Orgulloso de ser abanquino
Escribe, Efraín Gómez Pereira
“Aquisito, nomás” debe ser la expresión netamente abanquina más popular, que ha traspasado fronteras y nadie se beneficia de sus regalías. Era, o sigue siendo, la respuesta natural a una consulta sobre la ubicación o distancia de un determinado lugar, no importa si está cerca o lejos el destino fijado. Esta misma tarde, cuando abordé un taxi en Lima, el conductor correspondió a un servicio de Chorrillos a Jesús María, con un “Ah, aquisito, nomás”. Abancay y su abanquinismo reflejado en el habla común de un limeño.
En Abancay, ciudad de la eterna primavera, que celebra 149 años de creación política o de su elevación de Villa a Ciudad, se habla un español enraizado en el sentir del poblador Piki, que emplea diminutivos y palabras en quechua castellanizadas, que se entienden con suma facilidad.
En el colegio, en los juegos, en las calles, en el mercado escuchamos con naturalidad expresiones que seguramente en otras latitudes, necesitarían de un traductor. En ese sentido, somos orgullosos de nuestro habla, del habla Piki.
Pero, somos orgullosos de mucho más. Cómo no sentir orgullo si celebramos en democráticas comparsas que no ponen fronteras a la unión barrial, al festejar el carnaval más alegre del Perú. De disfrutar en camaradería o en familia, la natural chicha de jora, la trepadora frutillada, la delicada chicha blanca o el ponche de habas “piteadito” con cañazo, que se convierten en elementos de unión familiar.
Cuántos inflamos el pecho al mencionar la calidad y variedad de nuestros panes, de los taparacos, común, latachuta. De los maicillos que son delicia registrada así estén quebraditos. Nuestras wawatantas, que forman parte de la tradición familiar y de la búsqueda de compadres y bautizos. Abanquina coincidencia que la fiesta de las wawas se enlaza con la fiesta de nuestra ciudad.
Un paseo por los mercados nos permite saborear el tradicional caldo de gallina, con arrocito y chuñito “rico nomasyá”. Buscando y rebuscando podemos gozar del sabor especial de la gelatina de patita, un manjar que es muy codiciado. Si de buscar queso se trata, en el mercado central hay una bien montada batería de queseras, que ofrecen moldes de parias, andinos, wataquesos y las insuperables cachicurpas. En las juguerías es inevitable no pedir la yapita de un surtido o un especial, y celebrar con un “gracias, mamita”, como solo lo hace un orgulloso Piki.
Pasear por las picanterías, hoy restaurantes campestres, nos lleva a disfrutar de la gastronomía popular y tradicional, en la que el plato bandera es el tallarín de casa con estofado de gallina, rocoto relleno y kapchi de chuño. Añañausito como el chicharrón y su zarza de yerbabuena; el cuy relleno y otras delicias que se complementan con el mote de maíz blanco o paraccay. Chicha de jora, uchucuta y queso, fieles acompañantes.
La música abanquina tiene el rasgo particular de ser alegre y bullanguera. La mayor expresión de esta riqueza cultural se vive en los carnavales, en pandillas y comparsas, bajo las yunzas y donde los zapateos característicos levantan polvareda y amenazan con romper pistas. No habrá casa abanquina en la que uno de sus integrantes es oficioso de las guitarras, charangos, mandolinas o quenas. Y todos cantamos, aunque sea desafinados, pero cantamos y somos orgullosos.
Somos orgullosos cuando hablamos del Ampay y sus lagunas de aguas cristalinas, de los bosques naturales de intimpas, nuestro recurso natural protegido. De Saywite y su gran magnitud histórica. Del valle de calor y flores, como la Bella Abanquina y el Amancae; del río Mariño, sus piscinas y pozas en las que aprendimos a chapotear en todos los estilos; de sus siracas, moreras, pisonayes y jacarandás, que dan cobijo a las orquestas de emplumados, tuyas y pichincos, que nos deleitan con sus cánticos mañaneros y de los conciertos con los jesjentos en las tardecitas, despidiendo al radiante sol que quema hasta en las sombras.
Sentimos orgullo y añoramos repetir los paseos por las zonas turísticas en el entorno de la ciudad, uniendo el Ampay con el Quisapata, las túneles de Karateka, los vestigios de Illanya y Patibamba; el colonial y descuidado puente de Pachachaca, las aguas termales de Santo Tomás, el mirador de Taraccasa; el corredor de Condebamba, la Plaza de Armas y su Catedral, el Parque Ocampo, Micaela Bastidas, la calle Miscabamba, último bastión de los ojoteros tradicionales, que aún perduran a pesar de la intromisión comercial de las baratijas chinas.
¿Orgulloso abanquino?, claro que sí, de su música, su comida, del calor y afecto sin igual de sus gentes, de sus nueve distritos, de las fiestas de sus galleros, del fútbol macho, de los coches locos, de sus colegios emblemáticos Santa Rosa y Miguel Grau, que paralizan la ciudad en los meses de agosto y octubre; de la Prevo, Bonifaz, Industrial, La Salle, Mercedes, Aurora, Majesa. De la Virgen del Rosario, nuestra patrona. De los entierros en el cementerio de Condebamba, hasta donde se llevan a los muertos al son de guitarras y bombos, despedidas en alegría, sólo en Abancay.
Orgulloso de su pasado y sus grandes personajes, de Micaela, nuestra Micaela. Orgulloso de nuestro himno “Si vienes a mi Abancay”, con la marca eterna de Pepe Garay. Orgulloso de tararear con emoción, añoranza y con ese “no sé que”: “Abancay de mis amores, si yo volviera a nacer, al cielo le pediría, que seas mi cuna otra vez”.
¿Y tú? ¿De qué te sientes orgulloso de ser abanquino? Yo, de ser un lambramino - abanquino.