miércoles, 18 de diciembre de 2024

Navidad para nuestros músicos lambraminos

Navidad para nuestros músicos lambraminos
Escribe, Efraín Gómez Pereira

La música es el lenguaje universal. Es la que transmite alegrías y penas; amores y desamores; sueños y esperanzas. Es base de toda sociedad. 

En nuestros pueblos, el huaino hecho música, es la expresión omnipresente de costumbres y tradiciones. Nos sentimos identificados con sus letras y acordes que reflejan la vida misma, vista de diferentes ángulos.

Quienes la ejercen como modo de vida, como artistas e intérpretes, como creadores, compositores o ejecutantes son nuestros ojos y oídos. Son nuestras voces.

Muchos de ellos, individualmente o en agrupaciones, no tienen reconocimiento, no son valorados, a pesar de su gran aporte. Queremos escucharlos para gozar, tararear y bailar con sus creaciones y casi exigimos que sea de manera gratuita, como un favor, por una gaseosa, una cerveza o un plato de comida. Lo cierto es que sin ellos nuestra historia sería vacía, llena de baches. 

Hace algunos años los músicos, compositores y cantantes de Lambrama, se organizaron en una Asociación y desde allí, de manera agrupada o individual, siguen difundiendo y transmitiendo nuestra cultura musical. Huainos, carnavales, jarawis, qaswas, huancas forman parte de su repertorio, del que los lambraminos nos sentimos muy orgullosos. 
La Asociación de Músicos y Artistas del Distrito de Lambrama - AMADIL, tiene por ahora catorce socios y, recientemente, con ocasión del 185 aniversario de Lambrama, fueron reconocidos por la Asociación de Residentes Lambraminos en Lima, presidida por Doris Contreras Espinoza, con la entrega de placas de homenaje, en señal de agradecimiento al aporte en la difusión y preservación de nuestro rico acervo musical.

Recibieron sus placas, en persona o través de familiares, los músicos y cantantes asociados Albino Chipana Salazar, Bernardino Pereyra Peralta, Bertha Huallpa Serrano, César Salazar Chipana, Edgar Gamarra Paniagua, Florencia Laguna Espinoza, Fran Salazar Ccanre, Hernán Chipana Aroni, Jorge Damián Puma, Rufina Sarmiento Puma, Marisol Galindo Aquino, Marisol Aymara Toromanya y Juan Pérez Tecsi. El galardón correspondiente a Alberto Sarmiento Taipe, fue entregado de manera póstuma a su señora viuda, Nancy Ccanre Chipana.  

Para fortalecer la organización gremial nuestros músicos realizan actividades sociales y culturales con las que consiguen recursos necesarios, aunque no suficientes. 

En ese entender, un grupo de lambraminos afincados en Lima, Cusco, Abancay y otras ciudades del país, en la idea de conformar un “Comité Cívico por Lambrama” como un grupo de trabajo permanente, viene apoyando a AMADIL en la entrega de canastas navideñas para sus asociados. Es un primer paso de la nonata institución pero que aspira a apoyar iniciativas que busquen darle valor a la riqueza de nuestro pueblo y reconocer a los lambraminos que, dentro y fuera del pueblo, destacan en diferentes facetas, en especial en las culturales y costumbristas.

Nuestros músicos requieren de nuestro apoyo y compromiso. Amadeo Vera Milla y Efraín Gómez Pereira, waqrapukus identificados en alma y corazón con Lambrama, su historia, su presente y su futuro, ya dieron un primer aporte y la canasta requiere aún de insumos necesarios que les lleve una sonrisa a los artistas y sus familiares en esta fecha de especial connotación universal, en la que la música, a través de villancicos, alegrará mesas grandes o pequeñas, donde los abrazos son los mejores y esperados regalos. 

