“Warmi tapukuy” en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
¿Cómo era antaño, el enamoramiento de los jóvenes lambraminos? ¿Cómo formaban pareja, cimentaban matrimonios y forjaban familia? ¿Cuáles eran las reglas que debían acatar? ¿Eran ellos quienes decidían con quién y cuándo dar el paso? ¿Había imposición de los padres?
A propósito, muy niño, en una actuación de los alumnos de la escuela fiscal, vi a una pareja de escolares ya mayorcitos, escenificar un enamoramiento, una promesa de amor, a través de las letras y sones de un carnaval o huaylía cotabambina: el Chinka chinka.
Trata de un drama amoroso que fija un acuerdo entre él y ella, tras cortejos, agarradas de mano, forcejeos coquetos, y miradas seductoras; para escapar del entorno familiar, en el que el muchacho no tiene la aprobación de los padres. Entonces, propone como salida, la fuga, perderse lejos de casa.
Ella, también enamorada, acepta y le entrega, en señal de compromiso, su lliklla de colores, una joya personal, casi su intimidad. Él recibe la prenda y con la misma pasión que siente, le jura que allí estará, a la hora acordada, para huir hacia la felicidad. "Chinkasunmi niwaqtiyki, chinka chinka, llikllachayta qopurayki, chinka chinka…”
Algo sucede y él no se presenta a la cita de amor y fuga. El doloroso desaire lo expresa ella lamentando la poca seriedad de su amante a quien recrimina, cantando en tono lastimero, maldiciendo su olvido, haberla abandonado en el frío de las punas y que no merece su amor.
¿Cuántos lambraminos habrán vivido su propia Chinka ckinka? ¿Cuántas familias de este pueblo amistoso, habrán vivido su propia novela personal? Así, nos remontamos a una costumbre que aún debe perdurar en algunas comunidades: el tapukuy o warmi tapukuy.
No hay literatura o narrativa que trate este tema con el rigor de un estudio antropológico, que permita conocer el detalle de un contexto social que, como muchas otras costumbres y tradiciones populares, van perdiendo espacio y lugar, dejando un hondo vacío.
La natural interacción entre una pareja de jóvenes con el mismo sentimiento, es decir, si estos ya se conocían, debía tener el consentimiento de los padres de ambos. De ser favorable, la pareja quedaba lista para unirse en matrimonio. Ello se consumaba tras sortear etapas que buscaban la integración de la familia, empezando por los padres que tras un acuerdo con tinka, cañazo, chicha y comilonas; con arpa y violín, se constituían en “compadres”.
En la primera etapa, el tapukuy (pregunta), el padre del varón buscaba a los futuros compadres para negociar el matrimonio de los hijos. Luego, el tupakuy (encuentro), el wiskakuy (encerrona) y el orqokuy (sacar de casa). Estos pasos se realizaban en plazos muy apretados, en unos días y terminaba con una gran fiesta de familiares y vecinos.
El cuadro se hacía dramático si el hombre joven, ya en edad casamentera, no consiguió pareja. Corría el riesgo de ser la burla de sus coetáneos, quienes en cuanta ocasión lo permita hacían notar esa situación con expresiones duras.
Entonces el padre entraba a negociar con un
vecino que tenía una hija soltera o viuda, para emparejar al solterón y salvar la
reputación de la familia y asegurar la continuidad de la prole.
El preocupado padre, ya ubicó a la “novia” y se plantea al futuro compadre, en medio de un convite rociado de cañazo, la unión de sus vástagos. Ofrece una dote de tierras, algunos animales y, sobre todo, la capacidad trabajadora y responsable de su hijo.
El padre de la novia –dicho sea de paso, esta no tenía ni idea de que su futuro estaba definiéndose entre tragos y comilonas-, acepta y coinciden en definir quiénes serán sus compadres en común, es decir, los padrinos de la próxima boda. La madre de la novia, seguramente recordando similar episodio en su juventud arroja, entre sollozos, lágrimas de resignación.
Tras este primer y definitivo acuerdo, en el que ya no hay marcha atrás, los “novios” son presentados en el “tupakuy” y luego son encerrados toda la noche en un cuarto “wiskakuy”, donde se consuma el acto sexual que será la llave para el matrimonio. La mujer, en un papel totalmente pasivo, recién conoce a su futuro esposo y no precisamente en una situación de expectativas y de proyección de planes, sino de trauma, que acepta sin miramientos.
Se sabe de casos en los que la mujer o el hombre huyeron del “wiskakuy” para nunca más regresar al pueblo, porque tenían otras pretensiones, dejando con los crespos hechos, y vestidos y alborotados, a los casi compadres.
Después del “wiskakuy”, la expectativa familiar y de los vecinos es creciente, que se alistan para la última etapa de los preparativos prematrimoniales, el “orqokuy” que es, según la tradición de entonces, la etapa que cierra las negociaciones.
El “wiskakuy” dio pase al matrimonio, por lo que la familia del varón debe sacar a la mujer de la casa de sus padres y llevarla a la nueva morada. Se dice que en el trámite actuaba un hombre disfrazado de zorro, para “raptar” a la novia, en la seguridad que no habrá escapatoria para el matrimonio que se debe realizar ese mismo día o al día siguiente. Historias de amor o desamor, de fugas y chinka chinkas, deben estar esperando ser contadas. Serían un lujo.
Tula Cajigas, y el tradicional Chinka chinka de Cotabambas.
Ah, Chinka chinka, es un canto al amor compuesto e interpretado por la cotabambina Tula Cajigas. Su versión original es una joya. Viva el amor, ¿Chinkarusun, sumac pashñacha?