Padre-madre, una elevada responsabilidad
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Ver crecer a una niña sin la presencia de su madre, supliendo esa ausencia en todos los menesteres, es una tarea que deja una marca indeleble. Lo saben los que cumplen el rol de padre-madre o de madre-padre, respondiendo a los retos del destino.
Desde hace siete años, me toca desempeñar esa tarea, viendo por Dora, mi menor hija, en su proceso de formación educativa, desarrollo y crecimiento personal.
En diciembre 2016, a través del Facebook, posteaba un texto que marca el inicio de esta bella y dura ¿dura?, etapa de mi vida. “Te vas 2016. Te llevaste mi bálsamo, mi Nega del Alma. Me dejas el reto de ser padre y madre. Lo estoy haciendo con el soporte de mis hijos, mi familia, mis amigos. Con tu recuerdo, Mavia. Con la fuerza que me da el Señor. 2017, aquí estoy. Sereno, pisando tierra. Sé que lo lograré”.
Tremendo reto por supuesto, sabiendo que debía afrontar el trabajo de guiar a una menor niña de diez años, por la senda correcta. Con temor y serenidad al mismo tiempo, en la obligada soledad de pareja, pisé firme y sin desmayar en mis responsabilidades de padre, cumpliendo asimismo los compromisos laborales, que aseguren el sustento familiar, asumí el trabajo sin ningún miramiento.
La brecha generacional nos enfrentó en una serie de temas rutinarios. Como padre e hija, o mejor dicho, como amigos, supimos valorar cada uno de los contratiempos presentados, a muchos de los cuales no tenía idea centrada de cómo afrontarlos. Y sigo aprendiendo.
Pasaron los años con la certeza que hemos construido una base sólida de confianza. Se de sus gustos en lectura, música, vestimenta, comida. Conozco sus fortalezas y debilidades. Leo con mucha anticipación sus caprichos –que no son pocos- y me preparo para no dejarme “sorprender”. Cuando digo “no”, simplemente es no. Sin reproches ni reclamos. Y ella lo asume, desde siempre.
En la amistosa y fraternal confianza que hemos edificado nunca hubo –ni lo habrá- algún atisbo de violencia, tan común a muchos hogares. Algunas escaramuzas de atención, que se sellaron con una sonrisa, un abrazo o un beso. “Te amo, papi”, y se acabaron las rabietas.
En casa prefiere la intimidad e independencia de su cuarto. Pero cuando hay necesidad de hacer lo necesario, como la limpieza, está ahí, decidida. Admiro esa independencia, que la ubica en el mismo umbral de su madre. Al igual que su seriedad y serenidad.
Ha copiado gestos muy personales de su madre, como dejar sus zapatos desordenados, estornudar sin estridencias, darse de golpecitos en el brazo en lugar de rascarse, usar colonias muy suaves, andar en pijama dentro de casa, usar ropa suelta de colores enteros, preferir dulces y helados; en fin, es la presencia de Mavia en gustos y tallas.
Todavía con su madre, tuvimos la mejor decisión de escoger un buen colegio para su formación educativa. Innova Schools de Villa, en Chorrillos, fue su centro de estudios desde inicios de primaria, y donde acaba de culminar la secundaria con gran satisfacción para ella y para su padre-madre.
Valores personales, disciplina, ética, buen nivel de análisis y debate, responsabilidad en la formación académica, comunicación permanente; son las marcas dejadas por el colegio en la personalidad de mi hija, lo que fue posible gracias a un entorno empático entre las autoridades, docentes, tutores y compañeros de estudio.
El paso por el colegio es un tránsito inolvidable, el que sella amistades para toda la vida. Dora ha logrado cosechar muchos amigos con quienes comparte sus aventuras y sueños de adolescente, pero destaca una cara y muy cercana con Ysabella, con quien seguramente seguirá en estos trotes a pesar de la lejanía diaria. Seguirán chateando hasta de madrugada, estoy seguro.
En breve, Dora iniciará una nueva etapa en su formación de vida: la universidad. Como muchos de su promoción, aun cursando estudios en el último año, ingresó a la universidad, dejando evidencia de lo señalado líneas arriba; el resultado de un buen nivel académico logrado en su colegio.
Muy pronto a las aulas universitarias.
En este paso trascendente fui gratamente sorprendido por mi hija. En secreto, había gestionado todos los trámites para el examen de ingreso. Ya en las horas previas me avisa para que esté atento. Y sí que lo estuve hasta el abrazo entre lágrimas, cuando leímos juntos el mensaje: ¡Felicitaciones, Dora. Ingresaste!, que celebramos entre llantos y sonrisas recordando en homenaje a Mamá.
Corresponderá a la madurez y responsabilidad que Dora vaya asumiendo en los próximos años, para que el reto planteado tenga un peldaño asegurado. Como padre, confío en la capacidad de mi hija, en el respaldo de sus hermanos, Efraín y José David; sus tíos y tías, que están pendientes, como Nerita, su entrañable tía.
Con este testimonio personal, mi homenaje a aquellos hombres y mujeres que enfrentan y afrontan la sublime tarea de ser padres y madres, o madres y padres, como es el caso de Gloria, la madre de mis hijos.