“Wacamarkay” lambramino en Pucuta (I)
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Es una mañana fría de enero en Lambrama, que amanece al son de los cantos de tuyas, piscalas y pichincos que merodean en los nogales y eucaliptos de la huerta familiar, en Tomacucho.
Cuatro hombres curtidos y amigos de casa, encabezados por el recio Vidal “Thanaco” Zanabria, e integrado por Aquilino Gómez, Angelo “Haya” Huallpa y Antonio Chicclla, eterno ‘secretario’ de mi señor padre, don Laureano Gómez Chuima, han madrugado y están en la residencia de Laulico.
Dora, mi añorada madre y Julia, con apoyo de Alberta, Saturnina y Laureana, ya están en la gran cocina, preparando lo necesario; pues se viene una gran actividad familiar.
Los cuatro madrugadores luego de dar curso a un sustancioso caldo de res con su “yapita”, mote y papa huaico con quesillo y café recién pasado, preparan las monturas de los caballos. Los dóciles Chilingano, Jovero, Forastero y Chuche, de la tropa doméstica, son ensillados.
Yanamula, un pequeño y duro mulo de color negro, soporta los cinchones del aparejo de carga, que llevará provisiones de maíz, papa, charki y azúcar. Una dosis de cañazo, en una botella envuelta en tela gruesa, suma al “fiambre”. Un saquillo extra con azúcar, sal y maíz, se sobrecarga destinado al vaquero, don Jesús Pumapillo y su señora, doña Agripina, que están avisados y los esperan en el jatus.
Al mediodía de la jornada, los viajeros hacen pausa en un descanso abierto bordeando apenas el verde paraje de Qeuñapunku, a pocos minutos de la emblemática laguna lambramina de Taccata y del abra de Unchuchuca, ya sobre 4000 metros de altitud. Yanamula es liberada de su carga y junto a los caballos retoza buscando pasto e ichu verde.
Los viajeros dan curso a la merienda que aún se mantiene caliente, dentro de un pocillo de arcilla envuelto en una suisuna o mantel de tela blanca. Mote e hígado frito encebollado, para todos. Un rocoto verde asoma desde los pliegues de la suisuna.
Para apaciguar el frío brindan con el cañazo, avizorando una buena jornada, y piden a los Apus, a través de las tinkas, los guíen y acompañen. Aquilino saca una cajetilla de cigarrillo Inca, que se hace difícil prender por el viento que corre silbando entre pajonales y waraqos.
Casi al anochecer llegan a la cabaña y tras desensillar los caballos, coordinan el “arreo de vacas” de los días siguientes, saboreando un caldo de cordero recién beneficiado. Los cuatro jinetes, junto a Jesús y Pedro, hijo del vaquero, un espigado y ágil jovencito con labio leporino, juntan en tres días los vacunos diseminados en diversos parajes.
Toros matreros, cerreros, gordos, waqrasapas que se espantan al ver humanos, se esconden entre las rocas y no son tomados en cuenta. Vacas con crías, vaquillas y toretes están en la mira. Con lazos de cuero y huaracas de lana de oveja, llama o alpaca, unas tan vistosas como otras, los jinetes han arreado los vacunos y los han juntado en el gran corral de piedras y champas, fijado en las pampas de Qelqata.
Esa misma mañana, desde Tomacucho sale una numerosa y alegre caravana de lambraminos que acompañan a Laureano, Dora y sus hijos, con destino a Pucuta, donde hay una enorme cueva o machay, usada desde tiempos milenarios como estancia o tambo de descanso de pobladores de la zona y viajeros que vienen de Mariscal Gamarra, hacia Lambrama, Abancay, Cusco o Lima.
La caravana lleva todo lo necesario para armar una gran fiesta que durará una semana. Laureano hará su wacamarkay en los corrales de Pucuta. Sacos de papa y maíz, bolsas de arroz y fideo, cebollas, rocotos y asnapas. Ollas, platos y cubiertos. Cajas de cerveza cuzqueña, las de botella verde, aseguradas en mallas tejidas de cuero; botellas de vino Sauternes, del celofán amarillo; odres con chicha de jora y aguardiente de caña; libras de hoja de coca, son trasladados con extremo cuidado sobre el lomo de caballos y mulos, familiarizados con estos menesteres. Los hermanos Gómez, todos niños, van amarrados sobre caballos mansos y jalados por algún voluntario. Mamá Dora, cual ágil Amazona, latiguea su caballo pegada a papá.
El machay es acondicionado como residencia temporal con cocina, dormitorio y coso para los animales. Recuerdo que participaban los esposos Tiburcio Sánchez y Alberta; Nativido Kari y Saturnina; Angelo Huallpa y Justina; Leoncio Sánchez y Laureana; así como los atancaminos Clímaco Quispe y Cipriano Sarmiento y otros ahijados; además de Goyo y Andrés, hermanos de Laureano. También, Alberto Gamarra, leal acompañante que se dedicaba a domar los caballos chúcaros, con destreza envidiable.
En Qelqata, de madrugada, cuando el humo de la choza empieza a derretir el hielo y escarcha acumulados sobre el ichu del techo, y después de una lahua de chuño y mate de sotoma, se inicia un periplo al estilo del viejo oeste. “Arre mata. Waca caraju…” Las huaracas silban al chocar con el viento. La marcha viva de cuernos y pesuñas, levanta polvareda en la ruta hacia el corral de Pucuta, donde se hará el wacamarkay.
Laureano realizaba esta labor una vez al año, antes de carnavales, congregando a las trece familias de Marjuni y Payancca que usufructuaban, en condición de yerbajeros, los terrenos y pastos de la gran hacienda Pucuta, que había alquilado a la curpahuasina, Carmela Pelayo.
Los yerbajeros Chipana, Pumapillo, Amaro, Benito, Layme, Ortega y otros debían pagar el costo de haber pastado sus vacunos, ovinos y equinos, durante un año en los parajes de Qelqata, Ukuiri, Ccorota, Molino, Quiscaquisca, Esquinacorral, Charquío, Parccoccocha, Chaiñahuiri y en la misma Pucuta, con una vaca o un torete, o diez ovejas, que eran entregados durante el wacamarkay.