domingo, 7 de septiembre de 2025

De quiraos, walthanas y chumpis

De quiraos, walthanas y chumpis
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Recuerdo a Guillermina, una chola buenamoza, blancona, pukauya y grandota, con una estatura por encima del promedio de las pashñas lambraminas, cargar con destreza una cuna de madera dura en la que descansaba su bebé de meses. 

La cuna hechiza con palillos de guarango o unca, conocida como quirao entre los wakrapukus, forma parte de la indumentaria familiar ligada a las madres y al desarrollo físico de sus hijos. Elemento sustantivo para el crecimiento de las wawas.

El quirao, elaborado por las hábiles manos del “arquitecto” Candelario Luna, de Allinchuy, estaba tejido por listones delgados y cruzados por hebras de pakpa y filos de cuero curtido, que le daban un porte de seguridad y firmeza, que garantizaba la estabilidad de la madre y su herqe.

Guillermina, natural de Marjuni, trabajaba en casa de Tomacucho y compartía sus responsabilidades de madre con Julia y algunas tareas domésticas que incluían el cuidado de la pequeña “niña Mery”. Cargar el quirao sobre la espalda y sostener con las manos a la otra niña, parecía un cuadro natural.
Lambramina luciendo el tradicional quirao. (Foto internet).

 interior del quirao estaba amortiguado por un pedazo de pellejo de oveja que encajaba en el cubil cubierto con mantitas de lana de colores. Se sujetaba con un cinchón también tejido de lana de colores vivos y diseños geométricos.

El uso del quirao se estilaba hasta que el bebé cumpla un año, plazo en el que, según la sabiduría popular, este lograba fortalecer adecuadamente su anatomía en desarrollo y crecimiento físico.

Pero no solo era cargar el quirao, para garantizar el crecimiento del menor, sino había que cumplir otras reglas, también naturales a la idiosincrasia de los pueblos andinos: envolver en una manta o walthana y fijar la estabilidad del cuerpecito con una faja o chumpi. Ambos elementos elaborados con lana de oveja y diseños particulares.

La walthana, o fajado de la criatura era un arte que las mujeres aprendían o asimilaban con naturalidad. Era parte de la herencia familiar al igual que el propio quirao. Pies y manos pegados al cuerpo casi amortajados, con una ligera presión para evitar que este se moviera o pataleara y pudiera escabullirse. Sobresalía la cabeza soportada por un chullo de lana, que lo mantenía caliente.
Walthana y chumpi, en imagen de A3 Arqueología, antropología y arte 

La experiencia señala que esta modalidad de trato al menor era una forma de asegurar que este crezca derecho, con los huesos fuertes bien formados y la columna enderezada. El fajado se realiza con el chumpi, un tejido de colores de dos metros de tamaño, lo suficiente para cubrir con un par de vueltas el cuerpo walthado del menor.

El quirao, con el bebé walthado y sujetado con el chumpi, tiene cuatro patas para descansar mientras la madre realiza actividades que exigen su plena concentración. En el piso puede ser movido como balancín, ayudando a que la wawa duerma o se tranquilice. Todo un arte heredado desde tiempos preincas.
 
Tradicional quirao en post de comunidad campesina Cancha Cancha, Ayacucho. 

El quirao, la walthana y el chumpi, como se podrá entender, no son predominio de las lambraminas, sino son elementos que trascienden siglos e historia. En museos de Cusco y otras ciudades, se pueden apreciar ejemplares rescatados y conservados, al igual que en tratados de historia, que los ubican como elementos prehispánicos.

Lamentablemente estos usos populares y tradicionales, como muchos otros, están pasando al olvido superados por cunas, andadores y cochecitos de plástico que se han impuesto por la facilidad de encontrarlos y descartarlos o reemplazarlos. Y cuando en la calle se vea a un joven, hombre o mujer, con las piernas chuecas o “arwichankas”, alguien murmurará “pobrecito, a este no lo han walthado de chiquito”.

lunes, 25 de agosto de 2025

Miguel Grau 75, Bodas de Oro

Miguel Grau 75, Bodas de Oro
Escribe, Efraín Gómez Pereira

El esperado abrazo del reencuentro después de cinco décadas será la culminación de una celebración ensoñadamente acariciada por una generación de sesentones egresados de la GUE Miguel Grau, de Abancay, hoy Institución Educativa Emblemática. 

