miércoles, 2 de abril de 2025

"Tío Pancho, propinachata"

“Tío Pancho, propinachata”
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Han pasado treintaiocho años desde su partida y como todo buen hombre, buen padre, buen ser humano, su legado se mantiene vigente entre los que lo han querido. No solo entre sus descendientes, hijos y nietos; sino familiares, amigos y paisanos que lo evocan como un ciudadano de respeto, respetado y querido.

El lambramino Francisco Tello Luna, el inolvidable Tío Pancho, regresa a la vivencia de sus íntimos en la imagen casi fotocopiada u hologramada de su menor hijo, Luis Alberto “Papino” que, si pusiera a la usanza diaria unos bigotes afinados y bien cuidados, sería el tío mismo redivivo. 
Su prole bien lograda en todos sus extremos como lo hubiera deseado Pancho suma cuatro hijos: Carmen Julia, Lucila, Maricela y Luis Alberto profesionales, ciudadanos de bien, que honran la memoria del progenitor lambramino. Siete nietos iluminan el aura dejada por el tío Pancho con su personalidad de querendón, bonachón y alegre. Sus descendientes se han concentrado en Abancay para rendir homenaje, como todos los años, a la memoria de Pancho. Alegres y orgullosos.

Mis recuerdos ligados con el tío Pancho me trasladan a la casa de Tomacucho, en Lambrama, por cuyos accesos lo veía de niño, cuando eventualmente visitaba a su señora madre, doña Casiana, vecina de la familia.
“Hola Lauli, hola Dorita”, saludaba con reverencia y voz musical engominada. En ocasiones mamá Dora –su prima- le ofrecía café con rejillas y la charla los soprendía entre chanzas y risas, ya a la hora de la merienda nocturna.

Con Laureano, mi señor padre eran muy amigos. De hecho, compartían actividades económicas muy ligadas. Pancho era propietario de un camión Ford identificado como “Papi”, palabra que iba grabada en el frontis de la caseta.

“Papi” formaba parte del elenco mecánico que Laureano utilizaba para trasladar vacunos hasta camales de Lurín y Yerbateros en Lima. En alguna ocasión vi al ganadero lambramino apresurado, cargando dos docenas de reses de 120 kilos a más, en el camión del tío Pancho y en el “Señor de Huanca” de su compadre, Luis Ugarte. Realmente eran escenas de película. Lazos y huaracas, cholos y maktillos arrancando a los toros de sus querencias para que lleguen a Lima y se conviertan en bifes y lomos. “Toro caraju..”
Genaro, que alguna vez acompañó a Laureano hasta Lima, recuerda que, en las alturas de Negro Mayo, por Puquio, en época de lluvias, la carretera fangosa tenía atrapados buses, camiones y autos en ambos sentidos. Apareció “Papi” resoplando con inusitada fuerza y arrojando con sus llantas traseras lodo y cascajo, y dejando boquiabiertos a conductores y pasajeros. Pancho en una de sus habilidades de camionero nato, tenía cadenas de metal con los que tejía las llantas y cual si fuera un esquí moderno, dejaba atrás barro, hielo y preocupaciones.
Para el retorno de Lima, llevaba carga para Cusco y como la mejor manera de evitar a los gavilanes de ruta, sellaba la puerta trasera con ramas espinosas de guarango, que espantada a los potenciales ladrones de carretera.

En la bodega de “Machu” Luis Tello, en el restaurante de Cirilo Ayala, en la tienda de la “Gringa” Trini, de la "Negra" Julia, o en la pensión Tiburcia; el tío Pancho acompañado de sus coetáneos Laureano, Adrián, César, Genaro, Washington, Melchor y otros, entre profesores y guardiaciviles, arrancaba suspiros y palmas al rasguñar huainos, carnavales y jarawis con un minúsculo Chillador de doce cuerdas. Un maestro el tío.

Lo imagino con sus trancos aligerados y una casaca negra de cuero, pasar por la puerta de la despensa de Tomacucho con sus bigotes bien cuidados que le daban un perfil especial. Lo saludo y me responde acariciando mi cabeza, “Hola Paincha” y le doy el vuelto con un pedido: “Tiochay, propinachata, calamerochapak”. Mis manos se regocijan con el brillo dorado del metal de veinte céntimos, que serán suficientes para comprar una mano de caramelos Perita y Monterrico y galletas animalito, que esperan donde la señora Rebeca.