Miscabamba, la calle de mil recuerdos
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Un domingo de verano de los años setenta, un grupo de muchachones del tradicional barrio El Olivo y alrededores, empujados por el calor abanquino, que quema hasta en las sombras, hicimos patota para dirigirnos a la piscina Cristal del popular Chama, en el Mariño.
Eran las diez de la mañana y el sol reverberaba como si ya fuese mediodía, con sus rayos directos sobre las testas juveniles. A lo lejos, las veredas del parque que abrazan al penal San Idelfonso, en Díaz Bárcenas, entre Huancavelica y Núñez, reflejaban un maravilloso espejismo que atraía miradas.
Allí, en ese clima irrepetible, cuatro o cinco bicicletas, algunas castigadas por los años, y una reluciente, chillando, enfilaron por la avenida Díaz Bárcenas, para bajar por la Núñez, hacia Arenas, y doblar a la izquierda, en la esquina del tradicional, legendario, e inolvidable y desaparecido “Pisonay”.
El tránsito estaba bloqueado. Había una ceremonia protocolar en la Plaza de Armas, con desfile de delegaciones distritales. No era de nuestro interés. Sedientos, calurosos nos urgía llegar al Mariño, hacia el fresco de las aguas cristalinas.
La mejor opción era cortar camino y se pone a tiro, llamando a los pedaleros, una callecita antigua, de casitas bajitas de adobe y teja, de tierra y calor antiguo. Sin pensarlo dos veces y coincidiendo con las miradas en la común decisión, los ocasionales ciclistas enfilamos, en disciplinada corte, por la calle Miscabamba.
Yo iba en la grupa de una Mister celeste y plata grandota conducida por Víctor Ugarte, hermano de travesuras, en cuya casa residía con mis hermanos, haciéndola de miguelgrauinos responsables, como debía ser, y responder a la confianza de don Laureano, mi padre, con siete menores hijos que educar.
Miscabamba nos abre los brazos. Una a una, las bicis son literalmente “tragadas” por la callecita de apenas dos cuadras, pero que su distancia corta es añorada por los abanquinos, que la tienen en sus memorias, como la calle más antigua de la ciudad, la primera calle de Abancay. Un monumento histórico.
Mi recuerdo de Miscabamba no es precisamente por su rubor a historia. Ese día de bicicletas, la cadena de la llanta trasera hizo trizas una de las botas campana de mi único pantalón de calle, a causa de los baches miscabambinos, que Víctor no los supo esquivar.
El forcejeo del pedal y la fuerza de la cadena enroscaron la tela del pantalón entre los frenos. La bici no podía avanzar. Llegando a la plaza Micaela Bastidas, tuvimos que hacer una parada de emergencia. Risas por un lado, preocupación por otro, cerraron la anécdota y la caravana siguió su ruta.
Miscabamba, tiene leyendas más interesantes que la bota destrozada del pantalón campana. No hay una historia oficial de nuestra ciudad, pero el correveidile tradicional recuerda que data de la época de la Independencia, y que era ruta obligada de los antiguos abanquinos.
La más oficiosa debe ser la que recuerda que en esa calle funcionó, en su primera etapa, el colegio Miguel Grau, del 27 de junio de 1889 hasta su cierre temporal en 1896, en una amplia casona entre bosques de pisonayes, eucaliptos y moras, propiedad de los esposos Domingo Álvarez y Delfina Ríos. Esto evidencia, que la calle ya tenía vigencia de larga cronología.
“Las más antigua de Abancay, si logras llegar hacia el Parque Micaela Bastidas, entonces no hay excusa para no recorrer este atractivo turístico de Abancay”, dicen diferentes portales web que promocionan las visitas a nuestra ciudad.
Hoy, la calle ya no parece antigua. Fue vencida por la modernidad, por el fierro y el cemento, por negocios financieros, academias, hoteles, bares, abogados, que se han impuesto en desleal competencia; aunque sigue manteniendo su presencia respetuosa y casi solitaria, la legendaria peluquería Salón, en la esquina del parque.
Apenas perviven algunas casas de pared de adobe, techo de teja, puerta de aldabas y piso de tierra. Aun así, sigue siendo una calle emblemática, mencionada con orgullo por los pikis, sobre todo mayores.
Quedan en evidencia las “ojoterías”, donde se puede encontrar, como hace 50 o 60 años, ojotas que emulan las marcas Nike o Adidas, donde los niños pueden aun toparse con hondas de jebe, con los aros; y las mamás, con diversas presentaciones de tachos y maceteros.
“Miscabamba, la calle que nos provoca una bocanada de fantasía”, frasea el periodista Hugo Viladegut, y recuerda que “Miscabamba y Miskibamba, fue todo el barrio y comprendía desde Chuspipata hasta la actual Av. Núñez. La que hoy es Miscabamba, fue el mercado de panes quesos y frutas y la que es hoy Av. Arenas -por donde discurría una gran acequia procedente del río Colkaki-, era mercado de carnes”.
La añoranza abanquina por Miscabamba se manifiesta en las redes sociales. Juan Pedraza: “a pesar de los cambios realizados, aún mantiene su encanto y un gusto volverlo a recorrer”. Dayana Pérez: “era una trocha para caminar. Las mamitas que bajaban de Aymas, vestidas con traje de abanquina, amarraban su caballo en esa calle”.
Guido Herrera: “ahí iba a comprar mi aro y mis hondas para pichinkear”. Josefina Segovia: “callecita de trazo algo retorcido, nos daba miedo transitar por ella”. Luis Aguilar Serrano: “el aire que se respira al transitar por esta callecita hace que el alma aspire verdadera abanquinidad, en honor a su naturaleza de haber sido la primera arteria de nuestro querido Abancay”.
Miscabamba merece ser más que un paseo peatonal descuidado. Debe ser, por gestión de las autoridades municipales y respaldo ciudadano, el lugar de encuentro con nuestra historia, con el rico y añorado pasado de Abancay. Para ello, hay que respetar lo poco de antiguo y tradicional que queda. Hay que recuperarla. No más pisos sobre pisos, que ocultan nuestras raíces, nuestra historia.