Integrantes de la Promoción 1975, que este año celebran sus Bodas de Oro, han venido coordinando de manera entusiasmada en los últimos meses para hacer que las celebraciones Miguelgrauinas de octubre próximo sean de ensueño, históricas.

En Abancay, Cusco, Lima y otras ciudades, así como en el extranjero, donde residen promocionales, se han realizado reuniones de trabajo presenciales y virtuales, con miras a lograr una convocatoria masiva de los sesentones que han programado una agenda sostenida a cumplirse durante la semana de fiesta Grauina, que este año cumple 136 años, su centésimo trigésimo sexto aniversario.
Promoción Bodas de Oro Miguel Grau, testimonio gráfico en tres momentos: 1975, 1990, 2024.

Percy Salcedo Zúñiga, acompañado de una directiva descentralizada integrada por Alfredo Urbiola Benites y Efraín Gómez Pereira; y las delegaturas de Juan Juro Montes, Waldo Ramírez Bustamante e Iván Miranda Zuzunaga cargan con la tarea de la convocatoria, organización, celebración y demás compromisos que incluyen la participación de familiares. Es decir, una labor de elevada responsabilidad que ha logrado respuesta satisfactoria.

Para la tradicional “Clase del Recuerdo” se invitará los docentes Raúl Peralta Vera, Roberto Vivanco Urquizo, José Miranda Valenzuela, Romulfo Bedoya Castillo y Manuel Azurín Meléndez, quienes, en representación de una destacada generación de maestros, recrearán sus años de docencia con quienes hoy celebran cincuenta años de egresados de las aulas del Chinchichaca. Recordarán a los queridos profesores que en cinco años de compartir legaron valores, conocimiento y respeto.

Una placa recordatoria que perennice la relación de los 130 integrantes de la promoción Bodas de Oro, veinticuatro de los cuales ya adelantaron el viaje sin retorno, será colocada en el frontis del pabellón principal del colegio, en el marco de una ceremonia a esperarse emotiva, llena de recuerdos y de flashes.

Asistirán, como todos los años, a las jornadas tradicionales del Pasacalle y a la ceremonia oficial en honor al Colegio, ante el busto que erige la gloriosa imagen de Miguel Grau, en la avenida de ingreso al local educativo.

En el Desfile de Honor, se hará el intercambio de recuerdos y la entrega del Estandarte tradicional que simboliza el cambio generacional a la Promoción 76, siguiendo la tradición Miguelgrauina que inunda de emoción a las familias abanquinas, apurimeñas.

Visitarán el Hogar Asilo de Ancianos para retribuir a nuestros mayores que descansan en ese local humanitario una muestra de emociones y agradecimientos. Asistirán a una misa y romería en recuerdo y homenaje a los colegas que forman parte de la legación de Ángeles del 75: Willy, Gaspar, Edgar, Rubén, Hamilton, Guido, Joaquín, Hugo, José, Nemesio, Larry; Matías, Cancio, Genaro, Ángel, Mario, Toribio, Víctor, Pedro; Dominguín, Diomedes, Bailón, Gualberto, Enrique, Gilberto y Andrés.

