La “Faccha” de Ccotomayo, en Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Es un pequeño arroyo que nace en un puquial que brota en el fundo Occopata, de don Laureano Gómez Chuima. Su particularidad es que en sus escasos dos kilómetros de distancia, hasta desembocar y perderse en el río, por el puente Huallpachaca, cruza el pueblo de Lambrama, convirtiéndose en un monumento natural de las querencias lambraminas.
Se trata de Ccotomayo, que algunas veces nos regalaba el nacimiento de un hermoso arcoíris que se difuminaba en Uriapo, en el manantial de Heccerpaiso o frente al pueblo, en Suruhuaycco.
Debe haber miles de historias ligadas a ese ojo de agua dulce, cristalino, generoso y amigable. Hombres y mujeres, jóvenes y viejos llactamasis, deben evocarlo con nostalgia.
Esta es una nota de remembranza que trata de mirar en retrospectiva un escenario natural que hasta hoy mantiene vigencia, aunque lamentablemente descuidado, abandonado. Su interminable discurrir por Yarccapata, el fundo de don Manuel Milla, las calles Progreso y Alianza, el fundo de Luis Tello y, ahora, por el frontis del Centro de Salud del distrito, es parte de la vivencia de los lugareños que han vestido anécdotas y creado fantasías de huellas profundas.
En la calle Progreso, al costado de la residencia de los Milla, está la caída -Faccha- de agua fresca que, en años pasados, desde una cañería improvisada con una hoja de cabuya o Paccpa, alimentaba del líquido a las familias de Pampacalle y alrededores.
Por allí desfilaron a diario baldes, ollas, lankos, que servían para acopiar agua de vida, en épocas que el agua entubada o agua potable no existían. Allí, en esa caída, abrevaban los caballos de tránsito casi de manera automática. Parte de una fotografía de la historia de Lambrama, que merece perennizarse.
Esa caída o Faccha, sirvió a los niños de la Escuela Fiscal como caño mañanero para su lavado de cara, antes de llegar a las aulas. Que lo diga Zoilo Gamarra, quien corriendo apresurado limpiaba sus lagañas infantiles con las aguas de Ccotomayo.
La pequeña acequia que abraza las calles Alianza y Progreso, sirvió como lugar de divertimento de jóvenes del Siglo pasado, hasta donde cargaban a las pashñas y limacas, en época de carnavales, para embadurnarlas con lodo fresco y desde allí hasta la Faccha, para la mojada final, entre gritos de algarabía de una corte de niños, maktillos, que gozaban con esas travesuras.
En la esquina de la calle Alianza, estaba la casa de la tía Ruperta “Lopacca”, una mujer carismática que hacía costuras con una máquina Singer empotrada en una mesa. En tardes de alegría, que eran constantes, se sentaba en la puerta de la vivienda y lanzaba estribillos que todo lambramino identificaba. Un sonoro y seco “Huaychaoooo”, el sello de Lopacca, sacudía al pueblo.
Al frente, en una casa de dos pisos y un patio enorme, con patos y gansos, de cara a la calle, estaba la residencia de los oficiales de la Guardia Civil, Leoncio y Germán Cáceres. La señora Adelaida Ballón, su madre, dama compenetrada con los buenos modales hacía notar su presencia, respondiendo con una amplia sonrisa el saludo de los transeúntes.
Por allí, también estaban las residencias de Cirilo Ayala, Julián Medrano, Antero Jiménez, cuyas proles –hombres y mujeres- hacían patotas amistosas de niños alegres, inocentes, despreocupados. Sin duda, otros tiempos.
Destacaba la residencia de don Manuel Milla y la señora Julia Azurín, que ofrecía a los lambraminos el pan nuestro de cada día. La huerta, por donde pasaba Ccotomayo, era un paraíso natural, especial. Brindaba variadas asnapas todo el año. Era la única parcela del pueblo que ostentaba rosas de diversos colores, duraznos, manzanos y capulíes. Tenía un criadero de truchas de ingreso casi inaccesible.
Mis recuerdos se remontan a aventuras infantiles, bajando con mis hermanos, primos y amigos desde Occopata, pescando bagres o Awaccos, unos peces pequeños con bigotes, que eran una delicia cocida en brasas de carbón y degustada con canchita Chullpi o mote Paraccay. Hurgando entre las piedras lográbamos pescar hasta una docena de ejemplares. En épocas de lluvia la pesca era más fructífera.
En la actualidad, el interminable Ccotomayo sigue siendo un permanente fluir de agua limpia, pura, a pesar de su abandono y descuido. La Faccha, sigue soltando chorros perennes desde una cañería de plástico incrustada en las paredes de piedra, sirviendo de lavandería para algunos vecinos. Rosales colgantes comparten el frescor de las aguas con malahierba, jisas, patakiskas, y otras plantas en las que nadie parece reparar.
Ninguna autoridad edil fue capaz, es capaz de canalizar o encauzar, con algo de arte, el riachuelo desde la Faccha hasta la entrada al río. Acción necesaria que permitiría mirar con otros ojos esa parte tradicional de un pueblo que intenta levantar fuerzas y recuperar su historia, que es valiosa. Tarea pendiente.