miércoles, 2 de abril de 2025

"Tío Pancho, propinachata"

“Tío Pancho, propinachata”
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Han pasado treintaiocho años desde su partida y como todo buen hombre, buen padre, buen ser humano, su legado se mantiene vigente entre los que lo han querido. No solo entre sus descendientes, hijos y nietos; sino familiares, amigos y paisanos que lo evocan como un ciudadano de respeto, respetado y querido.

El lambramino Francisco Tello Luna, el inolvidable Tío Pancho, regresa a la vivencia de sus íntimos en la imagen casi fotocopiada u hologramada de su menor hijo, Luis Alberto “Papino” que, si pusiera a la usanza diaria unos bigotes afinados y bien cuidados, sería el tío mismo redivivo. 
Su prole bien lograda en todos sus extremos como lo hubiera deseado Pancho suma cuatro hijos: Carmen Julia, Lucila, Maricela y Luis Alberto profesionales, ciudadanos de bien, que honran la memoria del progenitor lambramino. Siete nietos iluminan el aura dejada por el tío Pancho con su personalidad de querendón, bonachón y alegre. Sus descendientes se han concentrado en Abancay para rendir homenaje, como todos los años, a la memoria de Pancho. Alegres y orgullosos.

Mis recuerdos ligados con el tío Pancho me trasladan a la casa de Tomacucho, en Lambrama, por cuyos accesos lo veía de niño, cuando eventualmente visitaba a su señora madre, doña Casiana, vecina de la familia.
“Hola Lauli, hola Dorita”, saludaba con reverencia y voz musical engominada. En ocasiones mamá Dora –su prima- le ofrecía café con rejillas y la charla los soprendía entre chanzas y risas, ya a la hora de la merienda nocturna.

Con Laureano, mi señor padre eran muy amigos. De hecho, compartían actividades económicas muy ligadas. Pancho era propietario de un camión Ford identificado como “Papi”, palabra que iba grabada en el frontis de la caseta.

“Papi” formaba parte del elenco mecánico que Laureano utilizaba para trasladar vacunos hasta camales de Lurín y Yerbateros en Lima. En alguna ocasión vi al ganadero lambramino apresurado, cargando dos docenas de reses de 120 kilos a más, en el camión del tío Pancho y en el “Señor de Huanca” de su compadre, Luis Ugarte. Realmente eran escenas de película. Lazos y huaracas, cholos y maktillos arrancando a los toros de sus querencias para que lleguen a Lima y se conviertan en bifes y lomos. “Toro caraju..”
Genaro, que alguna vez acompañó a Laureano hasta Lima, recuerda que, en las alturas de Negro Mayo, por Puquio, en época de lluvias, la carretera fangosa tenía atrapados buses, camiones y autos en ambos sentidos. Apareció “Papi” resoplando con inusitada fuerza y arrojando con sus llantas traseras lodo y cascajo, y dejando boquiabiertos a conductores y pasajeros. Pancho en una de sus habilidades de camionero nato, tenía cadenas de metal con los que tejía las llantas y cual si fuera un esquí moderno, dejaba atrás barro, hielo y preocupaciones.
Para el retorno de Lima, llevaba carga para Cusco y como la mejor manera de evitar a los gavilanes de ruta, sellaba la puerta trasera con ramas espinosas de guarango, que espantada a los potenciales ladrones de carretera.

En la bodega de “Machu” Luis Tello, en el restaurante de Cirilo Ayala, en la tienda de la “Gringa” Trini, de la "Negra" Julia, o en la pensión Tiburcia; el tío Pancho acompañado de sus coetáneos Laureano, Adrián, César, Genaro, Washington, Melchor y otros, entre profesores y guardiaciviles, arrancaba suspiros y palmas al rasguñar huainos, carnavales y jarawis con un minúsculo Chillador de doce cuerdas. Un maestro el tío.

