lunes, 30 de noviembre de 2020
Wakalli, huaracazos y lluvias en Lambrama
viernes, 27 de noviembre de 2020
Se debe declarar en emergencia el agro apurimeño
miércoles, 18 de noviembre de 2020
Lambrama cumple hoy, 181 años
lunes, 16 de noviembre de 2020
“Chocce Tikray”: una tradición lambramina
“Chocce Tikray”: una tradición lambramina
Escribe,
Efraín Gómez Pereira
La producción agropecuaria en el distrito de Lambrama y sus comunidades, es de crucial importancia. De sus resultados positivos; es decir, una buena cosecha y una buena crianza, dependen la garantía de bienestar para las familias, aunque sumidas mayoritariamente en pobreza y pobreza extrema, no les debe faltar comida en sus “barbacos”, “cahuitos” y “markas” (almacenes).
Setiembre, octubre y noviembre son meses decisivos para la siembra de papa o “papa tarpuy”; que además de estar proyectada para la seguridad alimentaria, es motivo cuasi festivo-religioso de una tradición comunal que pervive a pesar de la intromisión de elementos extraños.
El “papa tarpuy”, basado en el “Chocce Tikray” (volteo de tierra); es una tradición campesina que data de tiempos muy lejanos. Ha permitido que la hermandad campesina, la familiaridad pueblerina, el compartir de costumbres como el ayni; se fortalezcan y se resistan a desaparecer como otras expresiones culturales, que lamentablemente están en decadencia u olvido.
El “Chocce Tikray”, es una programación organizada por la comunidad y los saberes acumulados de su gente, que utiliza tierras descansadas para el cultivo de papa en los “laimes”, que son parajes de predios comunales fértiles, ubicados en zonas altoandinas. Lambrama tiene diez “laimes”, que se utilizan de manera rotatoria, dos años por cada uno, intercambiando siembras de papa, olluco, oca y añu o mashua. En los “laimes” no hay cercos ni paredes que cierren los predios; señal del respeto mutuo entre los comuneros sobre sus “propiedades”.
Con
mucha anticipación se prepara lo necesario para el “papa tarpuy”, como el “llantakuska”,
que es acarreo de leña en los montes cercanos y quede lista para hervir peroles
de chicha de jora; se junta “wiñapo”, “charki”, papa y otros insumos para la
preparación del “chacra picante”.
El “chacrakuk”, patrón o dueño de la chacra, alista sus herramientas básicas, en este caso, la tradicional “chakitaklla, que se convierte en el principal elemento de la jornada agrícola.
Con fecha programada, que no se debe cruzar con la de otro vecino, se recurre a los jóvenes fuertes, unos días antes, de preferencia en las noches, a fin de solicitar que lo acompañe en el “ayni”, sellando el compromiso con un “chotillo” de cañazo, que es una copa o una botellita pequeña de cristal. “Chotillo” aceptado es “ayni” asumido, sin posibilidad de dar marcha atrás. Es palabra de honor que será respondido con la misma reciprocidad.
El día señalado, la casa del “chacrakuk” está alborotada desde la madrugada. Al “wallpawaccay” o canto del gallo, los “aynis” toman una suculenta y energizante “lawa” o sopa de trigo y pellejo de cerdo, sabrosamente aderezada con “asnapas” hierbas aromáticas de la huerta. Las mujeres jóvenes que serán las “rapak” o roturadoras, hacen lo propio; mientras otro grupo de mujeres, las más maduras, se encargan de la cocina en casa.
El camino es largo hasta el “laime” y hay que apurar el paso. El patrón encabeza al grupo. Avanzan frescos, alegres, sabiendo que arriba habrá una sana y dura competencia de maña y fuerza. Las “chakitakllas” inseparables van bailando, colgadas al hombro, en fila india. Antes, el tramo se hacía a pie o a caballo; en la actualidad, a pesar de las limitaciones, las trochas carrozables intercomunales han acortado el viaje que se hace a caballo o vehículos motorizados.
Una vez en el predio, el patrón brinda con cañazo, pidiendo sea una buena jornada. La “t’inka” o brindis, invoca a los Apus Chipito, Kullunhuani, K’aukara, Chaknaya; a la laguna Taccata y otros Apus o cerros mágicos, con quienes hay una relación mítica de reconocimiento y respeto. Este año corresponde al “laime” de “Llakisway”, que se encuentra en las inmediaciones de la paradisiaca laguna del mismo nombre.
