Adiós, Patita, entrañable lambramino
Escribe, Efraín Gómez Pereira
El persistente timbre del teléfono me despertó a las cuatro de la mañana. Genaro Gómez, del grupo Amigos de Patita, me da la noticia no querida, no deseada, aunque esperada y real. Bautista Tello Teves, el emblemático y entrañable Patita, había partido al viaje sin retorno.
Me sacudí del sueño y recordé que apenas unas horas antes había hablado con Dino Pereyra, otro integrante de Los Amigos, sobre esta probabilidad, dada la grave situación de salud del viejo. No lo quise creer. Humano es sentir y sentir por alguien querido es más humano. Lloré en silencio, por Patita, por el viejo campanero, por el amigo querido por todos.
En el trascurso del día, seguimiento a las coordinaciones del ajetreo formal para retirar los restos de Bautico del hospital de Abancay y trasladarlos a Lambrama. Llamadas con amigos comunes, con Amadeo, Zoilo, Juan Carlos, José, Martín, Ubaldina, los amigos de la Promoción 83 del colegio de Lambrama, la reacción masiva en las redes, confirmaban que el dolor de la muerte de Patita sacudió a todos los lambraminos.
Dino y Genaro, junto con Virginia, la hija, suman fuerzas con Matilde, Mercedes, Anatolia, Honorato, Hilda, Margarita, Rosa y otros más, para hacer lo que en estos casos se hace. Gestiones, protocolos, llamados, solidaridad. Así, la respuesta de los lambraminos en Lambrama, Abancay, Cusco y Lima, se hizo evidente de inmediato. Virginia no estaba sola. El municipio provincial de Abancay expresaba su pesar a la familia, a través de una esquela.
Las tradicionales y necesarias “chanchitas” solidarias sumaron soles y apuntaron un escenario de tranquilidad en el lado económico. Los amigos dijeron presente.
En Lambrama el pueblo golpeado por la infausta noticia se movilizó raudamente. La explanada de la iglesia San Blas se preparó para recibir los restos del campanero. El municipio distrital, habilitó un espacio en el cementero para el descanso de Bautico, en reacción oportuna del alcalde Hilario Saldívar.
El pueblo organizado acordó usar un nicho provisional prestado por Anaclo, mientras el mismo pueblo, al que quiso Bautista, le levanta uno perenne, de varios pisos, que acogerá a otros viejitos de Lambrama, a aquellos que deben ser recordados como lo hacen con Patita.
Las mamachas lambraminas, los paisanos, jóvenes y viejos, respetando todos los protocolos que exige la situación actual, acompañaron a Bautista en su último paseo hacia el panteón del pueblo, con jarrones de té piteado, con comida comunal compartida entre todos quienes, desde lejitos físicamente, pero abrazados de corazón a corazón, asistieron a una jornada memorable, dolorosa pero memorable. Antes de llegar al panteón, Patita visitó su casa de Pampacalle, acompañado de la música de los Piteros renovados.
Cuánto me hubiese gustado estar ahí, contigo Patita. Para sollozar, para llorar en tu adiós, para decirte cuánto te he querido viejo lindo, para decirte cuánto te quieren todos tus paisanos, eterno artista de la pureza humana, de la humildad, de quien nunca dijo no, a nada ni a nadie.
Te ha despedido tu pueblo, en olor a arrayanes y cumayos, con tinkas de cañazo curado y chicha, con los sones de los Piteros, los Karatakas, que eran tu alma musical. Las campanas de San Blas, tus amigas de toda la vida han llorado como nunca antes, en ritmo de Chinkapun, de las manos de Domingo, tu sucesor.
Fuiste grande en tu humildad. Un tremendo artista a pesar de tu discapacidad. Fuiste un hermano mayor para muchos lambraminos que te recuerdan matraqueando en las calles de Chacapata, Uraycalle, Michihuarkuna, Chimpacalle, Chucchumpi. Fuiste el veterinario castrador de animales menores, el bombero de los Piteros, el talabartero, un multioficio sin igual.
Lambrama, que en los últimos años parece que te había olvidado, relegado en tu pobreza en Abancay, ha sido remecido como por un temblor y llora tu partida, y en tu honor, eleva plegarias y cánticos, ayatakis y sangregorios, como los que cantabas en tu particular estilo. Los wakrapukos están dolidos.
Revisando mis archivos fotográficos te veo con tu casco eterno y tus andrajos que lucías con orgullo en el velorio de Laureano, mi padre, hace más de una década. Te veo en el panteón del pueblo, cantando con tu voz entrecortada, sentidos ayatakis por el descanso del señor de Tomacucho.
Descansa Patita, viejo y querido lambramino. Nos dejas como herencia tu don personal de servicio sin exigencias, tu corazón abierto. Muy pronto te trasladarán a tu nicho a donde llevarte salmos, flores y velas. Quisiera verte erguido con tu bombo, en un monumento levantado frente al atrio de San Blas, en la plaza de Lambrama. “Chinkapun, chinkapun… Patita wiñaipak chinkapun…”