Lo imagino con sus trancos aligerados y una casaca negra de cuero, pasar por la puerta de la despensa de Tomacucho con sus bigotes bien cuidados que le daban un perfil especial. Lo saludo y me responde acariciando mi cabeza, “Hola Paincha” y le doy el vuelto con un pedido: “Tiochay, propinachata, calamerochapak”. Mis manos se regocijan con el brillo dorado del metal de veinte céntimos, que serán suficientes para comprar una mano de caramelos Perita y Monterrico y galletas animalito, que esperan donde la señora Rebeca.

lunes, 17 de marzo de 2025

Paseo por la Casa Museo Vargas Llosa

Paseo por la Casa Museo Vargas Llosa

Escribe, Efraín Gómez Pereira

Arequipa es una ciudad de grandes y bellos atractivos para el turismo. La primera cuadra de la avenida Parra, ofrece una singular oferta cultural que todo peruano está en la obligación de visitar y conocer: la Casa Museo Mario Vargas Llosa.

El propio Nobel de Literatura “nos recibe” con un mensaje motivador en holograma: “Bienvenidos a este museo virtual. En esta casa nací y aquí pasé mi primer año de vida junto a mi madre y mi familia materna. Y aquí está reunida, en una animada síntesis, toda mi trayectoria de escritor. Espero que esta visita sirva para que me conozcan mejor y nos hagamos amigos”.

Apenas ingresado al primer salón del segundo piso de la vivienda convertida en museo, destrabo mi equivocada idea de que me toparía con una colección acumulada de libros, colecciones y recuerdos del escritor.


La Casa Museo, es más, mucho más. Un trabajo de refacción de la vivienda realizado por el gobierno regional de Arequipa, con apoyo privado y del propio Vargas Llosa, permite recrear la vida del escritor en una visita guiada de dos horas, por más de quince ambientes perfectamente acondicionados y adecuados con cada etapa de la existencia de Mario, de sus obras y sus logros. Videos interactivos y la explicación de una guía hacen del recorrido un paseo recreativo y emotivo.

El cuarto del abuelo, donde nació el Nobel, nos adentra a la intimidad familiar del laureado y nos arrastra en un recorrido pausado, acompañado de la voz de Mario y la de un narrador en off, a los años iniciales de su pasión por la escritura, el periodismo, los desencantos familiares, el abandono de su padre, sus sueños y desvelos, sus amores, su tía, su prima.


Los manuscritos de sus obras, sus libros originales, fotografías, recortes de periódicos, objetos personales, diplomas, medallas y reconocimientos de una serie de entidades, organizaciones y países, destacan en cada paso de los diferentes ambientes. La mayoría de estos documentos y muestras son originales, lo que le da un peso especial de valoración.

Hay una recreación en video de diferentes aspectos de la vida del escritor. Su niñez, la escuela, Cochabamba, Piura, Barranco, Lima, Arequipa se presentan con aspectos personales poco conocidos. Su paso por el colegio militar Leoncio Prado y la universidad San Marcos, que dejaron marcas indelebles en su personalidad, se recrean con especial connotación. 

Sus apuros económicos en Europa, sus trabajos ocasionales para solventar a su familia, sus afanes polemistas con otros escritores de la época. Paris, Barcelona, son recogidas en fotografías y videos, permitiendo conocer al Vargas Llosa estudioso, dedicado y encumbrado.  

Su desencanto del comunismo y ruptura con Cuba, sus afanes políticos, sus relaciones personales y profesionales, sus amistades con personalidades de todo el mundo se presentan con naturalidad.


El paseo es gratificante y enriquecedor que nos permite conocer a nuestro mayor escritor en sus facetas de personaje público y con vida privada que no difiere de la del común de los mortales, de las mayorías, con fracasos y logros, con sueños y desencantos.

La visita se cierra con un extracto del discurso del Premio Nobel en holograma, precisamente agradeciendo la entrega del mayor galardón de la literatura, sobre un atril donde descansa una réplica de la medalla universal que recibió en el 2010, en Estocolmo, Suecia.

