“Chocce Tikray”: una tradición lambramina
Escribe,
Efraín Gómez Pereira
La producción agropecuaria en el distrito de Lambrama y sus comunidades, es de crucial importancia. De sus resultados positivos; es decir, una buena cosecha y una buena crianza, dependen la garantía de bienestar para las familias, aunque sumidas mayoritariamente en pobreza y pobreza extrema, no les debe faltar comida en sus “barbacos”, “cahuitos” y “markas” (almacenes).
Setiembre, octubre y noviembre son meses decisivos para la siembra de papa o “papa tarpuy”; que además de estar proyectada para la seguridad alimentaria, es motivo cuasi festivo-religioso de una tradición comunal que pervive a pesar de la intromisión de elementos extraños.
El “papa tarpuy”, basado en el “Chocce Tikray” (volteo de tierra); es una tradición campesina que data de tiempos muy lejanos. Ha permitido que la hermandad campesina, la familiaridad pueblerina, el compartir de costumbres como el ayni; se fortalezcan y se resistan a desaparecer como otras expresiones culturales, que lamentablemente están en decadencia u olvido.
El “Chocce Tikray”, es una programación organizada por la comunidad y los saberes acumulados de su gente, que utiliza tierras descansadas para el cultivo de papa en los “laimes”, que son parajes de predios comunales fértiles, ubicados en zonas altoandinas. Lambrama tiene diez “laimes”, que se utilizan de manera rotatoria, dos años por cada uno, intercambiando siembras de papa, olluco, oca y añu o mashua. En los “laimes” no hay cercos ni paredes que cierren los predios; señal del respeto mutuo entre los comuneros sobre sus “propiedades”.
Con
mucha anticipación se prepara lo necesario para el “papa tarpuy”, como el “llantakuska”,
que es acarreo de leña en los montes cercanos y quede lista para hervir peroles
de chicha de jora; se junta “wiñapo”, “charki”, papa y otros insumos para la
preparación del “chacra picante”.
El “chacrakuk”, patrón o dueño de la chacra, alista sus herramientas básicas, en este caso, la tradicional “chakitaklla, que se convierte en el principal elemento de la jornada agrícola.
Con fecha programada, que no se debe cruzar con la de otro vecino, se recurre a los jóvenes fuertes, unos días antes, de preferencia en las noches, a fin de solicitar que lo acompañe en el “ayni”, sellando el compromiso con un “chotillo” de cañazo, que es una copa o una botellita pequeña de cristal. “Chotillo” aceptado es “ayni” asumido, sin posibilidad de dar marcha atrás. Es palabra de honor que será respondido con la misma reciprocidad.
El día señalado, la casa del “chacrakuk” está alborotada desde la madrugada. Al “wallpawaccay” o canto del gallo, los “aynis” toman una suculenta y energizante “lawa” o sopa de trigo y pellejo de cerdo, sabrosamente aderezada con “asnapas” hierbas aromáticas de la huerta. Las mujeres jóvenes que serán las “rapak” o roturadoras, hacen lo propio; mientras otro grupo de mujeres, las más maduras, se encargan de la cocina en casa.
El camino es largo hasta el “laime” y hay que apurar el paso. El patrón encabeza al grupo. Avanzan frescos, alegres, sabiendo que arriba habrá una sana y dura competencia de maña y fuerza. Las “chakitakllas” inseparables van bailando, colgadas al hombro, en fila india. Antes, el tramo se hacía a pie o a caballo; en la actualidad, a pesar de las limitaciones, las trochas carrozables intercomunales han acortado el viaje que se hace a caballo o vehículos motorizados.
Una vez en el predio, el patrón brinda con cañazo, pidiendo sea una buena jornada. La “t’inka” o brindis, invoca a los Apus Chipito, Kullunhuani, K’aukara, Chaknaya; a la laguna Taccata y otros Apus o cerros mágicos, con quienes hay una relación mítica de reconocimiento y respeto. Este año corresponde al “laime” de “Llakisway”, que se encuentra en las inmediaciones de la paradisiaca laguna del mismo nombre.
En los próximos años serán Unca, Yucubamba, Itunis, Suruccasa y otros. La misma tradición tienen todas las comunidades del distrito que manejan sus propios “laimes” con similares actividades, destacando como el más colorido y festivo, el de Marjuni.
Después de la “t’inka”, viene el trabajo competitivo. El más osado, ágil o atrevido de los “aynis” se apunta como líder del grupo –capitán- conformado por parejas de dos “chaquitakllas” y una “rapak”.
