lunes, 7 de febrero de 2022

Adiós, Patita, entrañable lambramino

Adiós, Patita, entrañable lambramino
Escribe, Efraín Gómez Pereira

El persistente timbre del teléfono me despertó a las cuatro de la mañana. Genaro Gómez, del grupo Amigos de Patita, me da la noticia no querida, no deseada, aunque esperada y real. Bautista Tello Teves, el emblemático y entrañable Patita, había partido al viaje sin retorno.

Me sacudí del sueño y recordé que apenas unas horas antes había hablado con Dino Pereyra, otro integrante de Los Amigos, sobre esta probabilidad, dada la grave situación de salud del viejo. No lo quise creer. Humano es sentir y sentir por alguien querido es más humano. Lloré en silencio, por Patita, por el viejo campanero, por el amigo querido por todos.
Patita ya descansa en su pueblo, Lambrama. 

En el trascurso del día, seguimiento a las coordinaciones del ajetreo formal para retirar los restos de Bautico del hospital de Abancay y trasladarlos a Lambrama. Llamadas con amigos comunes, con Amadeo, Zoilo, Juan Carlos, José, Martín, Ubaldina, los amigos de la Promoción 83 del colegio de Lambrama, la reacción masiva en las redes, confirmaban que el dolor de la muerte de Patita sacudió a todos los lambraminos.

Dino y Genaro, junto con Virginia, la hija, suman fuerzas con Matilde, Mercedes, Anatolia, Honorato, Hilda, Margarita, Rosa y otros más, para hacer lo que en estos casos se hace. Gestiones, protocolos, llamados, solidaridad. Así, la respuesta de los lambraminos en Lambrama, Abancay, Cusco y Lima, se hizo evidente de inmediato. Virginia no estaba sola. El municipio provincial de Abancay expresaba su pesar a la familia, a través de una esquela.

Las tradicionales y necesarias “chanchitas” solidarias sumaron soles y apuntaron un escenario de tranquilidad en el lado económico. Los amigos dijeron presente.
En Lambrama el pueblo golpeado por la infausta noticia se movilizó raudamente. La explanada de la iglesia San Blas se preparó para recibir los restos del campanero. El municipio distrital, habilitó un espacio en el cementero para el descanso de Bautico, en reacción oportuna del alcalde Hilario Saldívar. 
En calor de sus paisanos, en su última morada.

El pueblo organizado acordó usar un nicho provisional prestado por Anaclo, mientras el mismo pueblo, al que quiso Bautista, le levanta uno perenne, de varios pisos, que acogerá a otros viejitos de Lambrama, a aquellos que deben ser recordados como lo hacen con Patita.

Las mamachas lambraminas, los paisanos, jóvenes y viejos, respetando todos los protocolos que exige la situación actual, acompañaron a Bautista en su último paseo hacia el panteón del pueblo, con jarrones de té piteado, con comida comunal compartida entre todos quienes, desde lejitos físicamente, pero abrazados de corazón a corazón, asistieron a una jornada memorable, dolorosa pero memorable. Antes de llegar al panteón, Patita visitó su casa de Pampacalle, acompañado de la música de los Piteros renovados.

Cuánto me hubiese gustado estar ahí, contigo Patita. Para sollozar, para llorar en tu adiós, para decirte cuánto te he querido viejo lindo, para decirte cuánto te quieren todos tus paisanos, eterno artista de la pureza humana, de la humildad, de quien nunca dijo no, a nada ni a nadie.
Despedido con el Chinkapun de la iglesia San Blas de Lambrama. 

Te ha despedido tu pueblo, en olor a arrayanes y cumayos, con tinkas de cañazo curado y chicha, con los sones de los Piteros, los Karatakas, que eran tu alma musical. Las campanas de San Blas, tus amigas de toda la vida han llorado como nunca antes, en ritmo de Chinkapun, de las manos de Domingo, tu sucesor.

Fuiste grande en tu humildad. Un tremendo artista a pesar de tu discapacidad. Fuiste un hermano mayor para muchos lambraminos que te recuerdan matraqueando en las calles de Chacapata, Uraycalle, Michihuarkuna, Chimpacalle, Chucchumpi. Fuiste el veterinario castrador de animales menores, el bombero de los Piteros, el talabartero, un multioficio sin igual.

Lambrama, que en los últimos años parece que te había olvidado, relegado en tu pobreza en Abancay, ha sido remecido como por un temblor y llora tu partida, y en tu honor, eleva plegarias y cánticos, ayatakis y sangregorios, como los que cantabas en tu particular estilo. Los wakrapukos están dolidos.
Así te recordamos, con tu inseparable casco y sensible humildad.

Revisando mis archivos fotográficos te veo con tu casco eterno y tus andrajos que lucías con orgullo en el velorio de Laureano, mi padre, hace más de una década. Te veo en el panteón del pueblo, cantando con tu voz entrecortada, sentidos ayatakis por el descanso del señor de Tomacucho.

Descansa Patita, viejo y querido lambramino. Nos dejas como herencia tu don personal de servicio sin exigencias, tu corazón abierto. Muy pronto te trasladarán a tu nicho a donde llevarte salmos, flores y velas. Quisiera verte erguido con tu bombo, en un monumento levantado frente al atrio de San Blas, en la plaza de Lambrama. “Chinkapun, chinkapun… Patita wiñaipak chinkapun…”

martes, 1 de febrero de 2022

De pastoreos y akatanqas en Lambrama

De pastoreos y akatanqas en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Un recuerdo de infancia me traslada a la época de vacaciones en la escuela fiscal de Lambrama o en el Miguel Grau de Abancay. Como hijo de un empresario ganadero, los meses de verano estaban destinados al pastoreo de toros y machorras que don Laureano, debía llevar a los camales de Abancay o a los centros de engorde en Cañete y Lima.

