Víctor Ugarte, mi hermano
Escribe, Efrain Gómez Pereira
Amigo entrañable, solidario, sincero y querendón. Crecimos juntos una infancia feliz, despreocupada y sana. Teníamos un buen soporte en nuestros padres: Lucho y Laureano; quienes, a su vez, eran amigos, socios, compadres.
Como todo adolescente abanquino de los años setenta, vivíamos con la rapidez de los vientos mirando qué hacer más adelante. Patas en el colegio Miguel Grau, de la misma promoción; hermanos en el barrio, compartíamos experiencias y aventuras, que nos hermanaron de tal manera, que en la actualidad, cuando hablamos por teléfono o chateamos por el WhatsApp, que es muy seguido, nos tratamos como hermanos. Somos hermanos.
Si mal no recuerdo, la primera “borrachera” atrevida juntos, aun adolescentes desinhibidos, fue a punta de un trago añejo que se comercializaba en la bodega de sus padres: una Guinda dulzona y rasposa.
Esa bodega, nos proveía cigarrillos “Dexter Junior”, que extraíamos subrepticiamente de los escaparates, sin que don Lucho reparara. Con las pitadas ahogadas, haciendo argollas con el humo, nos sentíamos bravos, osados. A la hora del recreo, la cajetilla salía de las medias de uno de nosotros y trepados a los eucaliptos de las inmediaciones del colegio, un poco alejados de la piscina, dábamos rienda suelta a nuestra libertad, a nuestra expectante madurez. Al salto de adolescente a joven.
En la avenida Díaz Bárcenas había un bar emblemático “El Girasol”, en la misma cuadra del tradicional “Arpachayuc”, donde recalaban jóvenes y adultos, buscando refrescantes cervezas y tararear huaynos ayacuchanos, que salían de una gigante radiola operada a monedas de Un Sol.
Allí, en medio de mesas y sillas de metal y plástico, alguna noche de época colegial, nos cayó la batida y llegamos seriamente asustados a los calabozos de la Guardia Civil, que quedaba frente a lo que hoy es el Poder Judicial. Había que explicar qué hacíamos dos jovencitos, a las 10 de la noche, en un bar cantinero.
Las explicaciones dadas al policía no convencieron. “Estamos haciendo la tarea de Castellano”. Nada de nada. Al calabozo. Los dos teníamos a mano cuadernos y lapiceros de apunte, en los que habíamos trascrito las letras de la canción “Un Pasajero en tu Camino” de Los Errantes de Chuquibamba, que el profesor Peralta había encargado. Explicación no válida. “Ustedes estaban bebiendo cerveza. Son menores, sus padres deben enterarse”.
Dejamos la comisaría una vez llegó don Lucho, a liberarnos. A él sí le creyeron que estábamos haciendo la tarea de colegio. Fue una época inolvidable. No solo estudio, tareas, sino juegos y diversión.
Ahora que ambos formamos parte de una generación abanquina que frisa o está en los sesenta, la edad de la solidez, que afrontamos con el natural temor a la situación actual, que se está llevando amigos y familiares, recuerdo esa época de maravillosa amistad que se ha cimentado con el paso de los años y me permito, a través de estas líneas, abrazar virtualmente a mi hermano: Víctor Ugarte Solís, que está de cumpleaños.
La verdadera amistad no se mide en tiempo ni distancia; solo está ahí, para el momento oportuno, necesario; para todo momento.