 millones la suma asignada a Cajas, Cooperativas y Empresas Financieras, de un total de S/2,000 millones.

La tasa de interés ponderada para los clientes se determinó en 9.86%, en comparación a la primera subasta que fue de 6.25%, por S/20 millones.

Frente a esta realidad, que evidencia el poco o nulo interés del Estado por el sector agropecuario de pequeña escala, que en plena emergencia nunca dejó de abastecer las mesas peruanas, el programa Reactiva Perú, en su segunda etapa, destinado a la reactivación de la gran empresa, ha colocado S/25 mil millones a una tasa de interés promedio de 3.84%. Hay que recordar que Reactiva Perú I, colocó S/30 mil millones, a 1.73% de tasa de interés.

La diferencia es brutal y la comparación odiosa, pero así se trata a la agricultura, que aporta el 6% del PBI, que genera empleo rural, que asegura paz social, que abastece el 70% de los alimentos que los peruanos consumimos, que garantiza la seguridad alimentaria, entre otros beneficios.


Ante esta realidad, que describe un drama de nunca acabar, surgen voces y propuestas desde el sector privado que promueven acciones e iniciativas que valoran la real importancia de la agricultura familiar.

La organización Prodigio Perú, acaba de presentar su plataforma “Agricultura Familiar como eje del sector” que incluye medidas técnicas y decisiones políticas que deben ser adoptadas para salvar la crisis y evitar que la campaña agrícola fracase y el próximo año haya escasez de alimentos.

Richard Hale García, presidente de Prodigio Perú, organización conformada por ex ministros y viceministros de Agricultura, ex gerentes de Agrobanco, sostuvo que la agricultura familiar es la que ha sufrido los mayores daños en la emergencia causada por la pandemia.

Los programas implementados por el gobierno para asistir a este sector que involucra a más de 2 millones de familias productoras, no han logrado resultados favorables y la campaña agrícola vigente corre el riesgo de ser un desastre, con lo que se avizora un próximo año muy difícil.

Plantean la articulación de la Agricultura Familiar a los mercados, impulsando líneas de trabajo que involucren a los productores privados, los asociados, las cooperativas y el Estado, a través del ministerio de Agricultura y el sistema financiero.

Para ello, es necesario realizar una evaluación inmediata de los daños de la emergencia en este sector productivo, para promover acciones conjuntas que deben estar soportadas en un programa de financiamiento serio, urgente e innovador que atienda por igual a todos los productores, pequeños y medianos, sin discriminaciones.

Promover la participación de la banca privada, a través de fondos de cobertura con recursos de Agro Perú, que permita ampliar la cobertura de atención a productores, hasta por 70 u 80 % del crédito, incluyendo asistencia técnica y tasas preferenciales; y de esa manera, atender a 800 mil productores que en la actualidad no tienen acceso al sistema financiero y que se nutren de comerciantes, intermediarios y agiotistas, con elevadas tasas de interés.

Los créditos deberán contar con un seguro agrícola comercial obligatorio, destinado a proteger la inversión del productor, con participación del Estado que cubrirá al menos el 60% del costo del seguro.

Plantea asimismo, acelerar los procesos de titulación de predios, registrando los certificados de posesión que estén libres de litigio y así incorporarlos al sistema financiero como sujetos de crédito.

También utilizar fondos de las AFP para crear líneas de crédito a largo plazo (10 a 15 años) destinados al sector forestal con aval del Estado respaldado por  las garantías del inversionista.

Fortalecer la Banca de desarrollo como agente difusor de conocimientos a la banca comercial, créditos que capitalicen al pequeño productor y fondos de multinacionales fuera de balance a la banca para proyectos de desarrollo agrario, es otra propuesta de Prodigio Perú. (www.prodigioperu.org)