Muy temprano, después de un nutritivo desayuno, que en el transcurso de los días combinaba una generosa y variada mesa con salteados de huachalomo a la chorrillana, leche fresca, café pasado, mote, choclos, cancha, papa sancochada, apetitosas lawas de maíz, chuño o chochoca, pedacitos de cachicurpa y panes chuta de la panadería Milla, la jornada se prestaba hacia la aventura.
La akatanqa puede empujar bolas de estiércol de hasta 50 veces su peso, y es un gran aliado de la naturaleza. (Foto de Internet)

Un portaviandas de fierro enlozado de tres pisos, nos acompañaba con un apetitoso kokau, cocaví o refrigerio compuesto de mote, carne o hígado frito y queso al que se le debía dar curso, justo cuando el sol escondía las sombras; es decir, al mediodía. 

A veces se llevaba en una suisuna blanca, limpia y bien amarrada que conservaba caliente la miski mijuna. Cuando los pastoreos se realizaban muy cerca a la población, el almuerzo nos llegaba calientito en manos de las “chicachas”, que ayudaban en los quehaceres de casa.

Los astados de diferentes pesos y colores como allkas, yanas, pukas, misitus, barrojos, murus, o con características como los keles, wekros, lonkos, lombas o wakrasapas, que habían sido adquiridos en diferentes estancias alejadas, en jornadas que duraban semanas, eran custodiados en el potrero de Occopata, en las afueras del centro poblado.

Con Lino, Albino, “Juvecha”, “Cholocha”, “Acchiruntu” y otros mozalbetes de la vecindad, compartíamos la responsabilidad de cuidar los vacunos durante todo el día, mantenerlos unidos y a la vista, impedir que hagan “daño” en las chacras cercanas y luego, al chirriar de los jesjentos, regresarlos y ponerlos a buen recaudo en los corrales, y repetir la rutina hasta que el camión de carga los lleve a su destino final: el matadero.

El recuerdo de los pastoreos, me lleva a los hermosos parajes de Jukuiri y su ladera; Cuncahuacho y sus explanadas; Huecce y sus rodaderos de piedra; Ccahuapata, Ccaraccara y Uncapata, y sus uncas, tastas y pastos frescos en abundancia; Tanccama y su riqueza forestal, lugares donde además del encargo dábamos rienda suelta a los juegos de niños aliados con la naturaleza para, en un mar de imaginación, hacer uso de los recursos que la tierra, el bosque, el campo ofrece a raudales.

Ejemplares de la ganadería Sarmiento Puma, en Atancama. 

Hacíamos de osados pistoleros, guerreros con semillas y huaracas, Tarzán de los monos, cazadores de pajarracos y cuculíes, arquitectos y constructores de carreteras y puentes, coleccionistas de semillas y frutos silvestres como la “machamacha” que alguna vez nos provocó una severa intoxicación, que fue curada con una sal de soda, recetada por el sanitario del pueblo, el recordado Leoncio Yupanqui.

Pero hay un juego que rememoro con cierto escepticismo, del cual no tengo explicación válida o justificable. Juntar escarabajos peloteros o akatanqas, para hacerlos padecer en sacrificio inhumano, que a veces provocaba su muerte lenta. La akatanqa, coleóptero que se alimenta de las heces frescas de vacunos abunda en los predios lambraminos, como en todo el mundo, y se aparece en pequeños enjambres cuando hay manadas de vacunos, que dejan cantidades de excremento por doquier.

Esperábamos a que formen sus bolas o pelotas de heces, y cuando los están empujando a un lugar fresco para enterrarlas, les quitábamos con un palito de chuyllur para ponerlos en lugares de difícil acceso para los insectos. El gozo era en ver cómo las akatanqas, solas o en pareja, trataban de recuperar su alimentos, su hogar, el futuro de sus crías.

El juego se hacía aún más cruel, porque sus patitas y alas eran arrancadas solo para mirarlas cómo se sacudían en la tierra, con desesperación. Las risas eran crueles, los juegos “naturales”.

Teníamos total desconocimiento de los beneficios ambientales que generan. Su importante valor como activador de nutrientes y suelos, reductor de emisiones de dióxido de carbono, controlador de parásitos y dispersor de semillas, eran letra muerta en nuestra ignorancia.

Hoy sabemos que las akatanqas, se encuentran en riesgo de extinción, no precisamente a causa de la crueldad de los juegos infantiles de niños lambraminos, sino porque en el mundo, están desapareciendo las prácticas tradicionales de ganadería, el abandono de entornos rurales y la crece contaminación del estiércol con productos veterinarios.

La Unión para la Conservación de la Naturaleza, señala que 20% de estas especies están en riesgo de extinción. “La transformación de pastizales en terrenos agrícolas, niveles insostenibles de ganadería intensiva, uso indiscriminado de productos veterinarios, son amenazas”, advierte el organismo internacional.

Reclama que es necesario mejorar el uso de productos para el control de parásitos. “La diversidad de escarabajos peloteros depende de la variedad del paisaje y mamíferos, la disponibilidad de excrementos no contaminados de herbívoros. Una mejor gestión de los animales domésticos es clave para conservar la biodiversidad del suelo y garantizar ecosistemas saludables en el futuro”, afirman los expertos.

Entonces, cuando veamos una akatanqa rodando sus bolas, de hasta 50 veces su peso, respetémosla, porque está empujando el futuro de su especie, el alimento de la madre y de sus larvas que crecerán dentro. Su desarrollo formará parte de las especies que, a pesar de su tamaño minúsculo, son benéficos para el medio ambiente, para la naturaleza, algo que los humanos, no sabemos valorar.