domingo, 16 de enero de 2022

"Mamitay, ninachaykita"

“Mamitay, ninachaykita”
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Cinco de la madrugada, el viento sopla con inusitada fuerza meciendo la copa de los nogales, eucaliptos, layanes y lambras que rodean en un abrazo a la generosa huerta familiar. Los rosales, ajíes y capulíes se sacuden aferrándose a sus raíces. Desde el frente, los apus Chipito y Kaukara, vigilan atentos el valle de Lambrama.

El silbido de la ventisca mañanera compite con el bullicioso tronar del río, que haciendo escuchar su agresividad permite distinguir cuando arrastra piedras que al golpearse con otras, genera un sonido fantasmal, de temor obligando a los vecinos a persignarse con preocupación cristiana.

En esta competencia natural, entran a tallar los pichinkos, tuyas y piscalas, que se desviven por entonar trinos en el alba, cual despertadores naturales de la vecindad. Acompañadas por el alegre y repetitivo “pichiu pichiu” del pequeño gorrión o pichinko, y los variados tonos musicales de sus pares, las familias se prestan a iniciar el día, un día que debe ser de labor productiva. 
El autor de la nota en una chuklla cercana a Taccata, en Lambrama. 

Es la hora en que los hermanos Gómez, despiertan en sus camas de los altos, en la casa de Tomacucho. Es la hora en que don Cirilo Ayala o el tío Mario Gamarra, activan sus dominios y conocimientos sobre el generador de energía eléctrica ubicado en Plantahuasi. 

La luz eléctrica se enciende poquito a poco, formando la luminosidad desde un puntito amarillo que se deja ver en los focos ubicados en el dormitorio de una prole de niños felices, hasta iluminar por completo los aposentos obligando a sus ocupantes a despabilarse y levantar cueros.

Como si fuese una ceremonia pre establecida, los hermanos se lanzan en un coro sin tregua: “luz, luz, luz…”, hasta que se hace la luz. Ocupación diaria que nadie sabe cómo surgió o quién lo inventó y que queda como la marca de un hierro candente en el recuerdo familiar.

La llegada de la luz activa el enorme receptor Nordmende, apostado sobre una repisa ubicada en el cuarto de los padres, para sumar al bullicio de madrugada saludos imaginarios y huainos alegrones emitidos por Hualaycho, desde Radio Tahuantinsuyo del Cusco, o por Luis Pizarro Cerrón, de Radio El Sol de Lima.

A esa misma hora, cubierta de un mantón de lana a cuadritos, un sombrero negro de pana gastado, con toquilla oscura; la abuela Higidia, espigada, delgada y de lento caminar, se saluda tocando el sombrero con el índice derecho, con un natural “monotias mamitay”, con su vecina doña Jesusa, quien lleva entre manos un pedazo de teja rota – un kallmi- y se acerca a la cocina donde ya está mamá Dora, o “mamá” Victoria, en sus respectivas épocas, a quienes le pedirá un poquito de fuego. 

“Mamitay, ninachaykita”, pide doña Jesusa en un dulce y casi apagado quechua que redondea también con un apacible saludo: “monotias mamitay”. Una vez dentro de la cocina familiar, que esconde en sus esquinas rumas de leña seca, ollas enormes para chicha, y donde se ve cututos y cuyes correteando dinámicos bajo la mesa; doña Jesusa se arremolina en su pollera y se sienta frente al fogón. Espera unos minutos y se retira con otro dulce “gracias mamitay”. 
La casa de Tomacucho, en Lambrama, escenario de la costumbre ancestral del nina mañakuy. 

La vecina lleva el fuego de la vida entre manos, en un pedazo de carbón o una bosta seca –excremento de vacuno- que se convierte en elemento conductor del fuego. Todavía imagino que la veo desde el balcón de los altos, caminado de regreso a su casa, a unos 200 metros, avivando el fuego con soplidos permanentes que evitarán este se enfríe o se apague. 

Una vez en sus dominios, la tullpa compuesta de dos piedras de río juntadas como un puente que atrapa los leños, se avispará con el calor esperado, avivado con la fukuna, y alimentado con ramas secas de tayancos y tastas, recogidas oportunamente en las cuestas de Motoypata.

Se trata de una rutina lambramina que se repite desde siempre, en todas las vecindades de Uraycalle, Pampacalle, Chucchumpi, Chimpacalle y otras. Costumbre de un pueblo donde era natural el “nina mañakuy” o el pedir fuego.

El historiador lambramino Policarpo Ccanre Salazar, recuerda que ante la imposibilidad de hacerse de un fósforo de uso diario, muchas familias lambraminas de escasos recursos, utilizaban esa costumbre arrastrada de sus abuelos o desde mucho antes. “La gran mayoría recurría al vecino a pedir candela en un kallmi o llevaban una bosta para prenderla”. 

Refiere también que había familias que para evitar el “nina mañakuy”, enterraban con ceniza, las brasas de carbón en la “kuncha” o fogón artesanal, para que se mantengan vivas durante un buen tiempo. “Así un lambramino que volvía de la chacra en la tarde no necesitaba pedir candela al vecino, sino podía reavivar el fuego que cubrió con ceniza”.

Esta costumbre urbana se practica con mayor énfasis en las alturas, donde las familias hacen vida productiva, aisladas de la población por muchos meses, dedicándose al cuidado y crianza de sus animales, vacunos, ovinos y equinos.

Una cabaña, choza, chuklla o jatus, como un cono techado de paja que crea un microclima favorable en su interior, está ubicada a una distancia relativamente alejada de otras, por lo que la cercanía social, natural entre los hombres, es una necesidad de práctica poco frecuente. 

En las alturas no hay vegetación que se pueda utilizar como leño o combustible diario, por lo que tener una reserva de troncos de queuñas, chachacomos, tastas, uncas o tayancos llevados de las quebradas, es una verdadera riqueza.
Los vecinos de las alturas recurren al uso de las raíces del ichu o paja, que es abundante en la zona, pero el elemento más requerido, buscado y custodiado es la bosta seca de ganado vacuno: la ccawa. 

Las familias andinas se esmeran en recoger estos elementos y juntarlos en las inmediaciones del jatus, armando montículos que se convierten en insumos indispensables para el sostenimiento de la vida, a través de la provisión de alimentos cocidos.

Los leños de especies arbustivas nativas muy escasas, son vitales para mantener vivo el fuego que garantiza la elaboración de alimentos diarios. La ccawa se convierte en un elemento básico para el “nina mañakuy” entre los vecinos de las alturas, quienes deben tener una destreza superior para trasladar el fuego del vecino hasta sus predios sin que este se extinga.

La ccawa es también usada en las quebradas, tras la cosecha de maíz, para preparar huatias y calentar hornos para elaborar los deliciosos y acaramelados dulces de calabaza.

Enterrar las brasas con ceniza de raíz de ichu o de mazorcas de maíz, es una práctica ancestral que permite a los lambraminos, tener la seguridad que mañana habrá mate de sotoma caliente en el desayuno, y para el almuerzo, una deliciosa lawa de chochoca salpicado de charki, que además de prodigar de nutrientes y proteínas, brinda un sabor incomparable. “Mamitay, ninachaykita”, frase ancestral, tan natural como el saludo diario.