ALLIN
KAUSAY, WAIQUI EUGENIO ANACLO
Escribe, Efraín Gómez Pereira
La actual emergencia que nos ha obligado a mantenernos en necesaria cuarentena, ha hecho que los abrazos y las visitas en fechas especiales, como el día de la Madre, día del Padre, Fiestas Patrias, hayan pasado como nunca nadie se lo hubiera imaginado.
Sin embargo, de alguna manera, nos la ingeniamos para estar “presentes”, a través de las redes sociales y el teléfono, convertidos en elementos vitales en la etapa actual.
En ese sentido, aprovechando la ventana abierta que nos deja el Facebook y, a través de Lambraminos Lima, quiero saludar a un gran atancamino-lambramino, que en estos meses de aislamiento nos ha acercado, desde su propia mirada, a una serie de aspectos que entre paisanos lo tenemos en la mente, en el corazón, en las manos; pero que por razones ajenas, los escondemos en nosotros mismos.
Me refiero a la solidaridad y a la humanidad.
Desde la Comisión Lambrama COVID-19, que me honro gratamente integrar, he visto cómo Eugenio Anaclo Damián Quispe, al igual que Zoilo, Flor y César, ha sabido tener una lectura clara del drama que nuestros paisanos vivían y siguen viviendo en Lima, en los distritos populosos, en los asentamientos humanos, en los pueblos jóvenes, a causa del coronavirus, que se llevó a muchos de nuestros paisanos.
Desprendimiento total para encausar la iniciativa de ayuda humanitaria que se nos ocurrió hace apenas un mes atrás.
Eugenio Anaclo, con su vehículo particular puesto a disposición de la Comisión de manera voluntaria y gratuita, se movilizó en varias jornadas a buscar “paisanos vulnerables”, casa por casa, arriesgando su propia salud, llevándoles bolsas de alimentos conseguidos por la Comisión con el apoyo sincero y desinteresado de nuestros propios paisanos.
Hoy, en el cumpleaños de Eugenio Anaclo Damián Quispe, atancamino de alma y corazón, quiero saludar y aplaudir de pie, a nuestros paisanos de la Comisión Lambrama COVID-19, que ya dieron el primer paso de un largo camino de fraternidad, hermandad, solidaridad que tanta falta nos hace y que nunca dejemos de andar.
¿Quién es Eugenio Anaclo?
Nacido en la comunidad campesina de Atancama, es hijo de Jesús y Fortunata, campesinos llactamasis que, como la mayoría de lambraminos, en medio de su propia pobreza material y riqueza espiritual, supieron encaminar una prole de cinco hijos: Natividad, Nicolasa, Ignacia y Valentín.
Como se dice habitual y cariñosamente en nuestra
querida tierra, Eugenio vino a ser el “Ñuñupuchu” de los Damián Quispe.
Hoy vive en Lima, como policía jubilado, al frente de una familia bien constituida. Con Ricardina Huallpa Flores, chucchumpi pasñacha, y su “sumac tica” desde épocas colegiales, ha procreado tres hijas, por las que se siente más que orgulloso. Rocío es médico; Rosmery es chef, y Pilar es Teniente de la Policía Nacional del Perú.
Estudió la primaria en la escuela fiscal de Lambrama y en el Miguel Grau de Abancay. La secundaria en el Colegio Mixto de Lambrama. Es integrante de la Promoción 1983.
En 1985, como parte de la Segunda Promoción de la Guardia Republicana del Perú, en Cusco, se convirtió en el primer Policía en la historia de Atancama. Como tal prestó servicios en la comisaría de Lambrama y en otras de la región Apurímac.
Anaclo recuerda su niñez, aislada y alejada, en los predios altoandinos de Macima, perteneciente al distrito de Circa, en frontera con Atancama. Asimismo, sus días y noches de heladas en las inmediaciones de la laguna de Lliullita.
Recuerda emocionado la gallarda belleza de las vicuñas, el vuelo majestuoso de los cóndores, los trinares ruidosos e interminables de los akakllos, las parejas de huallatas o huashuas, y el paseo sincronizado de las parihuanas. La nostalgia le quiere arrebatar unas lágrimas. Se aguanta como macho.
Asimismo rememora sus lawas de chuño y maíz verde, que las engullía casi hirviendo, sin cuchara, desde su phuco, hecho con fina madera de unca. Hace un giro con las manos como si estuviese agarrando un vaso e imagina estar tomando leche fresca y caliente, o suero salado recién escurrido del ccollaqueso, desde su personal y bien trabajado huambito, que es un vaso artesanal hecho con el cacho del toro.
Eugenio Anaclo, como el menor de los hermanos, era algo engreído por sus padres y sus mayores. Suelto y en libertad, corría kalachaki, fuera de la cabaña de Macima y se trepada a las laderas, buscando plantas y flores andinas.
Se afirmaba coleccionista precario de plantas medicinales que hasta hoy forman parte de la riqueza tradicional de nuestros ancestros, como la chachacoma, thaya, añahaycha, ticllayhuarmi, qhisa, sotoma, salvia, marancera; al igual que las flores como el surfo, wajanki, fuña, sauqa.
Como muchos niños de esa época, quizás también de la actualidad Lambramina, era muy aficionado a la música, al huayno, al jarawi, que los escuchaba de sus mayores y se pretendía un seguidor y aficionado nato.
Para ello, con ayuda de sus hermanos, buscaba en los bosquecillos de Atancama, ramas derechitas de retama o murmuskuy, con las que hacía los arcos para construir sus Tautacus. Las cuerdas eran hechas con tripas de oveja recién beneficiadas y diestramente estiradas al calor; también con cuerdas trenzadas de hilos de cabuya. Envidiable niñez de todo un aficionado.