lunes, 6 de julio de 2020

Esther Pinto Ballón, al Maestro en el recuerdo

Esther Pinto Ballón, al Maestro en el recuerdo

Escribe,  Efraín Gómez Pereira

Día del Maestro, jornada anual en homenaje al profesional que forma a los nuevos ciudadanos. Este año, como otras actividades tradicionales, está ausente de la agenda nacional. Esta ausencia, sin embargo, no impide que, desde nuestra memoria agradecida, evoquemos a los Maestros que nos acompañaron en la formación inicial de nuestra existencia, que nos encaminaron por la senda del buen andar.

Este recuerdo me lleva a la Escuela Fiscal de Lambrama, años 60 del siglo pasado, para traer a la mente, la imagen de una profesora muy querida por sus alumnos y que hasta hoy, tras más de cinco décadas, la seguimos sintiendo cerca, a pesar de su ausencia física.

Se trata de la señora Esther Pinto Ballón, mujer de estatura mediana alta, tez blanca, cabello ondulado bien peinado que escondía con un sombrero de paja, y algunas veces con un casco blanco que estaba de moda. Vestía con el rigor de una mujer seria, de respeto; sobria y elegante.


Su voz firme, con expresiones bien articuladas, llamaba la lista de asistencia, casi de memoria. La escucho pasando un registro de datos personales, desde Transición hasta Cuarto de Primaria. Para el Quinto año de Primaria, mudé al Miguel Grau, de Abancay.

La Escuela ubicada en una esquina de la plaza de Armas de Lambrama, estaba pegada a la iglesia San Blas. Tenía dos ambientes grandes y otras más pequeñas, bordeando el patio central. La Dirección ocupaba un ambiente con una ubicación  preferencial, en medio de las aulas. Había una mesa grande y en una repisa, copas y trofeos deportivos y mapas.

En las formaciones de mañana –se estudiaba mañana y tarde-, sus alumnos marcábamos la diferencia. Ordenados, disciplinados para entonar el Himno Nacional, del “largo tiempo, el peruano oprimido…”, siguiendo la estricta mirada de la Maestra, que paseaba de arriba hacia abajo y viceversa.

Recuerdo a otros Maestros de esa época, de igual talante y rigor profesional, como Zenaida Gutiérrez, Moisés Urdánegui, Betty Ballón, Adrián Pereyra, Yolanda Pinto, Martha Ísmodes, Mery Ballón, Olga Alfaro, Raúl Alegría, Jorge Baca; y Livia Pagaza, en Atancama. Eran maestros que residían en el pueblo, en casas propias o alquiladas. Las clases escolares eran de lunes a sábado hasta medio día. Otros tiempos, sin duda.

Volviendo al recuerdo de Esther Pinto; con Marco Jiménez, Enma Ballón, Marieta Yupanqui, Juvenal Tello, Mario Chuima y otros más, que se me escapan, hacíamos una patota de ccoritos engreídos por la profesora y de cuando en vez, degustábamos frutas frescas que llevaba de Abancay. Naranjas Huando, mangos, sandías, duraznos, se disputaban nuestras preferencias con Taparacos y Mistis, panes nativos de Abancay. Para la sed, Nectarín y Naranjín, en botellas de vidrio.

La lectura del libro Coquito, era mi predilección, como la de otros tantos infantes lambraminos, que vivíamos el día a día, sin imaginar que los juegos virtuales de la actualidad, aislaría a los amigos, los haría solitarios.

Un enorme pizarrón de cemento verde, al que se alcanzaba con la ayuda de un banquito, atrapaba nuestros primeros atrevimientos en escritura y dibujo. Tizas de yeso, blancas y de colores, sobresalían de unas cajas de cartón, que eran celosamente cuidados por la Maestra.

Recuerdo los recreos juguetones y bulleros que compartía, de igual a igual, además de Marco, Enma, Marieta, Juvenal y Mario; con Zoilo Gamarra, Toribio Quintana, Aparicio Villegas, Fredy Sierra, Dionisio Chipana, Fredy Cáceres, Abelardo Villegas, Pedro Gómez, Cirilo Barazorda, Genaro Gamarra, Luis Gamarra, entre otros, muchos de los cuales ya desaparecidos.

Recuerdo también afanosas jornadas preparatorias para el aniversario de la escuela, o las Fiestas Patrias, para lo cual era menester acopiar en el valle, ramas de retamas y carrizos, para armar los quioscos de viandas, en el patio escolar.

Los más grandecitos -había alumnos mayores de 20 años que compartían con nosotros que la mayoría frisábamos los seis y siete años- iban a cortar leña a Llakisway, para que la señora Balvina prepare los desayunos escolares, con leche en polvo y harina de trigo donados con el sello Alianza para el Progreso, de los Estados Unidos.

Los paseos escolares a Cuncahuacho, Itunez, Taccata, Yucubamba, eran memorables, al igual que nuestra participación comprometida en la construcción de la trocha carrozable hacia Atancama. Pico en mano unos, y otros con baldes de limonada preparada con agua de manantial y azúcar rubia, para calmar la sed de los voluntarios.

Asimismo el apoyo en levantar la gruta de la Virgen de Fátima, ubicada en el ingreso al pueblo, en Llactapata, para cuyo efecto, cargábamos piedras lizas desde el río, una vez por semana.

Inolvidables las campañas escolares para levantar los cimientos y paredes del local escolar ubicado en los extramuros del estadio de Lambrama. Piedras, rocas, arena, palos, adobes, cargados en huantuna por mozalbetes, que lo hacíamos de puro gusto, y con gran gusto.

En todas estas aventuras infantiles y escolares estuvo la presencia orientadora de la profesora Esther Pinto, cuyo compromiso e identificación con una educación escolar de calidad, la catapultó en algún momento a la alcaldía del distrito.

Anécdota aparte que vale la pena mencionar, es que dos o tres alumnos de la escuela, luego de reñida competencia, viajábamos a Abancay, por el aniversario de Lambrama, para declamar una poesía alusiva al pueblo, a través de radio Apurímac.

Igual de grato recuerdo, nuestra participación en las fiestas de Apu Raimi, en Saywite, y del Inti Raimi, en Sacsayhuamán, como parte de una delegación de lambraminos que paseaban su arte tradicional, a través de la escenificación del “Vara Muday”, que en esos años se hizo de primeros lugares en concursos departamentales y regionales.

Con el pretexto del “Día del Maestro”, nuestra añoranza y nuestro cariño, al Pueblo de Lambrama, a la Escuela Fiscal, al Maestro, a la Maestra Esther Pinto Ballón.