lunes, 2 de diciembre de 2024

Paín y Maco, maktillos lambraminos

Paín y Maco, maktillos lambraminos
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Lambrama años sesenta del siglo pasado. Escenario de la vivencia de una generación que en la actualidad forma parte de una legión de sesentones y setentones, respetados y de respeto. Viejos jóvenes o jóvenes viejos, que han sabido aquilatar el paso de los años y representan a una corriente que aún mantiene los usos y costumbres de antaño, donde el saludo y respeto - tan ajenos y alejados de gran parte de las generaciones actuales-, eran norma natural de la sociedad que involucraba, en un coexistir normal, a una población heterogénea. 
Emotivas imágenes con sesenta años de distancia. Lambrama 1963 y Lima 2024.

Juegos creativos con reciprocidad y respeto a la familia, a los mayores, a la naturaleza eran habituales entre los niños de este pueblo amistoso, de puertas abiertas. Los menores de entonces, seguíamos el ejemplo de los mayores, de nuestros padres -a quienes no se nos ocurría tutear-; de los maestros, que aun siendo procedentes de otras jurisdicciones vivían en el pueblo y hacían de la enseñanza escolar un apostolado. Los mayores ejercían cargos de autoridades locales por voluntad y compromiso, sin presupuestos ni salarios; sino con transparencia y responsabilidad.

Las costumbres populares que elevaban a niveles de excelencia la cultura tradicional estaban marcadas en las agendas anuales. Las obras locales, escuelas, carreteras, caminos de herradura, canales de riego, agua potable, panteón comunal, estadio, mantenimiento de la iglesia, calles y plazas se hacían a través de las tradicionales faenas comunales, donde todo el pueblo participaba en ánimo festivo, con la alegría musical de los Kaperos o Piteros, grandes testigos de la historia lambramina.

Las fiestas tradicionales se realizaban bajo responsabilidad de los Carguyoc, Cargontes o Alferados, que se preparaban durante todo el año y las celebraciones eran para todo el pueblo. Sin duda, las fiestas de Corpus Cristi representaban el sumun del compromiso de una familia, que en la organización de la mencionada fiesta ponía en vitrina su prestigio y su capacidad económica, que era la vara con que se medían las responsabilidades de este tipo. El buen resultado tanto en atenciones, presencia de artistas, danzantes, visitantes, comilonas y tragos elevaba a los cielos el orgullo familiar. Había que ser atrevido y pudiente para este encargo.

En cuanto a las fiestas populares de participación abierta, destacaban y destacan hasta hoy, los carnavales autóctonos, no solo por la danza y música y la originalidad de los versos y contrapuntos, sino porque en fechas previas se compartían los primeros frutos y productos del campo en una tradición llamada “qollachacusqa”, una actividad que integraba familias y barrios. Asimismo, en la fiesta de Todos los Santos, todo el pueblo vivía en integración compartida y no fingida ni obligada, entre ricos y pobres; mistis y campesinos, donde se forjaban amistades y compadrazgos para siempre. 

Recuerdo con nostálgica nitidez una celebración tradicional que pasó al lamentable olvido, a pesar de que llevaba consigo una fuerza de integración comunal jamás repetida: el Vara Muday, o el cambio de mando del cargo de Gobernador Distrital. Una ceremonia oficial convertida en fiesta popular convocaba a todo el pueblo, en la que se escenificaba el cambio del tradicional sello de la principal autoridad: el Varayog.

El profesor Adrián Pereyra, director de la escuela fiscal era el gran promotor y organizador del Vara Muday. Maestros, padres de familia, autoridades, vecinos notables, campesinos y sus hijos integraban el elenco de la festividad, que era la muestra popular que representaba a Lambrama en las grandes convocatorias regionales por el 24 de junio, día del indio, del campesino, Fiesta del Sol. 

La bandera rojiblanca, esquelas, tinyas y quenas; seccollos y huaracas; huainos, carnavales, jarawis, qaswas y huancas, y una vestimenta multicolor al estilo de los indios de las comunidades de Marjuni y Payancca, hacían presencia destacada que le valió a Lambrama, ganar los primeros puestos en competencias regionales realizadas en Abancay, Saywite y Cusco.

Una fiesta tradicional que hermanaba a los lambraminos, pues todos los integrantes del elenco viajaban fuera del pueblo, con sus propios recursos. No había presupuesto, pero sobraban voluntad, compromiso e identificación.

Paín y Maco, dos niños de cinco años, y otros lambraminos menores como Yla, Carmen, Marieta, Lina, Juvenal formaban parte del elenco. Recuerdo que mi libreto era repetir: “Mamitay, taitay” y no soltarme de las manos de mi padre. 

La foto que ilustra esta nota de nostalgia tiene más de sesenta años y es el testimonio de la participación en esas lides culturales de dos amigos de infancia lambramina: Marco Jiménez Triveño “Maco” y Efraín Gómez Pereira “Paín”. La gráfica, sirvió para actualizar esa vieja amistad con el registro de un encuentro ocasional sucedido hace unos días en Lima, en el que el abrazo sincero y afectuoso, me trasladó a Lambrama, a los antiguos barrios de Tomacucho y Pampacalle, donde Maco y Paín, hacíamos de las nuestras; a recordar a Rebeca y Antero, a Dora y Laureano, nuestros inolvidables padres. Un abrazo para Marco y familia, a quienes recuerdo con mucha estima.