Lugares de “espanto” en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Heccerpaiso, es un riachuelo que cruza el camino de herradura desde Lambrama hacia Yucubamba, Ccaraccara y otros parajes de la zona norte del pueblo, que prodigan a las familias lambraminas de cosechas de tubérculos, leños y truchas durante todo el año. Es un paso inevitable que se debe sortear para cumplir con las jornadas productivas fuera de la localidad.
Es un lugar de espanto y creencias con presencias malignas, que antiguamente contaban los viejos, advirtiendo a sus huestes de los peligros que se presentaban si alguien se atrevía a pasar por el lugar en horas vespertinas, ya raspando la noche.
Justamente en el cruce del camino, había una seguidilla de piedras planas colocadas como ruta segura que permitía evitar el chapuzón en sus aguas cristalinas y permanentes. Una de las piedras, mostraba la silueta de un gallo de color rojizo, que simulaba una pintura rupestre. Era una imagen que, de solo mirarla, provocaba un temblor en el cuerpo, relacionándola de inmediato con las advertencias de casa.
Era un grave riesgo aventurarse por la zona después de las cinco de la tarde, o después que los ccesccentos o cigarras, salían a invadir el valle con su música monótona y relojera. Era la hora de recoger los animales de los pastizales, para llevarlos a buen recaudo en los corrales de las casas o las cabañas. Era la hora de salida de la escuela fiscal. La hora puntual brindada por la naturaleza.
El riesgo advertido, era que el puquial de Heccerpaiso, con su gallito en la piedra y su bosquecillo de pepermes siempre aromáticos, verdes y de tallos morados, o con su tierra movediza, te podría tragar o convertirte en piedra, en castigo por la osadía de haber pasado por el lugar en horas inoportunas.
No hay evidencias de que algún lambramino haya sido convertido en piedra, o que el puquial y su caída trepidante sobre el río se haya tragado a algún incauto o desprevenido andante; pero ese temor arrastrado de antaño, sigue latente entre las actuales generaciones, que según se afirma, evitan el paso en horas prohibidas o si lo hacen, se cubren de padrenuestros y avemarías como pecadores en penitencia.
Bajando del pueblo por vía de herradura, a pocos minutos de Llactapata -el ingreso o salida del poblado-, por las cuestas de Accomocco y frente a la prodigiosa Huaranpata, zona maicera por excelencia, se levanta Jukuiri, un enigmático y pétreo lugar, igualmente de espanto y leyendas terroríficas.
Es un capricho de la naturaleza, constituido por un inmenso roquedal que baja desde Cuncahuacho, ya mirando a la comunidad campesina de Atancama, hacia la carretera que se dirige de Lambrama hacia Abancay.
Una cueva natural, se decía guarida de pistacos, le daba una característica de imponente visión de terror sobre la que se contaban historias de tragedias, sobre todo para los niños o los incautos que creían en los cuentos de terror.
Ahí, en ese lugar de espanto, de niño pastaba los toros que don Laureano, mi padre, traería a los camales de Lima. Con Lino, Remigio el “Cholocha”, Ángel el “Acchiruntu”, Juvenal y otros niños de la época, hacíamos de vaqueros atrevidos con lazos y huaracas, custodiando misitus, allccas, yanas y barrojos que esperaban la llegada del camión de carga para ser trasladados, cual pasajeros privilegiados, hacia la Lima del sueño de los maktillos, sin saber que pasarían por las guillotinas, para convertirse en filetes y lomos que sazonarían mesas capitalinas.
Jukuiri, relacionado con los pistacos, esos personajes míticos que se alimentaban de grasa humana, sobre todo de niños, hoy, atiborrado de eucaliptos de algún programa local de forestación, era, a pesar del temor natural, un lugar de travesuras, de escapadas juveniles, de aventuras amatorias. También escenario de huaqueos, en la búsqueda de riqueza fácil de algún “tapado” al que ningún mortal tuvo acceso franqueado.
Más abajo, en el valle caluroso y casi pegado a la comunidad de Suncho (carasakusunchu), está Huayracpunku, quizás el lugar de temor y terror más emblemático de Lambrama. Es, hasta hoy, el paraje que asusta a los transeúntes, pasajeros y conductores de todo tipo de vehículos que cruzan por su apretada trocha pegada al cerro y casi ahorcada por el río.
La carretera se aprieta en un nudo de algunos metros, que gracias a la ingeniería de antaño, horadó la roca viva para generar un pase vehicular que no tiene alternativa. Hay historias y leyendas de miedo y susto, también ligados a los legendarios pistacos, a los umacos (personajes ficticios recién fallecidos que caminaban sin cabeza), a los condenados o demonios que resoplando fuego por las narices, custodiaban las entrañas de ese camino.
Hoy, Huayracpunku es lugar de parada obligada para las fotos de recuerdo. Hay y habrá historias de miedo y temor, creados por los propios para asustar a los suyos. Cultura popular, se llama.