Adiós, Betty de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Te veo afanosa con tus niñas de Transición en la Escuela Fiscal de Lambrama. Esas niñas Mery, Clorinda, Luisa, Mabel, Antuca, María y otras más, así como niños de esa época, que hoy son padres, madres y abuelos de bien, te recuerdan con tu amplia sonrisa que apagaba cualquier circunstancia negativa.
Te imagino en el patio de la escuela mirando fijamente la fila de formación de tus niños cantando el "largo tiempo el peruano oprimido...”, de nuestro Himno Nacional.
Veo a una dama pulcra, bien arreglada, con el cabello negro ondeante parada en el filo del memorable quiosco de la Plaza de Armas, gozando con el paso marcial de tus niños en los desfiles por Fiestas Patrias.
Al centro, entre damas lambraminas.
Evoco a una dama imponente, colocando la corona de Reina de Primavera a la niña Mery Graciela y celebrando con sus padres, Dora y Laureano, tus grandes amigos.
Recuerdo a la "señorita Betty", una dinámica profesora de varias generaciones de lambraminos, ordenando a sus huestes para gozar, bailar y cantar en las yunzas del carnaval lambramino.
Emociona mirar el espejo retrovisor de la vida y contemplar a la señorita de la escuela vestida con polleras de bayeta, blusas coloridas, sombrero de lana y ojotas, disfrutando con sus colegas y los padres lambraminos, de los preparativos para la representación del gran Vara Muday, nuestra costumbre ancestral, que nos regaló los primeros lugares en concursos regionales en Abancay, Saywite y Cusco.
Te veo con una amplia sonrisa dibujada en tu rostro, alisando los cabellos de tu primogénito Fredy, para que suba al escenario de la escuela a declamar entre miradas nerviosas y palabras entrecortadas, un poema dedicado a La Madre.
Esa Betty especial, amiga de mis padres, está viva en el recuerdo imborrable de quienes la conocimos cuando niños, maktillos qoñasurus, en las calles de Lambrama, en los patios de la escuela, en los gramados del estadio, en los empedrados del río, en los paseos a Cuncahuacho, en la faccha de Qotomayo.
A la izquierda, entre Bernardino Sierra, su compañero de vida, y Adrián Pereyra, con la bandera peruana.
Mi emoción es muy fuerte al evocarte. Hace apenas un par de semanas visité tu casa, en Abancay, en la idea acostumbrada desde siempre de saludarte con un abrazo de viejos amigos, como lo hacías con mis padres. El abrazo postergado lo dejé con Bernaco, tu compañero de toda la vida, advertido del dolor que le afligía por tu delicada salud.
Con esta añoranza que debe ser compartida por esas generaciones de lambraminos que forjaste como maestra, docente, profesora o "señorita Betty", mi homenaje a tu recuerdo, recuerdo imperecedero de un adulto que hoy, al escribir estas líneas, se siente un niño tirado sobre el piso de la calle principal de Lambrama, nuestro pueblo, dibujando sueños en el suelo con palitos retorcidos de murmuskuy.
Mi abrazo fraterno de condolencias a Bernaco, mi gran amigo, a tus hijos y nietos, y a todos quienes sienten tu partida. Buen viaje y descansa en paz, señora Betty Ballón Gómez de Sierra, y saluda a Laureano, mi padre, que un día como hoy, hace dieciséis años, partió al viaje sin retorno.