La Casa Museo Mario Vargas Llosa, ubicada a pocos minutos de la plaza de Armas de Arequipa está muy bien conservada y es administrada por el gobierno Regional. Es un lugar que merece no solo la valoración y el cariño de los extraños, de los foráneos o de quienes aman la lectura; sino de los propios arequipeños que deberían dinamizar su existencia visitándola, abrumándola con la presencia masiva niños y jóvenes, de estudiantes y, de esa manera, conocer a nuestro gran escritor de quien los peruanos nos sentimos orgullosos. 






lunes, 10 de marzo de 2025

La chiririnka malagüera

La chiririnka malagüera 
Escribe, Efrain Gómez Pereira

Doña Ceferina delgada, esbelta y qalachaki achina los ojos, empuja su sombrero avejentado haciendo puño con la mano derecha, y trata de ubicar de dónde proviene el molesto zumbido. La pared de piedra y cal de su pequeña y acogedora habitación captura la iluminación del brillo solar del mediodía lambramino. 

De pronto un moscón grandote, negro y de vivos verdosos, levanta vuelo desde un resquicio de la pared, con la intención de posarse sobre su sombrero. El clásico e inconfundible “chirchir” del zumbido incomoda a la mujer que se pone sobre aviso.

La vieja une las manos y hace la señal de la cruz con prisa y temor, advirtiendo que la chiririnka -mosca negra y grande- trae un mensaje de muerte. “Kakallau caraju, pitaq huañukunqa”, exclama mascullando sus palabras.

Con la rapidez que su físico le permite coge la pichana de ichu que está tirada en el piso, sobre un apilado pequeño de leños secos y la abanica sobre su cabeza espantando a la fea intrusa, a la portadora de malas noticias, a la mosca malagüera.

La chiririnka es alcanzada por el latigazo del ichu y cae delante de Ceferina. Antes que reaccione, es recogida con la mano y arrojada al fuego de la tullpa, que abraza una olla de barro llena de maíz mote paraccay. Una ligera explosión se escucha al chirriar el insecto con el fuego.

Dominada por su creencia, que es común en toda la población lambramina, la vecina de Tomacucho, rocía agua en la tullpa para apagar el fuego. Recoge las cenizas y las arroja al huerto de asnapas, sobre un bosquecillo de rudas olorosas que rodea la pequeña vivienda. Se trata de alejar a la mala suerte. Coloca nuevos leños que se encienden con alguna braza que aun queda entre las piedras de la qoncha, avivada por el aire soplado desde una fukuna lustrosa de carrizo añejo.
Chiririnka (foto captura de Internet)

Al deshacerse de las cenizas, donde están los restos de la chiririnka, se dice que desvía el mal de su entorno, de su familia, de su casa, de su vecindad. Ceferina respira con tranquilidad y reinicia sus labores habituales. Pero al “anuncio de la muerte” le deja un sinsabor de preocupación. 

En uno o dos días, según sus creencias, el tañer de las viejas campañas de San Blas, harán sonar el Chincapun, que es la melodía del adiós a los lambraminos que parten al viaje sin retorno.

En Lambrama y en muchos pueblos andinos, la creencia popular relaciona a la chiririnka con la muerte, con el presagio de la muerte. Mito o creencia, es una realidad cultural, que acompañaba a Ceferina y los lambraminos, desde sus antepasados y seguramente a sus descendientes.

La sola presencia del zumbido característico del moscón, más aún si es de noche -cosa inusual para estos insectos- pone en alerta al entorno familiar. Temor y preocupación se juntan entre ellos sin que nadie atine a expresarlo. 

Otra versión mítica sobre esta mosca es que cuando se aparece en un velorio o un sepelio aleteando y dándose de cabezazos contra las paredes, se dice que el espíritu del muerto se presenta para despedirse de sus seres queridos. Aun así, es espantada lejos de la presencia de los dolientes.

