Virgen del Carmen, en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Era un terreno baldío, plagado de pakpas, charamuscas y jisas, por el que nadie daba nada. El ingreso al centro urbano tenía como referencia a Llactapata, el canto, la orilla, el borde. Justo enfrente, cortado por la carretera o avenida de ingreso al pueblo se levantaba, y aún esta ahí, una vivienda de adobe y tejas que miraba el valle de Lambrama, hacia Itunez, Sima, Urpipampa, Pichiuca.
Tenía ocho años de edad, y estudiaba en la escuela fiscal ubicada en la plaza de Armas, con una camarilla de niños que compartíamos carpetas, aula y profesora con muchachones más grandes, mayores, muy mayores, para estar en segundo o tercero de primaria. Así era antes.
A medio año, se hizo el traslado de la escuela a la nueva edificación levantada en el borde inferior del estadio municipal. Construcción que los escolares de todos los niveles ayudamos a forjar, cuando la dirección de la escuela estuvo a cargo de los grandes maestros Moisés Urdánegui y Adrián Pereyra.
Hubo un desfile interminable de carpetas, mesas, sillas, pizarras de madera y mapamundis que fueron cargados desde la plaza, por la avenida Alianza y el camino peatonal hasta el estadio en Huaranpata, por profesores, alumnos y padres de familia, en jornadas comunales que no exigían convocatorias obligadas, sino la identificación del pueblo con su escuela.
Mi profesora de aula era la entrañable, bonachona y querida Esther Pinto Ballón, que vivía en un ambiente alquilado, en la misma esquina de la plaza, en la vivienda de don Leoncio Yupanqui, el sanitario del pueblo, un personaje memorable.
Esther, dedicada a su apostolado para formar niños, con lecturas de Coquito: “Sandor, mueve la cola, guau, guau…” también se preocupaba por el bienestar del pueblo. La recuerdo llegando muy temprano cada lunes, montado en un caballo de gran alzada, con su casco blanco inconfundible, procedente de Huaycacca, donde estaba su vivienda. Ya jubilada llegó a ser alcaldesa de Lambrama, en una gestión transparente por todos reconocida.
Recuerdo que parte de las actividades no académicas de la escuela, nos comprometía a colaborar en asuntos comunales, como la construcción del local escolar para lo cual se acarreaba piedras desde el río, cargando en huantunas hechas con listones de madera de layan, labras, eucalipto o huaranhuay, que abundan en el valle.
Cuántas veces habremos llevado piedras, en jornadas confundidas en juegos infantiles. En la misma línea, también recuerdo que colaboramos llevando limonada o agua azucarada, preparada con agua natural de los puquiales de las cercanías, para los comuneros lambraminos que en faenas dominicales, amenizadas por los tradicionales Piteros, apoyaron la construcción del tramo carretero desde Cuncahuacho hasta el puente de acceso a Atancama.
Siempre guiados por el interés personal manifiesto de la profesora Esther y la decisión de los directores Moisés y Adrián, participamos en la construcción de la gruta dedicada a custodiar la venerada imagen de la Virgen del Carmen, en ese lugar baldío de la entrada al pueblo, por el que nadie daba nada. Fue precisamente Esther y su hijo, un joven de elevada estatura, y estudiante universitario en Cusco, quienes llevaron desde Abancay la estatuilla que se puso en ese dedicado lugar. ¿Será misma imagen que hoy permanece en la gruta?
Es reconfortante comprobar que ese dedicado lugar, levantado hace más de cincuenta años, todavía tiene la atención de los lambraminos de buena fe. Todas las veces que retorno a Lambrama, para respirar aire puro, degustar truchas de río, choclos con cachicurpa, lahuitas con limancho y gozar del calor de la familia, amigos y paisanos, y claro también para lagrimear por el recuerdo de mis padres, siempre me doy tiempo para otear la gruta y tararear entre murmullos solitarios, un Ave María, que me hace retroceder en el tiempo y en la memoria.