miércoles, 30 de diciembre de 2020

El drama de los abandonados en Lambrama

El drama de los abandonados en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Fernando y Sayla, son adultos del distrito de Lambrama, en Abancay, que forman parte de las nefastas estadísticas de personas con discapacidad que viven marginadas, olvidadas, abandonadas o amarradas para que “no (se) hagan daño”, sin que los programas sociales o las autoridades reparen en este drama, que está ahí, con ellos.

Son dos casos, que por causa de la ignorancia de sus padres o el desinterés de su entorno, quizás ni estén inscritos en el Registro Nacional de Personas con Discapacidad, del Instituto Nacional de Estadística e Informática – INEI, que para el caso de este distrito tiene, a noviembre del 2020, registrados a un total de 59 personas en esa condición, 37 varones y 22 mujeres. Apurímac registra 6925 casos. Por provincias: Abancay 1807, Andahuaylas 2733, Chincheros 942, Aymaraes 649, Grau 363, Cotabambas 242, Antabamba 189. Obviamente hay más casos no registrados, desconocidos, anónimos, escondidos. 
Fernando y Sayla, requieren atención. Un reto para las autoridades y profesionales lambraminos. 

En Lambrama, este drama, esta dura realidad, va de la mano con los elevados niveles de pobreza y pobreza extrema enraizados en el distrito y 19 sus comunidades, donde el Gobierno da la cara de manera relativa y marginal, a través de programas sociales destinados a mitigar en algo las falencias de la presencia estatal, y de las apremiantes necesidades de miles de comuneros que arrastran la pobreza desde siempre. ¿Para siempre?

La regidora provincial Rufina Sarmiento, natural de Lambrama, reveló los casos de Fernando Mota Kari, 52 años, y de Sayla Huallpa Gamarra, 32 años, a quienes ubicó a través de la subprefecta distrital, Ignacia Villegas. Los familiares de ambos recibieron apoyo con víveres y el ofrecimiento de coordinaciones con el personal del Centro de Salud del distrito para hacer el seguimiento correspondiente. Más aun en esta época de emergencia sanitaria.

Fernando vive con sus padres ancianos, la madre sorda, en el sector de Paccaypata. Permanece fuera de casa en el día, amarrado a un arbusto, en una situación deplorable, como un animalito herido, descuidado. Ni siquiera intenta escapar. Las dificultades que los padres deben afrontar para atenderse a ellos mismos, se hacen más penosos con el caso de su hijo. En su ignorancia y sus limitaciones, se ven precisados a “asegurar” a Fernando “para que no se haga daño”.

Fernando vive su propio mundo. Ajeno a su entorno. Sabe, sin embargo, que tiene que estar amarrado, porque sus padres así lo decidieron. Sabe que debe comer en algún momento del día y espera el plato de comida. Sabe que debe hacer sus necesidades y avisa con gestos. Muchas veces el aviso se hace cuando ya no hay remedio, sumando dolor al drama diario. 

La madre, recuerda entre lágrimas que hace dos años pidió apoyo, sin respuesta, a las autoridades del distrito. Hoy vive resignada, “hasta que nuestro Señor Dios decida”.

En tanto, Sayla Huallpa Gamarra, lambramina de 32 años, vive encerrada en un cuarto, “porque se puede ir a cualquier parte”. Para sus padres es una gran preocupación, porque si tiene ocasión, al menor descuido, da un paso, dos y se encamina sin rumbo, buscando algo en la plaza del pueblo, sometida a los riesgos. Deambula por las calles, por las carreteras, exponiendo al peligro su propia integridad, su situación de discapacidad, su condición de mujer joven e indefensa. 

En su ignorancia y pobreza, los padres sin apoyo ni orientación, entienden que un candado es más seguro y confiable. Esa “confianza” hace que Sayla, en su aislamiento, haga sus necesidades en su mismo cuarto, recibiendo las reprimendas paternas. No entiende lo que pasa. Solo ríe. Mira lejos, hacia los cerros, concentrada, ensimismada, la mirada perdida. Es una muestra de miles de Sayla que viven esta realidad en el Perú.