Las coincidencias existen y si no las hay, se acomodan de tal forma que la creencia popular se mantiene vigente. Estudios y tratados etnológicos mencionan a la chiririnka como un fenómeno social y cultural de los pueblos andinos, que se arrastra desde tiempos milenarios y persistirá mientras las creencias, las costumbres populares se transmitan de boca en boca, de generación en generación.

También en Lambrama las creencias que anuncian o presagian la muerte de un familiar, un paisano está relacionada al graznido del búho o paca-paca, que lanza posado -cosa inusual- en la copa de un eucalipto, lambras u otro árbol de las inmediaciones. Un hondazo que arroja una piedra para espantar al ave nocturna es la reacción natural. Hay que alejar a la muerte.

El ladrido prolongado de un perro, extremadamente prolongado y monótono, estirando el pescuezo hacia arriba, como queriendo mirar el cielo o las nubes, es otra creencia que los lambraminos relacionan con la muerte.

Algunas veces una mosca grande, una chiririnka, se aparece en casa de Chorrillos, golpeando paredes y ventanales con su chirriar característico y es inevitable, para un lambramino ilustrado, poco creyente en supersticiones, pensar en el “mensajero de la muerte” y su presencia maligna, y con la prisa necesaria, aleja al intruso con un matamoscas o un periodicazo.

domingo, 2 de marzo de 2025

Los pinceles de Ana Gutiérrez Ludeña

Los pinceles de Ana Gutiérrez Ludeña
Escribe, Efrain Gómez Pereira
 
“Nadie nace sabiendo” o “Nunca es tarde para aprender” son frases que escuchamos desde siempre y seguramente se aplican a nuestro diario existir, a nuestro entorno, o tal vez no. 

¿Se puede iniciar un oficio, una carrera exitosa y satisfactoria basada en estas máximas? Habría que dotarla de algunos elementos sustantivos que la hagan posible: tiempo, dedicación, recursos y, sobre todo, pasión.

Debe haber muchos casos o ejemplos de estas experiencias. Cantantes, músicos, escritores, actores que han alcanzado la cima más allá de sus propias expectativas y, muchos de ellos, sin acartonarse en los parámetros establecidos, sin una carrera o título académico; sino producto de sus propias experiencias y capacidades: autodidactas.
Es el caso de Ana Gutiérrez Ludeña, artista autodidacta, profesora natural de Talavera, distrito de Andahuaylas, que sorprende a propios y extraños con su primera muestra individual de Óleo sobre Lienzo, que se exhibe hasta el 15 de marzo, en la galería del municipio provincial de Cusco. Un gran salto que estaba lejos de su imaginario.

Ana cogió su primer pincel destinado a rasguñar bocetos en serio, a los sesenta años, motivada por una amiga que vio su potencial innato. Desde entonces, hace seis, no se detiene. Pinceles, acuarelas, oleos, taburetes, telas, bastidores son ahora elementos consustanciales de su existencia, de su día a día. “Es mi pasión”, afirma categórica.

En julio del año pasado, acarició el cielo azul de su tierra, Talavera, al presentar una muestra seleccionada de sus primeras mejores obras, captando la atención, el interés y los elogios de sus paisanos. Una experiencia que la empujó a seguir trazando y creando lienzos de distintas motivaciones en las que priman los paisajes andinos, los rostros de mujeres y niños, con sus vestimentas naturales que brillan de colores y calor.
“Practico mucho y me gusta. El espacio dedicado en mi casa es un laboratorio privado que es respetado por mi entorno familiar” señala a tiempo de advertir que el acabado de los rostros en sus cuadros, que transmiten gestos muy particulares, es lo que más demora. Es un tema de permanente afinamiento que le da personalidad e identidad a sus trabajos.

Algunas de las obras que postea a través de su cuenta del Facebook, transmiten un efecto de singularidad humana que sobrecoge a quien las observa con detenimiento. Hay pinturas que se han vendido en Cusco, Lima, Arequipa y fuera de fronteras peruanas; en España, Argentina, Bélgica.  