En los próximos años serán Unca, Yucubamba, Itunis, Suruccasa y otros. La misma tradición tienen todas las comunidades del distrito que manejan sus propios “laimes” con similares actividades, destacando como el más colorido y festivo, el de Marjuni.
Después de la “t’inka”, viene el trabajo competitivo. El más osado, ágil o atrevido de los “aynis” se apunta como líder del grupo –capitán- conformado por parejas de dos “chaquitakllas” y una “rapak”.
De tranco en tranco, con el calor animado por el cañazo y una bola de coca en la boca, las parejas van tejiendo los surcos con las champas volteadas y ajustadas por la “rapak”. El ajetreo debe ser coordinado para asegurar una buena cobertura al brote de papa que emerge. El ritmo lo pone el capitán y pobre de aquel que se quede en el camino o no se alinee con la velocidad del grupo, entrará a la tropa de los “suyus” o rezagados, con surcos pendientes, que deberán terminar a como dé lugar; sino serán el hazmerreír del pueblo.
Los compadres, familiares del patrón, animan la jornada, desde una orilla de la chacra. Suenan quenas o “lawitos” elaborados con tallos secos de “Toccorhuay”, y tinyas, con piel interior de borregos; a ritmo acompasado que ponen color y alegría al “Chocce Tikray”. También se afanan en ofrecer keros de chicha, hechos en dura madera de unca o guarango, mientras el sol quema, los vientos silban y las miradas sedientas otean la explanada, por donde llegarán las mamachas, en fila ordenada, con sus ollas de comida a la espalda, con el “chacra picante”.
La pausa para el convite o “samay”, obliga a los “aynis” a sentarse en dos filas con las piernas entreabiertas, a los costados de una mesa de costales y llicllas, tendida sobre el pasto, en el que humean papas, mote y habas sancochadas, junto a pocillos de “uchucuta” o crema de ají verde. Manos diestras sirven generosas porciones de arroz amarillo, tallarines, guiso de carne, tortillas de “jachucebolla” o cebolla china, “puspu” o mote de habas. Todo en un solo plato, en un “chacra picante”. El comensal precavido lleva su propio tenedor; los que no, deben buscar en las ramas de “tankar” o “murmuskuy”, arbustos nativos; palillos en forma de trinche que les ayudará a dar curso al convite.
La chicha de jora, los “chotillos” de cañazo, los sones del “lawito” y la tinya, acompañan este picnic popular, en el que no faltan las bromas de doble sentido, las lisonjas a las damas, los enamoramientos, las chanzas y risas. Es fiesta, fiesta del abrazo del hombre con la Pachamama. Fiesta del pueblo.
Luego del opíparo almuerzo, tras una breve pausa para apurar algunos keros adicionales de chicha, la jornada continua, al mismo ritmo de la mañana. Los cuerpos sudorosos de hombres y mujeres piden chicha. Ahí van los keros, con urgencia. Los niños, que asisten en patota, juegan sus propios “chocces”, se encargan de los animales. Recogen piedras de los surcos. Con sus hondas artesanales de jebe cazan “pichinkos” para un soñado “kankachu” o asado.
Termina la jornada. La chacra queda como un cuaderno cuadriculado de fondo negro tierra, con las trenzas de surcos relucientes, que darán vida a las papas nativas, al amparo del microclima de las alturas y las lluvias de temporada. El patrón agradecido con los “aynis”, “rapak” y los “Apus” descorcha el odre de chicha curado con cañazo y ofrece, ahora ya sin pausa, su cariño.
Como por arte de magia salen más “lawitos”, más tinyas y las mujeres, cocineras y “rapak”, se confunden en un coro de armonías celestiales para celebrar la siembra de papas, cantando el “wanka” o canción festiva, cubriéndose la boca con una mano. Sus sombreros llevan coloridas flores nativas. Alrededor de las “wankas” y de las “chakitakllas” que descansan clavadas en la tierra, aun con sus fierros lustrosos; el más joven de los “aynis”, cumple con una tradición popular lambramina, que alienta la productividad tanto del sembrío como de las familias.
Con un listón de huarango o murmuskuy va rosando las afueras de las partes íntimas de la mujer y lo lleva a las narices del hombre haciendo piruetas, quien intenta evadir sin mucho esfuerzo. Festeja con gritos que se confunden con las “wankas”; y cierra con un sonoro “¡Chijooo!”, que representa la virilidad del hombre, la fertilidad de la tierra y la confianza en una buena producción. Habrá buena cosecha y probablemente un nuevo matrimonio, cuyas proles asegurarán las tradiciones y costumbres de Lambrama y sus comunidades.