La regidora Rufina Sarmiento expuso estos casos ante la sesión del Concejo Distrital de Lambrama, y solicitó atención para las personas vulnerables del distrito y sus comunidades, diseñando estrategias humanitarias o creando un área específica para tal fin. “Solo encontré como respuesta la indiferencia, la inoperancia, la insensibilidad de las autoridades”, revela con real y evidente molestia.

Es necesario generar un programa distrital que destine recursos y atención a personas con discapacidad, adultos mayores, personas en abandono, huérfanos, con problemas de alcoholismo. Para ello, es urgente levantar una base de datos sobre este sector abandonado de nuestra población. 

Si los programas sociales no lo pueden hacer, o lo hacen a medias, si las autoridades locales son indiferentes; entonces los centros sociales, las organizaciones de residentes lambraminos en Lima, Cusco, Abancay y otras ciudades, deben asumir este reto. Ya lo vienen haciendo con Patita, con muchos lambraminos en pandemia. 

Hay una rica y enorme veta social que requiere de una mirada humanitaria, comprometida. Reto para los profesionales lambraminos e hijos de lambraminos, que son muchos y aun no ponen su cuota de apoyo por el pueblo que los vio nacer; para los empresarios de esta tierra que han progresado en otros lares. Por lo menos hagamos el intento. Nos sentiremos bien.

martes, 29 de diciembre de 2020

"Atentado cultural" contra la Iglesia Colonial de Caype

“Atentado cultural” contra la Iglesia Colonial de Caype
Escribe, Efraín Gómez Pereira

¿Puede el ministerio de Cultura, responsable de “realizar acciones de conservación y protección del patrimonio cultural”, romper techos y paredes, borrar legados, distorsionar patrimonios culturales de la Nación? ¿Quién o quiénes deben responder por lo que la Dirección Regional de Cultura de Cusco ha hecho con la torre de la Iglesia Colonial Santa Isabel de Caype, en Lambrama?

La natural originalidad de la cuatricentenaria e histórica torre, de vistosas paredes de cal y piedra, ha sido desnaturalizada por el proyecto de “Restauración y puesta en valor del Monumento Histórico Artístico Iglesia de Caype”, a cargo de la Dirección Regional de Cultura de Cusco. Las paredes de la torre han sido cubiertas de pintura blanca y la cúpula, también histórica, tirada al suelo y cambiada por un falso techo de tejas. Las imágenes que acompañan esta nota son la evidencia. ¿Abuso y prepotencia?
Antes y hoy se la torre de la Iglesia Colonial de Caype. 
Se trata de un atentado sin nombre, contra un patrimonio cultural de la Nación, y lamentablemente cometido por el ente oficial que debe custodiar, respetar, valorar y preservar nuestra riqueza cultural y arquitectónica, como es la Iglesia Colonial Santa Isabel de Caype.

Preocupado por este lamentable hecho, el alcalde del distrito de Lambrama, Hilario Saldívar Taipe, ha convocado a sus paisanos de Caype y Lambrama, residentes en Abancay, a una reunión de urgencia para el próximo domingo, 3 de enero, a fin de  acordar las medidas necesarias que la situación amerita.

La “restauración” de la iglesia ha desnaturalizado la arquitectura histórica de la torre que data del siglo XVII, y debe detenerse de inmediato para que se realice una evaluación e investigación exhaustiva a fin de señalar responsables y disponer la recuperación de su original característica. Sugerimos a la Municipalidad de Lambrama, plantee una Acción de Amparo, que sería un buen paso.