Cerrarán las celebraciones doradas, con el almuerzo de confraternidad en el tradicional recreo El Edén, que sellará el reencuentro de pikis abanquinos, apurimeños que hace cincuenta años dejaron las aulas de la GUE Miguel Grau. Hoy acariciados por canas y años, con la acumulación de experiencias, soñarán con el próximo reencuentro, siempre con el entusiasmo y cariño que Abancay y sus calles, el Grau y sus patios, aulas y escalinatas los vieron crecer y convertirlos en hombres de bien que viven para recordar y trasmitir esas vivencias a sus hijos y nietos. Agradecidos y orgullosos de ser Miguelgrauinos Dorados de Abancay.

miércoles, 20 de agosto de 2025

"Qauchu Kullu", aporte miguelgrauino

“Qauchu Kullu”, aporte miguelgraunio
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Cuando en los años setenta del siglo pasado, el jovencito Julio Arnaldo “Chivo” Acosta Sullcahuamán bajó con su maleta de sueños de un añejo Cóndor de Aymaraes para enfrentarse a Lima y sus desafíos, Lima y sus posibilidades; se topó con la dura realidad de una ciudad cosmopolita que entre sus calles y veredas escondía – ahora los exhibe como natural característica- enormes montículos de basura; obra y gracia del ser humano.

Las calles cercanas al tradicional parque Universitario, en el centro de Lima, donde estaban los cuarteles generales del bus interprovincial que lo llevó de Abancay a la capital en un viaje de más de 24 horas, no eran lo que todo provinciano imagina. La basura acumulada lo impactó sobremanera y recordó que, en Abancay, en Cachora – su tierra -, no había basurales de esa magnitud. 

“El andino sabe gestionar su entorno. Todo lo reutiliza” pensó para sí. Ese día, decidió que tenía que hacer algo para cambiar esa terrible situación. Se hizo ingeniero Mecánico en la Pontificia Universidad Católica, de la que hoy es docente principal, y su mirada tenía un norte: investigar.

Egresado de la GUE Miguel Grau, en el 75, hoy Bodas de Oro, el Chivo, destacaba como uno de los mejores alumnos de su promoción. Dedicado, disciplinado, responsable, cumplidor. Dibujaba bonito, tenía cuadernos bien ordenados y vestir pulcro. Atributos que sumados a su gran capacidad académica lo perfilaron como un potencial investigador.
Ya como profesional dedicó parte de sus capacidades de investigador a buscar salidas y alternativa al uso y reúso de materiales que se botan a la basura. El plástico en sus diferentes presentaciones del que nos deshacemos a diario y que son elementos altamente contaminantes del medio ambiente, acaparó su atención.

En España, en la Universidad Politécnica de Cataluña, se especializó en el Centro Catalán de Plástico, donde aprendió de los compuestos de madera y plástico. Ese conocimiento, muy especializado, lo trasladó a la Universidad Católica, en cuyo laboratorio de Ingeniería Mecánica lidera un equipo de profesionales y estudiantes, investigando maderas locales y plásticos, a fin de darles uso productivo.

Así llegaron a las tapitas de botellas de plástico y a las virutas de madera. Con el conocimiento de la tecnología que permite hermanar a estos elementos de descarte y convertirlos en un material resistente tanto o más que la madera y el plástico solos, impulsó su propio laboratorio en la universidad instalando hornos, prensas, moldes que les permitiría avanzar en las investigaciones.

En ese laboratorio nació “Qauchu Kullu” (plástico-madera o “madera de plástico”) una mezcla de plástico y madera reciclados. Es de alta durabilidad, liviano y moldeable. Resistente a químicos y a la perjudicial polilla; y de costo comparativamente económico. Con el novedoso Qauchu Kullu, se producen objetos útiles y se contribuye al cuidado del ambiente.

Plástico y madera rescatados de los desperdicios, abrazados para el confort humano en amoldables sillas y carpetas. No se trata del invento del Siglo, tampoco de una creación particular, sino del uso adecuado de materiales que, a pesar de provenir del descarte, siguen siendo útiles, gracias a la tenacidad de un miguelgrauino de la promoción 75, Bodas de Oro.

martes, 12 de agosto de 2025

Mi vecino el gallinazo

Mi vecino el gallinazo
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Su hogar es un viejo tanque tirado en un descampado abarrotado de maquinaria abandonada que ocupa un terreno grande, colindante a mi vivienda, en plena avenida Huaylas, en Chorrillos. Restos de camiones, cargadores frontales, tractores oruga, mezcladoras, abundante fierro en proceso de oxidación, que habrían sido utilizados en obras de construcción de carreteras, pistas, viviendas y edificios, se atiborran en un cementerio de fierros que dará paso, en cualquier momento, a un nuevo complejo habitacional.

