Abrazo abanquino en Lima
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Es mediodía del sábado. El calor limeño, que castiga hasta en las sombras, hace que algunos pañuelos blanquísimos y bien dobladitos, o intrascendentes pedazos de papel higiénico, compitan por secar las gotas de transpiración de los andantes. Mi eterno ph, que por costumbre me acompaña en los bolsillos, juega un rol preponderante. Me lleva alivio y frescura, tras quitarme la mascarilla que ya forma parte del atuendo diario. Mi hija me mira de reojo. Sorprendida me rocía alcohol en las manos. Seguimos con las usanzas disciplinadas impuestas por la pandemia.
Estamos a la sombra de un monumento abanquino en la ciudad capital, que convoca a los pikis cada tres de noviembre. En esta oportunidad fue un cinco. Se trata de una convocatoria de especial connotación y mucha importancia, esperada o suspendida por dos años, precisamente a causa de la emergencia sanitaria que paralizó a la humanidad, que nos encerró en nuestras viviendas, alejando las fiestas y reuniones populares de las costumbres diarias.
El llamado del Club Provincial de Abancay en Lima, fue para rendir homenaje a nuestra ciudad cuna en su aniversario 148, ante la imponente imagen de nuestra Micaela Bastidas que se yergue sobre un pedestal desde hace varias décadas.
Llegamos a la hora citada por el club, pero ante el aún faltante quorum, nos replegamos hacia “El Farolito”, en la misma avenida Iquitos, en Santa Beatriz, para liberar nuestro instinto carnívoro y dar cuenta de una bien sazonada y apetitosa porción de chicharrones con camote frito y café.
Calculando el tiempo, después del agasajo sabatino, llegamos al Parque que une las avenidas México e Iquitos, por cierto un lugar bien conservado con sus verdes inquilinos en permanente y correcto mantenimiento. Ya había un considerable grupo de pikis concentrados en charlas aisladas o en preparativos de los últimos detalles de sonido y brindis.
Miré con atención cada rostro de hombres y mujeres, que llegaban a evocar a la santa tierra. Algunos se me hicieron familiares, conocidos. Los había visto en fotografías que hacen carreras en las redes sociales. El primer abrazo, cálido y afectuoso, fue con Percy Salcedo Zúñiga, mi amigo y promoción del Miguel Grau. Una rápida revisión de los últimos meses y años, nos traslada irremediablemente a las aulas del Grau, que hace apenas un mes convocó a sus hijos, entre ellos a Percy.
Luego, el abrazo –también cálido y afectuoso- postergado por la pandemia y que se proyectaba por el teléfono o el WhatsApp, fue con Hugo Efraín Viladegut, amigo, colega, tocayo y paisano. En una breve conversa, se dirigió a mi hija para encomendarle sepa dar los mejores pasos en su tránsito hacia una profesión próxima a iniciar. Gracias, señor, atinó Dora, mi hija. Así son los amigos, así somos los abanquinos.
En el grupo identifiqué entre otros, a Camilo Miranda, Nilda Miranda, Enrique Gutiérrez, Sonia Gutiérrez, Reyner Acuña, Villa y Olga Sotomayor, Mary Quispe, German Quispe, Marisol Vera, Margoth Saavedra, todos entusiasmados por el encuentro, por las tareas pendientes, como la asamblea convocada para el martes 8 de noviembre, donde los abanquinos del Club Provincial, deben iniciar la recuperación de la institución.
Micaela, nuestra Micaela, atenta con los brazos en alto, mira a sus hijos con ternura. Escucha los discursos de Marisol, que da cuenta de la crisis interna que afecta al club provincial; a Vilma, que entona un poema en quechua; a Percy, que se dirige a ella mirándola con respeto, llamándola “nuestra madre”.
Pone especial atención cuando escucha la profesional voz de Hugo, que hace una semblanza histórica sobre los orígenes de Abancay, basados en estudios de investigadores franceses que en el 2017, lanzan la teoría sobre las similitudes existentes en monumentos pétreos en Bolivia y Abancay, en Saywite, concluyendo la posibilidad que los pikis somos descendientes de aimaras y no quechuas.
Tema, por cierto, para el debate y el análisis, del que se lanza una primera interpretación acerca de ese origen, basado en las letras y la concepción del huayno emblemático de nuestra tierra “Aymas Calicanto”. ¿Qué significa Aymas?
Sobre el mismo huayno, Hugo nos abre los ojos y recomienda escuchemos sus letras y naveguemos en su interpretación, de la que colegiremos se trata del puente que divide, separa o aligera la vida de la muerte, en la que interviene la pakpaka, para cantarnos el adiós o la despedida.
Sin duda, una semblanza académica y osada, que puede ser el punto de partida para un amplio y sostenido debate de cara al sesquicentenario de nuestra ciudad que se cumplirá en apenas dos años. Tarea pendiente, encargo subliminal para los estudiosos, para las autoridades.
Al cierre, y tras recordar con un minuto de silencio a los abanquinos que nos arrebató la pandemia; y a pesar del bullicio contaminante de los claxon disparados por los buses que transitan por las avenidas Iquitos y Paseo de la República, en el límite del Cercado de Lima con Lince, las voces y guitarras abanquinas, hicieron sonar nuestros carnavales sorprendiendo a más de un transeúnte que se detuvo a mirar y escuchar a ese grupo de atrevidos que se habían encaramado en un parque público, para dar rienda suelta a su orgullo abanquino.