Precisamente por su valor histórico, su tradición y su capacidad de masiva y tradicional convocatoria a las festividades de la Virgen de Santa Isabel de Caype, el Templo fue declarado como Patrimonio Cultural de la Nación, el 15 de octubre de 1974, mediante Resolución Suprema Nº 505-74-ED, que le reconoce como Monumento Histórico Artístico.

El templo fue construido por una legación de curas Jesuitas, en los años 1600. En la edificación de una sola nave, se usó la roca basáltica y su fachada presenta una capilla abierta con balcón entablado y es considerada joya arquitectónica, arqueológica, religiosa e histórica. La torre tiene cinco campanas, y el templo en sus interiores alberga lienzos de la pintura cusqueña.

La Iglesia Colonial de Caype, recibe todos los años, en los primeros días de julio, una peregrinación importante de feligreses y creyentes de todo el país, que asisten a las celebraciones de la Fiesta de la Virgen Santa Isabel de Caype, convertida en una jornada tradicional que ha cumplido 403 años, una de las fiestas religiosas más longevas del país y del mundo.

La versión histórica que explica la razón de su construcción en ese alejado centro poblado, nos acerca al diplomático e historiador boliviano Marcelo Arduz Ruiz: “A pocos años de que erigiera el famoso Santuario de Cocharcas, surge en el corazón de otro nativo de la comarca vecina, el deseo de llevar una imagen de la Virgen de Copacabana hasta su pueblo natal. El indio Clemente, una vez reunido el dinero requerido, en 1617 partió hacia la población de orillas del Titicaca, encargando a uno de los discípulos del Inca Yupanqui, don Sebastián Acosta Túpac Inca, la realización de una talla menor que la original, para cargarla en sus hombros durante la larga travesía que le esperaba. 

Luego de recorrer diversas poblaciones del altiplano pidiendo limosnas para edificarle un templo, partió a pie desde Copacabana con la imagen en sus hombros, pensando llegar hasta Huancayo. Sin embargo, tras agobiantes meses de peregrinación, en las proximidades de Lambrama, entre el camino que va del Cusco a Ayacucho, mucho antes de llegar a su destino, y justamente en momentos en que se le había agotado todas sus fuerzas, cuenta la tradición que la Virgen le habló y en quechua -que era el único que el indio conocía- le dijo: «Caype» (aquí) pidiéndole que le edificara su templo en aquel lugar, desde entonces fue bautizado con este nombre”.

martes, 22 de diciembre de 2020

"Niño Velacuy", en Lambrama

“Niño velacuy”, en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Recuerdo la casa de Tomacucho en Lambrama. En la habitación de mis padres había un baúl gigante de madera, ajustado con flejes y correas de cuero repujado. Estaba asegurado con un candado dorado. Era una reliquia infranqueable.

Guardaba libros y cuadernos con apuntes, medallas, monedas de plata 9 décimos, cubiertos de alpaca, peines, tijeras, hilos, agujas, recuerdos. Detalles que no eran de uso diario estaban ahí, a la espera de su momento para salir y lucirse en “ocasiones especiales”.
Plaza de Lambrama, pueblo donde se celebra el Niño Velacuy

Alguna vez hurgando sus interiores me topé con un manojo de sobres y tarjetas de invitación, finamente diseñados. El sobre era blanco y la tarjeta color humo. Decía: “Laureano Gómez Chuima, Dora Pereira Tello e Hijos, invitan a usted y familia a la celebración de la Navidad del Niño, en esta su casa…”

Este recuerdo me lleva a la Navidad de hace cincuenta años en Lambrama. El principal acontecimiento del mundo cristiano, la llegada del Niño Jesús, era celebrado en una jornada denominada “Niño Velacuy” y convocaba a las familias que venían de otras ciudades, a los vecinos, en un recogimiento de reencuentro y perdones.