Revolotea a diario emparejado siempre, mostrando su imagen enseñoreada cuando extiende las alas para despabilarse del frío o del calor. Es el gallinazo, mi vecino desde hace más de quince años. Lo veo, solo o con su familia, desde mi ventanal del segundo piso.

A veces llegan en grupos de cuatro o seis, alborotando el palomar instalado en el mismo cementerio de fierros. Una comunidad de gallinazos, seguramente para celebrar algún acontecimiento.

Son pacientes. Nada ni nadie los apura. Se posan sobre el tanque de metal oxidado y vuelan, de rato en rato, hacia el viejo galpón donde las palomas anidan desde siempre, donde consiguen con suma facilidad pichones para su nido, donde esperan sus polluelos.  

En días soleados, una pareja ya identificada, se solaza acurrucada y quieta. Se olisquean unos a otros y sus picos encorvados y brillosos, juguetean con el plumaje del lomo de su cercano. Abajo, dentro del tanque, están sus pichones, que lanzan graznidos inconfundibles, reclamando la comida, a veces con desesperación. 
En mi entorno ya forma parte del paisaje urbano. Sus vuelos y aterrizajes, sus aspavientos y graznidos, sus olores pestilentes que eventualmente llegan empujados por ráfagas de viento están integrados al condominio de mi residencia. Sin “querer queriendo” los he adoptado como mis vecinos. Solo falta saludarnos y expresar nuestra mutua preocupación.

El gallinazo es un habitante natural de Lima, donde vive desde siempre. Revolotean en las orillas del río Rímac, sobre los techos de edificios abandonados y cúpulas de iglesias en el centro histórico, en las inmediaciones de los mercados llenos de montículos de desperdicios, en las playas, en los basurales, constituyéndose en aliados de la limpieza pública, en recicladores por excelencia y en depredadores permanentes de roedores. Por su feo aspecto, su olor asqueroso y su imagen de rapaz y carroñero, es un ser incomprendido, poco valorado.

En la época colonial muchas acequias prehispánicas expuestas al aire libre acumulaban desperdicios de los mercados y transeúntes. A través de los siglos, gracias a la labor silenciosa de los gallinazos, se evitó la propagación de enfermedades y, por ello, no los mataban.

“Es un ave carroñera, que por su inmunidad a la salmonela (bacteria que se encuentra frecuentemente en los cadáveres que consume), cumple un papel fundamental en la red trófica. Actúa como reguladora al limpiar los ecosistemas de carroña, desechos, excrementos, entre otros, saneando el ambiente y previniendo la proliferación de patógenos que pueden ser perjudiciales para otras especies y para el ser humano”. (Portal web Naturaleza y Vida Silvestre) 
 
Antaño, había leyes que promovían su protección y se sancionaba a quienes osaban sacrificarlos o eliminarlos. Una mirada de cuidado, comprensión y respeto hacia estos aliados de la limpieza pública ayudaría, nos ayudaría.

viernes, 27 de junio de 2025

Zoila, lambramina de Roble

Zoila, lambramina de Roble
Escribe, Efraín Gómez Pereira

El jirón Cajatambo, en Chacra Ríos Norte, Lima, una calle estrecha de apenas un par de cuadras, está marcado en mi “disco duro” como un elemento imborrable, que ningún hacker ni virus podrá eliminar. Ahí está la vivienda de Zoila Perpetua, la hermana mayor de los Gómez Flores, de Lambrama.

Ahí recalé todavía muchachito, pelucón y pantalón campana, hace casi cinco décadas, con quinto de media y una talega llena de sueños, ilusiones y esperanzas. Es el primer capítulo de mi vivir en el tránsito de la adolescencia a la juventud y del camino que me llevó a la madurez, a alcanzar una profesión, a forjar familia propia en esta ciudad de luchas y expectativas.  
Atrás quedaron Lambrama y sus añoranzas, Abancay y sus ensueños. Pueblos a los que, sin embargo, llevo arraigados en las entrañas, en el corazón y la mente; y los visito con rigurosa disciplina una a dos veces al año.

