lunes, 10 de marzo de 2025

La chiririnka malagüera

La chiririnka malagüera 
Escribe, Efrain Gómez Pereira

Doña Ceferina delgada, esbelta y qalachaki achina los ojos, empuja su sombrero avejentado haciendo puño con la mano derecha, y trata de ubicar de dónde proviene el molesto zumbido. La pared de piedra y cal de su pequeña y acogedora habitación captura la iluminación del brillo solar del mediodía lambramino. 

De pronto un moscón grandote, negro y de vivos verdosos, levanta vuelo desde un resquicio de la pared, con la intención de posarse sobre su sombrero. El clásico e inconfundible “chirchir” del zumbido incomoda a la mujer que se pone sobre aviso.

La vieja une las manos y hace la señal de la cruz con prisa y temor, advirtiendo que la chiririnka -mosca negra y grande- trae un mensaje de muerte. “Kakallau caraju, pitaq huañukunqa”, exclama mascullando sus palabras.

Con la rapidez que su físico le permite coge la pichana de ichu que está tirada en el piso, sobre un apilado pequeño de leños secos y la abanica sobre su cabeza espantando a la fea intrusa, a la portadora de malas noticias, a la mosca malagüera.

La chiririnka es alcanzada por el latigazo del ichu y cae delante de Ceferina. Antes que reaccione, es recogida con la mano y arrojada al fuego de la tullpa, que abraza una olla de barro llena de maíz mote paraccay. Una ligera explosión se escucha al chirriar el insecto con el fuego.

Dominada por su creencia, que es común en toda la población lambramina, la vecina de Tomacucho, rocía agua en la tullpa para apagar el fuego. Recoge las cenizas y las arroja al huerto de asnapas, sobre un bosquecillo de rudas olorosas que rodea la pequeña vivienda. Se trata de alejar a la mala suerte. Coloca nuevos leños que se encienden con alguna braza que aun queda entre las piedras de la qoncha, avivada por el aire soplado desde una fukuna lustrosa de carrizo añejo.
Chiririnka (foto captura de Internet)

Al deshacerse de las cenizas, donde están los restos de la chiririnka, se dice que desvía el mal de su entorno, de su familia, de su casa, de su vecindad. Ceferina respira con tranquilidad y reinicia sus labores habituales. Pero al “anuncio de la muerte” le deja un sinsabor de preocupación. 

En uno o dos días, según sus creencias, el tañer de las viejas campañas de San Blas, harán sonar el Chincapun, que es la melodía del adiós a los lambraminos que parten al viaje sin retorno.

En Lambrama y en muchos pueblos andinos, la creencia popular relaciona a la chiririnka con la muerte, con el presagio de la muerte. Mito o creencia, es una realidad cultural, que acompañaba a Ceferina y los lambraminos, desde sus antepasados y seguramente a sus descendientes.

La sola presencia del zumbido característico del moscón, más aún si es de noche -cosa inusual para estos insectos- pone en alerta al entorno familiar. Temor y preocupación se juntan entre ellos sin que nadie atine a expresarlo. 

Otra versión mítica sobre esta mosca es que cuando se aparece en un velorio o un sepelio aleteando y dándose de cabezazos contra las paredes, se dice que el espíritu del muerto se presenta para despedirse de sus seres queridos. Aun así, es espantada lejos de la presencia de los dolientes.

Las coincidencias existen y si no las hay, se acomodan de tal forma que la creencia popular se mantiene vigente. Estudios y tratados etnológicos mencionan a la chiririnka como un fenómeno social y cultural de los pueblos andinos, que se arrastra desde tiempos milenarios y persistirá mientras las creencias, las costumbres populares se transmitan de boca en boca, de generación en generación.

También en Lambrama las creencias que anuncian o presagian la muerte de un familiar, un paisano está relacionada al graznido del búho o paca-paca, que lanza posado -cosa inusual- en la copa de un eucalipto, lambras u otro árbol de las inmediaciones. Un hondazo que arroja una piedra para espantar al ave nocturna es la reacción natural. Hay que alejar a la muerte.

El ladrido prolongado de un perro, extremadamente prolongado y monótono, estirando el pescuezo hacia arriba, como queriendo mirar el cielo o las nubes, es otra creencia que los lambraminos relacionan con la muerte.

Algunas veces una mosca grande, una chiririnka, se aparece en casa de Chorrillos, golpeando paredes y ventanales con su chirriar característico y es inevitable, para un lambramino ilustrado, poco creyente en supersticiones, pensar en el “mensajero de la muerte” y su presencia maligna, y con la prisa necesaria, aleja al intruso con un matamoscas o un periodicazo.