En un pueblo campesino, donde las actividades religiosas estaban marcadas en el calendario anual, no había Misa semanal en la iglesia. Solo en fechas especiales se rezaban Rosarios, con asistencia masiva de pobladores de todas condiciones. Todos convocados por la misma fe; arrodillados ante la misma imagen del Patrón Santiago en la iglesia San Blas, hasta donde llegaban llamados por las campanas del “chincapum” de Patita.

Para la Navidad, al igual que para otras festividades populares y religiosas, había un responsable de organizar las celebraciones: el Carguyoc. Este se encargaba de la Misa del 24, de la procesión del Niño hacia su domicilio, del recibimiento del 25 “Niño Velacuy”, hasta la Bajada de Reyes, en ambiente de música tradicional, cánticos en quechua y baile. Arpa y violín. La comida típica, abundante y variada; chicha, ponche y té macho, eran parte importante.

En el patio de la casa lambramina, se levantaba una ramada de retamas, carrizos e ichu, para dar cobijo a la imagen del Niño Jesús, de tez rosada y mirada celeste, pulcramente ataviado con ropa blanca, cintas de colores, un huairuro en la muñeca, y encamado en una cuna de madera, el tradicional “kirau”; así como para favorecer de sombra a los visitantes, que eran muchos.

La Misa del 24, la oficiaba un párroco de Abancay, que llegaba especialmente para ese acto. La iglesia lucía atiborrada de feligreses. Pobre de aquel que se atreviera ir con ropa sucia o desordenada. Las señoras de los mistis, los regresaban a casa a ponerse limpios y estar presentables para El Niño.

El cura se explayaba en un sermón que superaba las razones de la Navidad, y llamaba a la disciplina, al orden, a la limpieza, a evadir el pecado y vivir para el Señor. Rostros campesinos enjutos, casi auto flagelados por las culpas, escuchaban en silencio, cabizbajos, con el sombrero sujetado entre manos, mirando sus ojotas que apretaban sus pies recios, con callos y cicatrices de mil batallas.

Los cánticos en quechua rememoraban el nacimiento del Niño. Bajo el Altar, cirios y velas de diferentes tamaños y colores competían en dar brillo. Floreros de arcilla, abrazaban ramos de rosas, claveles, margaritas, cumayos de hermosas tonalidades. Las bancas talladas artesanalmente, ocupaban la mitad del salón y daban descanso a las mujeres. Los hombres y jóvenes se apostaban parados y pegados en las paredes.

Tras el sermón, El Niño envuelto en prendas nuevas y bien acabadas, era llevado en procesión dentro de su “kirau”, hacia su nueva y temporal morada, en manos del Carguyoc, que mostraba una expresión compungida. ¡Tenía al Niño Jesús entre manos. Los padrenuestros se confundían con los cantos de las mujeres, que no cesaban de invocar al “Apu Yaya Jesuscristo”, al “Wuaillas, wuaillas, ichu patachapi”.

La casa del Carguyoc, estaba reluciente. El patio recién baldeado, brillaba. Mesas, sillas y bancas bien dispuestas. Los compadres tenían cierta preferencia. Toda la familia con ropa nueva o bien lavada, algunos con zapatos nuevos.

El Niño recibía ofrendas. Flores silvestres, choclos secos entrelazados, papas de mil colores, quesos en molde. Tejidos de colores, chumpis y llicllas. Vinos envueltos en celofán amarillo. El oferente se desvivía por atender a todos.

La comida pasaba de mano en mano. Todos satisfechos. La noche del 24 es larga y el clima de diciembre, que a veces castiga con lluvias torrenciales, se confabula con la fiesta y posterga su llegada. El Niño impone respeto.

El “Niño Velacuy” se desarrolla en una mezcla de recogimiento cristiano y una algarabía social. Las familias superan algunas desavenencias, los amigos fortalecen lazos. Los compadres proyectan actividades comunes. El Carguyoc del próximo año, se lanza al ruedo. La vida continúa.

