Wakalli, huaracazos y lluvia en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Lambrama, años 60 - 90 del Siglo pasado. La matraca –caja de resonancia con aldabas de metal- manipulada con destreza por las manos encallecidas de Bautista Tello Teves, Patita, pasea su sonoro y monótono “traca-traca”, por las estrechas calles del pueblo.
Seguido por un grupo de niños que apenas salieron de la escuela fiscal ubicada en la misma plaza, el matraquero cruza el riachuelo de Ccotomayu, sube las escaleras que lo llevan al cielo de Chucchumpi. De regreso, siempre con los niños de cola, cruza Chacapata y Tomacucho y llega a Chimpacalle. La curiosidad por el “traca-traca” abre las puertas de las modestas casas de Uraycalle, Pampacalle, Llactapata.
El encargo es convocar a todos los lambraminos, a la iglesia colonial San Blas, a un Rosario para las seis de la tarde, que estará a cargo las señoras Eva y Pancha. Todas las familias se preparan con unción. Ropa limpia, cabello bien peinado.
Las señoras, expertas voluntariosas en estos menesteres, están vestidas de riguroso negro; un mantón, también negro, cubre sus espaldas y un velo que puede ser de seda, o tela corriente, cuelga de sus cabezas, escondiendo los rostros que reflejan rictus de preocupación. En sus manos penden sendas cuentas de Rosarios de color oscuro, que llevan en los extremos una cruz de plata o la imagen de la Virgen venerada.
La urgencia tiene una explicación. Los mayores del pueblo, que fungen de chamanes, jampis o jitu-jitus, en coordinación con el alcalde, autoridades comunales, policías, profesores, y lambraminos más representativos, han coincidido que es necesario invocar a los Apus, a los Dioses, para salvar las siembras de maíz que se están muriendo de sed. Es noviembre y no hay lluvias en Lambrama. Los maizales sembrados en parcelas atomizadas desde Uriapo hasta Itunez, no pueden, no deben caer.
Una vez cumplido el Rosario, con lleno total de la iglesia, y con cánticos en quechua, evocando el “Apu Yaya Jesucristo, Kespechekney Diosnillay”, el pueblo confundido en fe, acompaña en procesión al Patrón Santiago, al Cristo Yacente, y otras imágenes custodiadas en la Iglesia, para pedir al Señor de los Cielos, que deje caer lluvia y salve los cultivos de su pueblo pecador. Las campanas del San Blas repican sus melodías del “chincapun” para esa ocasión.
Detrás de las imágenes santas, cargadas por jóvenes recios, va una corte de mujeres mayores, rezando padrenuestros y avemarías, y entonando cánticos en quechua, seguido por hombres, mujeres y niños que repiten casi en murmullos los rezos y cantos. Las calles tienen otra dimensión.
Cerrando la procesión, los niños y adolescentes, acompañan el petitorio sacro, con canciones que evocan el encuentro de los Apus con el Dios occidental: “Jeu jeu Wakalli/ parusaracha wakalli/ Señor, paraikita kachayamuy/ Miseriordia Señor. (Señor, el maíz pardo se seca/Suelta tu lluvia/Misericordia). Todas las canciones suenan en coro disciplinado. Las miradas infantiles se dirigen hacia arriba, hacia los Apus, hacia el Señor de los Cielos. En esta ocasión llueven caramelos perita, arrojados por los bodegueros de las esquinas.
Laguna Loritoyoc en Lambrama. Fotografía de Policarpo Ccanre Salazar.
De manera paralela o en los días subsiguientes, y en el mismo interés de pedir lluvia a los Dioses, tres de los hombres más hábiles y diestros del pueblo, asumen la tarea de cumplir un encargo muy especial: hacer peregrinaje a la laguna Loritoyoc, en una tradición que se remonta a muchas generaciones, inclusive a épocas incas.
No hay referencia del por qué se escogió la laguna Loritoyoc, para cumplir una tarea pagana, mística y religiosa a su vez, en el único y sacrosanto fin: pedir a los Apus, a la laguna, que llueva en el pueblo. La laguna está ubicada en una encañada profunda de la cordillera, a 5000 msnm. Es de color verde loro, de ahí su nombre, y su acceso es muy difícil.
Para cumplir con el encargo, los voluntarios van a lomo de tres alzados criollos, pequeños pero fuertes, con herrajes nuevos, enjalmados de monturas y reatas con amarres de plata. Se van premunidos de bendiciones, cañazo, cigarrillos Inca. Deben desafiar y enfurecer a la laguna a punta de huaracazos de rocotos, incienso, maíz choclo, coca, que serán lanzados desde una distancia prudente que impida les salpique el agua, que sería fatal.
Los huaracazos, arrojados desde tres lugares diferentes, van acompañados de rezos e invocaciones confundidos, entre paganos y cristianos. Previamente hacen el ritual del pago a la tierra, dejando ofrendas especiales. Los Apus y los Santos, son mencionados por igual en la imploración por las lluvias.
Una vez terminada la tarea de incomodar al Loritoyoc, los mozos contagiados de la adrenalina del momento, deben volver al pueblo a la máxima velocidad que les permita la geografía agreste de la zona. Deben ponerse a buen recaudo de la furia de la naturaleza que podría soltar lluvia con rayos y truenos. Cuentan los que vivieron estas experiencias, hace más de 40 años, que el pedido coincidía con la llegada de las lluvias. Algunas veces el mismo día; otras al día siguiente o en la misma semana.
Los maizales de Lambrama volvían a cargar vitalidad, el verdor del valle se recuperaba. La alegría en el pueblo sumaba a reforzar la fe, tanto en el Señor de los Cielos, como en los Apus, en Loritoyoc.
El Wakalli y los huaracazos son parte de la historia de Lambrama, son tradiciones ancestrales, que han pasado al olvido. Son muy pocos los lambraminos que conocen Loritoyoc y sus ricas historias. Tradiciones que se deben recuperar.
Hace apenas una semana, empujados por la necesidad de agua para aliviar el dolor de las chacras por la falta de lluvias, y después de muchos años, los lambraminos se han organizado para recordar el Wakalli y durante tres noches seguidas, niños y jóvenes salieron a las calles para cantar en procesión, el “jeu jeu Wakalli”. En Caipe, los comuneros rememoraron también el huaracazo ancestral, fustigando con rocotos y rezos, la tranquilidad de la laguna Charca.
En curiosa y misteriosa coincidencia, las lluvias aunque con timidez, se han asomado en el distrito. Los maicitos han recuperado sus ganas de seguir creciendo. Los lambraminos han renovado su fe en los Apus y en el Dios de los Cielos.