domingo, 5 de mayo de 2024

Limanchu, el aroma exótico de los andes

Limanchu, el aroma exótico de los andes

Escribe, Efraín Gómez Pereira

La última semana de enero pasado, en Quitasol, a dos kilómetros de la ciudad, nos encuentra en calor familiar. Una visita fugaz, de apenas un par de días, nos regala un desayuno familiar, casero, en el que una ensalada de paltas cosechadas en el mismo fundo se enseñorea y destaca sobre las papas sancochadas, el pan común y el choclo tierno que ya asoma tímidamente, antes de los meses de temporada.     

La cremosidad de la palta Fuerte empata como anillo al dedo, con los brotes frescos, aromáticos y llamativos del limanchu, conseguido casi a la “quitaquita”, esa misma mañana en las afueras del mercado Las Américas, en Abancay. La agradable yerba, provenía de los humedales y bosques cercanos al santuario del Ampay. El pan con palta hace gala de su sabor, y se empareja con el aroma embriagador de un café negro, recién pasado. Inevitable hacerse rogar por una yapita.

Ese desayuno, preparado por las cálidas manos de Gladys, mi querida hermana, me trasladó a mi feliz infancia, en Tomacucho, Lambrama, donde los desayunos eran encuentros ceremoniosos en los que los Gómez Pereira y Gómez Gamboa, disfrutábamos de una mesa variada, como variados eran los días.


Exótico limanchu, en su hábitat natural. (Foto Fanpage Cesar Vargas)

La ventaja de tener vacas lecheras a la mano, en los corrales de Oqopata o en la huerta de Tomacucho, nos prodigaba de leche fresca, natilla y queso fresco, todos los días. Café con leche - los Gómez somos cafeteros desde el vientre -, leche con ulpada, acompañada de pan común de la panadería Milla; de papa Qompis, cosechada en los predios de Qahuapata; de choclo tierno, canchita chulpi o mote paraccay de las chacras de Itunez, Luntiapo o Huayqo. Sin duda, una mesa privilegiada. Mesa de otros tiempos.

Ya lo dije en muchas otras ocasiones, la trucha del río Lambrama, pescada con anzuelo, lombriz y caña, en la misma madrugada entre Chacapata y Uriapo, al norte del pueblo y desde Plantahuasi a Huaranpata, al sur, fascinaban los desayunos caseros. Trucha frita crocante con café, pan común, papas, choclo o canchita, y uchucuta, insuperable.

En los meses de enero, febrero y marzo, los desayunos, almuerzos y cenas tenían un personaje insuperable, incomparable, único en sabores y aromas, que envolvían los aires, techos y paredes de la gran cocina familiar, y hacían que nuestros apetitos naturales se elevaran a su máxima potencia, hasta casi llegar a la gula. 

El limanchu, yerba aromática de los andes, nos visitaba toda la semana, recordándonos que los días lluviosos, de humedad y neblina en las partes altas del pueblo, eran los signados para su aparición y alegrar mesas lambraminas, con su nobleza fugaz y su aroma inigualable eterno.

Las lawas de maíz choclo tierno o qollalawas, cremosas; sazonadas con leche fresca y quesillo estrujado, acompañadas de papa nativa y habitas verdes, multiplicaban su prestancia con el limanchu fresco de sabor exótico, salpicado en la olla, poco antes de servir los platos. Imposible no pedir yapita. La olla debía tener doble fondo para responder a la demanda de casi una docena de comensales.

La tradicional “sopa viernes” que no lleva carne, sino leche, queso y papa amarilla, levanta su personalidad cuando se agrega olluco recién cosechado y picado en juliana y es sazonada con un generoso manojo de limanchu, rescatado de las camas compactas y húmedas de musgo que crece a su voluntad bajo las sombras de uncas, tastas, chuillur, tankar, y especialmente de los frondosos y olorosos marju, que embellecen los verdes y atractivos parajes de uncapata, qahuapata, llakisqway, queuñapunku, motoypata, marjupata y otras patas cercanas a Lambrama.

Sopa viernes, con el sabor del incomparable limanchu. (Foto Fanpage Miguel Angel Ramos)

En Qahuapata, el fortín ganadero y papero de don Laureano, mi añorado señor padre, los bosquecillos de marju que rodeaban el predio, eran escenario adecuado para el desarrollo y crecimiento fugaz del limanchu, que recogíamos a manos llenas para acaramelar las lawas de chochoca, trigo, calabaza, tocto o cancha al dente, y las sopas de fideo entrefino o cabello de ángel, todas maridadas con queso fresco y leche, y huevo batido.

Mamá Victoria, recuerda que los hermanos Gómez Pereira y Gómez Gamboa, éramos adictos a la ensalada de paltas con limanchu, que se multiplicaban en las vasijas de preparación con picados de cebolla china, abundante queso fresco, choclo desgranado y papa nativa sancochada. Un tazón de café pasado, infaltable para la compañía perfecta.

                                 

Ensalada de limanchu con queso fresco y papa nativa. (Foto Fanpage Ulises Valdeiglesias) 

Victoria rememora Qahuapata y añora a sus “hijos” recogiendo el verde aromático en los “marjusiki” donde en la humedad y las sombras, el limanchu lambramino no tenía competencia para alcanzar su desarrollo compacto y alegrar lawas y ensaladas familiares.

También servían para endulzar agüitas de mate destinadas a apaciguar dolores de cabeza, y cólicos estomacales, para controlar la tos en los infantes; y usado como compresas para cicatrizar heridas y pausar hemorragias. Sin duda se trata de un regalo de la naturaleza que merece ser custodiado, respetando su hábitat natural y no fomentar su depredación, que podría ser nefasto e irreversible.