Para el 25 El Niño sigue en casa del Carguyoc, algunos vecinos se mantienen y otros recién llegan. El desayuno es solo una pausa para que la algarabía prosiga. El almuerzo también es otra pausa. Después de esa hora muchos se han retirado. Quedan El Niño y los familiares más cercanos.

La ramada del patio que simula el pesebre de Belén, se mantiene con El Niño en su “kirau”. Las visitas continúan hasta el día 26, cuando en ceremonia llena de solemnidad El Niño es entregado en custodia a la Iglesia. La Misa ya es ofrecida por el nuevo Carguyoc.

Ya está bendecido por el párroco de Abancay. Tendrá lugar preferente en los interiores de la iglesia San Blas, y habrá sido parte importante en la historia de un grupo de lambraminos, que además de reforzar su fe en el cristianismo, habrá sacudido algunas taras ajenas a su naturaleza.
El “Niño Velacuy” también se realizaba en otras comunidades de Lambrama, con la misma vistosidad y compromiso. Con Carguyoc y celebraciones. Destacan las de Atancama y Siusay; pero la que se realizaba en Caype, era de las más coloridas, atractivas y visitadas por mayor número de feligreses. En esas fiestas navideñas no había arbolitos, papá Noel, chocolate, ni panetón. Ojala se pudiera volver en el tiempo y recuperar estas hermosas costumbres.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Chucchumpi: la escalera al cielo de Lambrama

Chucchumpi: la escalera al cielo de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Le llaman con orgullo “la escalera al cielo” que se mantiene en el tiempo. Sus interminables escalinatas, pareciera que nunca se acaban, ni de subida ni de bajada. Sus graderías innumerables, que eran de piedra sobre piedra, colocadas hace más de siglo y medio, con dominios de arquitectura campesina, en las que había que adivinar dónde poner los pies para no tropezar y caer; lucen ahora modernas y desafiantes, de concreto invasor.

A pesar de ese cambio brusco en su apariencia, que fue de la mano con el cambio de denominación del tradicional barrio de Chucchumpi, por el del burocrático “Los Libertadores”, sigue siendo orgullo de los wakrapukus. 
La escaler al cielo. Fotografía DE Daniel Beams 

Las escaleras perfectamente elaboradas, ya con trazos de arquitectura moderna, que empiezan en Pampacalle y trepan, con dirección al sol, cruzando Yarccapata, donde hay una bifurcación hacia Occopata y otra hacia la acequia de agua de regadío que nace en Tomacucho; no se detienen hasta que el viento azota el rostro, cuando apenas uno se está reponiendo de la agitación, al llegar a la cúspide en el denominado Cruz Ccasa, el mirador natural del pueblo.

Cuando las piedras lizas colocadas de manera caprichosa en el singular camino dominaban la ruta, había que ser un diestro no solo para pisar firme y seguro, sino para guiar, sin problemas, los caballos cargados de sacos de papa, maíz, oca, olluco o leña, en cualquier momento del año, procedentes de Ccaraccara, Ccahuapata, Yucubamba y otros parajes de producción y cosecha.

En épocas de lluvia, la travesía era de extremo riesgo. Los alazanes, los bayos y los tordillos chuscos de los lambraminos, conocían de memoria dónde debían poner los cascos, de subida o viceversa. Eran pocos los accidentes registrados, más por el ímpetu de los cholos entonados después de las jornadas de campo, que por la prisa de los caballos. 

Cuántos lambraminos que superan los 50 años, deben rememorar esas caminatas, saltando de piedra en piedra, esquivando pozos de agua y lodo acumulado por las incesantes lluvias. Cuántos descuidados habrán perdido sus ojotas que le fueran arrebatadas por los riachuelos que se generaban con las lluvias torrenciales. Cuántos enamorados habrán golpeado la testa después de una visita amatoria de media noche, cuando ya no había luz en las calles. Si esas escaleras hablaran, se llenarían tomos de anécdotas. 