Ana Gutiérrez Ludeña, jubilada y abuela, recuerda sus inicios con algo de melancolía. “Mis bocetos eran simples, básicos y las hacía como jugando, para pasar el tiempo”, rememora. Su amiga fue incisiva en abrir su horizonte. “Con lo que sabes hacer, lo harás fácil”, le dijo al momento de comprar sus primeros colores y un tablero de mezclas para principiante, que la mantiene en custodia como riqueza invalorable. Un recuerdo personal que “heredará” alguno de sus hijos, quienes son sus principales críticos y admiradores.

¿Qué hay para más adelante?, pues seguir pintando con pasión, captando imágenes que hablen por sí solas, que sacudan emociones, que inviten a mirarlas con detenimiento, ya sea en el Facebook, en un escaparate o en una galería.

De hecho, ya tiene confirmada una exposición más amplia en el municipio provincial de Cusco, durante todo el mes de julio próximo. Una interesante oportunidad para conocer el trabajo de una pintora que pinta soñando y sueña pintando.

lunes, 10 de febrero de 2025

Gomezchakuna de Tomacucho en Lima

Gomezchakuna de Tomacucho en Lima
Escribe, Efraín Gómez Pereira

En la fotografía Genaro, Alfredo, Rafael, Efraín y Mery - los hermanos Gómez Pereira de Lambrama -saboreando un tradicional kankachu en caluroso y afectuoso encuentro limeño, en casa de Rafo. Tarde llena de anécdotas y recuerdos que en algún momento nos hicieron lagrimear evocando la niñez e infancia lambramina en Tomacucho. Mery soltó los primeros sollozos, recordando que no pudo gozar el amor de nuestra añorada madre, Dora, que nos dejó cuando la hermana menor tenía apenas tres años.
Mery, Alfredo, Rafael  Genaro y Efraín, los hermanos Gómez Pereira. 

Estos encuentros familiares se hacen muy esporádicos debido a la distancia, los tiempos y nuestras propias responsabilidades. Pero nos traslada al reencuentro de cuando niños y reímos a carcajadas al recordar momentos vividos en Lambrama y Abancay, sobre todo en Lambrama cuando éramos los pikis: Genaco, Apelo, Apaco, Paín y Mericitacha. 

Las chanzas y ocurrencias expresadas en quechua fluyen como agua de los manantiales de Oqopata, refrescando el recuerdo de las mañanas y tardes de juegos en Surupata, de la pesca de Awaqos en Qotomayo, de los días de campo en Qahuapata, de las vacaciones con leche fresca en Qelqata, de las semanas de huiro y cosecha en Itunez, de los andares por Taccata y su belleza eterna.

Regresan como empujadas por el viento de Gomezmoqo, las madrugadas de caña y anzuelo, para pescar en el río Lambrama, desde Uriapo hasta Huaranpata, ricas truchas ensartadas en ganchitos de murmuskuy para los desayunos con choclo y papahuaico. De las escapadas a Huayqo y Luntiyapu, en busca de choclos kully que pintarían de morado deliciosas humitas acarameladas con ramas de anís silvestre.

La gran mesa ubicada en la cocina, donde la familia se apostaba a degustar sin tiempos, prisas ni pausas memorables desayunos, almuerzos y cenas en olor a panes, quesos, choclos, mote, canchita, leche, café, asados, lawas, salteados de carne wachalomo y otras delicias, regresa a nuestras remembranzas, sintiendo el paseo de cututos en busca de papaqaras, el frío de sus esquineros, el calor de los pellones de lana que amortiguaban las sentaderas, su ventanita con cortinilla que escondía temblorosas gelatinas de patita.

La imagen de Laureano, el tronco de la familia, dedicando fuerza, amor y voluntades, desde que desposó a Dora hasta su partida hace más de una década, fue elevada en nuestras emociones, recordando su voz de mando, su rigor de carácter, su disciplina, su sensibilidad con los propios y ajenos, su inigualable honestidad, rasgos que intentamos mantener e inculcar en nuestros hijos.