Han pasado los años y los avatares del destino han limitado nuestra presencia cercana. Mantenemos, sin embargo, como toda familia unida, un férreo cordón que nos conecta en afecto y cariño que hemos extendido a nuestros hijos; mis sobrinos y sus sobrinos. Hay fechas emblemáticas que nos encuentra en abrazos y recuerdos.

La casa del jirón Cajatambo es el imán que atrajo a muchos familiares, hermanos y primos de Zoila, a quienes nos acogió con el mismo calor que los brazos de la prima, de la hermana mayor. Desde sus intimidades hemos salido a buscar el pan del día, en ocupaciones de diferente modalidad, a forjar destinos propios en colegios, universidades, ejército. En sus ambientes hemos zapateado huainos, carnavales y cumbias, en jornadas de alegría inigualable. 

Todos, sin exclusiones, hemos recibido el sincero afecto de las manos abiertas de Zoila y Manuel, su esposo, en etapas en que el apoyo para quienes inician la larga ruta hacia la madurez es necesario.

El respeto entre todos es una característica enorme que heredamos de nuestros padres; Gregorio, en su caso y, Laureano, en el mío; y que transmitimos a nuestros hijos como algo natural. Somos solidarios y no tenemos limitaciones a la hora de compartir.

Trabajadora desde muy niña, Zoila supo encaminar su rumbo a través de la fuerza, dedicación y esmero en los negocios. Fruto de ese esfuerzo, sus hijos son profesionales exitosos y, sobre todo, personas de bien. Marco, médico en Europa, Hernán, alto oficial del Ejército y Sara, periodista en Europa. Un gran logro que admiramos quienes los queremos.
Hoy, Zoila Perpetua, la prima, la hermana mayor, la lambramina que llegó a Lima muy joven, adolescente aún; la madre de sus hijos, de sus nietos, de sus hermanos, de sus sobrinos y primos, cumple ochenta años, la edad del Roble. Ocho décadas que la encuentran en plena juventud otoñal, con lucidez y fortaleza envidiables. Siempre alegre, siempre afectuosa, siempre jovial.

Ocho decenios que marcan una historia personal y familiar que merece un cuadro, una medalla, un galardón. Zoila, mi querida hermana mayor, merece todos los reconocimientos; y quienes la conocemos sabemos que es lo justo. 

Muchas gracias por todo, querida Zoila. Sabes el enorme valor que tienes en nuestras vidas. Sabes que te queremos, no solo como prima, sino como hermana, como Madre. Larga vida para ti, para que sigas alegrando nuestras existencias.

domingo, 20 de abril de 2025

Para sabios, los viejos

Para sabios, los viejos

Escribe, Efraín Gómez Pereira

Qué bonito es conversar o, mejor dicho, escuchar a los viejos, a los más viejos. Oír de sus avatares personales, sus sueños y penurias, sus éxitos y frustraciones, sus ganas de seguir, sus miradas compasivas, su extremo esfuerzo para entender lo que los hijos y nietos les dicen casi a gritos.

Los viejos son una escuela viva, dinámica, plenos de enseñanzas y sabiduría. Son experiencias que saben reconocer sus errores, de haber sido padres severos, violentos y, muchas veces, equivocados. Lo admiten casi con vergüenza y animan a sus proles a no seguir ese camino. “Sean libres, sigan sus sueños”

Cada vez que hablo con él, por teléfono o cara a cara en sus predios de San Vicente de Cañete, se detiene el tiempo. Escucho y anoto en mi “disco duro” detalles y datos que nos son comunes, a la familia, a los amigos, al pueblo, a Lambrama. 