En la actualidad, las gradas son de cemento y tienen canaletas laterales que aseguran el curso del agua de lluvias sin invadir el camino. En el primer descanso, donde empieza Chucchumpi, algún desubicado alcalde hizo de las suyas y levantó un arco de cemento que no solo corta la mirada hacia los innumerables pasos, sino afea con crueldad, la belleza natural de ese encanto lambramino. Ese arco debe caer, tiene que caer.
 
El periodista lambramino, Dino Pereyra, recuerda que por esas gradas bajaban antaño, cuadrúpedos trasladando oro y plata del lavadero de Ccaraccara hacia el centro de acopio ubicado en el subterráneo del templo de Lambrama.

“En la Biblioteca Nacional del Perú vi un mural gigante con la leyenda ¡Qué locura!, sin identificar el lugar. Eran las graderías de Chucchumpi, de nuestro Lambrama”, recuerda Dino con emoción.

“Era la pesadilla de mi niñez, caminar hasta llegar a Cruz Ccasa, con muchas resbaladas y volantines”, recuerda Irene Gómez. Con la misma nostalgia, Jaime Chipana señala que era una odisea llegar al último peldaño y voltear la mirada para gozar el verdor de la belleza del pueblo en su integridad. 

Genaro Aquino, por su parte se remonta a su niñez y evoca las cargas de papa bamboleándose sobre la grupa de los caballos en una bajada interminable. “Arre mata, arre mata”. Pobres caballos, caballos machos.

Juvenal Quintana, se imagina regresando de bajada con una sarta de truchas pescadas en la prodigiosa Yucubamba. “Me daba tiempo para saludar a la familias Cruz, Huallpa, Flores, a mi promo Bernaco Gómez, que vivían a lo largo de la gradería”.

Damy Salazar, a su vez recuerda a sus amigas Evarista Villegas y María Flores, a quienes veía al trepar las escaleras, camino a Ccaraccara, desde su barrio de Surupata, que está al extremo opuesto de Chucchumpi, que hoy evocamos.

Eugenio Damián Quispe, atancamino con esposa lambramina, es testigo fiel de los avatares de un enamorado en busca de su flor en Chucchumpi. “Las graderías eran bien accidentadas sobre todo después de las 11 de la noche, cuando la luz eléctrica era apagada por don Cirilo Ayala. Una caída y me iba hasta Atancama cojeando, “siquiyta aysayukuspa”, recuerda.

La escalera al cielo de Chucchumpi es patrimonio de los lambraminos, que por capricho de autoridades de paso, ha sufrido cambios que deben corregirse. Así como se hizo con las graderías, hay riquezas testimoniales, como la propia iglesia San Blas, la mítica calle Michihuarkuna, que merecen ser recordadas, recuperadas y valoradas, como bien plantea Policarpo Ccanre Salazar, autor de una tesis de maestría, que pone en debate el valioso patrimonio cultural y natural del distrito de Lambrama.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Asociatividad hacia el desarrollo

Asociativad hacia el desarrollo
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Mucho se habla de asociatividad como una estrategia hacia el desarrollo de la actividad agropecuaria, que compromete a pequeños productores. El gobierno la promueve, a través de programas del ministerio de Agricultura y Desarrollo Agrario y Riego -MIDAGRI, con subsidios o apoyo económico determinado, en la idea de hacer que la “economía de escala”, sea el motor que dinamice los emprendimientos de pequeños productores, de la agricultura familiar.

En las últimas semanas hemos conocido tres casos o experiencias exitosas de asociatividad en la región Apurímac y que nos permiten mirar un norte esperanzador, de expectativa, para un vasto sector de peruanos que viven de la producción alimentaria, muchas veces en condiciones de lastimosa orfandad, sin apoyo del gobierno, sin ser visibilizados por los programas públicos y privados ONG, que hacen estudios y maravillas de libros sobre la pobreza rural.

