“Niño velacuy”, en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Recuerdo la casa de Tomacucho en Lambrama. En la habitación de mis padres había un baúl gigante de madera, ajustado con flejes y correas de cuero repujado. Estaba asegurado con un candado dorado. Era una reliquia infranqueable.
Guardaba libros y cuadernos con apuntes, medallas, monedas de plata 9 décimos, cubiertos de alpaca, peines, tijeras, hilos, agujas, recuerdos. Detalles que no eran de uso diario estaban ahí, a la espera de su momento para salir y lucirse en “ocasiones especiales”.
Alguna vez hurgando sus interiores me topé con un manojo de sobres y tarjetas de invitación, finamente diseñados. El sobre era blanco y la tarjeta color humo. Decía: “Laureano Gómez Chuima, Dora Pereira Tello e Hijos, invitan a usted y familia a la celebración de la Navidad del Niño, en esta su casa…”
Este recuerdo me lleva a la Navidad de hace cincuenta años en Lambrama. El principal acontecimiento del mundo cristiano, la llegada del Niño Jesús, era celebrado en una jornada denominada “Niño Velacuy” y convocaba a las familias que venían de otras ciudades, a los vecinos, en un recogimiento de reencuentro y perdones.
En un pueblo campesino, donde las actividades religiosas estaban marcadas en el calendario anual, no había Misa semanal en la iglesia. Solo en fechas especiales se rezaban Rosarios, con asistencia masiva de pobladores de todas condiciones. Todos convocados por la misma fe; arrodillados ante la misma imagen del Patrón Santiago en la iglesia San Blas, hasta donde llegaban llamados por las campanas del “chincapum” de Patita.
Para la Navidad, al igual que para otras festividades populares y religiosas, había un responsable de organizar las celebraciones: el Carguyoc. Este se encargaba de la Misa del 24, de la procesión del Niño hacia su domicilio, del recibimiento del 25 “Niño Velacuy”, hasta la Bajada de Reyes, en ambiente de música tradicional, cánticos en quechua y baile. Arpa y violín. La comida típica, abundante y variada; chicha, ponche y té macho, eran parte importante.
En el patio de la casa lambramina, se levantaba una ramada de retamas, carrizos e ichu, para dar cobijo a la imagen del Niño Jesús, de tez rosada y mirada celeste, pulcramente ataviado con ropa blanca, cintas de colores, un huairuro en la muñeca, y encamado en una cuna de madera, el tradicional “kirau”; así como para favorecer de sombra a los visitantes, que eran muchos.
La Misa del 24, la oficiaba un párroco de Abancay, que llegaba especialmente para ese acto. La iglesia lucía atiborrada de feligreses. Pobre de aquel que se atreviera ir con ropa sucia o desordenada. Las señoras de los mistis, los regresaban a casa a ponerse limpios y estar presentables para El Niño.
El cura se explayaba en un sermón que superaba las razones de la Navidad, y llamaba a la disciplina, al orden, a la limpieza, a evadir el pecado y vivir para el Señor. Rostros campesinos enjutos, casi auto flagelados por las culpas, escuchaban en silencio, cabizbajos, con el sombrero sujetado entre manos, mirando sus ojotas que apretaban sus pies recios, con callos y cicatrices de mil batallas.
Los cánticos en quechua rememoraban el nacimiento del Niño. Bajo el Altar, cirios y velas de diferentes tamaños y colores competían en dar brillo. Floreros de arcilla, abrazaban ramos de rosas, claveles, margaritas, cumayos de hermosas tonalidades. Las bancas talladas artesanalmente, ocupaban la mitad del salón y daban descanso a las mujeres. Los hombres y jóvenes se apostaban parados y pegados en las paredes.
Tras el sermón, El Niño envuelto en prendas nuevas y bien acabadas, era llevado en procesión dentro de su “kirau”, hacia su nueva y temporal morada, en manos del Carguyoc, que mostraba una expresión compungida. ¡Tenía al Niño Jesús entre manos. Los padrenuestros se confundían con los cantos de las mujeres, que no cesaban de invocar al “Apu Yaya Jesuscristo”, al “Wuaillas, wuaillas, ichu patachapi”.
La casa del Carguyoc, estaba reluciente. El patio recién baldeado, brillaba. Mesas, sillas y bancas bien dispuestas. Los compadres tenían cierta preferencia. Toda la familia con ropa nueva o bien lavada, algunos con zapatos nuevos.
El Niño recibía ofrendas. Flores silvestres, choclos secos entrelazados, papas de mil colores, quesos en molde. Tejidos de colores, chumpis y llicllas. Vinos envueltos en celofán amarillo. El oferente se desvivía por atender a todos.
La comida pasaba de mano en mano. Todos satisfechos. La noche del 24 es larga y el clima de diciembre, que a veces castiga con lluvias torrenciales, se confabula con la fiesta y posterga su llegada. El Niño impone respeto.
El “Niño Velacuy” se desarrolla en una mezcla de recogimiento cristiano y una algarabía social. Las familias superan algunas desavenencias, los amigos fortalecen lazos. Los compadres proyectan actividades comunes. El Carguyoc del próximo año, se lanza al ruedo. La vida continúa.
Para el 25 El Niño sigue en casa del Carguyoc, algunos vecinos se mantienen y otros recién llegan. El desayuno es solo una pausa para que la algarabía prosiga. El almuerzo también es otra pausa. Después de esa hora muchos se han retirado. Quedan El Niño y los familiares más cercanos.
La ramada del patio que simula el pesebre de Belén, se mantiene con El Niño en su “kirau”. Las visitas continúan hasta el día 26, cuando en ceremonia llena de solemnidad El Niño es entregado en custodia a la Iglesia. La Misa ya es ofrecida por el nuevo Carguyoc.
Ya está bendecido por el párroco de Abancay. Tendrá lugar preferente en los interiores de la iglesia San Blas, y habrá sido parte importante en la historia de un grupo de lambraminos, que además de reforzar su fe en el cristianismo, habrá sacudido algunas taras ajenas a su naturaleza.
El “Niño Velacuy” también se realizaba en otras comunidades de Lambrama, con la misma vistosidad y compromiso. Con Carguyoc y celebraciones. Destacan las de Atancama y Siusay; pero la que se realizaba en Caype, era de las más coloridas, atractivas y visitadas por mayor número de feligreses. En esas fiestas navideñas no había arbolitos, papá Noel, chocolate, ni panetón. Ojala se pudiera volver en el tiempo y recuperar estas hermosas costumbres.