miércoles, 28 de agosto de 2024

Promoción 75 Miguel Grau, rumbo a las Bodas de Oro

Promoción 75 Miguel Grau, rumbo a las Bodas de Oro
Escribe, Efraín Gómez Pereira

En octubre 2025, la Promoción 75, de la IE Miguel Grau, de Abancay, antes Gran Unidad Escolar, celebrará sus Bodas de Oro. Un hecho trascendental para una generación de pikis que, en la actualidad, frisa sobre los sesenta años, la edad de la pausa y solemnidad, la edad del reposo del guerrero, la edad de la sabiduría acumulada en seis décadas; signada por altas y bajas, por alegrías y tristezas, por triunfos y fracasos. La edad de la madurez y, por qué no, del descanso merecido.

Las “previas” se realizarán este año, cuando el próximo 8 de octubre, día tutelar del Miguel Grau, los 75 reciban de los 74, el encargo de organizar las celebraciones por los cincuenta años de egresados. Todo un acontecimiento para una generación que lo vive una sola vez. Un hecho que es marcado en la agenda personal y familiar, como una actividad ineludible para la que hay que estar debidamente preparado.
Ivan, Efraín, Paco,  Raúl y Mauricio, en la mesa 75 del Puntarenas en Chorrillos. 

 Abancay, donde reside la mayoría de los 75, hay franca expectativa entre muchos promocionales que vienen activando lo necesario y realizando las coordinaciones con los 74, para una transferencia ordenada. Esto contrasta, sin embargo, con la lasitud, desinterés o desgano de otros tantos, que parecen mirarnos de lejitos. Siguiendo la fea costumbre nuestra de dejar todo para la última hora, confiamos en que la participación de los “dorados” será masiva y representativa. “Seremos los que somos”, hemos dicho en consenso quienes contamos los días y las horas, con el entusiasmo de un adolescente. 

Habrá ausencias notorias de quienes han adelantado el viaje sin retorno y que forman parte de un grupo o camarilla de especial recuerdo, de nostalgia contenida. Ellos merecerán un homenaje especial. Al igual que los docentes, nuestros grandes maestros, que han sabido encaminarnos por la senda del bien, que nos convirtieron en buenos ciudadanos, hombres con valor y valía.
Hace unos años. Reencuentro a repetirse.

Entre los 130 integrantes de la promoción 75, distribuidos en secciones A, B y C destacan profesionales que han logrado elevadas posiciones en la sociedad, tanto en Perú como en otros países. Muchos de ellos estarán en octubre del próximo año pintados de rojo miguelgrauino, sumando emoción y alegría por un encuentro o reencuentro que merecerá lágrimas que inundarán los recovecos de Chinchichaca. ¿Imaginan un abrazo de reencuentro entre dos patas después de 50 años?

En Lima, un buen grupo de los 75 venimos sumando expectativa, interés y buena onda, para que nuestra participación sea articulada, organizada y masiva. Para ello nos hemos convocado en reuniones virtuales y presenciales para definir acciones y tareas; para atender las coordinaciones con nuestros pares en Abancay; para ensayar propuestas que puedan dinamizar nuestra presencia en la ciudad madre, tanto este como el próximo año.

La fotografía que acompaña esta nota corresponde precisamente a un reciente encuentro de los amigos Iván Miranda, Efraín Gómez, Paco Sotelo, Raúl Castillo y Mauricio Echegaray que, con el pretexto de un ceviche chorrillano, compartimos la alegría del abrazo y ratificamos el compromiso de alistar maletas para el próximo viaje con destino a la ciudad de la eterna primavera, nuestra bella Abancay. Nos vemos el ocho de octubre en calor de amigos y alegría de abanquinos.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Lambrama y las sunjadas en Michihuarkuna