En la comunidad campesina de Santa Isabel de Caype, en Lambrama, hace dos años se juntaron cinco mujeres “emprendedoras” con la finalidad de sacarle el mayor provecho al dulce de sus diez colmenas de abejas que tenían entre todas. 

Se denominaron “Las obreritas de Caype” y capitaneadas por Brigida Benites Medina, empujaron sueños y ambiciones, incluso enfrentándose al secular machismo de la zona, y con apoyo de un premio ganado en concurso convocado por Haku Wiñay, de Foncodes, avanzaron de manera sostenida.

Hoy tienen 100 colmenas y 35 socias y se han puesto como meta, mejorar los procesos de crianza, manejo, cosecha y comercialización. Este año fueron finalistas del Desafío Kunan 2020, lo que las motivó a mirar como siguiente paso, la obtención del registro sanitario y mejora de las etiquetas y envases, para llegar a mercados  nacionales y extranjeros. Están convencidas que lo harán.
Planta de procesamiento de chuño en Kishuara

Las otras dos experiencias exitosas se desarrollan en el distrito andahuaylino de Kishuara. Allá, un grupo de 72 productores de papa asociados en la Cooperativa Agraria Tesoro Chanka COOPAGROS, viene produciendo chuño “El tesoro de los Andes”, en el marco de un plan de negocios apoyado por el programa Agroideas, del MIDAGRI.

La papa de descarte que antes lo vendían a Puno, de donde regresaba como chuño o tunta, es ahora la materia básica para la planta de transformación instalada en la zona de Millu Millu, en la antigua carretera Andahuaylas-Abancay. 
Eusebio Quito Carire, productor y gerente de la cooperativa señala que de una tonelada de papa obtienen 250 kilos de chuño, que lo venden a 6 soles el kilo.

Integrado por hombres y mujeres, la cooperativa utiliza papa huayro, peruanita y chaska, de descarte, para el procesamiento del chuño, que se apunta como una gran alternativa para el sostenimiento empresarial. La papa descarte de las 86 hectáreas del tubérculo que tienen instaladas, será destinada a la producción de chuño “Tesoro de los Andes”. La meta es procesar en el 2021, unas 10 toneladas del novedoso chuño andahuaylino.
En el mismo distrito de Kishuara, en el centro poblado de Quillabamba, un grupo de 16 pequeños agricultores de los valles de Soccomayo, Vincos, Palmira, Ccoripacha, Ingenio y Colpa, ha creado la primera cooperativa agraria de productores de palta denominada “Apurímac Avocados”, que mira con expectativa llevar sus paltas Hass y Fuerte, a mercados europeos. 

Oswaldo Zico Ccorahua Lara, gerente de la flamante empresa asociativa, define sus metas con la necesidad de imponer calidad a su producción, para lo cual requieren apoyo técnico y convertir a la cooperativa en productora, acopiadora, comercializadora y exportadora de paltas de calidad con sabor apurimeño.

En los tres casos de asociatividad, destaca el mismo interés: crecer de manera amigable con el medio ambiente. Impulsar la actividad productiva y económica con la participación activa y equitativa de hombres y mujeres. Generar puestos de trabajo en condiciones favorables para las partes. Sumar esfuerzos para el desarrollo de la región Apurímac. Bien valen aplausos.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Los "Piteros" de Lambrama

Los “Piteros” de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira

En todos los pueblos existen de manera organizada, voluntaria, generalmente por iniciativa propia. El común denominador de sus integrantes es la música; la música campesina, música originaria que se identifica con su pueblo, con sus raíces, sus costumbres, sus festividades, sus tradiciones.

No son más que cuatro o cinco “músicos” autodidactas sus integrantes, que valen, en sonido, emoción, compromiso y entrega, lo que una orquesta bien montada, equipada y profesional. 

En el distrito de Lambrama, como en sus 19 comunidades existen, unos con más dinamismo que otros; y están presentes en todos los actos comunales, públicos y protocolares. 

