“Apu Chipito”, el guardián de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Recuerdo a don Laureano Gómez Chuima, mi señor padre, tras sellar un negocio, iniciar o cerrar una jornada de siembra o cosecha; hacer la tinka o brindis, elevando su copa de cañazo o vaso de cerveza, de frente hacia las alturas y chasqueando el dedo índice derecho, chispear unas gotas de licor hacia el aire o verterlos ligeramente hacia el suelo, con una reverencia casi santificada.
“Apu Chipito Cabildo…” rezaba al iniciar su invocación a la naturaleza pidiendo le acompañe de la mejor manera en su accionar diario. Una tradición, hacer la tinka, que se remonta a tiempos ancestrales y perdura hasta hoy, en Lambrama de mi añoranza. La tinka también llama a los Apus Kaukara, Kullunwani, Llakisway, Unchuchuca, Pucuta, Taccata.
Chipito, el Apu guardián de los lambraminos, es un protagonista permanente en la vida de mis llactamasis, al que además de hacer la tinka en su honor, le prodigan mucho respeto, le piden protección y seguridad, le componen canciones, hacen juramentos en su nombre. Es de constante evocación por hombres y mujeres. Es el orgullo de los wakrapukus. “Chipito cerro majestuoso, Apu bendito y generoso. Eres escudo de mi querida tierra, guardián celoso de mi Lambrama…” (Dino Pereyra)
En mi niñez, hace más de medio siglo, me solazaba observando el brillo del nevado que coronaba su pico visible al pueblo, imaginando caminatas resbalosas y juegos sobre la nieve perpetua que la cubría. En ocasiones, desde algún lugar estratégico de la plaza, de Oqopata, Aqomoqo, Kunkahuacho, Chucchumpi, se veía el resplandor de un espejo que los lugareños habían colocado en medio de la cruz de madera que estaba empotrado en la misma cumbre.
Algunos ya no tan jóvenes lambraminos recuerdan que la cruz de madera fue trasladada en huantuna por oficiosos jóvenes de los años sesenta del siglo pasado, Candelario Luna, Oscar Ccahuana, Vidal Villegas, Feliciano Espinoza, Carlos Gamarra y Alberto Ballón, residentes del barrio de Allinchuy, en un arranque de identificación con el Apu que les brindaba sombra y cobijo, además de recursos para sus quehaceres, como el ichu y la leña.
La cruz, venerada por quienes lograban subir las escarpadas cumbres, recibía atenciones con padrenuestros y avemarías, además de pagos y ofrendas costumbristas en maíz, granos, incienso, velas, así como con apachetas levantadas con piedras cargadas desde el valle.
La cruz ya no está, el cansancio del tiempo, la humedad de las lluvias y vientos, pudieron más que el interés de los propios por guarecerlo como símbolo de identificación comunal. Aun así, sigue siendo el guardián, el patrón, el vigía celoso de los lambraminos, que de vez en cuando trepan sus laderas y se dan el gusto de observar el valle lambramino desde la mirada de los cóndores, yutus y jakajllus.
En octubre del año pasado, el Chipito fue afectado severamente por un incendio forestal provocado por sus propios “hijos”, que descuidaron las precauciones para pedir lluvia a los Apus quemando pastos. A pesar de ello, sigue siendo el eterno guardián de los wakrapukus. No es un padre resentido.
Quienes han alcanzado subir a su cumbre confiesan haber logrado un deseo de vida. “Plantar un árbol, tener un hijo y trepar el Chipito” podría ser la regla para muchos lambraminos.
Con el testimonio de quienes han logrado la hazaña, recreamos dos rutas de acceso al Apu Chipito, planteando como un reto a quienes retornan a Lambrama después de algunos años, darse un día exclusivo para besar los llanos de la cumbre del guardián de Lambrama.
Para ello es necesario saber que la ruta más atrevida, arriesgada y rápida es la que sale de Chacapata, encamina por la cuesta de Mesarumiyoq y por un camino de cabras, llega a Limalimayoq, donde se dice hay que tener cuidado con mirar de frente a las dos rocas de Warmirumiyoq, que son piedras encantadas que atrapan a los incautos o a quienes se dan una pausa para el descanso bajo sus sombras. Nada recomendable. Hay que seguir sin parar.
La otra ruta es por el camino que conduce a Llakisway, donde hay una vía más usada y de fácil tránsito, aunque en más tiempo. Aunque “todos los caminos llevan a Roma”, en el caso de Chipito, hay que ir con alguien que conozca el derrotero y asegurar tanto la llegada, el descanso y el retorno sin problemas.
Chipito, el Apu de los lambraminos, es una constante en las evocaciones y pedidos de seguridad en las labores comunales, en los registros gráficos de los viajeros y, por lo mismo, un fiel personaje que merece respeto, mucho respeto. Hay que defenderlo y pedirle perdón porque lo estamos descuidando.