jueves, 9 de julio de 2020

“PATITA” ENTRE EL OLVIDO Y LA SOLEDAD

“PATITA” ENTRE EL OLVIDO Y LA SOLEDAD

Escribe, Efraín Gómez Pereira

El pasado 24 de junio, día del Campesino, cumplió 89 años. No hubo serenata. No hubo torta. No recibió visitas, ni regalos. Las tres viejas y legendarias campanas de la iglesia San Blas, de Lambrama –sus compañeras de toda la vida- no repicaron en su honor. Sus lastimeros tañidos, se hicieron extrañar, una vez más.

Bautista Tello Teves, el inolvidable “Patita” de Lambrama, personaje añorado por quienes lo conocimos, por la juventud de antaño, sigue solo como hace diez, veinte o treinta años. Su soledad es amiga, amiga íntima, de su pobreza y de su delicado estado de salud.


Sus cinco nietos, su hija Virginia, que la pelea duro todos los días para llenar la olla, le abrazaron, le cantaron. En ambiente de emoción, a pesar de las sombras de la falta de todo, compartieron con el viejo y recordado lambramino, de Pampacalle, una mesa de ocasión, llena de abundante amor.

Vive en la casa de su hija Virginia, que fue criada por una tercera familia, entregada por Bautista, cuando apenas esta era muy niña. Es una casa alquilada y angustiada de estrechez, ubicada en una callecita perdida de Patibamba Baja, en Abancay, donde comparte sus menudos espacios con sus pequeñuelos, que han hecho de él, una razón especial para vivir. Lo cuidan y lo miman con delicadeza y atención.

Lo mantienen peinadito, aseado. Pobre, pero limpio. La mayor parte del día, permanece sentado en una silla artesanal de duro guarango, sobre unos pellejos de oveja que lo mantienen caliente. Sus esmirriadas piernas se funden en un buzo polar que es necesario doblar para que no se arrastre por los suelos, por lo grande que es.

A pesar de la sordera que lleva consigo desde que tiene uso de razón, a pesar de la enorme dificultad que tiene para movilizarse a causa de una artrosis añeja; sus ojos vivaces, que aún identifican lo conocido, por las formas o los colores, no descuidan nada. Están atentos a cualquier movimiento que se registre en su entorno, para advertir con un murmullo, que quisiera sea un grito, de algún peligro para sus nietos.

Sus raleados bigotes y barba, escasos y blancos, le dan apariencia de un cuadro de pintura medieval, que son el deleite de los nietos, que lo peinan y le hacen trencitas, ante la pasividad candorosa del viejo.

A la sola idea que plantea llevar a Bautista al asilo de ancianos de Abancay, tanto Virginia como los nietos, hacen coro infranqueable a la defensiva. Un sonoro ¡No!, seguido de lamentos y llantos bajitos y sostenidos, manda al traste la atrevida propuesta. Patita se queda en casa, no se diga más.

Cuando el periodista lambramino, Dino Pereyra lo visitó, llevándole algunas muestras de su cariño, “en gratitud al recuerdo vivaz de mi niñez en Ccotomayo, Pampacalle y Chucchumpi, de seguir sus pasos cuando matraqueaba en las procesiones del Patrón Santiago, o subía al campanario de San Blas, para tocar el Chincapun”, Patita parece dejar de momento la eterna laguna que bloquea sus recuerdos, e intenta agarrar las manos de su paisano, con dedos fríos y suaves.


Sonríe mostrando una hilera de dientes ausentes y sacude la cabeza, como queriendo agradecer el gesto. Su mirada se pierde una vez más y se relaja rasgando la envoltura de unas galletas, para saborear unas vainillas frescas y crocantes, que las digiere humedeciéndolas lentamente en la boca.

En un quechua apretado, que a duras penas se hace entender, reclama por su casita de Lambrama, de patio pequeño donde hacía y deshacía una serie de labores manuales. Ese patio de mil historias fue ocupada, fragmentada, retaceada, por inescrupulosos vecinos, sin reconocerle ningún estipendio. Nadie reclama.

También clama con evidente nostalgia, por su bombo, su último bombo hechizo, que prestó, de buena gente, a un vecino de Marjuni. Quien sabe qué habrá sido de ese instrumento que acompañó a punta de golpetazos, a los originales Kaperos de Lambrama, en cuanta jornada cívica hubo en el pueblo.

“Por momentos ríe con ganas y no sabes de qué y por qué. Percibo cierta alegría perdida en su conversación. Hago esfuerzos para entenderle y no lo consigo. Ante tanta impotencia, ante ese cuerpo frágil que se aferra a la vida, no puedo evitar las lágrimas”, confiesa Dino, muy sentido.

Un grupo de voluntarios de la Promoción 83, del colegio de Lambrama, se ha puesto de acuerdo para juntar algún dinero que les permita llevarle una camita, un colchón, y quizás una silla de ruedas al gran Patita. Ojalá se pueda cumplir este cometido, para que Patita de Lambrama, tenga algo de calidad de vida en su apretada existencia.

El bono mensual que percibe del programa Pensión 65, le permite afrontar con estrechez algunas necesidades básicas para su subsistencia. Lambrama, su pueblo, sus hermanos lambraminos, sus autoridades se han olvidado de Patita. Patita que fue un activo todoterreno en la iglesia de Lambrama, no recibe nada del obispado de Abancay. Creo que lo merece. Esperamos que tras esta nota haya alguna reacción entre las autoridades. Estaremos atentos. Patita no merece el olvido, porque él nos recuerda, nos lleva en su enorme corazón.