De tranco en tranco, con el calor animado por el cañazo y una bola de coca en la boca, las parejas van tejiendo los surcos con las champas volteadas y ajustadas por la “rapak”. El ajetreo debe ser coordinado para asegurar una buena cobertura al brote de papa que emerge. El ritmo lo pone el capitán y pobre de aquel que se quede en el camino o no se alinee con la velocidad del grupo, entrará a la tropa de los “suyus” o rezagados, con surcos pendientes, que deberán terminar a como dé lugar; sino serán el hazmerreír del pueblo.
Los compadres, familiares del patrón, animan la jornada, desde una orilla de la chacra. Suenan quenas o “lawitos” elaborados con tallos secos de “Toccorhuay”, y tinyas, con piel interior de borregos; a ritmo acompasado que ponen color y alegría al “Chocce Tikray”. También se afanan en ofrecer keros de chicha, hechos en dura madera de unca o guarango, mientras el sol quema, los vientos silban y las miradas sedientas otean la explanada, por donde llegarán las mamachas, en fila ordenada, con sus ollas de comida a la espalda, con el “chacra picante”.
La pausa para el convite o “samay”, obliga a los “aynis” a sentarse en dos filas con las piernas entreabiertas, a los costados de una mesa de costales y llicllas, tendida sobre el pasto, en el que humean papas, mote y habas sancochadas, junto a pocillos de “uchucuta” o crema de ají verde. Manos diestras sirven generosas porciones de arroz amarillo, tallarines, guiso de carne, tortillas de “jachucebolla” o cebolla china, “puspu” o mote de habas. Todo en un solo plato, en un “chacra picante”. El comensal precavido lleva su propio tenedor; los que no, deben buscar en las ramas de “tankar” o “murmuskuy”, arbustos nativos; palillos en forma de trinche que les ayudará a dar curso al convite.
La chicha de jora, los “chotillos” de cañazo, los sones del “lawito” y la tinya, acompañan este picnic popular, en el que no faltan las bromas de doble sentido, las lisonjas a las damas, los enamoramientos, las chanzas y risas. Es fiesta, fiesta del abrazo del hombre con la Pachamama. Fiesta del pueblo.
Luego del opíparo almuerzo, tras una breve pausa para apurar algunos keros adicionales de chicha, la jornada continua, al mismo ritmo de la mañana. Los cuerpos sudorosos de hombres y mujeres piden chicha. Ahí van los keros, con urgencia. Los niños, que asisten en patota, juegan sus propios “chocces”, se encargan de los animales. Recogen piedras de los surcos. Con sus hondas artesanales de jebe cazan “pichinkos” para un soñado “kankachu” o asado.
Termina la jornada. La chacra queda como un cuaderno cuadriculado de fondo negro tierra, con las trenzas de surcos relucientes, que darán vida a las papas nativas, al amparo del microclima de las alturas y las lluvias de temporada. El patrón agradecido con los “aynis”, “rapak” y los “Apus” descorcha el odre de chicha curado con cañazo y ofrece, ahora ya sin pausa, su cariño.
Como por arte de magia salen más “lawitos”, más tinyas y las mujeres, cocineras y “rapak”, se confunden en un coro de armonías celestiales para celebrar la siembra de papas, cantando el “wanka” o canción festiva, cubriéndose la boca con una mano. Sus sombreros llevan coloridas flores nativas. Alrededor de las “wankas” y de las “chakitakllas” que descansan clavadas en la tierra, aun con sus fierros lustrosos; el más joven de los “aynis”, cumple con una tradición popular lambramina, que alienta la productividad tanto del sembrío como de las familias.
Con un listón de huarango o murmuskuy va rosando las afueras de las partes íntimas de la mujer y lo lleva a las narices del hombre haciendo piruetas, quien intenta evadir sin mucho esfuerzo. Festeja con gritos que se confunden con las “wankas”; y cierra con un sonoro “¡Chijooo!”, que representa la virilidad del hombre, la fertilidad de la tierra y la confianza en una buena producción. Habrá buena cosecha y probablemente un nuevo matrimonio, cuyas proles asegurarán las tradiciones y costumbres de Lambrama y sus comunidades.
Ya en la oscuridad de la noche la alegría del “Chocce Tikray” se traslada al pueblo, hasta donde han regresado cantando “jarawis”. En la casa del “chacrakuk”, habrá más chicha, cerveza, cañazo, caldo de gallina o de cordero. El “ayni”, la amistad, el compromiso, se sellan en alegría y fiesta. Fiesta del “Chocce Tikray” lambramino.
Lambrama cumple, el 19 de noviembre, 182 años de creación. Feliz aniversario, tierra hermosa, “llactallay”.