La alegría por la “wanlla papa”
Escribe, Efraín Gómez Pereira
La época de cosecha agrícola en Lambrama, sea de maíz o papa, los cultivos tradicionales más importantes, tiene una especial connotación, entre divina y pagana. La variada cultura andina, rica en expresiones, se manifiesta de diferentes maneras, involucrando a hombres y mujeres, que casi de memoria participan en diversos actos. Son costumbres o tradiciones transmitidas de generación en generación, sabe Dios desde cuándo.
No hay muestras ni escritos, no hay partituras ni archivos que grafiquen las evidencias de danzas, bailes, canciones, juegos y artes populares, que de alguna manera se mantienen vigentes -por costumbre-, a pesar de la fuerza impositiva de culturas foráneas.
Una de estas expresiones, de las que mantengo vivo recuerdo, es la “wanlla papa” que también se manifiesta en la “wanlla sara”, “wanlla oca”, que viene a ser un homenaje, un ritual de reconocimiento a la generosidad de la tierra por haber entregado una cosecha abundante y cuya evidencia visible es la papa más grande que se haya cosechado: la “wanlla papa”.
La papa más grande era entregada por el dueño del predio al “capitán” del grupo, en señal de agradecimiento a la Pachamama y por el bienestar de la familia, porque gracias a que hubo buena cosecha, está garantizado el alimento del núcleo.
La papa era lanzada con ligera fuerza sobre la espalda de favorecido o premiado, con el grito de ¡¡wanlla!! y seguido por un bullicioso y monótono coro festivo de hombres y mujeres que participaron en la jornada de escarbe de papas. Fiesta y alegría en la cosecha.
Sin embargo, mayor emoción causaba entre los cosechadores, cuando el que encontraba una wanlla en el surco, lo mostraba a todos con gran jolgorio, señalando se haga su propia wanlla. Era el competente y merecido wanllakuy.
Otros, los más osados, escondían varias wanllas, bajo la sombra de tastas, tankar, uncas o tayancos que rodean el predio, para llevárselos el final de la jornada, entre sus llicllas, ponchos o alforjas. El propietario de la cosecha observaba esa aventura y se hacía de la vista gorda. Una tradición de respeto debía respetarse.
En la misma jornada, había campesinos o laimeros sin capacidad de producción propia, sin terrenos donde sembrar, que hacían de jornaleros, y recibían como pago o retribución por el día de trabajo, una lliclla de papas, entre las que se confundían algunas wanllas. Wanlla había para todos.
Entre los cosechadores había solteros, que ya tenían el ojo puesto en una de las pashñas solteras. Las miradas de reojo, las chanzas de doble sentido, las insinuaciones, los empujones, la arrojada de ccoilochumpas (semilla de papa) estaban a la orden, con la complicidad de los colegas de jornada, parientes muchos de ellos, que les hacían el bajo.
En estos trances también se hacía presente la wanlla, pues el pretendiente aprovechaba la valiosa oportunidad para enfilar baterías y aguzar la puntería hacia la mujer deseada –que dicho sea de paso, sabía que era cortejada-, a quien le propinaba un amoroso wanllazo en la espalda, bajo la nuca, amortiguado por un colorido mantón tejido de lana de oveja, ante la mirada cómplice de sus vecinos, que también entre gritos de euforia, hacían olas de festejo y celebración porque nacía o se consolidaba una nueva pareja. En camino un pronto matrimonio o el tradicional servinacuy.
Recuerdo haber observado de niño, experiencias de wanllazos protagonizados por hombres y mujeres cercanos a la familia que eran partícipes recurrentes de las actividades productivas de don Laureano. En una de esas oportunidades, se cosechaba papas en el fundo de Ccahuapata, lugar utilizado como potrero y donde se custodiaban reses de la ganadería familiar.
Una chacra con tierras descansadas y potenciadas por el guano de corral, ofrecía una cosecha abundante del tubérculo, más aun de una nueva variedad que Laureano había llevado en uno de sus viajes a Lima. La papa Renacimiento, de textura blanca y de gran tamaño, ideal para frituras, para el comercio.
Precisamente una papa de esta variedad, se convertiría en ese entonces, en la wanlla más grande que jamás se haya visto por lares lambraminos. Un ejemplar de casi dos kilos de peso, que sorprendió a propios y extraños, cayó sobre las espaldas de Vidal Zanabria “Thanako”, cholo trejo y recio que en esa jornada era el capitán premiado. ¡Wanlla!
Otras wanllas similares fueron halladas en la misma cosecha, muchas de las cuales sin embargo tenían el centro vacío, “papa sin corazón”, le decían y eran descartadas de las llicllas y costales que eran cargados por recios chuscos alazanes y bayos.
En la misma zona, frente a Ccaraccara, don Gregorio Gómez, tenía un predio pequeño que lo usaba como cabaña de estación y donde criaba vacas, carneros y cabras. El fundo prodigaba a su familia de las mejores papas amarillas y ccompis de la zona. Grandes, abundantes, sedosas en textura y harinosas en la fibra, las papas de don Goyo, eran la envidia. Muchos pugnaban por tenerlas de semilla, pero era muy difícil que la mejoraran o igualaran. No había como las wanllas de don Goyo, eran insuperables.
Pero la fiesta de las wanllas no terminaba en las entregas de homenaje o los wanllazos. El final de cosecha era ocasión para el lucimiento de las papas nativas recién cosechadas, las “ccollapapas” que iban hacia horneras artesanales levantadas en los linderos de la chacra, donde humeaban olorosamente convertidas en apetitosas watias.
Las watias eran compartidas por los cosechadores, propietarios, aynis o ayudadores, luego de las jornadas. Para el efecto, salían de las alforjas o costales utilizados para llevar sus meriendas; porciones de queso fresco, de cachicurpa, rocotos verdes o ajíes molidos, con cuyas mezclas se daba rienda suelta a un compartir campesino, como parte importante de los ritos populares que auguran y aseguran buenas cosechas. Fiesta comunal a la que se sumaban las tinyas y los lahuitos, además de cañazo y abundante chicha de jora.
Estas vivencias se están alejando de la costumbre comunal y campesina de nuestros pueblos, con el temor que, como muchas otras expresiones, pasen al olvido y sean solo parte de los recuerdos, que no se debe permitir. La cultura ancestral merece ser reconocida, rescatada, valorada y protegida. Es una riqueza invalorable que nos da personalidad e identidad. ¡¡Viva la wanlla lambramina!!