Laureano Gómez Chuima
Escribe:
Efraín Gómez Pereira
Todos los seres humanos tenemos un héroe de carne y hueso. Está cerca, muy cerca de nosotros, desde que nacemos. Es quien conduce el barco de nuestras vidas. Es el responsable de nuestro destino. Muchos reconocemos su importancia en vida; otros muchos, cuando ya no hay remedio. Me precio de estar en el primer grupo.
Laureano, mi padre, mi héroe, era un cholo mestizo alto, bien parecido, de cabello ondulado, bigotes bien cuidados, y mirada serena. En Lambrama, su tierra, formaba parte de una legión reducida de “mistis”. Lo recuerdo serio, recio, estricto, riguroso en sus responsabilidades. Poco expresivo con sus afectos. A su manera, quería a sus siete hijos, procreados en dos matrimonios. Se entregaba por ellos, en cualquier circunstancia.
Al enviudar de Dora, se quedó con cinco niños. Genaro, Alfredo, Rafael, Efraín y Mery. El mayor frisaba los 12 años. La menor, era una criatura de apenas cuatro.
Tras cinco años de rigurosa soledad, se casó con Victoria, Mamá Victoria, con quien tuvo dos hijas; Gladys y Martha. Sus hijos, somos ciudadanos de bien, sin reproches ni lamentos. Formados en la escuela de Lambrama y en colegios de Abancay.
Lo recuerdo como al mejor padre que todos quisieran tener. Éramos muy amigos. Con él brindé mi primera cerveza traviesa, aún adolescente. Lo vi envejecer tierno y muy dedicado al Señor. No sé por qué, me decía Papá y a mis hermanos los llamaba por su nombre. Lo recuerdo siempre, riendo a carcajadas.
En Lambrama, Laureano Gómez Chuima, era un ciudadano de respeto, muy respetado y querido, con una legión de compadres y ahijados dentro y fuera del pueblo. Activo participante de las jornadas comunales, ya sea como presidente de la Comunidad o Alcalde distrital. Siempre dirigente, líder. De hecho, muchas generaciones de lambraminos lo recuerdan como un hombre cabal, buen ciudadano, autoridad competente y padre ejemplar.
Dedicado
a la actividad agropecuaria, como todos los lambraminos, Laureano, era un
reputado “ganadero”, que criaba, compraba, engordaba y comercializaba vacunos
en Abancay y Lima. En razón de esta actividad, en casa no faltaba carne, en
especial el “huachalomo”, con el que él mismo preparada jugosos salteados “a la
chorrillana”. Llegó a instalar, junto a
sus hermanos Antero y Zenón, un pequeño centro de engorde en Cañete, lugar de
paso obligado antes de llegar a los mataderos de la ciudad capital.
Por los menesteres de su actividad comercial viajó por muchos pueblos y localidades de Lambrama y Grau, donde además de hacer negocio, cultivó amistades fraternas, cuyas generaciones hasta hoy lo evocan.
Mantengo un vivaz recuerdo de sus prolongados viajes, que los hacía junto a dos o tres peones aguerridos, montado en su mula Roma o su caballo Chilingano, con quienes desafiaba noches, lluvias o heladas de las altas punas. Un botellón con café pasado no faltaba en su alforja compañera de viajes, muy prolijamente facilitado por Dora, en su momento, y por Victoria, luego. En muy raras ocasiones, sus hijos éramos partícipes de estas aventuras.
Lo veo tecleando su guerrera Remington verde de metal, cuidadosamente colocada sobre una mesa tallada de madera, en el segundo piso de su casa, en Tomacucho, redactando escritos, actas de asambleas, padrones de sus negocios, cartas, solicitudes y demandas judiciales, cual reputado abogado.
En realidad era un lego en materia abogadil. Pero con su educación de Quinto de primaria, se declaraba un “tinterillo”, que le podía hacer frente a cualquier letrado encopetado de la corte de Abancay. De hecho, aunque no están registrados en ningún anuario oficial, don Laureano Gómez Chuima, le ganó juicios al Estado, post Reforma Agraria, en defensa de la intangibilidad de la hacienda comunal de Pucuta, en Lambrama, y de la privada Auquibamba, en Abancay. Cómo se jactaba de esos logros, cuando compartía con sus amigos.
Hoy, 23.10.2018, se cumplen diez años de su partida. Y sus hijos, nietos, hermanos, familiares, amigos y paisanos haremos una romería hacia el cementerio de Lambrama, donde descansa junto a Dora y sus padres, Julián e Higidia. El camposanto fue levantado, hace más de 50 años, en las afueras del pueblo, justamente cuando Laureano era alcalde.
Laureano falleció a los 87 años. Ese año, en enero del 2008, todos sus hijos y nietos, nos convocamos en Abancay y Lambrama, como presagiando el destino. Compartimos con Laureano y Victoria, inolvidables días.
Solemne y aun con su natural voz de mando, heredada de su inolvidable paso por el Ejército peruano, aunque ya con una figura encorvada y ganada por los años, Laureano dejó caer algunas lágrimas para agradecer emocionado esa conjunción de abrazos y amor familiar. “Gracias hijos, ahora sí ya puedo irme al descanso eterno”, afirmó categórico. Ese año se fue.
Descansa en paz Laureano, viejo Unca, eterno Huarango. El Apu Chipito, las aguas gélidas de la laguna de Taccata, tus predios de Occopata, Limunchayoc, Itunez, Luntiyapu, Ccahuapata, y los innumerables parajes por donde dejaste huella, como los inolvidables Cceuñapunku, Ccaraccara, Ccelccata, y otros más, donde hacías la ‘tinka’ con un compuesto de cañazo bien curado, te siguen extrañando.