Si quieres la música nuestra y valoras a quienes la mantienen viva, súmate a esta iniciativa y “yapea” tu aporte al 983 702 108, de Bernardino Pereyra Peralta, presidente de AMADIL. Feliz Navidad.

martes, 10 de diciembre de 2024

Tía Rosita, de Lambrama

Tía Rosita, de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

La recuerdo con su amplia sonrisa y siempre afanosa. Con un inseparable mandil blanco y un sombrero de paja con toquilla negra, atendiendo su pequeña tienda ubicada en la plaza de Armas de Lambrama. Buenas tardes, tía, nuestro saludo atento estaba confabulado con las visitas que hacíamos a sus hijos, mis primos coetáneos, para armar patotas e ir a jugar al patio de la escuela, al jardín infantil que se encontraba en la explanada lateral de la iglesia San Blas; al estadio casi llegando a Huaranpata, al quiosco de la plaza escenario de miles de historias y anécdotas, a buscar oqollos en Qotomayo.
En el día, nos ofrecía rosquillas bañadas con batidos de huevo o galletas de animalitos. Un vaso de chicha blanca, con incomparables aromas a almendras y habas, era un regalo por el que convertíamos casi en rutinarias las visitas.

Tras la mesa, con la mirada concentrada en un quehacer manual, de bigotes cargados y casi despreocupado, permanecía el tío Venancio.

Al recordarla me la imagino cantando “Candadito” con Dora, mi señora madre, su prima; también con sus primas Alberta y Saturnina. Una generación de lambraminas que son inolvidables.
Rosa Pereira, la entrañable tía Rosita, regentaba uno de los primeros hornos dedicados a la elaboración de panes artesanales, entre los que destacaban las roscas y las chutas. Las huahuatantas para las fiestas de Todos los Santos tenían un sello particular, con máscaras de bellas niñas de ojos azules y cabezas de caballos briosos.  

En ese entonces, en Lambrama tomar una botella de gaseosa era un lujo, al que los maktillos, escolares, inclusive universitarios de visita, no podían acceder sin afectar sus raleados bolsillos. Un vaso de chicha en caporal o en un kero de madera o puku, era la alternativa salvadora.
Tras los juegos competitivos y sin descansos en los patios de la escuela, los peloteros adolescentes, jóvenes e inclusive los policías de la entonces Guardia Civil que hacían deporte de manera habitual, recalaban en la tiendita de la plaza para saciar la sed con uno, dos o tres caporales de chicha, elaborada por las hábiles manos de la querida tía, que siempre tenía la ayuda de la señora Irene Gómez.

Recuerdo que había colgada en la puerta que daba a la calle, una bandera roja anunciando la existencia del rico néctar. Su pequeña cocina estaba levantada sobre el piso de tierra, casi al borde del barandal que la casa de la plaza tenía hacia sus interiores, donde ollas grandes o makas llenas del rico fermentado algunas veces con frutillas rojizas, hacían presencia destacada.

Como todas las mujeres lambraminas la tía Rosa era activa participante de las jornadas comunales, de las fiestas tradicionales, de los pasacalles y carnavales, donde su voz particular sumaba al coro de cantantes que improvisaban letras y llenaban de alegría contagiante.

Formó, como lo hacen las buenas madres, con rectitud y disciplina a sus hijos. Todos ellos profesionales y personas de bien. Roberto, Hildaura, Eloy, Evarista, Gerardina, Genaro, Alberto, Santiago, Coni y Froy.

Tía Rosita tiene más de cien años. Vive en Estados Unidos, con sus hijos afincados en ese país desde hace varias décadas. Es de las pocas lambraminas longevas que permanecen al calor de sus vástagos, nietos y bisnietos. Debe tener en memoria, gran parte de la historia de Lambrama del siglo pasado. Lambramina admirable.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Paín y Maco, maktillos lambraminos

Paín y Maco, maktillos lambraminos
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Lambrama años sesenta del siglo pasado. Escenario de la vivencia de una generación que en la actualidad forma parte de una legión de sesentones y setentones, respetados y de respeto. Viejos jóvenes o jóvenes viejos, que han sabido aquilatar el paso de los años y representan a una corriente que aún mantiene los usos y costumbres de antaño, donde el saludo y respeto - tan ajenos y alejados de gran parte de las generaciones actuales-, eran norma natural de la sociedad que involucraba, en un coexistir normal, a una población heterogénea. 
Emotivas imágenes con sesenta años de distancia. Lambrama 1963 y Lima 2024.

Juegos creativos con reciprocidad y respeto a la familia, a los mayores, a la naturaleza eran habituales entre los niños de este pueblo amistoso, de puertas abiertas. Los menores de entonces, seguíamos el ejemplo de los mayores, de nuestros padres -a quienes no se nos ocurría tutear-; de los maestros, que aun siendo procedentes de otras jurisdicciones vivían en el pueblo y hacían de la enseñanza escolar un apostolado. Los mayores ejercían cargos de autoridades locales por voluntad y compromiso, sin presupuestos ni salarios; sino con transparencia y responsabilidad.