Rafael nos refrescó la memoria al recordar la habilidad gerencial que tenía Dora, al quedar al mando de la casa y los negocios de Laureano, cuando este viajaba a Lima llevando toros para los camales. Los fundos de Itunez y Limonchayoc, donde pasamos bellos días, meses y años habían sido adquiridas por Dora, destinando el dinero que Laureano dejaba para la compra de toros. El balance positivo de las compras alegraba sobremanera al exitoso ganadero que celebraba con una caja de Malta cusqueña. “Dorita… saluuu mamá…” gritaba extasiado desde Chacapata con su refrescante cargamento en manos.

Cuanto puede uno recordar al recorrer pasos de antaño, escuchando a los propios actores con un solo común denominador: la familia. Mientras en la mesa los hermanos brindamos, conversamos, sollozamos, reímos casi a gritos, en las inmediaciones están nuestros hijos – los primos – en sus propios ajetreos y con el paralelo de la unidad familiar que nos esforzamos en mantener y transmitir como sello característico.

Me precio de afirmar que, entre nosotros, entre los hermanos, no hubo, no hay, ni habrá peleas o disputas por tal o cual motivo. Al contrario, sabemos expresar nuestras diferencias, por más mínimas que sean, con altura y respeto. Somos solidarios y abiertamente francos. Eso esperamos de nuestros hijos, siguiendo las huellas y ejemplo de nuestros padres. 
 
La próxima reunión programada por los hermanos debe ser en Abancay y Lambrama, a la que se deben sumar las menores que residen en Abancay, Gladys y Martha, quienes también llevan la templanza del carácter y transparencia del tronco de Tomacucho, don Laureano Gómez Chuima.

miércoles, 15 de enero de 2025

Antuco en el recuerdo

Antuco en el recuerdo
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Llegó a Tomacucho cuando los hermanos Gómez Pereira, éramos niños. Llegó jovencito, apenas saliendo de la adolescencia, con su ropa raída, talones cuarteados y apretados en un par de ojotas castigadas por el largo uso. Un sombrero artesanal “loqosto” hecho con lana de oveja en forma de cono escondía una cabellera grasosa y abundante.

Laureano, mi señor padre, lo había contactado en las inmediaciones de la hermosa laguna lambramina de Taccata, en una ocasión de wacamarkay. El jovenzuelo, se mostraba atrevido para hacer frente a los caballos de la tropa de chúcaros que eran “marcados” con la LG, iniciales de Laureano Gómez, lo que convenció al próspero ganadero de Lambrama.
El cuarto de Antuco, pegado a la cocina en Tomacucho. 

Antonio Chicclla “Antuco”, rostro cetrino y pómulos enrojecidos, quechua hablante hijo de llamichos de la localidad de Queuña, en Chalhuachacho, aceptó la propuesta de trabajar en Lambrama, pueblo que conocía de oídas. “Ari papay”, habrían sido sus primeras palabras que lo vincularon de por vida a la familia Gómez Pereira, de Tomacucho.

Con una habilidad natural para muchos quehaceres enlazaba caballos y toros con destreza envidiable. Sabía pescar truchas en las albuferas de la puna, soltando champas de tierra negra que espantaba los cardúmenes que caían en costales o ponchos de lana. Cazaba ranas o kairas en los riachuelos altoandinos y las disecaba para preparar caldos que ponían fin a las bronconeumonías y prevenía la tuberculosis.

Tejía cinchones, correas, chalinas, huaracas y sogas con lana de oveja y con la crin de caballos que cortaba en sus afanes diarios y las custodiaba como riqueza. Herramientas, aparejos y caronas de uso común estaban bajo su responsabilidad. Se aseguraba siempre que esos elementos no estén dañados y los reparaba con habilidad empleando cuchillas, puntillas de madera, agujas de arriero sentado sobre un poyo de piedra ubicado en la puerta de la gran cocina.

