¿Hay protocolos
COVID-19, para el medio rural?
Escribe,
Efraín Gómez Pereira
La
aparición de cuatro casos de COVID-19, en dos días, en el distrito de Lambrama,
en Abancay, ha puesto en prueba a una población campesina que, en esta época
del año, se apresta a realizar labores de cosecha de maíz y papa, con cuya escasa
y ajustada producción asegura su subsistencia, en clima de pobreza y pobreza
extrema.
La
época es tradicionalmente importante para los lambraminos, porque además de
buscar los alimentos que serán almacenados para el sustento familiar del resto
del año, es ocasión para el ancestral wakamarkay, que permite a los lugareños
identificar a sus animales de crianza, vacunos y equinos, en jornadas de
convocatoria masiva de comuneros. La situación actual de pandemia, obliga a
mirar con mucha atención el desarrollo de estas actividades productivas y
costumbristas.
Esta
inusual y no deseada situación, también permite descubrir que así como los
lambraminos, mayoritariamente campesinos dedicados a la pequeña agricultura y
ganadería de subsistencia, de crianza casi artesanal; los pobladores de las
áreas rurales del país no tienen a qué protocolos de bioseguridad, vigilancia,
prevención y control aferrarse, para hacer frente al letal virus.
Sucede
que la andanada de decretos y resoluciones emitidos para encarar al COVID-19,
para promover el “reinicio de actividades” o para fomentar la “reactivación
económica”, soslaya temerariamente a la población rural a la que nos referimos.
Los productores de menor escala, que realizan actividades agropecuarias solo
para su consumo familiar, no cuentan en estos protocolos.
Al
disponer los “Protocolos para actividades del Sector Agricultura y Riego”, el gobierno
sostiene que este “aporta al crecimiento económico, a la seguridad alimentaria
y a la reducción de la pobreza rural en el Perú, al coadyuvar con singular
importancia en el empleo directo y la generación de ingresos, dado que el sector
reviste de alta importancia en el proceso de reactivación económica del país…”
Sin
embargo, dicta recomendaciones y disposiciones de corte universal, destinadas o
dirigidas a la realidad de empresas grandes, formalmente establecidas que sí
pueden adecuar sus acciones a las exigencias y rigores que se hacen necesarias;
y a las que los pobladores rurales, los agricultores de subsistencia,
difícilmente podrán acomodarse.
Al
determinar las responsabilidades, a pesar que advierte que los productores
agrícolas individuales no elaboran plan alguno para la vigilancia, prevención y
control del COVID-19; sin embargo, precisa que son responsables de acatar las
medidas dictadas. Por cierto, como para empleados, operarios de máquinas,
personal con uniforme, con equipos de protección, con horarios de trabajo, etc.
Entre
otras exigencias universales, además del lavado de manos, cuidados al
estornudar o toser, distanciamiento, etc., recomienda botar a la basura los
pañuelos desechables que haya utilizado.
Incluye
en esta normativa la necesidad de comunicarse con el 113, en caso haya
evidencia de “síntomas leves (tos, dolor de garganta y fiebre)”. Y prosigue, “ante
la presencia de síntomas severos (dificultad respiratoria y fiebre alta),
comuníquese al 113”. El tan mentado y difícil de contactar 113, que a muchos citadinos
habrá causado, por lo menos, dolor de cabeza.
Asimismo
pide “usar ropa exclusiva para las labores en el campo y mantenerla fuera del
hogar”, además de las “mascarillas y guantes, que luego se debe desechar en el
tacho de basura”.
La
lectura de estas obligaciones nos lleva a la necesidad de advertir que la
mayoría de campesinos, pobladores rurales, por la particularidad de su modo de
vida, rayada mayormente en la pobreza, está lejos de estos recursos citadinos
recomendados. Sus prioridades son otras, más humanas, más reales.
Es
la evidencia de un trabajo de escritorio, sin conocimiento de la realidad del
medio rural, de nuestra dura y dramática realidad. Pedir el uso de papel
desechable, mascarillas y guantes descartables, ropa de trabajo exclusiva,
etc., choca brutalmente con la realidad del campo. Por solo citar un caso, el
campesino rural muchas veces apenas tiene una muda de ropa para el uso de todos
los días. El rigor de su realidad, el peso de su pobreza.
Para
quienes diseñaron estas medidas de protocolo, se trata de un mundo irreal,
desconocido que no consideran las costumbres y tradiciones arraigadas en las
poblaciones. En el caso de Lambrama, las actividades programadas año a año, son
parte de su vida diaria, de su cultura vigente. En ese sentido, no dicen nada
los protocolos para el reinicio de estas “actividades productivas” como la
cosecha de maíz y papa o el wakamarkay, en comunidades campesinas o centros
poblados rurales. Ambas van de la mano, desde siempre.
Hay
que saber que los campesinos, los agricultores rurales, realizan sus
actividades productivas de manera programada, organizada y zonificada. No
improvisan. Las cosechas avanzan en los valles y punas de manera progresiva en
las que participan todos los comuneros, en una especie de resurgimiento de la
ancestral minka.
Tras
la cosecha, se aprovecha la rica acumulación de desechos vegetales, como la
chala y pastos, que se convierten en alimento especial para los rebaños de
vacunos y recuas de equinos, que para esta época, bajan de las punas en
cantidades considerables.
También,
en ambiente popular, festivo y masivo se realiza el wakamarkay, que consiste en
señalizar a los becerros y terneros, así como a los potrillos, con sellos de
hierro candente en las ancas. Señal imborrable de identificación y propiedad.
Para
estas actividades tan adentradas en el espíritu comunal, en la vida en común de
los pobladores rurales, de los lambraminos, no hay protocolos. ¿Cómo decirles
que esta vez será diferente?
Enorme
tarea para las autoridades locales, alcaldes, subprefectos, presidentes
comunales, personal de salud, para que entendiendo la dureza del momento, en el
que debe prevalecer el valor de la vida y la salud, se fijen mecanismos que
permitan la realización de las cosechas y wakamarkay.
La
municipalidad de Lambrama, ha coordinado con las 19 comunidades del distrito,
la programación de cosechas de manera organizada, evitando se crucen unas con
otras, bajo esquemas de control y rigor en las que debe predominar la autoridad,
a través de los presidentes comunales y seguridad ciudadana, que vigilarán y
acompañarán el desarrollo de las actividades en ambiente de tranquilidad y
seguridad; evitando desbordes que son comunes en estas jornadas.
Las
cosechas aseguran el alimento para los meses siguientes, que debido a la
situación actual será crítica y más aún para poblados rurales y pobres. El
wakamarkay, asegura la propiedad sobre el animal, que se convierte en un elemento
vivo que garantiza recursos para épocas de necesidad apremiante.
Los
protocolos señalados para la gran agricultura, deben ser traducidos, adecuados
a la realidad del medio rural, con las mismas exigencias pero con otras estrategias
y mecanismos. Las autoridades locales, comunales y sanitarias tienen una
elevada responsabilidad para afrontar esta situación.
Entre
tanto, la población debe asumir su compromiso de acatar las medidas de
prevención y contención, a fin de evitar que el virus se siga extendiendo en
esas áreas, donde a causa de la precariedad de los establecimientos de salud,
puede encontrar un espacio fácil de contagio y posterior e inevitable dolor.