Para sabios, los viejos
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Qué bonito es conversar o, mejor dicho, escuchar a los viejos, a los más viejos. Oír de sus avatares personales, sus sueños y penurias, sus éxitos y frustraciones, sus ganas de seguir, sus miradas compasivas, su extremo esfuerzo para entender lo que los hijos y nietos les dicen casi a gritos.
Los viejos son una escuela viva, dinámica, plenos de enseñanzas y sabiduría. Son experiencias que saben reconocer sus errores, de haber sido padres severos, violentos y, muchas veces, equivocados. Lo admiten casi con vergüenza y animan a sus proles a no seguir ese camino. “Sean libres, sigan sus sueños”
Cada vez que hablo con él, por teléfono o cara a cara en sus predios de San Vicente de Cañete, se detiene el tiempo. Escucho y anoto en mi “disco duro” detalles y datos que nos son comunes, a la familia, a los amigos, al pueblo, a Lambrama.
Don Zenón Gómez Chuima, mi querido tío, lambramino afincado en Cañete, desde hace más de seis décadas, es una enciclopedia viviente, soportado en su lento caminar por el respaldo de un inseparable bastón que debe estar extasiado de sus historias mil veces contadas.
Cómo le gusta hablar y ser escuchado. Aunque muchas veces sobre las mismas historias, con la misma alegría y emoción. El eco de sus narraciones tiene añadidos novedosos cada vez que se anima a recontarlos, avivando nuestro interés por seguir conociendo el pasado, ese pasado ligado a nuestros antecesores.
Orgulloso de sus ancestros, Zenón se extasía cuando se refiere a los Gómez, los Incas de Lambrama, poseedores de una vasta riqueza material y territorial. “Casi la mitad del pueblo era de mis bisabuelos y abuelos, tus tatarabuelos”, afirma.
De ahí el origen de las denominaciones de “Gomezpata”, Gomezmoqo”, “Gomezpampa” a grandes propiedades agrícolas que en la actualidad son terrenos comunales dispuestos para los tradicionales y lambraminos “laymes” de papa.
Por Zenón y sus narraciones conocemos que los abuelos maternos procedieron de Islay, Arequipa, a través de un soldado sobreviviente de la guerra del Pacífico, quien huyendo llegó por Anta, Cusco hasta Lambrama, en una peripecia que habría durado cuatro años. Una historia por contarse.
De sus contadas sabemos que Julián, el abuelo, era un hombre recio de baja estatura, golpeador y de fuerza hercúlea, capaz de levantar con el dedo meñique un odre con un quintal de cañazo. Era un caminante eterno, un arriero poseedor de una recua de treinta caballos y mulos con los que llegó a la costa, por Acarí y a la selva, por Madre de Dios. Otra historia por contarse.
Su testimonio extasiado nos hace saber que Higidia Chuima, la abuela, fue quizás la única lambramina que, en periodos alternados, cumplió con hacerse cargo de festividades tradicionales del pueblo como el Varayoc, Tabla Cruz, Corpus Cristi y otros. Hecho que enaltecía hasta las nubes el orgullo familiar, que era demostración de poderío y capacidad económica. Chuspas con monedas de nueve décimos se juntaban para financiar esas actividades populares. ¿A ver, quien sigue?
Con 91 abriles recién cumplidos, Zenón es un hombre orgulloso. Autodidacta, lector compulsivo, escribidor de testimonios inéditos como “El Caballero Caminante”, en los que recrea su propia existencia, su conversión en padre prematuro, sus conflictos con los hijos, su experiencia como sastre de estilos, su paso por la mina Toquepala donde subió rápidamente de aprendiz a jefe de cuadrilla, en mérito a su capacidad y responsabilidad.
El afán de atender a su madre hasta las últimas horas lo convierte en un buen hijo, un hijo dedicado, heredero de una crianza disciplinada y severa que trasladó a sus hijos, algunos de los cuales lleva como tatuaje natural, esa huella del “amor paternal”.
Sus hijos, todos profesionales, valoran al viejo, no solo por la disciplina que los formó como buenos hijos, buenos padres y buenas madres, sino porque los mantiene unidos, cercanos y fraternos.
Sus sobrinos y quienes lo conocemos desde siempre, rescatamos su anhelo de convocante en torno a su persona, recordando que muchos de nosotros, también pasamos las peripecias, severidad y rigidez de un Zenón agricultor que trataba por igual a obreros, hijos y sobrinos. Una línea personal a la que suma su sensibilidad humana y su carácter de manos abiertas que reconocemos como marca natural de “Los Gómez” y que inculcamos en nuestros hijos. Más años, más historias, querido viejo.