lunes, 23 de enero de 2023

La "negra" Julia de Lambrama

La “negra” Julia de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Las familias antiguas eran muy prolíficas para procrear hijos sin los límites, ni los cálculos ni las preocupaciones de ahora. En Lambrama, había parejas que fácilmente han superado la media docena de hijos, hasta la docena. Pobres o no pobres, la llegada de un vástago al seno familiar era una bendición, un regalo de Dios que había que cuidarlo, hasta su transformación plena en hombre o mujer de bien, capaz de generar sus propios recursos y aportar al desarrollo y crecimiento del núcleo.

Los padres eran, generalmente, campesinos sin formación educativa. La escuela no era para ellos, sino para los hijos. Ese era el norte motivacional del trabajo familiar. Las actividades productivas, basadas en la agricultura y ganadería, además del comercio muchas veces incipiente, marcaban el ritmo de la economía doméstica.

Muchas familias lograron crecer sobre la base de estas actividades. Otras permanecen en situación de alta vulnerabilidad, a la que se suma la poca o nula posibilidad de que puedan acceder a bienes, terrenos o animales de crianza, que les sirva como capital de trabajo o garantía de que habrá alimento para la familia.
Julia, personaje de la semblanza, con Faustino, su pareja de vida. 

En este escenario, retrocediendo unos cincuenta años en Lambrama, criar una prole de once hijos, nacidos casi anualmente, con el sostén de la fe y la esperanza, además claro está de no decaer en el intento y acudir a todo medio posible que genere ingresos, era una odisea para cualquier pareja, y más aún para una mujer joven.

La evidencia de este cuadro es doña Julia Mendoza Tello, la “negra” Julia, conocida y activa comerciante que con una niñez forjada en Chacapata, supo capear temporales de distinto calibre y con esfuerzo propio, y tal vez limitándose de algún placer o lujo personal, formó once hijos, entre hombres y mujeres, entre traviesos y parcos, quienes en la actualidad destacan como profesionales, empresarios o emprendedores prósperos.

Hija de Leoncio Mendoza, el recordado “mariscal” y doña Nicolasa Tello Kari, desposó con Faustino Chipana Ccahuana, hace más de medio siglo. Fruto de esa alianza surgieron en cadena humana César, Zenobia, Hernán, Néstor, las gemelas Dina y Hermitania (fallecida al nacer); Angélica, Aida, Dirma, las otras gemelas Betzabé y Betzi, así como Hermógenes, un niño adoptado en Marjuni.
Chipana Mendoza, parte de una gran familia lambramina.

Los menores, cuando aún respiraban aires de Chacapata, Chimpacalle y Taccata eran, como todo niño lambramino, activos partícipes de los quehaceres del hogar. Llevando los animales a los pastizales, trayendo leña, buscando pasto para los cuyes, acarreando agua desde el río, ayudando en las chacras; y, como no, asistiendo de manera disciplinada a la escuela, en la meta de convertirse en hombres y mujeres de bien. Hechuras de Julia.

Cada vez que viajo a Lambrama, que es una vez al año, es grato encontrarse con Julia, en su bodega de la plaza, donde afanosa ella, te ofrece si no una gaseosa, una cerveza Cusqueña al tiempo. ¿Chayaramunkichu? el tradicional saludo y la pregunta por los hermanos ¿Cómo está Mericita?

Julia, con voz trémula, se regocija cuando habla de su viaje a Lima, hace más de una década, donde participó en una jornada internacional, representando a la mujer andina. La mujer lambramina, en un escenario irrepetible.
En Taccata, donde estableció un habitat para sus crianzas. 

Orgullosa de sus hijos y nietos, de su vital existencia en su añorada Lambrama, a pesar de su avanzada edad, y que podría dedicarse a visitar a los hijos, pasear con ellos y descansar; como una buena guerrera sigue ocupada en lo que mejor sabe hacer: el negocio. Su tienda de abarrotes no se abandona. 

Acompaña con naturalidad y responsabilidad de mujer andina, las tareas de cultivo de alimentos en los que apuesta su marido, con quien comparte además de los laimes de papa en las alturas, el manejo de sus maizales en Plantahuasi, ahí nomás, a la vista de la casa.
Con los hijos, en ambiente de calor familiar. 

La pareja ha sabido capitalizar su esfuerzo de décadas, logrando acumular un buen lote de animales en su cabaña de Taccata, así como adquirir, para su residencia, la antigua casa de los Cáceres, ubicada en la céntrica y tradicional Ccotomayo. 

Como esta breve semblanza, seguiremos hurgando en la memoria de los lambraminos para destapar historias de personajes que en su momento supieron hacer algo o mucho por su pueblo, así como conocer a lambraminos de ahora que, igualmente, hacen algo o mucho por esta hermosa tierra del Apu Chipito.