Don Zenón Gómez Chuima, mi querido tío, lambramino afincado en Cañete, desde hace más de seis décadas, es una enciclopedia viviente, soportado en su lento caminar por el respaldo de un inseparable bastón que debe estar extasiado de sus historias mil veces contadas. 

Cómo le gusta hablar y ser escuchado. Aunque muchas veces sobre las mismas historias, con la misma alegría y emoción. El eco de sus narraciones tiene añadidos novedosos cada vez que se anima a recontarlos, avivando nuestro interés por seguir conociendo el pasado, ese pasado ligado a nuestros antecesores.

Orgulloso de sus ancestros, Zenón se extasía cuando se refiere a los Gómez, los Incas de Lambrama, poseedores de una vasta riqueza material y territorial. “Casi la mitad del pueblo era de mis bisabuelos y abuelos, tus tatarabuelos”, afirma. 

De ahí el origen de las denominaciones de “Gomezpata”, Gomezmoqo”, “Gomezpampa” a grandes propiedades agrícolas que en la actualidad son terrenos comunales dispuestos para los tradicionales y lambraminos “laymes” de papa.

Por Zenón y sus narraciones conocemos que los abuelos maternos procedieron de Islay, Arequipa, a través de un soldado sobreviviente de la guerra del Pacífico, quien huyendo llegó por Anta, Cusco hasta Lambrama, en una peripecia que habría durado cuatro años. Una historia por contarse.

De sus contadas sabemos que Julián, el abuelo, era un hombre recio de baja estatura, golpeador y de fuerza hercúlea, capaz de levantar con el dedo meñique un odre con un quintal de cañazo. Era un caminante eterno, un arriero poseedor de una recua de treinta caballos y mulos con los que llegó a la costa, por Acarí y a la selva, por Madre de Dios. Otra historia por contarse.

Su testimonio extasiado nos hace saber que Higidia Chuima, la abuela, fue quizás la única lambramina que, en periodos alternados, cumplió con hacerse cargo de festividades tradicionales del pueblo como el Varayoc, Tabla Cruz, Corpus Cristi y otros. Hecho que enaltecía hasta las nubes el orgullo familiar, que era demostración de poderío y capacidad económica. Chuspas con monedas de nueve décimos se juntaban para financiar esas actividades populares. ¿A ver, quien sigue?

Con 91 abriles recién cumplidos, Zenón es un hombre orgulloso. Autodidacta, lector compulsivo, escribidor de testimonios inéditos como “El Caballero Caminante”, en los que recrea su propia existencia, su conversión en padre prematuro, sus conflictos con los hijos, su experiencia como sastre de estilos, su paso por la mina Toquepala donde subió rápidamente de aprendiz a jefe de cuadrilla, en mérito a su capacidad y responsabilidad. 

El afán de atender a su madre hasta las últimas horas lo convierte en un buen hijo, un hijo dedicado, heredero de una crianza disciplinada y severa que trasladó a sus hijos, algunos de los cuales lleva como tatuaje natural, esa huella del “amor paternal”.

Sus hijos, todos profesionales, valoran al viejo, no solo por la disciplina que los formó como buenos hijos, buenos padres y buenas madres, sino porque los mantiene unidos, cercanos y fraternos. 

Sus sobrinos y quienes lo conocemos desde siempre, rescatamos su anhelo de convocante en torno a su persona, recordando que muchos de nosotros, también pasamos las peripecias, severidad y rigidez de un Zenón agricultor que trataba por igual a obreros, hijos y sobrinos. Una línea personal a la que suma su sensibilidad humana y su carácter de manos abiertas que reconocemos como marca natural de “Los Gómez” y que inculcamos en nuestros hijos. Más años, más historias, querido viejo.

miércoles, 2 de abril de 2025

"Tío Pancho, propinachata"

“Tío Pancho, propinachata”
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Han pasado treintaiocho años desde su partida y como todo buen hombre, buen padre, buen ser humano, su legado se mantiene vigente entre los que lo han querido. No solo entre sus descendientes, hijos y nietos; sino familiares, amigos y paisanos que lo evocan como un ciudadano de respeto, respetado y querido.