Jugaba con los hermanos siempre vigilante. Recuerdo mi primer instrumento musical hecho por sus curtidas manos: un tautaco de palito delgado doblado de murmuskuy que, al contacto con la boca, la respiración y el punteo del hilo tejido con pakpahuato que lo arqueaba, nos regalaba un sonido particular. Huainos llorones, sobre todo. Su cuarto que tenía una tarima y una mini cocina o tullpa, era nuestro escondite favorito, con el secreto del propio Antuco.
Tomacucho, la residencia de los Gómez 

En algunas ocasiones lo acompañamos en su responsabilidad de acarrear leño para la cocina. Su lugar favorito era Tanccama, hermoso valle natural donde reverdecía un apretado bosque de uncas, tastas, lambras y queuñas las que talaba con antelación escondiendo los troncos para una próxima visita. Así, cada vez que buscaba leñas ya sabía dónde estaba el insumo para las chektadas correspondientes. Nunca faltaba leña en casa.

Un alazán criollo “Alaco” pequeño y siempre gordito presto para el ensillado, era su caballo favorito, que lo hermanaba con un mulo negro de carga “Añaco”. Ambos cuadrúpedos se entendían con original afinidad con Antuco, pues nunca se rechazaron. Bien ajustado el cinchón del aparejo y cargado de leño seco casi bamboleando en el camino, Añaco enfilaba la cuadrilla de animales cargados de leña, papa, maíz u olluco y con cada paso que daba expelía unos sonoros pedos, causando el comentario de un Antuco creyente. “Alamerda, yana mula supirukun, allin suerte caraju”.

Una mañana de verano, los pequeños hermanos lloramos la abrupta ausencia de Antuco, cuando soldados del Ejército se lo llevaron a la fuerza a Abancay para encuartelarlo en el marco de una campaña denominada “leva”, que captaba jóvenes en  zonas rurales para el Servicio Militar Obligatorio. A los tres días regresó Antuco con la cabeza bien rapada. Había descalificado por “pie plano”. Celebramos con inusitada algarabía ese retorno.

En las labores agrícolas disponía las tareas de chacra, asumiendo él mismo la capitanía de las tutapas, cutipas, deshierbes, cosechas y otras afines. A su merienda de campo entregada por mamá Dora y Victoria, cada una en su momento, nunca le faltaba uchucuta o un rocoto, que lo devoraba como si fuese una manzana. Con pepas, venas y todo. Los ojos rojizos y el sudor de su rostro evidenciaban un gusto muy personal por ese manjar andino.

Mantuvo un matrimonio fugaz con Guillermina, que también trabajaba en casa. La chola buenamoza, colorada y grandota y con una hija ya adolescente, lo abandonó y se fue a Lima. Antuco no sufrió la soledad. “Huaylaca warmi karan”, se consolaba.

Muchos mistis pudientes de Lambrama y otras localidades buscaron llevárselo con la oferta de una buena paga. “Manan. Ya tengo mi familia, mi casa” rechazaba. Dora lo quería mucho, Laureano lo trataba como a un hijo, y nosotros como a un hermano. Era nuestro hermano. Lo recuerdo silbando de madrugada al ensillar Chilingano, el caballo de montura de papá Laureano; haciendo dupla con Aquilino Gómez o Vidal Zanabria, para arrear toros hasta Abancay, en jornadas que duraban más de un día. 

Con los años la casa de Tomacucho se fue despoblando. Los hermanos salimos a Abancay y Lima y Antuco, fiel a papá Laulico, aferrado a la soledad, a su eterna soledad. Siguió acompañando a Laureano, cuando este también opta por irse a Abancay. No quiso acompañarlo a la ciudad donde estaría perdido. Cada vez que yo llegaba a Lambrama, que era una vez al año, llevaba ropa para Antuco, pantalones jean, casacas y zapatos, y una propina previo abrazo aromatizado por una cerveza. Murió de viejo, en la selva de Madre de Dios a donde había ido a buscar fortuna. 

