San Blas,
la iglesia de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Es uno de los objetivos más buscados para las fotografías que perennicen un recuerdo. Su belleza arquitectónica -aunque castigada por el paso de los años-, su céntrica ubicación y, sobre todo, la enorme carga histórica que sostiene, acumulada en muchos años ¿cuatrocientos?, relacionada con el pasado, presente y futuro de los lambraminos, las hacen única.
Su prestancia en primer plano, siempre con el azul lozano y nubes blancas del cielo serrano y el verde alegre de bosquecillos de eucaliptos y lambras en las praderas del entorno; las sombras que se dibujan en sus añejas paredes de cal y piedra; su incomparable vista de contrastes de la torre y sus tres emblemáticas campanas del Chincapum; son una gran atracción para propios y extraños.
No habrá lambramino que no se sienta orgulloso de su “iglesia colonial”, aunque no repare en su precariedad y vulnerabilidad a los daños, y no conozca su propia historia, pues no hay registros bibliográficos que nos acerquen a conocerla en toda su dimensión cultural. Se dice que fue construida en los años 1600, hace cuatrocientos años, y sigue incólume, aunque con las riesgos y advertencias descritas anteriormente. Aun así, es el orgullo de los waqrapukus.
Normativamente, la Iglesia San Blas de Lambrama, forma parte del Patrimonio Cultural de la Nación, pues está reconocida como Monumento Histórico del Perú, mediante RM 0928-80-ED, aunque parece lírica esa declaratoria, pues poco o nada se hace por su preservación o conservación. Se dice también que existe un perfil técnico en el ministerio de Cultura, esperando se declare Patrimonio Cultural, hecho que habilitaría las vías para su necesaria restauración.
Mientras tanto, no hay mano humana que pueda hacer algo al respecto, pues chocaría contra un monumento histórico. Tampoco hay un ente oficial que tome las decisiones para actuar, pues le falta precisamente eso: decisión.
Hace unas semanas estuve de visita en Lambrama y coincidió con el oficio de una Misa en honor a San Marcos, Patrono del pueblo. La iglesia cobijaba en sus bancas que ocupan un tercio del ambiente, a un buen número de lambraminos, escuchando al sacerdote que viajó desde Abancay para la celebración religiosa.
Por fuera y por dentro, sigue siendo la misma iglesia que rememoro de mi infancia, hace más de medio siglo. Algunos cambios y mejoras que no destacan. Paredes externas e internas que piden a gritos auxilio frente a la humedad y las raíces de los pastos que se enmarañan en sus grietas. El pasto y mala hierba invasores en las afueras, tratadas con singular respeto. Descuido y despreocupación ciudadana.
Para la ocasión, el “carguyoq” de la fiesta comunal se esmeró en vestir de flores y velas los interiores del altar, haciendo vistosa la imagen bien iluminada. ¿Flor de un día? Pero, el “pero” sigue machacando el pedido de auxilio de la iglesia lambramina.
La mirada de un experto podrá identificar el detalle de los daños y riesgos. Podrá plantear las acciones necesarias que permitan su mantenimiento y restauración, respetando los conceptos de monumento histórico, que es intangible.
Antaño, el techo era de teja que hacía armonía con la construcción de piedras. Los severos daños descubiertos en gran parte del tejado obligaron a las autoridades a optar por el cambio total y vistieron de calamina el monumento, afeando su arquitectura.
El lado derecho comulga con la escuela, más precisamente con el patio de honor, donde también hacíamos travesuras de deportistas novatos, de día o de noche, hasta que las luces de las once de la noche se apagaban por obra y gracia de las manos de don Cirilo o del tío Mario. La parte trasera de la estructura, también descuidada, es usada como depósito o corral de animales menores, por algunos vecinos.
El Altar Mayor que guarece imágenes de santos que los lambraminos adoran, luce el deterioro del descuido. El acceso al campanario es una escalera de riesgos latentes. A pesar de este detalle, el recordado Patita, era el artista del Chincapum, quien superando su discapacidad se trepaba a la torre, avisando a los lambraminos de una faena, una asamblea o del adiós de uno de ellos.
Se hace necesario que las autoridades locales y comunales tomen el toro por las astas, y mediante una campaña que involucre a los lambraminos diseminados en todos los confines, trabajen por lograr se declare Patrimonio Cultural. Los residentes lambraminos en Abancay, Cusco y Lima, que están organizados, deben incluir en su agenda esta tarea.
La iglesia San Blas, escenario de fiestas costumbristas, de uniones y adioses, de historias escritas y por escribir, es una joya arquitectónica olvidada que merece respeto y atención de los propios lambraminos. No solo es tomarse fotos y sentirse orgulloso, sino actuar. Ya es tiempo. A ver, ¿qué dice el alcalde Ignacio Chipana?