martes, 5 de julio de 2022

Adiós, Claudio Barazorda

Adiós, Claudio Barazorda
Escribe: Efraín Gómez Pereira

Las populosas y estrechas calles de El Agustino, en Lima, por Puente Nuevo, donde reside una importante colonia de lambraminos, fueron inundadas de huainos y carnavales abanquinos, sorprendiendo a propios y extraños, en los finales de una fría tarde del mes de junio. 

El ataúd y el cortejo fúnebre que trasladaban los restos del atancamino, Claudio Barazorda Gonzales, hasta el camposanto Mafre de Huachipa, eran despedidos en calor y olor a música. El dolor de la familia y amistades que se congregaron, se vivía a ritmo de guitarras, acordeón y mandolina, emulando los despidos de Lambrama y Abancay, donde predominan el arpa y violín.

Claudio, artesano de la música apurimeña, mecánico, esposo y padre amoroso, había partido al viaje sin retorno convocando, como lo hacía en vida, a familiares, amigos y paisanos.

Emperatriz Villegas, su esposa; y sus hijos Edwin, Claudio, Sara, Roxana, todos profesionales bien logrados; sus hermanos y familiares, recibían las muestras del aprecio que Claudio había cosechado en su agitada existencia. Partía un buen hombre.

El lambramino sabía que se iba, por eso organizó, apenas semanas antes, un último viaje por su pasado, sus recuerdos y sus raíces en compañía de sus seres más cercanos. Fue a despedirse del Señor de Huanca, en Cusco; de las picanterías de Abancay, de sus predios, en Atancama; de los vientos gélidos de Taccata, en Lambrama.

En lo que más le gustaba hacer, y lo hacía con dedicación y disciplina, con el apego y comprensión de los suyos, recibió en su casa de Lima, a sus hermanos de su agrupación musical “Sentimiento Abanquino”, con quienes cantó y rasgó las cuerdas de su mandolina compañera, entonando canciones premonitorias, las mismas que eran su predilección. 
“Ya me despido, ya me estoy yendo lejos de tu lado, solo queda más que marcharme dejando a mi amada”, cantaría en una emotiva jornada domiciliara que retumbaron las paredes de su vivienda.

También se dio fuerzas para tararear acompañado de las voces y cuerdas de su grupo musical, las estrofas de su huaino favorito “Camioncito rojo y blanco no me lleves lejos. Un pedazo de mi vida se ha quedado”. Candadito, el huaino himno de Lambrama, era otra de sus canciones preferidas

Julio Pereira Aymara, primera voz y guitarra de la Agrupación Musical “Sentimiento Abanquino”, recuerda que la aventura artística se concretó en el 2019, en la ciudad de Huánuco, de manera circunstancial, entre un grupo de amigos que asistieron a las celebraciones del cumpleaños de uno de ellos.
Fueron sus integrantes iniciales y actuales, el desaparecido Claudio Barazorda, como director y mandolina; Julio Pereira, Leo Chipana, Eulogio Yarire, Genaro Quispe, Genaro Riveros, Marcelina Medina y las hermanas Vilma y Fabiana Villegas.

Julio, abanquino de raíces lambraminas, advierte que será muy difícil llenar el vacío dejado por Claudio. “En su memoria, como un homenaje a su don de generosidad, seguiremos trabajando en la línea trazada”, afirma. “Un amigo y compañero de la música nunca se va, vivirá por siempre en nuestros corazones”, testimonia dolido.

Mario Chuima Ayala, su cuñado, lo recuerda como un gran ser humano, un amigo y hermano mayor consejero. “Era el centro de la familia, el natural convocante de los hermanos, primos, sobrinos”, rememora con pesar. Zoilo Gamarra, dirigente de los lambraminos en Lima, a su vez destaca el carácter participativo y jovial del músico, en varias jornadas convocadas en Lima.

La familia Barazorda Villegas, al anunciar la muerte del patriarca ensayó “Estamos muy agradecidos con Dios por los años que nos permitió disfrutar de su compañía y amor. Su partida deja un vacío irremplazable, pero su legado y espíritu continuarán por siempre en el corazón de todos los que lo amamos”. Descansa en paz, Claudio.