Ya en la oscuridad de la noche la alegría del “Chocce Tikray” se traslada al pueblo, hasta donde han regresado cantando “jarawis”. En la casa del “chacrakuk”, habrá más chicha, cerveza, cañazo, caldo de gallina o de cordero. El “ayni”, la amistad, el compromiso, se sellan en alegría y fiesta. Fiesta del “Chocce Tikray” lambramino.
Lambrama cumple, el 19 de noviembre, 182 años de creación. Feliz aniversario, tierra hermosa, “llactallay”.
lunes, 9 de noviembre de 2020
Lambrama: territorio agroecológico
domingo, 1 de noviembre de 2020
Hugo y Pepe: abanquinos y abanquinidad
Hugo y Pepe: abanquinos y abanquinidad
Escribe, Efraín Gómez Pereira
La radio es su pasión. La vive desde su infancia. Es un maestro respetado y de respeto. Es la primera voz de la primera radio del Perú. Sus palabras, como su prosa, nutren de abanquinidad, diariamente, a sus seguidores en las redes sociales. Sueña con una Vía Expresa en Abancay, desde el Pachachaca hasta San Antonio.
No es difícil emocionarse al escuchar en cualquier momento, los alegres sones de “Si vienes a mi Abancay…”, el himno de los Pikis; o lagrimear con “Abancay de mis amores, si yo volviera a nacer…”.
Hugo Viladegut Bush y José “Pepe” Garay Vallenas, que enaltecen la abanquinidad más allá de nuestras fronteras, son la muestra viva de que el ser abanquino, es la suma de la ligazón terrenal con el suelo que nos vio nacer y lo especial que es sentirse Piki: es un orgullo inigualable, inconmensurable.
A propósito del aniversario de nuestra hermosa ciudad, 146 años, conversamos, vía WhatsApp, con Hugo y Pepe, para sacarles un poco de calor, de intimidad, que muchas veces las guardamos bajo siete llaves. Sus respuestas nos llevan, a hechos que los hemos vivido o los olvidamos, por “sabe Dios qué”.
¿Cuáles serían los tres hechos que marcaron tu abanquinidad?
Hugo: Primero la radio. Escuchaba radio Municipal desde que empezaba la transmisión hasta que terminaba. 2) El Pisonay de la esquina Av. Arenas y Núñez, tenía la idea que era un personaje de mi tierra. 3) El río Ñaqchero. Me gustaba ir hasta ahí siguiendo el camino de la acequia de agua. En la quebrada me gustaba jugar con el eco. ¡Qué cosa más magnífica!
Pepe: Los recuerdos que marcaron mi infancia los sello en la expresión: “Siete oficios y 14 necesidades”. Fui acólito/sacristán en los oficios religiosos de la Iglesia; auxiliar del gran maestro Mariano Ochoa, Mayordomo en el Complejo Parroquial, le asistíamos en el campanario y en la fabricación de velas. Recogedor de pelotas en el tenis y marcador de bull en los tiros al blanco de corto y largo alcance. Vendedor del diario “La Patria”, del Papi Vila y eventual cargador de maletas en el recordado paradero del Pisonay. En suma, fui un piki inquieto, travieso y palomilla.
¿Por qué sentirse orgulloso de ser abanquino?
Hugo: Cómo no sentirse orgulloso si todo lo hemos conseguido por trabajo comunal o por reclamos en la calle. Así paso con el mercado de abastos, que las abaceras salieron a las calles para arrancar un presupuesto para construirlo. Recuerdo las jornadas sincronizadas de abanquinos en diferentes ciudades para lograr el funcionamiento de la Universidad Particular de Apurímac. Nos organizamos para salir cuatro sábados a las 10 de la mañana para, con carteles y gritos, reclamar por la autorización de funcionamiento que el Senado de la República había impedido. Esa vez yo vivía en Cusco. Nada nos regalaron. Nosotros hicimos el progreso.
Pepe: Entre mis versos y dichos, hay uno que resume mi orgullo de ser abanquino: “Abancay de mis amores/si yo volviera a nacer/al cielo le pediría/que seas mi cuna otra vez”. Por su alegría, por la simpatía que inspira su gente, por su clima primaveral, por su colorido carnaval y por ser una sociedad de trato horizontal igualitario.
