Paseíto por El Mirador de Taraccasa
Escribe, Efraín
Gómez Pereira
“Quince soles, papi”, dice el taxista en la esquina de las avenidas Díaz Bárcenas con Huancavelica, al responder ¿cuánto hasta El Mirador?
Advertidos de esa “tarifa abusiva”, optamos por treparnos a una combi que nos dejó en el mismo centro de El Mirador, por dos soles, sentaditos y mirando los paisajes interiores y exteriores. Calor y humores humanos dentro y calor y fresco veraniego fuera.
El trayecto, de unos quince minutos, se hace con tranquilidad. A pesar de lo atiborrado del transporte y de la música reggaetonera que desprecia tímpanos propios y ajenos, el paseo se hace ameno. En determinado paradero el vehículo se queda con dos pasajeros, mi hija y yo.
Un mini cuadrilla de estudiantes universitarios – la mayoría con pinta de adolescentes- saltó de sus asientos empuñando mochilas, cuadernos y libros, con miradas que destilan dedicación. Jóvenes en proceso de formación profesional. Ojalá ajenos al reggaetón que nos castigó por varios minutos.
El Mirador o Parque Ecológico de Abancay, en un día martes cualquiera, muestra su mismo semblante de la última vez que lo visité, eso hace más de cinco años. No ha cambiado nada o casi nada.
El día se presta para el paseo. El calor serrano es amortiguado por el viento fresco que corre en ese bello paraje abanquino. Observo a mi hija, entusiasmada porque verá en panorámica, desde lo alto del lugar turístico, la belleza de la ciudad de los pikis, de su padre.
El camino nos lleva directamente hasta la cruz de El Mirador, obra del recordado Gabino Vega Paredes, que permanece incólume, como el principal y celoso vigía de la ciudad primaveral. Sin duda, este es el sitio preferido por los visitantes para eternizar su paso por el centro de recreación. Las fotografías con el fondo de la ciudad, del Ampay o del Quisapata, se hacen naturales desde esa elevación boscosa.
En la ruta, que es muy corta, observamos parejas extasiadas por el paisaje, alejadas del mundanal ruido, viviendo sus propias historias de amor; así como familias con niños y ancianos. Todos graficando el paseo en sus teléfonos móviles. “A ver, sonríe pe, tío”
Mesas con bancas “plantadas” sobre el piso de pasto y distribuidas en diferentes tramos, dan cabida a las meriendas que algunos visitantes llevan, para aplacar el hambre y la sed. Un improvisado y envidiable picnic abanquino. Como viejo reportero, cargo una cámara profesional que me permite, en la paz y tranquilidad del lugar, enfocar con calma los objetivos. La panorámica de Abancay está en la mira.
La caminata se hace llevadera y el ambiente matizado por algunos trinos de pajarillos y tuyas, así como por el aroma que despiden eucaliptos, retamas, queuñas, molles e intimpas, que compiten, cada una por su lado, en mostrarse en su mejor prestancia, y así perennizarse en las fotos para el recuerdo.
La laguna artificial, el charco de agua o la piscina, como la llamen, se muestra descuidada. Las aguas turbias, que no llenan el espacio debido, exigen renovación. No tiene vida ni atractivo. ¿Quizás una cascada? El puente colgante que lo cruza, también en las mismas condiciones, reclamando una manito de pintura que lo haga más visible, más atractivo, y que contraste con los alrededores.
La marca humana de su paso por ese espacio de solaz, se hace evidente en la basura acumulada en diferentes lugares, incluso en los recolectores tirados en el pasto, sin que nadie la recoja. Tarea para el personal que trabaja en el lugar, capacitarse y entender que Taraccasa es un escenario para turistas, que merecen atención esmerada.
El zoológico de Taraccasa, es también una muestra de descuido burocrático. Los animales, pocos ejemplares de algunas especies – monos, venados, llamas, vicuñas, nutrias y algunas aves silvestres-, parecen presos encarcelados clamando libertad. No vi al oso de anteojos, que era una singular atracción.
Los animales del “zoológico”, desesperados porque los visitantes les tiren algo de comer. No hay un guardián que controle con celo el lugar. La alimentación de animales en cautiverio exige normas de seguridad y salubridad estrictas y no permitir que le lancen panes, galletas, caramelos o desperdicios de frutas, que atentan contra su existencia.
Taraccasa debe ser un atractivo comercial rentable para Abancay. El municipio provincial tiene un valioso atractivo para implementar una ruta turística que recorra el valle, permitiendo a los visitantes foráneos y a los propios pikis, conocer desde los baños termales de Santo Tomás, el puente Pachachaca, la hacienda Yllanya, los parajes de Aymas, Rontoccocha, Quisapata, Mariño, Quitasol, Ñacchero, Qarqatera, Saiwite, calle Miscabamba, centro de la ciudad, las picanterías tradicionales y más.
Para ello es apremiante invertir en infraestructura y logística necesarias, creando un atractivo vivencial permanente y generando trabajo para jóvenes locales que, bien preparados y capacitados, se conviertan en promotores o impulsadores de la riqueza cultural y tradicional de Abancay. Abancay se lo merece. Si se logra, me reservan un par de cupos.