lunes, 10 de enero de 2022

Adiós, Juliana "Tía Lora"

Adiós, Juliana “Tía Lora”
Escribe; Efraín Gómez Pereira

Juliana Mariño Almanza, ¿la ubicas? ¿Y a la tía Lora? Todo miguelgrauino de los años 70, 80 y 90, debe recordarla, tiene que recordarla, porque forma parte de la memoria local que ha acompañado a miles de jóvenes de muchas generaciones de abanquinos, estudiantes del colegio Miguel Grau, de Chinchichaca.

Ha fallecido Juliana, la tía Lora, la recordada y añorada tía Lora, que con su carisma a flor de piel, su prominente nariz de envidiable olfato, imponente presencia a través de sus deliciosas e incomparables papas rellenas, se había ganado el cariño de muchos.

No había recreo más enjundioso entre la prole de muchachones de todas condiciones, que pugnábamos por hacernos de una, muchas veces, inalcanzable papita de la tía Lora. Misios o con propinas que nos caían de vez en cuando, era una suerte de ahorro dirigido, guardar la moneda hasta el primer recreo de la semana, con la cara ilusión de saborear el amasijo del tubérculo relleno con no sé qué y frito, sabe Dios en qué aceite. 
Imagen de la Tía Lora, perennizada por el arte de Sergio Quispitupa. 

La joya culinaria, grasosa y picante, se mostraba una sobre otra, encima de dos azafates de fierro enlozado blanco, despostillados de tanto uso y jaloneo, y cubiertos con un mantel que en algún momento habría sido blanco. El mantel “wiswi” de tanta grasa, tenía su propio atractivo.

“Lorenza”, como la llamábamos y no Juliana, como debía ser, era la vivandera más esperada en las pausas del Miguel Grau, de Abancay. Apenas sonaba la campanada que anunciada el recreo, los pikis de primero, segundo, hasta quinto de media, salíamos en tropel, a la “gana gana”, a fin de lograr ese apetitoso manjar, cubierto de ají, un ají muy especial que obligaba a querer más y más.

La picante y sabrosa uchucuta verde, salía de un pote de plástico, con una cuchara hábilmente manipulada por la tía Lora quien embadurnaba la papa, que ya la tenías en mano, previo pago de un sol de oro –esa moneda amarilla, grandota- sin servilleta ni platillo descartable. A la mano, así esté sucia. ¿Miedo a una infección? Nada de nada. Parecíamos inmunes, curtidos.

Las bandejas de papa, custodiadas por un guerrero voluntario, a cambio de una papa o una porción de canchita con ají, esperaban humeantes en el último peldaño de las graderías de la canchita de fútbol. El más aficionado y reincidente en hacer de vigilante de las papas rellenas era el “Oso” Juro. Claro, se ganaba una papa gratis, para él solito.

Mis recuerdos me ubican al “Chino” Huertas, haciendo gala de su capacidad adquisitiva, comprando hasta dos papas al hilo. La primera la engullía de un solo bocado, dejando sus labios verdes y picantes; y la segunda la saboreaba con una calma de aristócrata, como diciendo “mírame”. Alguno de nosotros se acercaba a pedirle una “jachudita” y el muy jodido, para no compartirlo, ni siquiera el olor, lo salpicaba con su saliva. Igual, seguíamos siendo amigos.

“Lorenza” o Juliana, siempre calzaba un sombrero blanco con un cintillo negro y un mandil a cuadritos con dos bolsillos bien grandes. El “toma y daca”, entre la vendedora y los compradores era natural, sin cajeros ni protocolos. Todo a la mano y muy de prisa.

En las celebraciones por el centenario del colegio la tía Lora, al igual que los auxiliares Meleco y Blas, así como todos los profesores miguelgrauinos, fue paseada sentada en una carpeta, por el perímetro de la loza deportiva, en hombros de la promoción 75, al grito eufórico y ensordecedor de “Tía Lora… tía Lora..”, en una fiesta irrepetible. 

El año previo a la pandemia la vi por última vez durante las celebraciones grauinas de octubre, en cuya fiesta era infaltable y donde era reconocida y disputada por todas las promociones de exalumnos, para perennizarla en una fotografía. 
Arturo Molina, Efraín Gómez, Iván Miranda y José Luis Miranda, promoción 75, sobrinos de la tía Lora, en las fiestas grauinas pre pandemia.


En esa oportunidad, como todo un caballero, le ofrecí un vaso de Cusqueña de trigo, heladita. Se disculpó alegando el cuidado de su salud y me pidió “más bien ayúdame a identificar a tus colegas que me deben”. Había aun morosos añejos por las papas rellenas que habían degustado hace cinco décadas. Nos reímos en grupo y vimos a la tía Lora, feliz entre sus huestes, sus hijos, nietos, ahijados, sus agradecidos comensales.

Descansa en paz, querida y entrañable Tía Lora. El colegio Miguel Grau, te llora. Abancay, te despide agradecida.