Siempre que los hermanos nos juntamos para un reencuentro, una celebración o una visita informal, recordamos a Antuco y sus afectos, su veloz forma de hablar, de alimentar a los cuyes con cáscara de mote o papaqara, de perfilar algunos términos en español que le enseñábamos con el apoyo de una pizarrita escondida en la despensa. “Hirbi hirbi ollita” (hierbe hierbe, ollita) alentada a la olla de mote puesta en su tullpa rascándola, esperando la cocción del maíz que endulzaba paladares. 

¿Cómo estás Antuco? “Jodido nomás, papá” y soltaba una contagiosa y prolongada carcajada que le sacudía todo el cuerpo. Así te recuerdo, Antuco. Con tu risa alegrona, tu mirada inquisidora a pesar de esa tristeza que como condena acompañó tu soledad.

domingo, 5 de enero de 2025

Éxitos, Dr. Hermógenes Lima Chayña

Éxitos, Dr. Hermógenes Lima Chayña
Escribe, Efraín Gómez Pereira

Es un magistrado reconocido en Abancay, con familia abanquina y egresado de la Universidad Tecnológica de Los Andes - UTEA. Con dieciséis años de ejercicio en el sistema judicial del país, asumió el 2 de enero, para el periodo 2025-2026, la presidencia de la Corte Superior de Justicia de Ucayali, el escalón más elevado de la judicatura regional. 

Se trata del Dr. Hermógenes Lima Chayña, abogado natural de Camaná, afincado en Pucallpa, desde hace más de una década donde ejerció importantes cargos. Entre el 2008 y 2015, fue Fiscal provincial Titular en Coronel Portillo. Desde 2016, se desempeñó como Juez Titular Superior en la Corte Superior de Justicia de Ucayali, donde ejerció la presidencia de la Segunda Sala Penal de Apelaciones y la Sala Civil. También presidió el Jurado Electoral Especial de Atalaya.
Al inaugurar el Año Judicial 2025 en Ucayali, Hermógenes Lima asume un tremendo reto que corona una destacada y exitosa carrera profesional, resultado de un trabajo tesonero, comprometido, responsable y de formación permanente. “Los tiempos de aprendizaje son eternos que no nos alcanza la vida” resume este empeño que muy pocos se animan a dar.

La nota quizás debió titularse “De soldado a presidente” pues mirar el retrovisor de la existencia de este abogado camanejo, nos permite recrear su paso por el Ejército peruano como soldado Raso, disciplinado y estricto; su desempeño como efectivo de la Benemérita Guardia Civil, impartiendo y exigiendo justicia para los más débiles. El salto cualitativo en su carrera profesional se gesta en las aulas de la UTEA, donde se graduó como abogado. Las referencias a su formación escolar son siempre de emoción, al recordar las aulas del colegio Sebastián Barranca, de Camaná.
Devoto del Señor de Huanca, a quien encomienda sus pasos y decisiones, ha anunciado una gestión humana transparente de estrecha cercanía entre los usuarios y el sistema judicial, a través del diálogo, capacitación y puertas abiertas previniendo actos de corrupción. También fortalecer la línea de carrera en el sistema con personal idóneo y actualizado en los instrumentos tecnológicos, que permita aligerar la carga procesal. 

Trabajar para la ciudadanía, lograr su confianza y hacer que la administración de justicia involucre por igual a la Policía Nacional, Ministerio Público, Defensoría del Pueblo, es el reto mayor planteado. Para ello, es sustancial las coordinaciones con los diferentes estamentos de la población, como el Gobierno Regional en el apoyo a la infraestructura necesaria. 
Conocemos en el entorno familiar a Hermógenes y estamos convencidos que su labor será de calidad y de resultados positivos. Su familia, sus hijos José, Samantha y Marthiel, su gran legión de amigos nos sentiremos -ya nos sentimos- sinceramente orgullosos. Éxitos, doctor Hermógenes Lima.