Honorato, el “embajador” de Lambrama
Escribe Efraín Gómez Pereira
Hace más de seis décadas, en Tomacucho, tradicional barrio de Lambrama, nacía quien se convertiría en comprometido periodista y escritor de su pueblo. Ese mismo año, un mozalbete impetuoso con una carga de esperanzas, con ilusionados 18 años de edad, llegaba a Lima, al barrio Caja de Agua, en San Juan de Lurigancho, cuando era apenas un bosquejo de asentamiento humano plagado de esteras y sueños de provincianos atrevidos.
Efraín y Honorato – Honorato y Efraín, sesentón y ochentón, periodista y embajador, se conocieron en un domingo de fiesta navideña convocada, tras la pausa obligada por la pandemia, por la dirigencia de los residentes y el club Amigos Unidos, integrado por lambraminos e hijos de lambraminos que radican en la ciudad capital.
Llamó la atención que los organizadores de la cita distritana, rindan homenaje a Honorato entregándole una fotografía enmarcada en un cuadro y un polo distintivo del club deportivo, liderado por el pasqueño (lambramino por derecho) Faustino Ramos Valer, entusiasta motivador de jornadas deportivas que hermana a los lambraminos limeños. En la reunión se compartió chocolatada, panetón, canastas y una sustanciosa pachamanca entre los asistentes.
Con 82 años bien vividos, Honorato Barahona Ccanre, lambramino del barrio de Pampacalle, era reconocido por haber sido uno de los promotores, gestores y líderes de las organizaciones locales, sociales, deportivas y culturales de paisanos en Lima, y a quien muchas generaciones le prodigan respeto como al hermano mayor, al guía que supo encaminar no solo a su familia de seis hijos, nietos y bisnietos, sino a numerosos llactamasis afincados con penurias y esfuerzos en esta Lima de todas las sangres.
Zoilo Gamarra Espinoza, se refiere a Honorato como el embajador natural de Lambrama en Lima. Su vivienda, una modesta casa levantada entre las primigenias rocas de Caja de Agua, era centro de llegada, hotel, alojamiento temporal o pasajero de lambraminos, que como el propio Honorato, llegaban a Lima, en busca de coronar sus propios sueños.
Honorato debe ser, es de los primeros lambraminos que llegó a Lima para asentar una familia, haciendo de su residencia una especie de consulado para quienes siguieron su ruta. Caja de Agua era el centro de operaciones para los recién llegados, jóvenes sin formación educativa o con estudios de primaria inconclusos, en su mayoría jalados por sus propios familiares o amigos de generación.
De ahí saltaban a buscar el sustento necesario en los barrios de Lima, en el Parque Universitario, en la Plaza Unión, avenida Abancay, mercados y paraditas de distritos y barrios periféricos.
En la casa o embajada de Caja de Agua, se consolidaron muchas parejas de lambraminos, convirtiéndose Honorato en “padrino de facto” de algunas de ellas. Las uniones matrimoniales se sellaban con cajas de cerveza y comilonas sin límites. Otros tiempos, sin duda.
Años después, sería Puente Nuevo, también en San Juan de Lurigancho, el nuevo escenario de la concentración de una gran colonia de lambraminos establecidos, rememora Zoilo, quien también es otro pionero emprendedor exitoso en Lima.
Esos lambraminos han forjado proles, generaciones de hombres y mujeres, que mantienen emotivo arraigo con el lugar de origen de sus padres: Lambrama. Viven Lambrama cada vez que se pueda, en reuniones familiares, cumpleaños, bodas, encuentros deportivos, carnavales, en sabor a chicha, caldos, chuño, cuyes y, sobre todo, el calor inconmensurable de la sincera amistad.
En silla de ruedas, apoyado con la mano amorosa de una de sus hijas, Honorato, el viejo T’asta lambramino, que nos regala una mirada de Neruda, sonríe y agradece la deferencia y degusta una cerveza helada en vaso descartable. “Por qué a mí”, se cuestiona con humidad y sigue sonriendo.
Con voz temblorosa y ronca, responde mirando hacia arriba, que extraña a su Rosa de toda la vida. Su esposa y amiga, la madre de sus hijos, Rosa Sánchez Ventura, también lambramina, la dejó en dolor y recuerdos, durante la pandemia.
“Quisiera ir a Lambrama, a comer quesillo, chuño, ccollapapa y mirar las chacras, disfrutar del aroma de los eucaliptos y cumayos, de la tierra mojada por la lluvia, de la sombra del Chipito; y, por qué no, buscar alguna pashña”, bromea soltando una carcajada apretada que se confunde con las risas de los vecinos. Su hija lo mira y frota con delicadeza su cabeza que expone una notable calva.
Zoilo y Remigio, lambraminos celebrando Navidad.
Con Honorato existe una legión de viejos lambraminos que hace sesenta, cincuenta o cuarenta años, echaron raíces en Lima, en San Juan, Comas, Villa El Salvador, Pamplona, Villa María, Ate. Muchos de ellos ya no están con nosotros. Han dejado otra legión de hijos y nietos, muchos destacados profesionales, empresarios que miran a los cerros San Cosme y San Cristóbal, y hacen la t’inka, imaginando que están ante el Apu Chipito o K’aukara.
Salud por Honorato y todos los Honoratos que han dejado huella entre los lambraminos.