Cinco abanquinos, hombres y mujeres, que todo abanquino debe conocer.
Hugo: 1 Micaela Bastidas: No tenemos su partida de nacimiento, pero ella vive en nuestros pensamientos desde hace cientos de generaciones. 2) José María Arguedas: Nos hace sentir orgullosos de nuestra estirpe quechua. 3) Guillermo Viladegut Ferrufino, el Papi Vila: En el "Extraño Indio Clemente Kespe" proclama nuestra abanquinidad, una ciudadanía mestiza. Mitad quichua, mitad española.
4) Antonio de Ocampo: Trabajó intensamente por fundar el primer colegio secundario de Abancay, que luego tomó el nombre de Miguel Grau. Le debemos la memoria permanente. 5) Monseñor Enrique Pelach: Nos enseñó la solidaridad, trabajando por controlar la Leismaniasis o Lepra de cuya responsabilidad se había olvidado el estado, cerrando el leprosorio de Wambo. Se preocupó por los ancianos, les hizo un asilo y por los niños, haciendo un orfelinato.
Pepe: 1) Micaela Bastidas. 2) Antonio de Ocampo. 3) Enrique Martinelli Tizón, gestor de la expropiación de la hacienda Patibamba, que permitió el desarrollo urbano y rural de Abancay. 4) Rubén Chauca Arriarán, profesor, defensor implacable del origen abanquino de la gran Micaela Bastidas. 5) El Médico que en la década de 1950, descubrió el “Suero Piki” que contribuyó en la cura de la hepatitis fulminante -moscarina- que produjo muchas muertes de niños abanquinos.
Tres hechos que caracterizan/diferencian Abancay de otras ciudades
Hugo: 1) Nuestro carnaval: Ninguna ciudad de la Sierra del Perú tiene tan pocos espectadores en las tribunas porque todos están bailando y cantando. Me moriré feliz cuando haya 300 músicos en escena cantando ‘Chayraqmi Chayraqmi...’ Y mil bailarines danzando la entrada de carnaval.
2) Ningún abanquino que se precie de serlo puede decir "no sé nadar". Todos sabemos hacerlo, porque no hay placer más grande que amanecer en las pozas o las piscinas todos los octubres y noviembres.
3) Ningún amanecer en ninguna parte del Perú es tan colorido y alegre. Haya sol, lluvia o el cielo esté encapotado; nos despiertan los gallos, las tuyas y los pichincos. En todas partes se quejan de los gallos, en Abancay nos alegramos que existan, son parte de nuestras vidas.
Pepe: 1) Su clima tropical templado y primaveral. 2) La manera de ser sencilla y jovial de su gente, con sentimiento hospitalario por excelencia. 3) El trato igualitario, soberano y democrático de la sociedad.
Qué hacer para que Abancay logre un desarrollo equilibrado después del Bicentenario.
Hugo: Abancay necesita un plan integral urbano de mediano y largo aliento. Es urgente levantar un plano catastral, que involucre la participación de todas las generaciones y proyectar un corredor que una el río Pachachaca y San Antonio, con una ancha vía, sea para un tren o una vía expresa. Ese sería el sello de un cambio hacia el desarrollo sostenido que nos merecemos.
Ese plano catastral debe garantizar la intangibilidad de los ríos que atraviesan la ciudad y la del río Mariño, que es el río colector de las aguas.
Nuestra rica y envidiada culinaria regional debe ser registrada para darle valor y asegurar que esta rica tradición se pierda. No podemos cruzarnos de brazos.
Finalmente debemos regresar a la elaboración tradicional de wawas y caballos de pan, como siempre lo fue, con sus caretas que es una singularidad de nuestra cultura. Debería dictarse normas de salubridad para evitar contratiempos.
Pepe: Abancay por su configuración geográfica tiene un atractivo singular, similar a las ciudades griegas, italianas y españolas, donde predominan las colinas, que le dan un peculiar paisaje y una urbe en desniveles. Lo más importante e impostergable que debemos promover es un plan técnico en el área de saneamiento, agua y desagüe, con características especiales acordes a la geografía y topografía.
Gracias, Hugo. Gracias, Pepe. Esta pincelada de emociones y recuerdos nos hace valorar, querer más a nuestra tierra. Feliz aniversario, Abancay, tierra linda.