Los programas municipales de inauguración de obras, las visitas de autoridades regionales o nacionales, los desfiles de aniversario, las procesiones, las faenas comunales para limpieza de canales de regadío, de caminos rurales, las corridas de toros; siempre tienen la presencia colorida y alegre de este grupo de entusiastas comuneros. 

Son tradicionales, míticos, originales. Su denominación no es uniforme. En Lambrama se les llama “Banda de Guerra” o “Piteros”. En otras jurisdicciones del Altiplano y Cusco, se les identifica como “Kaperos”.

Jesús, Feliciano, Tiburcio y Santos, hace poco más de un año en Lambrama. 

Un pito, instrumento de viento elaborado con el hueso fémur de vicuña o venado; ahora último emplean un tubo de plástico adaptado, que se asemeja a una flauta o una quena; una corneta tradicional, revestida con hilos de colores rojo y blanco, y una pequeña bandera peruana que cuelga ondeante; una tarola, generalmente artesanal copiada de las tradicionales y un bombo, igualmente hechizo con material de la zona, son los instrumentos de los “Piteros” de Lambrama.

La tarola y el bombo no se detienen marcando un ritmo acompasado del huayno, jarawi, wakataki o marcha militar que el pito y la corneta, harán sonar con vibrante emoción. El pito se esfuerza por amalgamar una sinfonía y, tras una pausa, que da solo para el respiro, le sigue la corneta con otro acorde. Parece una competencia, pero es la suma de fuerzas de ambos músicos que llaman la atención de propios y extraños. Los aplausos caen a raudales. 

Los “Piteros” de Lambrama siguen siendo los mismos que conocí hace más de 50 años. Han envejecido y con ellos, ha madurado la capacidad musical y el valor de esta tradición lambramina; pero, al mismo tiempo, advierten un grave riesgo de que esta rica esencia cultural desaparezca del pueblo, si sus integrantes se van al descanso eterno.

Lamentablemente no hay continuación generacional. Los jóvenes actuales, en mayoría, esconden cierta “vergüenza” adoptando para ellos, no solo el idioma castellano, sino la música foránea impuesta por la invasión del reggaetón, salsa, cumbia y otros ritmos que tienen libre acceso a sus hogares a través de equipos modernos, de los teléfonos celulares. 

Los “Piteros” han sido, o vienen siendo relegados a algunas actividades puntuales, más por obligación con los viejitos, que por necesidad o compromiso. Es necesario que las autoridades, el colegio, apuesten por su recuperación y promuevan tanto la permanencia de la música generada por esta “banda” así como el cambio generacional de sus integrantes, buscando jóvenes con talento o inclinaciones musicales, brindándoles apoyo y facilidades.

Está muy cerca el ejemplo del distrito vecino de Circa, donde un profesional entusiasta natural de ese lugar, ha relanzado su “Banda de Guerra” distrital, que manteniendo su originalidad, cumple una agenda que va más allá de sus límites distritales.

Los “Piteros” de Lambrama se van quedando solos. Al aislamiento de Bautista Tello Teves, Patita, y su original bombo de Pampacalle, por razones de edad y salud, se suma el reciente fallecimiento de don Feliciano Espinoza Carbajal, integrante del grupo que deja un acongojado vacío. 

Quedan para el reto de su continuación, los veteranos: Jesús Sequeiros, 92 años, Tiburcio Sánchez, 91 años y Santos Aimara, 66 años. Aquí una muestra del arte de los “Piteros” de Lambrama: https://youtu.be/CYxLnBdojkI
 
A través de esta nota, nuestro pedido a las autoridades de Lambrama para que tomen nota del encargo. La cultura tiene que ser recuperada, valorada y preservada. Nuestro homenaje a Patita, que vive en Abancay con 90 años; y a Feliciano, que descansa en paz, en Lambrama.