Chucchumpi: la escalera al cielo de Lambrama
Escribe, Efraín Gómez Pereira
Le llaman con orgullo “la escalera al cielo” que se mantiene en el tiempo. Sus interminables escalinatas, pareciera que nunca se acaban, ni de subida ni de bajada. Sus graderías innumerables, que eran de piedra sobre piedra, colocadas hace más de siglo y medio, con dominios de arquitectura campesina, en las que había que adivinar dónde poner los pies para no tropezar y caer; lucen ahora modernas y desafiantes, de concreto invasor.
A pesar de ese cambio brusco en su apariencia, que fue de la mano con el cambio de denominación del tradicional barrio de Chucchumpi, por el del burocrático “Los Libertadores”, sigue siendo orgullo de los wakrapukus.
Las escaleras perfectamente elaboradas, ya con trazos de arquitectura moderna, que empiezan en Pampacalle y trepan, con dirección al sol, cruzando Yarccapata, donde hay una bifurcación hacia Occopata y otra hacia la acequia de agua de regadío que nace en Tomacucho; no se detienen hasta que el viento azota el rostro, cuando apenas uno se está reponiendo de la agitación, al llegar a la cúspide en el denominado Cruz Ccasa, el mirador natural del pueblo.
Cuando las piedras lizas colocadas de manera caprichosa en el singular camino dominaban la ruta, había que ser un diestro no solo para pisar firme y seguro, sino para guiar, sin problemas, los caballos cargados de sacos de papa, maíz, oca, olluco o leña, en cualquier momento del año, procedentes de Ccaraccara, Ccahuapata, Yucubamba y otros parajes de producción y cosecha.
En épocas de lluvia, la travesía era de extremo riesgo. Los alazanes, los bayos y los tordillos chuscos de los lambraminos, conocían de memoria dónde debían poner los cascos, de subida o viceversa. Eran pocos los accidentes registrados, más por el ímpetu de los cholos entonados después de las jornadas de campo, que por la prisa de los caballos.
Cuántos lambraminos que superan los 50 años, deben rememorar esas caminatas, saltando de piedra en piedra, esquivando pozos de agua y lodo acumulado por las incesantes lluvias. Cuántos descuidados habrán perdido sus ojotas que le fueran arrebatadas por los riachuelos que se generaban con las lluvias torrenciales. Cuántos enamorados habrán golpeado la testa después de una visita amatoria de media noche, cuando ya no había luz en las calles. Si esas escaleras hablaran, se llenarían tomos de anécdotas.
En la actualidad, las gradas son de cemento y tienen canaletas laterales que aseguran el curso del agua de lluvias sin invadir el camino. En el primer descanso, donde empieza Chucchumpi, algún desubicado alcalde hizo de las suyas y levantó un arco de cemento que no solo corta la mirada hacia los innumerables pasos, sino afea con crueldad, la belleza natural de ese encanto lambramino. Ese arco debe caer, tiene que caer.
El periodista lambramino, Dino Pereyra, recuerda que por esas gradas bajaban antaño, cuadrúpedos trasladando oro y plata del lavadero de Ccaraccara hacia el centro de acopio ubicado en el subterráneo del templo de Lambrama.
“En la Biblioteca Nacional del Perú vi un mural gigante con la leyenda ¡Qué locura!, sin identificar el lugar. Eran las graderías de Chucchumpi, de nuestro Lambrama”, recuerda Dino con emoción.
“Era la pesadilla de mi niñez, caminar hasta llegar a Cruz Ccasa, con muchas resbaladas y volantines”, recuerda Irene Gómez. Con la misma nostalgia, Jaime Chipana señala que era una odisea llegar al último peldaño y voltear la mirada para gozar el verdor de la belleza del pueblo en su integridad.
Genaro Aquino, por su parte se remonta a su niñez y evoca las cargas de papa bamboleándose sobre la grupa de los caballos en una bajada interminable. “Arre mata, arre mata”. Pobres caballos, caballos machos.
Juvenal Quintana, se imagina regresando de bajada con una sarta de truchas pescadas en la prodigiosa Yucubamba. “Me daba tiempo para saludar a la familias Cruz, Huallpa, Flores, a mi promo Bernaco Gómez, que vivían a lo largo de la gradería”.
Damy Salazar, a su vez recuerda a sus amigas Evarista Villegas y María Flores, a quienes veía al trepar las escaleras, camino a Ccaraccara, desde su barrio de Surupata, que está al extremo opuesto de Chucchumpi, que hoy evocamos.
Eugenio Damián Quispe, atancamino con esposa lambramina, es testigo fiel de los avatares de un enamorado en busca de su flor en Chucchumpi. “Las graderías eran bien accidentadas sobre todo después de las 11 de la noche, cuando la luz eléctrica era apagada por don Cirilo Ayala. Una caída y me iba hasta Atancama cojeando, “siquiyta aysayukuspa”, recuerda.
La escalera al cielo de Chucchumpi es patrimonio de los lambraminos, que por capricho de autoridades de paso, ha sufrido cambios que deben corregirse. Así como se hizo con las graderías, hay riquezas testimoniales, como la propia iglesia San Blas, la mítica calle Michihuarkuna, que merecen ser recordadas, recuperadas y valoradas, como bien plantea Policarpo Ccanre Salazar, autor de una tesis de maestría, que pone en debate el valioso patrimonio cultural y natural del distrito de Lambrama.