El lambramino Francisco Tello Luna, el inolvidable Tío Pancho, regresa a la vivencia de sus íntimos en la imagen casi fotocopiada u hologramada de su menor hijo, Luis Alberto “Papino” que, si pusiera a la usanza diaria unos bigotes afinados y bien cuidados, sería el tío mismo redivivo. 
Su prole bien lograda en todos sus extremos como lo hubiera deseado Pancho suma cuatro hijos: Carmen Julia, Lucila, Maricela y Luis Alberto profesionales, ciudadanos de bien, que honran la memoria del progenitor lambramino. Siete nietos iluminan el aura dejada por el tío Pancho con su personalidad de querendón, bonachón y alegre. Sus descendientes se han concentrado en Abancay para rendir homenaje, como todos los años, a la memoria de Pancho. Alegres y orgullosos.

Mis recuerdos ligados con el tío Pancho me trasladan a la casa de Tomacucho, en Lambrama, por cuyos accesos lo veía de niño, cuando eventualmente visitaba a su señora madre, doña Casiana, vecina de la familia.
“Hola Lauli, hola Dorita”, saludaba con reverencia y voz musical engominada. En ocasiones mamá Dora –su prima- le ofrecía café con rejillas y la charla los soprendía entre chanzas y risas, ya a la hora de la merienda nocturna.

Con Laureano, mi señor padre eran muy amigos. De hecho, compartían actividades económicas muy ligadas. Pancho era propietario de un camión Ford identificado como “Papi”, palabra que iba grabada en el frontis de la caseta.

“Papi” formaba parte del elenco mecánico que Laureano utilizaba para trasladar vacunos hasta camales de Lurín y Yerbateros en Lima. En alguna ocasión vi al ganadero lambramino apresurado, cargando dos docenas de reses de 120 kilos a más, en el camión del tío Pancho y en el “Señor de Huanca” de su compadre, Luis Ugarte. Realmente eran escenas de película. Lazos y huaracas, cholos y maktillos arrancando a los toros de sus querencias para que lleguen a Lima y se conviertan en bifes y lomos. “Toro caraju..”
Genaro, que alguna vez acompañó a Laureano hasta Lima, recuerda que, en las alturas de Negro Mayo, por Puquio, en época de lluvias, la carretera fangosa tenía atrapados buses, camiones y autos en ambos sentidos. Apareció “Papi” resoplando con inusitada fuerza y arrojando con sus llantas traseras lodo y cascajo, y dejando boquiabiertos a conductores y pasajeros. Pancho en una de sus habilidades de camionero nato, tenía cadenas de metal con los que tejía las llantas y cual si fuera un esquí moderno, dejaba atrás barro, hielo y preocupaciones.
Para el retorno de Lima, llevaba carga para Cusco y como la mejor manera de evitar a los gavilanes de ruta, sellaba la puerta trasera con ramas espinosas de guarango, que espantada a los potenciales ladrones de carretera.

En la bodega de “Machu” Luis Tello, en el restaurante de Cirilo Ayala, en la tienda de la “Gringa” Trini, de la "Negra" Julia, o en la pensión Tiburcia; el tío Pancho acompañado de sus coetáneos Laureano, Adrián, César, Genaro, Washington, Melchor y otros, entre profesores y guardiaciviles, arrancaba suspiros y palmas al rasguñar huainos, carnavales y jarawis con un minúsculo Chillador de doce cuerdas. Un maestro el tío.

Lo imagino con sus trancos aligerados y una casaca negra de cuero, pasar por la puerta de la despensa de Tomacucho con sus bigotes bien cuidados que le daban un perfil especial. Lo saludo y me responde acariciando mi cabeza, “Hola Paincha” y le doy el vuelto con un pedido: “Tiochay, propinachata, calamerochapak”. Mis manos se regocijan con el brillo dorado del metal de veinte céntimos, que serán suficientes para comprar una mano de caramelos Perita y Monterrico y galletas animalito, que esperan donde la señora Rebeca.