“ERRANTES hasta la muerte”
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Letras sentimentales, lastimeras, fáciles de memorizar, recordar y tararear. En más de 50 años de actividad prolífica, ha logrado lo que muy pocos grupos musicales, sobre todo del huayno andino, han hecho: universalizar el huayno, ponerle terno al huayno, hacer que muchas generaciones de peruanos hayan, hayamos sucumbido, ante sus lamentos y dolores, sus chispas y bromas, cantadas a ritmo de huaynos y yaravíes, al son de una guitarra de sonido muy particular.
"Amigos desde la infancia, hermanos en la juventud. Errantes hasta la muerte, Antonio, Plinio y Gilberto", dice una de sus canciones más gustadas. Y este párrafo premonitorio cierra, con la reciente muerte de Plinio Mogrovejo, el capítulo final en la historia de uno de los grupos musicales más exitosos y reconocidos en todo del Perú y en otras latitudes: Los Errantes de Chuquibamba.
Recuerdo de niño, en casa de Tomacucho, estar pegado a un enorme aparato receptor de color blanco con botones y listones marrones, de marca Nordmende, que hacía brotar las canciones de Los Errantes, desde una trasmisión originada en Radio El Sol, de Lima; o en Radio Tahuantinsuyo, de Cusco.
“Paloma blanca, blanca paloma, por qué pretendes abandonarme”, decían las voces pegajosas de Plinio y Antonio, sacudiendo las emociones de un infante que silbando las tonadas o intentando cantarlas, buscaba río arriba algunas truchas para el desayuno.
Ya en Lima, un jovencito lidiando en la universidad, no podía despegarme del huayno. Una radio casetera Nivico, dormía conmigo, para dejarme escuchar a las cuatro o cinco de la mañana, en horario casi clandestino, programas folclóricos donde Los Errantes, competían por aparecer en las ondas Radio Agricultura, con otros grupos tan igual de exitosos: Los Campesinos, Los Heraldos, Los Puquiales, Trío Ayacucho, Los Chankas, y otros, cuyas canciones nos aferraban al terruño, al cielo azul y verdes praderas de Lambrama, inolvidable.
Tan sentimentales son los temas de este trío Patrimonio de la Nación, que Hernán, un sobrino muy querido, hoy un alto oficial del Ejército, cuando tenía apenas seis años, lloraba sin consuelo escuchando: "Ay patito, patito fiel compañero, sigamos igual camino, aunque perdamos la vida". Increíble.
De hecho, “Patito” debe ser una de las composiciones más populares de los chuquibambinos, en cuya memoria y reconocimiento la plaza de esa ciudad arequipeña, cobija en lugar preferente el monumento con las estatuas de los tres “Errantes hasta la muerte”.
“Una paloma sobre una rama, abre su pico para cantar, la rama tiembla como quien dice: Ay tú no sabes lo que es amar”. “Cae el árbol más frondoso, el edificio más alto, Ay justo cielo”. “Soy uno más en tu vida, un pasajero en tu camino”, letras que evocan sueños y vivencias universales que convertidas y cantadas en huaynos, han quedado como un legado imborrable para quienes queremos y valoramos la música andina.
El exitoso Trío ha recorrido todo el Perú, desde 1962 y ha grabado más de trescientas canciones. Una última presentación del grupo en público, ya incompleto, se produjo en 2010.
“Era la década del 30 cuando Antonio Alarcón, Plinio Mogrovejo y yo, recorríamos los campos y las calles de Chuquibamba sin más preocupaciones que el juego y la palomillada, interrumpidos tan solo por el estricto horario de la Escuela o del Colegio donde aprendíamos las primeras letras, sin haber pasado por nuestra imaginación ni como una fugaz idea que llegaría el día en que nuestras voces, y nuestras guitarras pudieran unirse en una canción y que se escuche a los cuatro vientos y que en alguna forma queden como prueba y constancia de nuestra existencia en este mundo”, recordó alguna vez Gilberto Cueva.
La muerte de Plinio, nos permite evocar, con emocionada gratitud, o con lágrimas incontenidas como confiesa el poeta abanquino Hermógenes Rojas; a los legendarios Antonio Alarcón, fallecido en 1995; a Gilberto Cueva, fallecido en 2010 y al sucesor de Antonio, Jaime Silva, fallecido en 2018.
El mejor homenaje que les podamos hacer es emprender un “viaje imaginario” hasta Chuquibamba, en Condesuyos, Arequipa, como “un pasajero en tu camino”, subiendo por el fecundo valle de Majes, hasta detenernos en la subida de Ongoro, para degustar un chupe de camarones.
Luego de una pausa rociada con pisco de casa, convertido en “tragos amargos”, jugando con un “patito”, o volando por los cielos de Aplao, como una “paloma blanca”, que sobrepasa las nubes y nevados del Coropuna, encomendándonos a la “virgencita de Chapi”, en una “noche mistiana” que nos quebrará “llanto por llanto” por culpa de una “Chuquibambinita”, donde quizás podamos hallar “nuestro destino”. Así sea.