Lambrama y las sunjadas en Michihuarkuna 
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Tendría seis años y cursaba los primeros grados de primaria en la escuela fiscal de Lambrama, levantada en una visible esquina de la plaza de Armas, codeándose con la colonial iglesia San Blas, de las históricas campanas del Chincapun. La profesora Esther Pinto, dama de señorial porte, nos ilustraba de valiosas enseñanzas que marcaron nuestro derrotero impregnado de respeto y responsabilidad.
La camarilla de estudiantes era disímil en varios aspectos. Los hijos de mistis del pueblo y de anexos cercanos, iban con zapatos de cuero, ropa planchada, camisas con flecos, pantalones cortos y con tirantes, cabello cortado y cuidado. Los hijos de los campesinos residentes en el pueblo con zapatos de jebe, ojotas y trajes raídos; y los hijos de los campesinos foráneos, es decir, los que iban de otras comunidades, igualmente con ojotas y trajes usados, pero con la particularidad que estos llevaban como “lonchera”, una suisuna o mantel de tela gastada, con porciones variadas de mote, papa, queso, charki y otros complementos a los que daban curso al mediodía. Las clases se dictaban mañana y tarde.
Este pasaje, hoy asfaltado, era lugar de encuentro de amantes lambraminos.

Las niñas, trajeadas de falditas de colores, mandiles, hasta mantones, zapatos con hebillas y pasadores, y otras con ojotas y detalles floridos que diferenciaban al de los hombres. Bien peinadas, trenzadas y colas amarradas con cintas de colores o hilos de tejido. Todas limpias, presentables y buenasmozas.
La limpieza era una obligación primordial. Los dormilones, hombres o mujeres, que llegaban sin el aseo matinal, sucumbían ante la severidad de la profesora, que les enviaba a Qotomayo a lavarse la cabeza y regresar bien peinados. Algunas niñas que llegaban chascosas o desaliñadas eran peinadas por la misma profesora y sus cabellos amarrados con hilos tejidos de pakpa o cabuya. Nunca más aparecían desordenadas.
Otra de las diferencias sustanciales, muy evidentes entre los estudiantes, era la edad. Había niños de seis y siete años, así como adolescentes de doce a quince, hasta jóvenes de veinte. Todos compartiendo el mismo salón, las mismas enseñanzas, las mismas obligaciones.
Antes del mediodía se servía leche con avena y panes preparado por la tía Balvina y un par de mujeres que hacían de ayudantes. Había una habitación que guardaba potes de harina, aceite y leche en polvo con el sello “Alianza para el Progreso” donación del gobierno norteamericano. Los panes salían de las panaderías Milla o Yupanqui y eran sabrosos. Generalmente mi ración la compartía con un niño “foráneo”, algunas veces le llevaba a casa para almorzar.
Los juegos eran diferentes. Los menores dedicados a los tiros, trompos, farfanchos y los más grandes al fulbito, a las chapadas y a mostrarse ante las grandotas, ya en afanes de conquistadores. Al menor descuido de las jovencitas, iba el galán aficionado a darle una “sunjada”, que era pasar la barbilla por la frente de la mujer, en señal de amor. La sunjada representaba al actual beso de los enamoramientos. La susodicha se reía a carcajadas en señal de aceptación o reaccionaba con un sonoro lacyaso o sopapo sobre la cara del atrevido. “Ala he, ala he, Mariucha he” murmuraba el coro de la tribuna ante el fracasado.
En los descansos de mediodía, que se extendía por dos horas, y después de clases, a las cinco de la tarde, cuando los jesjentos anunciaban el final del atardecer, las sunjadas del juego, subían de calibre y temperatura y se trasladaban a Michihuarkuna. A escondidas, él por una ruta, ella por otra, iban al pasaje de tierra y piedra, un camino de herradura, cubierto de eucaliptos, arrayanes, layanes y marjus, que llegaba desde la plaza hasta el río, por el puente Huallpachaca o por Huayqo, a dar rienda suelta a sus acalorados momentos, siguiendo el ritmo de las hormonas alborotadas y con la seguridad de que el paraíso estaba en ese desolado lugar; el nido de amor de muchos principiantes.
Cuántos lambraminos y lambraminas, conquistadores y conquistadas, lugareños o visitantes, tendrán en Michihuarkuna, la marca del primer amor, de su primera vez. Hoy Michihuarkuna, de los avatares amatorios de antaño, es una vía rápida, asfaltada y moderna y los galanes de la juventud actual solo saben de su trascendencia por los relatos de sus mayores.