Las costumbres populares que elevaban a niveles de excelencia la cultura tradicional estaban marcadas en las agendas anuales. Las obras locales, escuelas, carreteras, caminos de herradura, canales de riego, agua potable, panteón comunal, estadio, mantenimiento de la iglesia, calles y plazas se hacían a través de las tradicionales faenas comunales, donde todo el pueblo participaba en ánimo festivo, con la alegría musical de los Kaperos o Piteros, grandes testigos de la historia lambramina.

Las fiestas tradicionales se realizaban bajo responsabilidad de los Carguyoc, Cargontes o Alferados, que se preparaban durante todo el año y las celebraciones eran para todo el pueblo. Sin duda, las fiestas de Corpus Cristi representaban el sumun del compromiso de una familia, que en la organización de la mencionada fiesta ponía en vitrina su prestigio y su capacidad económica, que era la vara con que se medían las responsabilidades de este tipo. El buen resultado tanto en atenciones, presencia de artistas, danzantes, visitantes, comilonas y tragos elevaba a los cielos el orgullo familiar. Había que ser atrevido y pudiente para este encargo.

En cuanto a las fiestas populares de participación abierta, destacaban y destacan hasta hoy, los carnavales autóctonos, no solo por la danza y música y la originalidad de los versos y contrapuntos, sino porque en fechas previas se compartían los primeros frutos y productos del campo en una tradición llamada “qollachacusqa”, una actividad que integraba familias y barrios. Asimismo, en la fiesta de Todos los Santos, todo el pueblo vivía en integración compartida y no fingida ni obligada, entre ricos y pobres; mistis y campesinos, donde se forjaban amistades y compadrazgos para siempre. 

Recuerdo con nostálgica nitidez una celebración tradicional que pasó al lamentable olvido, a pesar de que llevaba consigo una fuerza de integración comunal jamás repetida: el Vara Muday, o el cambio de mando del cargo de Gobernador Distrital. Una ceremonia oficial convertida en fiesta popular convocaba a todo el pueblo, en la que se escenificaba el cambio del tradicional sello de la principal autoridad: el Varayog.

El profesor Adrián Pereyra, director de la escuela fiscal era el gran promotor y organizador del Vara Muday. Maestros, padres de familia, autoridades, vecinos notables, campesinos y sus hijos integraban el elenco de la festividad, que era la muestra popular que representaba a Lambrama en las grandes convocatorias regionales por el 24 de junio, día del indio, del campesino, Fiesta del Sol. 

La bandera rojiblanca, esquelas, tinyas y quenas; seccollos y huaracas; huainos, carnavales, jarawis, qaswas y huancas, y una vestimenta multicolor al estilo de los indios de las comunidades de Marjuni y Payancca, hacían presencia destacada que le valió a Lambrama, ganar los primeros puestos en competencias regionales realizadas en Abancay, Saywite y Cusco.

Una fiesta tradicional que hermanaba a los lambraminos, pues todos los integrantes del elenco viajaban fuera del pueblo, con sus propios recursos. No había presupuesto, pero sobraban voluntad, compromiso e identificación.

Paín y Maco, dos niños de cinco años, y otros lambraminos menores como Yla, Carmen, Marieta, Lina, Juvenal formaban parte del elenco. Recuerdo que mi libreto era repetir: “Mamitay, taitay” y no soltarme de las manos de mi padre. 

La foto que ilustra esta nota de nostalgia tiene más de sesenta años y es el testimonio de la participación en esas lides culturales de dos amigos de infancia lambramina: Marco Jiménez Triveño “Maco” y Efraín Gómez Pereira “Paín”. La gráfica, sirvió para actualizar esa vieja amistad con el registro de un encuentro ocasional sucedido hace unos días en Lima, en el que el abrazo sincero y afectuoso, me trasladó a Lambrama, a los antiguos barrios de Tomacucho y Pampacalle, donde Maco y Paín, hacíamos de las nuestras; a recordar a Rebeca y Antero, a Dora y Laureano, nuestros inolvidables padres. Un abrazo para Marco y familia, a quienes recuerdo con mucha estima.